Definiendo el ocio
Al explorar inicialmente el ocio, hemos topado con varias características que quizás sean parte de su definición:
Libertad: el ocio es algo elegido libremente y se contrapone a otras actividades que nos vemos obligados a realizar.
Obligaciones legales (un contrato de trabajo)
Sociales (bailar en una fiesta, asistir a un funeral)
Personales (salir a correr con un amigo con el que habíamos quedado)
Morales (cuidar el jardín de nuestro abuelo porque se lo prometimos antes de su muerte). El ocio es elegido libremente, sin ningún compromiso, y podemos practicarlo o abandonarlo a voluntad. El ocio es lo que hacemos en nuestro tiempo libre, en el tiempo que nos queda tras nuestro trabajo, nuestros estudios o cualquier otra obligación.
Sin utilidad: el ocio no nos produce beneficio material, no ganamos dinero con él, ni lo hacemos para lograr prestigio o influencia. Una actividad ociosa se hace por ella misma, no por algo que queremos conseguir gracias a ella. De la actividad ociosa no resulta ningún producto del que sacar beneficio material; cuando ella termina somos tan ricos o tan pobres como cuando la empezamos.
Disfrute: elegimos nuestro ocio y lo practicamos sin buscar algo ulterior, porque disfrutamos haciéndolo. El ocio es placentero; no concebimos que alguien sufra o lo pase mal durante su tiempo de ocio.
El ocio entendido como conjunto de actividades libres, placenteras y que se hacen por el valor que les damos a ellas mismas y no por alguna utilidad o beneficio ulterior, se relaciona con ideales como la autorrealización, el pleno desarrollo de nuestros talentos y el logro de la felicidad. ¿Es posible que estas tres características definan el ocio? Quizá hayamos superado el desafío socrático al definir todas las actividades ociosas como aquellas que:
a) Son elegidas libremente.
b) Se practican por ellas mismas.
c) Son placenteras para quien las practica.
Es un comienzo prometedor pero como sucede en los diálogos socráticos, las objeciones no tardan en aparecer. En nuestro caso, las dificultades surgen al intentar precisar estas tres características.
Dificultades de una definición precisa
Nuestras elecciones rara vez son absolutamente libres; elegimos dentro de nuestras posibilidades y entre las opciones disponibles. Si elijo entre dibujar y montar en bicicleta, es porque puedo asistir a clases de dibujo y porque hay carriles bici en mi ciudad, porque tengo una guitarra y tengo bicicleta. Además, muchas actividades de ocio, aunque elegidas libremente, conllevan compromisos: me he apuntado a clases de dibujo y aunque algún día no me apetece ir, me he comprometido a ir.
A diferencia del trabajo, el ocio no es productivo, no ganamos dinero con él. Pero ¿qué hay de malo si algunas personas quieren comprar mis dibujos? Yo empecé a dibujar y lo seguiré haciendo porque me gusta, no por ganarme la vida. ¿Ganar dinero con mis dibujos convierte dibujar en un trabajo? A veces el ocio y el negocio van unidos y no siempre es fácil trazar la frontera entre los dos. Y no es sólo el dinero, otros beneficios menos tangibles también pueden hacernos elegir o seguir practicando nuestro ocio favorito: siempre he jugado al tenis, pero desde que juego con mis compañeros de trabajo y con mi jefe, juego más a menudo porque también mejora el ambiente de trabajo y mis expectativas de ascenso.
Disfrutamos con nuestro ocio, pero las relaciones entre placer y ocio son complejas: las primeras clases de guitarra no son muy divertidas, pero no las abandono porque sé que pronto disfrutaré tocando. Y no es solo que el disfrute no siempre acompañe al tiempo de ocio desde el primer momento, sino que en ocasiones preferimos dedicar nuestro tiempo libre al descanso, a no hacer nada, ni siquiera algo con lo que disfrutaríamos, y preferimos simplemente descansar. Disfrutaría más haciendo otras actividades, pero elijo dedicar mi tiempo libre a no hacer nada. Quizá el descanso sea otro tipo de placer, más tranquilo, menos excitante.
Si aceptamos que hay muchas maneras de disfrutar (y que hay placeres más y menos intensos), si añadimos que la libertad de elección no es absoluta (elegir conlleva aceptar limitaciones y compromisos), si admitimos que hay beneficios no directamente materiales (y que incluso ocio y dinero pueden mezclarse), entonces muchas actividades que a primera vista no parecen ociosas quizá sí lo sean:
Me gusta leer, y también quiero mejorar mis notas, así que he elegido leer más en mi tiempo libre.
En mi tiempo libre ayudo al banco de alimentos de mi barrio. He aceptado hacer unas horas extras en mi trabajo y donaré lo que me paguen al banco de alimentos.
Empecé a tocar la guitarra como una distracción, pero tras haber invertido mi tiempo y mi dinero en aprender y ahora tocar en una orquesta de guitarras, me resultaría difícil dejar esta afición.
Estos ejemplos y otros similares que podrían ponerse nos hacen dudar que el ocio sea una actividad definible de forma precisa. A diferencia de conceptos más precisos (como los conceptos matemáticos), el ocio es un concepto difuso sin una frontera precisa que lo separe de actividades como el trabajo, los estudios y las obligaciones familiares y sociales:
El ocio pleno, donde coinciden libertad absoluta, ausencia de cualquier beneficio material y puro disfrute se sitúa en un extremo ideal. En el otro extremo, el trabajo entendido como obligación sin libertad, cuya única motivación es el beneficio material y sin disfrute alguno, es otro extremo ideal, una combinación de elementos negativos que rara vez suceden.
Entre ambos extremos, las actividades de ocio y trabajo reales ni son plenamente libres las unas ni completamente obligadas las otras, ni siempre carentes de beneficio material las unas ni sólo productoras de beneficio material las otras, y por último puede haber actividades de ocio donde el disfrute tenga un papel secundario y actividades laborales que sean placenteras. En la zona intermedia, donde se solapan elementos de ocio y de trabajo, es donde más surgen debates y dilemas filosóficos.