Autoridad que promueve la unidad fraterna y la misión universal de la Orden
Comentario al párrafo 7 de la Constitución Fundamental de la Orden (1980)
fr. Vincent de Couesnongle, OP
Los especialistas en derecho constitucional han reconocido a menudo la alta calidad, no sólo en de las constituciones en las que Santo Domingo y sus primeros discípulos expresaron la originalidad y las estructuras esenciales de la nueva Orden". Como bien dice el Padre M. D. Chenu: "Domingo y sus primeros hermanos fueron instintivamente maestros de las estructuras del Evangelio".
Los capítulos anteriores de este volumen han tratado las ideas, los elementos y los valores que que permitieron que el carisma dominicano cobrara vida: la Palabra de Dios vivida, celebrada y contemplada en una vida fraterna común; esa misma Palabra de Dios convertida en capaz de de discernir los signos de los tiempos y de llegar, en términos relevantes, a aquellos a quienes la misión de la Orden nos envía. Unidad fraterna y misión: para nosotros estas dos realidades están permanentemente unidas y definen para nosotros nuestro modo de "seguir a Cristo". A diferencia de otros institutos que ponen el acento en una u otra, la Orden quiere mantener un perfecto equilibrio entre ambas, como la Iglesia que es a la vez unidad y misión. No es de extrañar, pues, que estos dos elementos conformen nuestra noción de autoridad y de gobierno.
Si, en los altibajos de la historia, la Orden ha sido capaz de mantener a lo largo de los años el propositum de Santo Domingo, y cumplir con su papel al servicio del Evangelio, esto es el resultado, en gran parte, de la misteriosa fuerza de la presencia de Santo Domingo en la mente de sus hermanos, pero no se puede negar que desde un punto de vista más humano , es también el resultado de la naturaleza de sus estructuras que le han dado, como dice la Constitución fundamental "el gobierno comunitario, que es especialmente idóneo para promover la Orden y renovarla frecuentemente". (LCO n I, par 7).
Uno piensa inmediatamente en la conocida observación de Bernanos: "Si nos fuera posible mirar de forma impoluta la obra de Dios, la Orden de Predicadores se nos presentaría como el amor de Santo Domingo hecho carne en el espacio y tiempo, como su oración hecha visible". (G. Bernanos, Saint Dominique, París, Gallimard NRF, 1939, p. 11).
Una dialéctica: misión universal/comunión fraterna
En el marco perfectamente equilibrado de las instituciones dominicanas, hay una cosa que llama la atención de inmediato: todo está orientado a una completa dedicación a la predicación del Evangelio. A continuación, junto a una especie de entrega radical exigida por la urgencia de la tarea, se percibe una profunda necesidad de organización. En efecto, para estar a la altura de sus objetivos y asegurar su supervivencia, el carisma dominicano tiene que tomar cuerpo y expresarse en un tipo de institución bien definida.
Esta interacción de comunión y misión -que en cierto sentido está ligada a la distinción entre "vida religiosa" y "apostolado"- se traduce en "la colaboración orgánica y equilibrada de todas sus partes con vistas al objetivo de la Orden". (LCO 1, par 7).
En el nivel más fundamental encontramos la fraternidad en la comunidad, que se construye, no en la yuxtaposición de individuos sino en una estructura y una ética comunitarias. Madura no sumando esfuerzos individuales, sino compartiendo el trabajo y la vida y liberando así la gracia propia de cada uno, dentro del carisma del grupo.
En segundo lugar, y esto es igual de importante, esta colaboración orgánica se produce a través de varios grupos, que desarrollan su potencial por medio de la influencia mutua que ejercen entre sí: las agrupaciones de casas en provincias y vicariatos (o provincias embrionarias), la agrupación de provincias que constituye la Orden de los hermanos; y por último, en un sentido más amplio, la agrupación de hermanos, monjas, hermanas, fraternidades de laicos e incluso sacerdotes, todo lo cual da a la Orden su forma completa, y conforman lo que hoy nos gusta llamar la "familia dominicana".
