• Filippo Juvarra. Por una carroza que nunca llegó.

Por una carroza que nunca llegó

JUAN CARRETE PARRONDO

27/04/1994 El Mundo

Es difícil, o quizá demasiado fácil, imaginarnos el ambiente de Madrid en el primer tercio del siglo XVIII, el cambio de dinastía reinante, los nuevos ministros, las nuevas ideas. Un ambiente que impulsaba aires renovadores que llegaron incluso a la Arquitectura. Pero sin duda que como substrato estaba todo lo anterior, una tradición de cultura barroca tanto en la mentalidad como en las formas. En 1734, un suceso extraordinario para Madrid: arde completamente el Alcázar Real, todo un símbolo del pasado, algunos incluso dirán que el propio Rey le prendió fuego.

En este ambiente, es llamado a Madrid el más internacional de los arquitectos europeos, Filippo Juvarra (Mesina, 1678), arquitecto de vigorosa y excepcional fantasía, hombre de mano fácil para el dibujo e incluso para el grabado, formado en los principios de que la arquitectura forma parte de la escenografía urbana y del propio paisaje, el cual tenía como máxima el que la arquitectura debería ser «elogiada pero sencilla». Artista internacional que había trabajado en Sicilia, Roma, Nápoles, Viena, Turín, etc., lugares en donde había creado peculiares universos barroco-clasicistas al servicio de lo áulico y de la «metáfora del poder».

Este artista llega a la Corte el 12 de abril de 1735, ¿que diferencias encontraría con la Corte de Turín? ¿Cómo fue acogido por sus colegas arquitectos? En alguna ocasión se vio obligado a afirmar que había venido a España no en busca de oro, sino de «gloria desinteresada». El caso es que en pocos meses de trabajo inagotable inventó el nuevo Palacio Real, del cual hizo una maqueta para ser presentada al Rey. A los pocos meses de su llegada una fría tarde de invierno, el 31 de enero de 1736, moría el genial arquitecto, quizá porque le faltó la carroza que se le había prometido para sus desplazamientos. Un testigo de la época narra así su muerte: «El pobre don Filippo entregó su alma al señor tras seis días de enfermedad a las cinco de la tarde, llorado por sus majestades y universalmente por toda la Villa y Corte. La Reina me hizo el honor de hablarme de él en términos muy sensibles cuando yo me creí en el deber de agradecerle todas las bondades que ella le manifestó mientras residió en esta Corte... Debo decir a V. E. que aunque nuestros días están contados el pobre don Filippo contribuyó a su muerte con un violento ejercicio a pie tras haber trabajado mucho falto de carroza que jamás quiso tomar, siempre en espera de la de la Corte, que no estaba aún dispuesta, y un día de tantos se retiró a sus aposentos bañado de sudor de una cámara fría y sin chimenea».