Capítulo I | Principios generales 

1. Debido a los múltiples cambios en el mundo y en la Iglesia y a la complejidad de las nuevas situaciones culturales de nuestro tiempo, la Orden de Predicadores toma muy seriamente “el oficio profético por el cual el Evangelio de Jesucristo es proclamado en todas partes por medio de la palabra y del ejemplo” (Const. Fund. § V). En un periodo similar de cambios sociales y fermento intelectual, santo Domingo fundó su Orden de Predicadores con la misión de estudiar incesantemente la Palabra de Dios y de predicarla con gracia y alegría. Domingo unió estrechamente el estudio con el ministerio de la salvación (LCO 76) y envió a sus hermanos a las universidades para que se pusieran al servicio de la Iglesia haciendo que la Palabra fuera conocida y entendible. Por eso nuestra Orden, en razón de su mismo nombre, participa en la tarea apostólica de penetrar con mayor profundidad en el Evangelio y de predicarlo “teniendo debida cuenta de las condiciones de las personas, los tiempos y los lugares” (Const. Fund., ibid). 

2. La tradición de la Orden subraya la necesidad de que los predicadores “cultiven la inclinación de los seres humanos hacia la verdad” (LCO 77 § II). Desde el momento en que entra en la Orden, el dominico se embarca en la búsqueda de la verdad, es iniciado en dicha búsqueda cuando entra al noviciado, avanza en ella durante sus años de estudiante y continúa comprometido con ella durante su ministerio activo y aún mucho después. Por medio de esta tarea el dominico adquiere una comprensión más profunda del mundo, de aquellos que lo rodean y de sí mismo; de hecho, reconoce gradualmente que esta búsqueda de la verdad no es otra cosa que el anhelo de encontrar a Dios, tal y como lo dice san Agustín en las primeras líneas de sus Confesiones. El dominico, buscando una verdad que es objetiva, conocible y real, descubre con ayuda de la Gracia de Dios al Dios Uno y Trino, quien es la Verdad misma. El dominico es capaz de buscar a Dios y de encontrarlo porque es capaz de buscar y alcanzar la verdad. Se puede decir que el ser humano es capax Dei porque es también capax veritatis. 

3. La verdad no es una realidad que se pueda poseer o declarar como propia; es el fin o telos que nos impulsa siempre hacia delante y que nos guía más profundamente hacia su propio misterio. Por eso, sería un error darle una definición demasiado precisa o limitar su búsqueda a un campo demasiado estrecho. Un dominico busca la verdad en todo lugar. Muy probablemente es en su oración personal y en su meditación de las Sagradas Escrituras que el dominico encuentra primeramente la verdad en todo su poder y en toda su belleza porque es en el silencio de la contemplación que el dominico toma consciencia de Aquel que es la fuente de todo lo que es real. El dominico adquiere una percepción más profunda de la verdad en la celebración de la liturgia y en la vida que comparte con los hermanos, en las conversaciones durante la comida, en los espacios de descanso y en aquellos momentos cuando tiene el privilegio de acompañar a otro hermano en la enfermedad, el sufrimiento o la crisis personal. El dominico es transformado por la verdad mediante su predicación, su enseñanza y su servicio al pueblo de Dios. El dominico se hace vulnerable a una experiencia más rica y más plena de la verdad por medio de su fidelidad a los hombres y mujeres a los que sirve, por medio de la integridad que ve en sus vidas, en sus debilidades y faltas, así como en las preguntas, luchas y desafíos que le presentan. El dominico, iluminado y fortalecido por el don de la fe, poco a poco llega a creer y a entender más plenamente que 2 la Verdad que ha buscado no es otra que Nuestro Señor Jesucristo, Aquel que comparte con el Padre y con el Espíritu la misma vida divina. 

4. La búsqueda de la verdad nos conduce directamente al estudio de la Sacra Doctrina. Esta búsqueda comienza con la contemplación de la Palabra de Dios, se nutre y se sustenta de la Palabra y culmina en nuestra unión amorosa con la Palabra. Esta Palabra, por la que Dios se da a sí mismo en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de la Iglesia, debe ser siempre la fuente de la búsqueda dominicana de la verdad. Es en aquello que Dios ha revelado o, quizás más importante aún, en Aquel en quien Dios se ha revelado a sí mismo, que un dominico encuentra la certeza, la confianza y el compromiso para continuar con su búsqueda. Un fraile dominico aprende a buscar el conocimiento de las ciencias naturales y sociales, la sabiduría de la filosofía y las lecciones de la historia, especialmente de la historia de la Iglesia y su reflexión acerca de la Palabra de Dios, a través de los siglos. El dominico explora la verdad a través de su estudio de la teología dogmática y moral y la encuentra por medio de su reflexión sobre los sacramentos y la práctica pastoral. De modo particular, un dominico busca la verdad en la vida y el pensamiento de las grandes figuras de nuestra tradición dominicana y de modo más excelente en santo Tomás de Aquino. El dominico, por medio de la lectura de los signos de los tiempos a la luz de la fe, aprende a entender y a compartir la Palabra de verdad que vivifica por medio de la teología y de la práctica del arte de la predicación. 