Si esta última expresión cubre una diversidad que Santo Domingo nunca conoció, - estoy pensando especialmente en las congregaciones de hermanas que no existían en su época, las nuevas formas que se han ido añadiendo a lo largo de los siglos han brotado de la tierra fértil del carisma original de Santo Domingo. No nos equivoquemos, cuando hablamos de la "familia dominicana" nos referimos a algo más que a un grupo de personas que, conscientes de compartir el mismo patrón, se alegran de encontrarse entre sí. Las palabras "familia dominicana" significan algo más profundo y exigente que eso. Implican la convicción de que nuestro carisma no puede desarrollarse plenamente en nuestra rama de la Orden, y menos aún en un individuo. Más bien necesita la ayuda de todos para crecer y dar fruto. La colaboración efectiva de todos multiplicará la riqueza de cada rama. Hablar de la Familia Dominicana es tomar conciencia de que la unidad que une a los hermanos y hermanas de Santo Domingo debe, mediante la oración, el apostolado y el testimonio de nuestras vidas, ir más allá de los límites de nuestras comunidades, añadiendo cada uno sus propios talentos a todo el grupo por medio de una devoción total al carisma de la rama a la que pertenece.
El poder y los diferentes niveles de gobierno
El poder que rige y coordina esta gran reunión es universal en su cabeza y en su origen: el Capítulo General y el Maestro de la Orden (LCO nn 17, 252). Aunque los nombres varían, los capítulos generales son comunes a todas las órdenes religiosas. En la Orden de Predicadores se caracterizan por varias ideas originales que encuentran su origen en la manera de mirar las cosas de los dominicos, y que tienen un marcado efecto en nuestro sistema de gobierno.
En primer lugar, está la cuestión de quiénes los componen. Distinguimos entre capítulos generales de provinciales y capítulos generales de definidores. Los primeros reúnen a los responsables de cada provincia, a los que, en consecuencia, que tienen que afrontar los problemas de organización, de administración, de fomento de la vida religiosa y del apostolado, etc. Los capítulos de definidores están formados por un hermano de cada provincia, que procede de la base y la representa. El hecho de que los provinciales no puedan ser miembros de este capítulo es un claro signo de la voluntad de la Orden de dar el poder y la oportunidad de hablar a aquellos religiosos que, al no estar al frente de una provincia, pueden ver problemas concretos de una manera más imparcial, y pueden mostrar más imaginación y un mayor deseo de renovación.
Estos dos tipos de capítulos, que tienen exactamente el mismo poder, se alternan cada tres años, de un modo que a primera vista parece inesperado: dos capítulos de definidores y un capítulo de provinciales. Esta alternancia podría provocar graves inconvenientes en esta alternancia si cada capítulo tuviera por sí mismo el poder de hacer leyes, mientras que el siguiente capítulo votara inmediatamente lo contrario. Para evitar un peligroso estado de inestabilidad, y para añadir mayor peso a nuestra legislación, se establece que, para que una propuesta tenga fuerza de ley, debe ser aprobada por tres capítulos sucesivos. Si nuestra legislación favorece la "imaginación" al dar más importancia a los capítulos de definidores, esa imaginación se mantiene por la obligación de tres capítulos sucesivos.
Algunas personas pueden cuestionar la sabiduría de este sistema. La respuesta es fácil: ha resistido la prueba del tiempo, ya que se remonta a Santo Domingo; es más, en parte por esta razón la Orden nunca se ha dividido como muchas otras; y, además, la Iglesia nunca nos ha pedido que adoptemos otro sistema.
El capítulo general está en la cúspide de la pirámide de gobierno; y, como tiene jurisdicción activa, tiene el poder supremo. Durante cada capítulo, el Maestro General, elegido por nueve años, da cuenta de lo que ha hecho; de la manera en que ha gobernado la Orden y sus objetivos pueden ser considerados y cuestionados. Aunque entre dos capítulos tiene una cierta libertad en la manera que ejerce el control (y más aún, ya que, a diferencia de la mayoría de los institutos, sus asistentes o consejeros no son nombrados por el capítulo general, sino por él mismo, una vez que son presentados por las provincias), la frecuencia de los capítulos generales le permite mantenerse cerca de la autoridad suprema de la Orden, elegida democráticamente.
