D. La identidad y la misión

197. Las exigencias de la vida religiosa conventual, por una parte, y las exigencias de la predicación apostólica, por otra, pueden estar algunas veces en tensión. Los frailes pueden, de vez en cuando, preferir el consuelo de una en detrimento del otro. La formación permanente debe frecuentemente centrarse, por tanto, en una relación dinámica entre nuestra vida fraterna en común y nuestra misión de predicación.

198. Debemos estar abiertos y recibir ayuda para reflexionar sobre las tensiones generadas en la vida moderna y sus implicancias en los modos tradicionales de vida. Dichas tensiones no existen solamente fuera de nosotros, afectando a otros individuos y comunidades, sino que se encuentran dentro de nosotros y de nuestras comunidades, por eso, debemos comprendidas y a la cuales deberíamos responder. Esto significa ocuparse no sólo en las preguntas planteadas a la fe desde la ciencia y la filosofía sino también en los interrogantes planteados de los modos de vivir y practicar la fe.

199. Nuestra forma de gobierno sólo puede funcionar en la medida en que aprendamos continuamente el arte del diálogo, de la escucha mutua, de estar preparados para considerar otros puntos de vista, para cooperar y para emprender iniciativas. «Nuestra preparación para el arte del diálogo nunca se hace de una vez para siempre, todos tenemos que perfeccionarlo y aprenderlo una y otra vez» (Bolonia 1998, 123, 3).

200. La formación permanente deberá ayudarnos a tener confianza en Dios y respeto hacia los demás. Su objetivo final es lograr la curación, esperanza y renovación en nuestras vidas y las vidas de todos aquellos confiados a nuestro cuidado.