CUENTO POLICIAL DE ENIGMA.
En la clase anterior hemos abordado las características del cuento policial. En esta oportunidad, te proponemos ejercitar la lectura, por eso, para esta entrega deberán leer con mucha atención el cuento “El Crimen casi perfecto de Roberto Arlt” y responder las preguntas.
ACTIVIDADES.
1. Leer con mucha atención el siguiente texto.
También lo puedes escuchar en el siguiente AUDIOLIBRO: El Crimen Casi Perfecto - Roberto Arlt - YouTube
Roberto Arlt
La coartada de los tres hermanos de la suicida fue verificada. Ellos no habían mentido. El mayor, Juan, permaneció desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche (la señora Stevens se suicidó entre las siete y las diez de la noche) detenido en una comisaría por su participación imprudente en una accidente de tránsito. El segundo hermano, Esteban, se encontraba en el pueblo de Lister desde las seis de la tarde de aquel día hasta las nueve del siguiente, y, en cuanto al tercero, el doctor Pablo, no se había apartado ni un momento del laboratorio de análisis de leche de la Erpa Cía., donde estaba adjunto a la sección de dosificación de mantecas en las cremas.
Lo más curioso del caso es que aquel día los tres hermanos almorzaron con la suicida para festejar su cumpleaños, y ella, a su vez, en ningún momento dejó de traslucir su intención funesta. Comieron todos alegremente; luego, a las dos de la tarde, los hombres se retiraron.
Sus declaraciones coincidían en un todo con las de la antigua doméstica que servía hacía muchos años a la señora Stevens. Esta mujer, que dormía afuera del departamento, a las siete de la tarde se retiró a su casa. La última orden que recibió de la señora Stevens fue que le enviara por el portero un diario de la tarde. La criada se marchó; a las siete y diez el portero le entregó a la señora Stevens el diario pedido y el proceso de acción que ésta siguió antes de matarse se presume lógicamente así: la propietaria revisó las adiciones en las libretas donde llevaba anotadas las entradas y salidas de su contabilidad doméstica, porque las libretas se encontraban sobre la mesa del comedor con algunos gastos del día subrayados; luego se sirvió un vaso de agua con whisky, y en esta mezcla arrojó aproximadamente medio gramo de cianuro de potasio. A continuación, se puso a leer el diario, bebió el veneno, y al sentirse morir trató de ponerse de pie y cayó sobre la alfombra. El periódico fue hallado entre sus dedos tremendamente contraídos.
Tal era la primera hipótesis que se desprendía del conjunto de cosas ordenadas pacíficamente en el interior del departamento, pero, como se puede apreciar, este proceso de suicidio está cargado de absurdos psicológicos. Ninguno de los funcionarios que intervinimos en la investigación podíamos aceptar congruentemente que la señora Stevens se hubiese suicidado.
Sin embargo, únicamente la Stevens podía haber echado el cianuro en el vaso. El whisky no contenía veneno. El agua que se agregó al whisky también era pura. Podía presumirse que el veneno había sido depositado en el fondo o las paredes de la copa, pero el vaso utilizado por la suicida había sido retirado de un anaquel donde se hallaba una docena de vasos del mismo estilo; de manera que el presunto asesino no podía saber si la Stevens iba a utilizar éste o aquél. La oficina policial de química nos informó que ninguno de los vasos contenía veneno adherido a sus paredes.
El asunto no era fácil. Las primeras pruebas, pruebas mecánicas como las llamaba yo, nos inclinaban a aceptar que la viuda se había quitado la vida por su propia mano, pero la evidencia de que ella estaba distraída leyendo un periódico cuando la sorprendió la muerte transformaba en disparatada la prueba mecánica del suicidio.
Tal era la situación técnica del caso cuando yo fui designado por mis superiores para continuar ocupándome de él. En cuanto a los informes de nuestro gabinete de análisis, no cabían dudas.
Únicamente en el vaso, donde la señora Stevens había bebido, se encontraba veneno. El agua y el whisky de las botellas eran completamente inofensivos. Por otra parte, la declaración del portero era terminante; nadie había visitado a la señora Stevens después que él le alcanzó el periódico; de manera que si yo, después de algunas investigaciones superficiales, hubiera cerrado el sumario informando de un suicidio comprobado, mis superiores no hubiesen podido objetar palabra. Sin embargo, para mí cerrar el sumario significaba confesarme fracasado. La señora Stevens había sido asesinada, y había un indicio que lo comprobaba: ¿dónde se hallaba el envase que contenía el veneno antes de que ella lo arrojara en su bebida?