Esta concentración de poder, que hace que nuestros capítulos generales sean muy diferentes de los parlamentos modernos, no debe ser considerada sólo desde el punto de vista institucional o jurídico como si se tratara de una "máquina de hacer leyes y ordenaciones". Cada capítulo tiene también un papel profético. Ya que tiene que "discutir y decidir sobre todo lo que concierne al de toda la Orden" (LCO n 405), debe proceder a evaluar la organización y la vida de la Orden. Por lo tanto despierta la conciencia colectiva de todos los hermanos ante los problemas y realidades que, directa o indirectamente que, de forma inmediata o remota, afectan a sus vidas y apostolados, ya sean religiosos, culturales, teológicos, sociales o incluso políticos: De este análisis y capacidad de leer los "signos de los tiempos" dependerá la realización de la auténtica misión evangelizadora de la Orden. (LCO n 99).
Debo señalar aquí la importancia creciente que se ha dado durante los últimos cinco capítulos generales a los "Prólogos". puestos a a la cabeza de cada tema tratado: la vida litúrgica y la oración, el estudio, el ministerio de la Palabra, la familia dominicana, etc. Así, en Quezon City en 1977, en un largo y hermoso pasaje sobre "nuestra tarea apostólica en el mundo moderno" el capítulo general capítulo general recogió los elementos esenciales de la misión de los dominicos en nuestros días, exigiendo que prestáramos atención a los cambios sociales y culturales en el mundo que nos rodea, al problema de la justicia y la mejora de todos los hombres, a los medios de comunicación.
De este modo, nuestros capítulos generales velan por el funcionamiento de la Orden y por el desarrollo de una estrategia global que es indispensable para la vocación universal de la Orden. De esta manera dan una pista a todos los que se ven como hijos de Santo Domingo, incluso las hermanas dedicadas a la vida activa, y sobre las que ni el Maestro de la Orden ni los capítulos generales tienen ningún control jurídico.
Ya sea que se trate de redactar leyes, o de dar informes, o de organizar cosas, o de ocuparse del estilo de vida o de la actividad, Santo Domingo quería que todos los religiosos participaran de una u otra manera. Esto no era más que una aplicación del clásico dicho de la edad media : "Lo que afecta a todos debe ser tratado por todos", y en la Orden Dominicana el mismo principio se encuentra en todos los niveles, aunque la posibilidad de que el superior intervenga, al menos de forma pasajera, está permitida con el fin de preservar el equilibrio de poder.
La forma en que el prior conventual, elegido por tres años, toma posesión de su cargo es un ejemplo de ello. Una comunidad elige a su prior, pero antes de ser nombrado, el hermano recién elegido necesita la confirmación del provincial. De la misma manera, a un nivel superior, un provincial recién elegido debe ser confirmado por el Maestro General. Se puede entender más fácilmente, entonces, que si Santo Domingo y sus sucesores han tenido que someterse a sus hermanos su su autoridad no fue disminuida por todo eso.
Lo que une a la familia dominicana es la profesión religiosa, que une a cada hermano, a cada monja y también cada miembro de las fraternidades laicas al Maestro General (pero no a las hermanas de vida activa que no dependen legalmente de él). Junto con los capítulos generales, el Maestro de la Orden es la garantía de fidelidad a la inspiración de Santo Domingo, la piedra angular de la unidad de la Orden y el punto de referencia directo para cada uno de sus miembros. Esto muestra la importancia de las relaciones directas entre él y cada uno de sus hermanos, a través de visitas regulares a las casas y provincias, así como reuniéndose y escribiendo a los individuos.
Encontraremos el mismo tipo de gobierno en cada provincia y en cada casa. Existe el gobierno general de la Orden, el gobierno de la provincia y el gobierno de la casa, y sería un error pensar que cada nivel inferior recibe una delegación de poder del nivel superior. Eso sería una versión monárquica y no comunitaria de la Orden. En su propio nivel, estas diferentes entidades tienen su propia autonomía real. Así, el prior de una casa no necesita ningún permiso especial del provincial para recibir a un novicio al hábito o para recibir a un hermano a la profesión. Tiene este poder por derecho. Pero esto no significa que la Orden esté formada por casas sin dependencia legal de la provincia a la que pertenecen. Sólo hay que recordar lo que he dicho más arriba sobre la acción de un provincial en el nombramiento de un nuevo prior elegido.