5. Este encuentro con la Palabra de Dios que crece y se profundiza a lo largo de su vida, lo invita a emplear su razón, su entendimiento y su capacidad de evaluar, analizar y sintetizar. Cuando estos dones de la inteligencia humana son elevados y llevados a perfección por la gracia, ellos ayudan al dominico con mayor seguridad y prontitud en su búsqueda de la verdad. Esta actividad liberadora y creativa le permite captar mejor la presente crisis en donde el estudio es muy frecuentemente visto en términos de funcionalidad y de especialización, sin el tiempo requerido para una lectura serena, una reflexión seria y una paciente investigación de las fuentes. En muchas disciplinas, incluida la teología, puede existir un fácil recurso a la autoridad o un llamado a usar respuestas rápidas y simplistas. Se pierde el sentido de los matices cuando el discurso racional da paso a las consignas, polémicas e ideologías. El resultado puede ser un pluralismo que tiende hacia el relativismo o hacia una unidad que se convierte en uniformidad. 

6. Ante esta situación, estamos invitados a proponer un modelo diferente de estudio, una manera distinta de buscar la verdad. La Orden tiene como patrimonio una rica y variada tradición intelectual que entiende el estudio como contemplación sintética, enraizada en la realidad y dependiente de la razón iluminada por la fe. Nuestra tradición siempre hace estas preguntas: “¿es esto verdadero?”, “¿por qué es verdadero?” y “¿cómo es verdadero? Nuestro patrimonio filosófico, teológico y espiritual puede ofrecer perspectivas clarificadoras y respuestas tanto a las perenes preguntas del ser humano como a los temas críticos de nuestro tiempo. Debemos entonces mantener, promover y desarrollar continuamente este entendimiento dominico del estudio, cuyo fruto es expresado en nuestra teología y filosofía, consideradas como una de las mejores escuelas de la Iglesia. 

7. En la Orden existe una unidad profunda entre nuestro estudio y los otros elementos de nuestra vida. Como dominicos, nuestro estudio no puede estar separado de la vida fraterna que compartimos ni de la oración que elevamos en nuestras celebraciones litúrgicas o en el silencio de nuestro corazón, ni de la misión de la predicación y del cuidado de aquellos que la Iglesia nos ha confiado. Todos estos elementos están unidos, en la vocación de cada hermano, “in dulcedine societatis quaerens veritatem” (san Alberto). Por esta razón, esta Ratio debe ser entendida en el marco más amplio de la Ratio Formationis Generalis, que ofrece los principios para toda la formación dominicana. Es gracias a la visión de la Ratio Formationis Generalis que podemos ver cómo nuestra vida religiosa ofrece un 3 ámbito propicio para el estudio y cómo nuestro estudio contribuye a la actualización de nuestra vocación dominicana. 

8. Dicho estudio no concluye con el término de la formación inicial de un fraile dominico. La búsqueda de la verdad y el amor por el estudio animarán la vida del fraile por el resto de su vida. La verdad lo desafiará, requerirá que escuche atentamente a los otros y exigirá su propia y sostenida conversión para que pueda testimoniar a Jesucristo, la Palabra hecha carne, con una convicción cada vez más profunda, una mayor libertad y una humanidad más plena. Para algunos, esto implicará realizar estudios superiores o complementarios. Para todos, se exigirá que cada fraile adquiera el habitus del estudio, cuya práctica deberá convertirse en un elemento constitutivo de su vida como contemplativo. El cultivo de este habitus será responsabilidad de cada uno, pero con ayuda de la comunidad. Sin embargo, como todo lo que hay de bueno en este mundo, la formación en el estudio durante toda la vida y el deseo de buscar la verdad son un don de Dios, y esto es parte de la gracia de su vocación. 

9. Y ya que “ante todo, nuestro estudio debe dirigirse principal y ardientemente en este momento a que podamos ser útiles a las almas de nuestros prójimos” (Prólogo de las Constituciones Primitivas), los hermanos deberán recordar que su vida, consagrada a la búsqueda de la verdad, tiene un carácter verdaderamente apostólico. Para nuestra misión eclesial de predicación del Evangelio de Jesucristo, según la finalidad de la Orden, es indispensable aplicarse asiduamente al estudio. Un dominico estudia para poder llegar a conocer la verdad, de modo que conociéndola llegue a amarla y, amándola pueda compartirla alegremente con aquellos a quienes que ha sido enviado. 

10. Cada provincia, incluso aquellas que no tengan estudiantes, deberá elaborar una Ratio Studiorum Particularis (LCO 89-95, 226-244) que determine el programa específico para organizar la vida intelectual de la provincia, con las orientaciones necesarias para promover la vida de estudio de los hermanos. La Ratio Particularis debe ser fiel al LCO, a los Capítulos Generales, a esta Ratio Generalis y a las indicaciones de la Iglesia local, tomando en consideración el contexto cultural concreto al que se dirige (cf. Apéndice I).