Por más que nosotros revisáramos el departamento, no nos fue posible descubrir la caja, el sobre o el frasco que contuvo el tóxico. Aquel indicio resultaba extraordinariamente sugestivo. Además, había otro: los hermanos de la muerta eran tres bribones.
Los tres, en menos de diez años, habían despilfarrado los bienes que heredaron de sus padres. Actualmente sus medios de vida no eran del todo satisfactorios.
Juan trabajaba como ayudante de un procurador especializado en divorcios. Su conducta resultó más de una vez sospechosa y lindante con la presunción de un chantaje. Esteban era corredor de seguros y había asegurado a su hermana en una gruesa suma a su favor; en cuanto a Pablo, trabajaba de veterinario, pero estaba descalificado por la Justicia e inhabilitado para ejercer su profesión, convicto de haber dopado caballos. Para no morirse de hambre ingresó en la industria lechera, se ocupaba de los análisis.
Tales eran los hermanos de la señora Stevens. En cuanto a ésta, había enviudado tres veces.
El día del “suicidio” cumplió 68 años; pero era una mujer extraordinariamente conservada, gruesa, robusta, enérgica, con el cabello totalmente renegrido. Podía aspirar a casarse una cuarta vez y manejaba su casa alegremente y con puño duro. Aficionada a los placeres de la mesa, su despensa estaba provista de vinos y comestibles, y no cabe duda de que sin aquel “accidente” la viuda hubiera vivido cien años. Suponer que una mujer de ese carácter era capaz de suicidarse, es desconocer la naturaleza humana. Su muerte beneficiaba a cada uno de los tres hermanos con doscientos treinta mil pesos.
La criada de la muerta era una mujer casi estúpida, y utilizada por aquélla en las labores groseras de la casa. Ahora estaba prácticamente aterrorizada al verse engranada en un procedimiento judicial.
El cadáver fue descubierto por el portero y la sirvienta a las siete de la mañana, hora en que ésta, no pudiendo abrir la puerta porque las hojas estaban aseguradas por dentro con cadenas de acero, llamó en su auxilio al encargado de la casa. A las once de la mañana, como creo haber dicho anteriormente, estaban en nuestro poder los informes del laboratorio de análisis, a las tres de la tarde abandonaba yo la habitación donde quedaba detenida la sirvienta, con una idea brincando en mi imaginación: ¿y si alguien había entrado en el departamento de la viuda rompiendo un vidrio de la ventana y colocando otro después que volcó el veneno en el vaso? Era una fantasía de novela policial, pero convenía verificar la hipótesis.
Salí decepcionado del departamento. Mi conjetura era absolutamente disparatada: la masilla solidificada no revelaba mudanza alguna.
Eché a caminar sin prisa. El “suicidio” de la señora Stevens me preocupaba (diré una enormidad) no policialmente, sino deportivamente.
Yo estaba en presencia de un asesino sagacísimo, posiblemente uno de los tres hermanos que había utilizado un recurso simple y complicado, pero imposible de presumir en la nitidez de aquel vacío.
Absorbido en mis cavilaciones, entré en un café, y tan identificado estaba en mis conjeturas, que yo, que nunca bebo bebidas alcohólicas, automáticamente pedí un whisky. ¿Cuánto tiempo permaneció el whisky servido frente a mis ojos? No lo sé; pero de pronto mis ojos vieron el vaso de whisky, la garrafa de agua y un plato con trozos de hielo. Atónito quedé mirando el conjunto aquel. De pronto una idea alumbró mi curiosidad, llamé al camarero, le pagué la bebida que no había tomado, subí apresuradamente a un automóvil y me dirigí a la casa de la sirvienta. Una hipótesis daba grandes saltos en mi cerebro. Entré en la habitación donde estaba detenida, me senté frente a ella y le dije:
– Míreme bien y fíjese en lo que me va a contestar: la señora Stevens, ¿tomaba el whisky con hielo o sin hielo?
-Con hielo, señor.
-¿Dónde compraba el hielo?
– No lo compraba, señor. En casa había una heladera pequeña que lo fabricaba en pancitos. –Y la criada casi iluminada prosiguió, a pesar de su estupidez.- Ahora que me acuerdo, la heladera, hasta ayer, que vino el señor Pablo, estaba descompuesta. Él se encargó de arreglarla en un momento.
Una hora después nos encontrábamos en el departamento de la suicida con el químico de nuestra oficina de análisis, el técnico retiró el agua que se encontraba en el depósito congelador de la heladera y varios pancitos de hielo. El químico inició la operación destinada a revelar la presencia del tóxico, y a los pocos minutos pudo manifestarnos: – El agua está envenenada y los panes de este hielo están fabricados con agua envenenada.
