• Picasso. Suite Vollard. Por J. Bosco Díaz-Urmeneta

La 'Suite Vollard', crónica de un amor

La Fundación Madariaga acoge la serie que Picasso abordó en los años difíciles de su ruptura con Olga Koklova y su relación con Marie Thérèse Walter

J. BOSCO DÍAZ-URMENETA SEVILLA | ACTUALIZADO 12.11.2013 - 05:00

Fueron los peores años de mi vida, decía Picasso de aquellos en los que hizo laSuite Vollard. Tenía motivos. Intensamente enamorado de Marie Thérèse Walter, a la que llevaba casi 30 años, la relación debía ser casi clandestina porque el artista no quería ceder obra alguna a Olga Koklova, su esposa legal, como debería hacer en caso de divorcio. Se aplicó con mayor vigor aún al arte: esculturas (unas realizadas con materiales de desecho, otras, como las cabezas de Marie Thérèse, cuidadosamente fundidas), pinturas (de nuevo Marie Thérèse en un gran cuadro, El sueño) y desde luego, los 100 grabados encargados por Vollard.

Interesa el dato biográfico porque Marie Thérèse protagoniza muchos grabados de la Suite: la vemos compartiendo el descanso del escultor y también como modelo y como escultura, y en algún caso cumpliendo ambos papeles a la vez. En un grabado aparece mirando su imagen esculpida, mientras se apoya en un cuadro que también recoge su figura.

Pero junto a esa pasión, Picasso tiene preocupaciones artísticas que surcan también la Suite Vollard. Son años en los que está cerca del surrealismo pero sigue reflexionando sobre el alcance de la imagen clásica (que trabajó en otro encargo de Vollard sobre el cuento de Balzac La obra de arte desconocida). No parece casual que en dos estampas dedicadas al taller del escultor se cuele de rondón una talla surrealista (también una cubista que recuerda al cuadroMuchacha ante el espejo, de nuevo la Walter). Pero casi toda la serie dedicada al escultor (46 grabados) es un estudio de la imagen clásica: la serenidad y firmeza de los cuerpos capaces de crear espacio propio, las ordenadas composiciones (aun agitadas a veces por la danza o un apasionado centauro) y la nitidez del dibujo son otros tantos rasgos de una clasicidad (diría Giulio Carlo Argan) decidida. Sirva de muestra la reiterada ambigüedad que hace dudar entre cuál es la escultura y cuál la modelo (y alguna vez entre la figura del propio escultor y su obra).

Las posibilidades del surrealismo aparecen con más claridad en las 15 piezas dedicadas al Minotauro y las tituladas La batalla del amor. Estas últimas son en realidad escenas de violación en las que cuerpos frenéticamente deformados saturan la cuadrícula de papel. Más que reflejo de una pasión, estas piezas parecen ensayos formales: ¿cómo conformar el espacio de la imagen en el extremo opuesto al orden clásico?

En las estampas dedicadas al Minotauro hay por el contrario un examen de las alternativas iconológicas de un mito. Sus consecuencias pueden llegar hasta el Guernica, pintado al terminar la Suite Vollard. Picasso había estudiado las Metamorfosis de Ovidio con ocasión de una serie encargada por Albert Skira y publicada en 1931, donde ya aparecía el Minotauro. Más tarde, en 1933 Picasso lo dibuja para confeccionar el collage que servirá de portada al primer número de la revista surrealista a cuya cabecera dio nombre la criatura mitológica. Un animal de cuerpo humano y sobre todo un hombre con cabeza animal eran definitorios para el surrealismo. Picasso lo presenta en su brutal lucha con una amazona (¿otra violación?), bebiendo y apasionado con una mujer, y en una Escena báquica, donde construye excelentes escorzos de cuerpos femeninos. Pero la breve serie (15 grabados) tiene su clímax en las tres estampas dedicadas a la muerte de Minotauro y las cuatro del Minotauro ciego.

Las obras que Picasso dedica al Minotauro, sean o no de la Suite Vollard, son una reposada meditación sobre cuánto debe la vitalidad humana a los instintos animales y sobre el perjuicio que causa a la identidad humana la moral o aun el civismo que ponen coto a esos instintos. Una reflexión que se extiende al menos hasta 1938 cuando el monstruo traba sus facciones con las de un hombre junto a una paleta y un manojo de pinceles, y bajo el potente resplandor de una vela. Por eso la muerte de Minotauro a manos humanas siembra de nostalgia los rostros femeninos que contemplan el lance. Las estampas del Minotauro ciego van en parecida dirección. Siempre los mismos personajes: marineros desde un barco y un muchacho indiferente en tierra miran a la bestia que, ciega, camina de la mano de una niña. Los grabados, realizados en otoño de 1934 -casi coincidiendo con la Revolución de Asturias (uno de ellos contiene una réplica invertida del cuadro de Picasso La muerte de Marat (1931)- anticipan el tituladoMinotauromaquia, fechado en la primavera de 1935.

La Suite la completan cinco divertidas piezas dedicadas a Rembrandt y tres retratos de Vollard que murió antes de completarse, en 1939, la impresión de la obra. George Petit la compró y sacó a la luz en 1950. En 1971 se expuso en España por primera vez sufriendo un atentado por parte de los llamados Guerrilleros de Cristo Rey.