Aunque un religioso, según la expresión aceptada, es hijo de una provincia y no de la casa en la que vive, la casa sigue siendo la célula básica de la Orden. Porque es en la casa donde los religiosos deben encontrar todos los elementos que que les permitirán convertirse en auténticos frailes predicadores, porque es en este nivel donde la "comunión y la misión" encuentran su terreno de formación y el campo de su apostolado.
Según la fórmula tradicional, la relación del prior con los hermanos de su casa es la de "primero entre iguales" (primus inter pares), expresión dominicana por excelencia. Expresa muy bien, en efecto, su apego fraternal a su comunidad fraternal con su comunidad, salvaguardando al mismo tiempo su autoridad.
Los hermanos de una comunidad se reúnen como capítulo conventual cuando eligen a un prior, u organizan la vida de la casa, o para darle nueva vitalidad y entusiasmo. Aquí es donde los hermanos intercambian ideas por el bien del ministerio de la Palabra de Dios, y tratan de organizar una corresponsabilidad creativa por el entusiasmo que cada uno posee. Sin este capítulo podría haber una "entidad legal", pero no podría haber una "comunión apostólica", en el pleno sentido de cada palabra, y que es la característica de la Orden.
Cada cuatro años cada capítulo conventual envía a su prior, con uno, dos o más delegados según el número de los hermanos al capítulo provincial. Este grupo constituye el "capítulo provincial", cuya función es elegir al provincial y a los "definidores" (entre 4 y 8) del capítulo provincial. Es función de todos los miembros del del capítulo provincial analizar la situación de la provincia, tomar nota de los deseos y críticas de todos los religiosos, estudiar los problemas de la provincia y sugerir las decisiones a tomar y los objetivos a seguir. El provincial y los definidores tienen que llegar a conclusiones sobre todo esto y enviarlas para su aprobación al Maestro General.
Detalles sobre el régimen "democrático" de la Orden
Hasta ahora he hablado de lo que podría llamar el régimen político de la Orden. A menudo oímos que éste es democrático, y es cierto en el sentido de que todos tenemos voz en la gestión de la Orden. Pero dejarlo así es pasar por alto la parte más importante de nuestra noción de gobierno.
La Orden es algo nuevo, algo en línea con el Evangelio, y por tanto con el Reino de Dios que nos hace a todos hermanos. Para poner en marcha este tipo de vida, se recurrió a ciertas estructuras que, en ciencia política, se llaman democráticas, en las que la soberanía pertenece al conjunto de los ciudadanos. Estas estructuras se utilizaron para dar forma institucional a la fraternidad de la que Cristo dijo: "No se os debe llamar Maestro, porque sólo tenéis un Maestro y todos sois hermanos" (Mateo 23:8). En consecuencia, no debe extrañarnos que el gobierno de los institutos religiosos -y especialmente el nuestro- en muchos aspectos importantes va más allá de las ideas de gobierno civil, ya sea democrático, monárquico o cualquier otro. Esto no deja de tener consecuencias en la realización de esta "democracia religiosa".
La ley fundamental de la democracia es la regla de la mayoría, pero no es lo mismo con nosotros, a pesar de nuestras frecuentes votaciones. Nuestra ley es la regla de la unanimidad. En el capítulo conventual -y es lo mismo para los capítulos provinciales y generales- el prior no debe buscar una votación rápida, sino que debe tratar de que la cuestión sea desgranada, para que todos tengan su opinión; y un debate común conducirá a un acuerdo lo más cercano posible a la unanimidad. Esta búsqueda de la unanimidad -aunque no siempre se consiga, es la garantía segura de la presencia del Señor y de su espíritu, y por eso mismo, es un modo más seguro de descubrir la voluntad de Dios. Fue así como en el Vaticano II Pablo VI retrasó la realización de algunas votaciones para ayudar a comprender mejor la cuestión y evitar que las decisiones se tomen sólo por mayoría de votos.
