La experimentación con animales es un dilema moral, porque en ella entran en conflicto dos bienes que deberíamos proteger, pero parece que no podemos protegerlos los dos a la vez. Por un lado, tenemos el avance del conocimiento y la esperanza de curar algunas enfermedades que afectan a seres humanos y también a otras especies de animales. Se trata de la esperanza de salvar vidas, como bien lo expresó María Gálvez, directora de la Federación Española de Parkinson. Para cualquier persona que sufra un problema de salud, y para sus familias, la investigación científica es absolutamente prioritaria. Y sabemos que el uso de animales ha contribuido al avance de la medicina y también de la veterinaria.
Por otro lado, tenemos las vidas de los animales que se usan en experimentación científica, que sufren y mueren para producir esos avances, y que no podrán beneficiarse de ellos. ¿Es moralmente correcto sacrificar animales para lograr avances científicos? Es una pregunta difícil, porque los animales no son seres que existan para nosotros, no son propiedad nuestra, no son meras herramientas que se reducen a su valor instrumental. Los animales son seres que existen para sí mismos, para vivir sus propias vidas, y a los que hay que reconocer un valor intrínseco, como afirma la Directiva 2010/63/UE del Parlamento Europeo relativa a la protección de los animales utilizados para fines científicos.
Lo terrible de este dilema es que parece que, tomemos la decisión que tomemos, siempre hay alguien que pierde. O bien sufren los animales, o bien no vamos a poder curar alguna enfermedad. Parece que no haya manera de proteger esos dos bienes al mismo tiempo. Precisamente por ello, la solución que se ha adoptado en Europa y en buena parte de Occidente es una solución intermedia: se acepta el uso de animales, pero garantizándoles un cierto grado de bienestar. La clave es el principio de las 3R [Reducir, Reemplazar, Refinar] que explicaba anteriormente. En ese principio se basa la Directiva europea de 2010, y en ella a su vez se basa la legislación de los países europeos como España.