Nos miramos jubilosamente. El misterio estaba desentrañado. Ahora era un juego reconstruir el crimen. El doctor Pablo, al reparar el fusible de la heladera (defecto que localizó el técnico) arrojó en el depósito congelador una cantidad de cianuro disuelto. Después, ignorante de lo que aguardaba, la señora Stevens preparó un whisky; del depósito retiró un pancito de hielo (lo cual explicaba que el plato con hielo disuelto se encontrara sobre la mesa), el cual, al desleírse en el alcohol, lo envenenó poderosamente debido a su alta concentración. Sin imaginarse que la muerte la aguardaba en su vicio, la señora Stevens se puso a leer el periódico, hasta que juzgando el whisky suficientemente enfriado, bebió un sorbo. Los efectos no se hicieron esperar.
No quedaba sino ir en busca del veterinario. Inútilmente lo aguardamos en su casa. Ignoraban dónde se encontraba. Del laboratorio donde trabajaba nos informaron que llegaría a las diez de la noche.
A las once, yo, mi superior y el juez nos presentamos en el laboratorio de la Erpa. El doctor Pablo, en cuanto nos vio comparecer en grupo, levantó el brazo como si quisiera anatemizar nuestras investigaciones, abrió la boca y se desplomó inerte junto a la mesa de mármol.
Había muerto de un síncope. En su armario se encontraba un frasco de veneno. Fue el asesino más ingenioso que conocí.
RESPONDER.
1. Los tres hermanos de la víctima y posibles sospechosos, ¿qué coartadas tenían respectivamente para la hora del crimen? ¿Son creíbles y verificables?
2. ¿Qué pistas hacían dudar a los investigadores de que se había suicidado?
3. ¿Qué datos hacen creer al investigador que los hermanos tenían que ver con el crimen?
4. ¿Qué características se mencionan de la víctima? Enuméralas.
5. ¿Cómo es la figura del detective?
6. ¿Qué primera hipótesis se plantea el detective? ¿Resultó fructífera?
7. El detective se plantea una nueva hipótesis, menciónala y describe cómo llega a tener la revelación.
8. ¿Quién fue el homicida? ¿Cómo hizo para matar a la víctima sin estar presente en el lugar del hecho?
9. ¿Cuál fue el destino del Homicida?
ACTIVIDADES.
Leer el siguiente texto:
LA PIEZA AUSENTE.
Comencé a coleccionar rompecabezas cuando tenía quince años. Hoy no hay nadie en esta ciudad – dicen – más hábil que yo para armar esos juegos que exigen paciencia y obsesión.
Cuando leí en el diario que habían asesinado a Nicolás Fabbri, adiviné que pronto sería llamado a declarar. Fabbri, era director del Museo del Rompecabezas. Tuve razón: a las doce de la noche la llamada de un policía me citó al amanecer en las puertas del Museo.
Me recibió un detective alto, que me tendió la mano distraídamente, mientras decía su nombre en voz baja –Laínez- como si pronunciara una mala palabra. Le pregunté por la causa de la muerte:- veneno- dijo entre dientes.
Me llevó hasta la sala central del Museo, donde está el rompecabezas que representa el plano de la ciudad, con dibujos de edificios y monumentos. Mil veces había visto ese rompecabezas: nunca dejaba de maravillarme. Era tan complicado que parecía siempre nuevo, como si, a medida que la ciudad cambiaba, manos secretas alteraran sus innumerables fragmentos. Noté que faltaba una pieza.
Lainez buscó en su bolsillo. Sacó un pañuelo, un cortaplumas, un dado, y al final apareció la pieza. – Aquí la tiene. Encontramos a Fabbri muerto sobre el rompecabezas. Antes de morir arrancó esta pieza. Pensamos que quiso dejarnos una señal.
Miré la pieza. En ella se dibujaba el edificio de una biblioteca, sobre una calle angosta. Se leía, en letras diminutas, pasaje La Piedad.
- Sabemos que Fabbri tenía enemigos – dijo Lainez – Coleccionistas resentidos, como Santandrea, varios contrabandistas de rompecabezas, hasta un ingeniero loco, constructor de juguetes, con el que se peleó una vez.
- Troyes –dije -. Lo recuerdo bien.
- También está Montaldo, el vicedirector del Museo, que quería ascender a toda costa.
- ¿Relaciona a alguno de ellos con esa pieza? – Dije que no.
- ¿Ve la B mayúscula, de Biblioteca? Detuvimos a Benveniste, el anticuario, pero tenía una buena coartada. También combinamos las letras de la Piedad buscando anagramas. Fue inútil. Por eso pensé en usted.
