Desde mi terraza al otro lado del Vero, recorro mi barrio con la vista y, con grandes saltos, voy haciendo la pequeña película que, en una tarde cualquiera, cada uno podemos montar cuando, descansando de la tarea diaria se dejan libres los recuerdos y los sentimientos.
Dejando a un lado el puente del Portillo, lo primero que salta a la vista es el antiguo edificio donde se ubicaba el Centro de Higiene Rural, al que colegialmente acudimos todos a comprobar nuestra salud; hoy aloja en su sótanos un nuevo, numeroso y alegre vecino del Barrio, la Pera Ferranca; la casa de Zapatillas con empaque, estilo e historia, adquirida por la anterior Corporación municipal con fines culturales y futura sede del centro de Universidad a Distancia; el Colegio de los Rvdos. PP Escolapios y a su lado (hasta hace muy poco tiempo) el Colegio de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, cuna ambos, de la educación humana y cristiana de muchos de nosotros y nuestros antecesores; el Ayuntamiento, nuestra casa, fragua de la vida ciudadana donde cada uno, tenemos nuestra representación y nuestra parte de responsabilidad; la Casa Asilo de las Hermanitas de los ancianos Desamparados ¡cuánto amor desprenden aquellas fachadas y que ejemplo de entrega continua y desinteresada!, la Barbacana coronada con el simpar ”Peñón”, ¡si la dos pudieran hablar!, daría verdadero gozo ser testigo mudo de su conversación; las Capuchinas, ya casi en lo alto, como mirando al Cielo, remanso de paz entre trabajo, oración y penitencia; la seriedad que trasmite la propia hechura del Silo, parece adecuada con el esfuerzo que representa hacerlo útil, esfuerzo que vosotros, labradores entremuranos, conocéis mejor que nadie, puesto que vuestra compañera la tierra, os hace luchar a brazo partido para conseguir su fruto; obligado es cruzar el Entremuro para acercarnos por Santa Bárbara y con el consabido descanso en el crucero, que sirve de arranque al camino, hasta la ermita de Ntra. Sra. del Plano.
Se van amontonando las imágenes y voy viendo desde la Fustería, no sé si decir principio o fin del Barrio, pasando por el “Rollo”, la C/. Los Hornos como generatriz de todo ese enjambre retorcido y familiar, la C/. La Peña con su guardiana la Virgen de la Esperanza, para llegar a la “Abadía” y terminar reposando la mente en La Plaza de la Candelera que por ver, vio hasta la boda real que supuso la unión de los Reinos de Aragón y Cataluña.
Deliberadamente dejo mi última mirada en nuestra Catedral, su Torre altanera y vigilante, su grandiosidad monumental que se queda pequeña cuan do su interior nos recibe espiritual y silenciosa, Con su luz tamizada en las hermosas vidrieras y con los brazos abiertos de ese Cristo milagroso valedor de todos y fervor especial de cualquier entremurano.
Pues el tiempo pasa, nadie lo puede negar, y con él las situaciones de todo tipo y condición, llevándose consigo e irremediablemente, a las personas, a nuestros seres queridos. Pero tampoco podemos negar que todo lo que el tiempo se ha llevado ha dejado su huella, su raíz, su poso (como diríamos de nuestros vinos).
Todas estas secuencias , que rápida y desordenadamente, he ido describiendo, no pretenden ser solo gráficas; cada una de ellas y muchas más están llenas de vivencias personales, que no vienen al caso, y sobre todo de vivencias colectivas que son las que van configurando la naturaleza y personalidad de un Barrio, de nuestro Entremuro. Sobre todos los valores históricos que posee, quiero resaltar los que de carácter humano y espiritual han tenido sus hombres: los de educación y convivencia, los de vecindad y apoyo mutuo, los de voluntad y tesón, que no rudeza ni brusquedad, la arrogancia demostrada pero sin orgullo, el saber estar con genio contenido. Todo esto, creo que es, en conjunto, esa huella, ese poso al que me he referido esa hombría de bien, que nuestros hombres y mujeres de siempre poseyeron bien merecidamente.
Se va poniendo el sol y desde mí terraza veo claramente, que aquí esta nuestro reto, vivir la vida con realidad, como nos ha tocado, pero recogiendo ese estupendo conjunto de valores para potenciarlos, si es posible, y transmitirlos con ilusión a nuestros hijos, sin remilgos y sin pesares, con amistad, con entereza, con entrega y sobre todo, con unión y fuerza alrededor de nuestro Santo Cristo que, esto sí es seguro, no dejara nunca de velar por el Entremuro y los entremuranos.
Artículo de Manuel Rodríguez Chesa, publicado en el Programa de Fiestas del Barrio en 1983