No es necesario señalar lo mucho que esta búsqueda de la unanimidad exige de cada religioso y de toda la comunidad. Pero es aquí donde el punto preciso de lo que el fraile predicador intenta vivir y predicar encuentra su realización. Sin esto, la vida compleja, tan llena de posibilidades, que está viviendo, puede ser sólo una cáscara vacía, mientras que las casas religiosas, en lugar de ser fraternidades de hombres que viven la fe, la estudian y la predican, pueden ser sólo lugares donde un grupo de personas lleva el mismo tipo de vida, una vida vagamente religiosa.
Una verdadera capacidad de renovación
Otro detalle: este sistema jurídico nuestro que evoluciona continuamente, nos da una verdadera capacidad de renovación, y esto tanto más cuanto que la autodeterminación que forma parte de él no es obra de algunos individuos sino de grupos, e implica la intervención de todos los implicados. ¿No fue por esta misma razón por la que nuestros primeros hermanos eligieron esta tipo de gobierno? En gran medida, gracias a esto, la Orden nunca ha experimentado divisiones -los movimientos de reforma que surgieron fueron incorporados y aún hoy podemos admirarnos por todo el instituto- la relevancia de un tipo de gobierno con más de setecientos cincuenta años de antigüedad.
La elección que hizo Santo Domingo no fue al azar. La orden se originó en una confrontación entre la Iglesia y el mundo, en la que encontró, y sigue encontrando, su finalidad y su misión. De ahí surge la necesidad de una renovación continua para poder afrontar el reto de un mundo en continua evolución. Este constante cuestionamiento es necesario no sólo para las conversiones individuales, sino que es una condición de vida para la Orden, para la que la renovación es una segunda naturaleza. (LCO n 1, par vii). Podemos entender por qué el último capítulo general de 1977 hizo tanto de la "formación permanente" como condición indispensable para la renovación a lo largo de los años.
Fidelidad al carisma de la Orden
Un último detalle: como todo ser vivo, la vida religiosa crece según la ley inscrita en su naturaleza y no por razón de de ningún puntal que la sostenga. No puede haber progreso ni renovación de la vida dominicana sin una nueva aplicación de la inspiración de Santo Domingo en su primer brote. Si es cierto que recibimos esta gracia cuando escuchamos la misteriosa llamada a seguir a Cristo con Domingo, hay que añadir que el fortalecimiento y el florecimiento de nuestra personalidad dominicana presupone un esfuerzo continuamente renovado de fidelidad alegre e inventiva al carisma de la Orden. A este nivel, el voto de obediencia es parte de una obediencia más fundamental basada en el Evangelio. Debo vivir el Evangelio dentro de mi vida dominicana. El padre J.M.R. Tillard llega a decir: "Obedezco al Evangelio a través de mis Constituciones". Es importante recordar este vínculo ahora que algunas personas tienen la tentación de buscar en otra parte elementos de espiritualidad que intentan añadir, a toda costa, al maravilloso monumento arquitectónico que son nuestras Constituciones.
Una vida según el Evangelio para que podamos predicar el Evangelio: fue a partir de la relación viva entre esta predicación y nuestra vida comunitaria que surgieron las líneas maestras del gobierno de la Orden. Y si me preguntaran: "Dentro de esta configuración, ¿cómo ves el papel del Maestro de la Orden?", respondería: "Su papel es de presencia"... Esta palabra, como todos sabemos, viene del latín prae-esse que significa cercanía, primacía, superioridad con sus múltiples significados asociados: acogida, escucha, diálogo, comprensión, ayuda, estímulo, persuasión, expresión de autoridad, etc. La palabra presencia significa todo eso. Creo que se ajusta perfectamente al análisis que he sugerido: un tipo de gobierno que surge de la comunión fraterna y de la misión universal de la Orden, y completamente dedicado al servicio de ambas.
(Artículo extraído de un libro escrito por varios autores: A. Quilici (ed), Dominicos. La Orden de los Predicadores presentados por algunos de ellos. Le Cerf, 1980).