Miré el tablero: muchas veces había sentido vértigo ante lo minucioso de esa pasión, pero por primera vez sentí el peso de todas las horas inútiles. El gigantesco rompecabezas era un monstruoso espejo en el que ahora me obligaban a reflejarme. Solo los hombres incompletos podíamos entregarnos a aquella locura. Encontré (sin buscarla, sin interesarme) la solución.
- Llega un momento en el que los coleccionistas ya no vemos las piezas. Jugamos en realidad con huecos, con espacios vacíos. No se preocupe `por las inscripciones en la pieza que Fabbri arrancó: mire mejor la forma del hueco.
Lainez miró el punto vacío en la ciudad parcelada: leyó entonces la forma de una M.
Montaldo fue arrestado de inmediato. Desde entonces, cada mes me envía por correo un pequeño rompecabezas que fabrica en la prisión con madera y cartones. Siempre descubro, al terminar de armarlos, la forma de una pieza ausente, y leo en el hueco la inicial de mi nombre.
Pablo De Santis (2014) “La pieza ausente”, en Trasnoche. Buenos Aires, Alfaguara.
2. ¿Cuál fue la causa de la muerte de Fabbri?
3. ¿Por qué el narrador es llamado a declarar?
4. ¿Qué imagen formaba el rompecabezas de la sala central?
5. ¿Por qué al narrador le maravillaba el rompecabezas?
6. ¿Cómo se relaciona el dibujo que aparece en la pieza ausente con la detención de Benveniste?
7. ¿Por qué arrestaron a Montaldo?
1. Leer y elegir uno de los siguientes temas:
No tocar un artefacto eléctrico con las manos húmedas. / * Cepillarse los dientes antes de ir adormir. /* No hablar con extraños. / * No decir malas palabras.
2. Una vez elegido el tema, imagina cómo se lo harías comprender a un niño y escribe un texto explicativo. MINÍMO 10 renglones. En el texto deben aparecen algunos de los recursos que se trabajaron anteriormente.
TEMA: TEXTOS EXPOSITIVOS.
1. Lee el siguiente texto:
entre las creencias populares de la Puna hay una variedad de seres sobrenaturales imaginarios o fantásticos. los poderes que se le atribuyen no solo actúan sobre la vida de las personas sino también sobre todo ecosistema de la zona que defienden
veamos quiénes son, qué poderes tienen y cómo se venera a la pachamama y al coquena, los principales.
la pachamama es una creencia originaria de la cultura Aymará, un pueblo de las mesetas andinas de perú y bolivia; que fue sometido primero por los incas y luego por los conquistadores españoles. la pachamama es considerada la deidad suprema en todo el Noroeste y también en bolivia y perú. se la describe como a una india vieja de baja estatura. entre sus poderes están el de ayudar a los tejedores y alfareros y el de castigar a aquellos que no cuidan el ganado.
los creyentes veneran a la pachamama construyendo apachetas, que son montones de piedras alzadas a orillas de los senderos donde se dejan las ofrendas (hojas de coca, bebidas, dinero).
también se realiza una ceremonia anual el 10 de agosto, “La Corpachada”, que en el campo consiste en rezar entre los surcos (aquí aparece el Cristianismo); y cavar un hoyo en la tierra para colocar ofrendas. en las minas, en cambio, se construye un altar en un socavón; se dejan ofrendas allí y se sacrifican ovejas previamente adornadas. y en las ciudades, donde no se realiza la ceremonia, las familias hacen una limpieza especial de la casa y toman purgas para limpiar el cuerpo y ahuyentar a los espíritus malignos.
el Coquena es una creación de origen Diaguita – Calchaquí; una cultura del extremo Noroeste de nuestro país que desapareció hacia el 1700. el coquena es descrito como un enano indígena que masca coca. Vigila al ganado que pasta y es capaz de guiarlo a los mejores sitios de pasturas. castiga a los cazadores que diezman a los guanacos y vicuñas con armas de fuego y a los arrieros que cargan demasiado a las llamas. A los buenos pastores, en cambio, los premia con monedas de oro. al Coquena se le teme y es mejor no hallarlo.
Actividades:
1. Lee varias veces el texto y luego complétalo con:
a. Un título adecuado (piensa uno y agrégalo)
b. Agregar las mayúsculas que faltan.
c. Busca o consulta en el grupo las palabras que te resultan desconocidas.
d. Marca los párrafos con una llave y luego ponle un título a cada uno.
e. Subraya las ideas principales de cada párrafo.
f. Con las ideas principales y lo que entendiste del texto leído realiza un resumen y escríbelo en la carpeta.
g. ¿Cuáles son las similitudes y las diferencias que encuentras entre la Pachamama y el Coquena? Hacer una lista en la carpeta.