Relato Casi guerrillera con nuevo epílogo

Relato "Casi guerrillera".... con nuevo epílogo.

"Triste epílogo para mi relato: ¨Casi guerrillera¨".

En el año 2001, en una lejana montaña de Antioquia, dos bellas adolescentes decidieron irse para la guerrilla, "porque esos guerrilleros como que pasan muy bueno".

Esta historia la supe, por la mujer que hoy día es mi esposa y madre de mis hijos, ella era una de esas chicas. Cuando se presentaron a la guerrilla sólo se llevaron a una, a la otra -mi esposa- no la aceptaron sólo porque ... (leer mi relato que lo transcribo a continuación). Esta semana supe, que dado el actual proceso de Paz que se está dando entre Santos y la guerrilla a la familia de la chica que sí aceptaron para que entrara a la guerra, a esta familia le acaban de informar, que la chica sólo duró viva un año, porque en un enfrentamiento la mataron.

Comparto de nuevo mi relato, con una tristeza por el dolor de esta familia, y con el anhelo de que esta guerra se acabe por fin, y para que en Colombia -por las razones que sean- los jóvenes nunca más sean obligados a "elegir" la guerra, y por el contrario, tengan las condiciones necesarias para elegir la Vida.

"Casi guerrillera"

Era silenciosa, una virtud poco frecuente en las personas de mi tierra. Después de tanto insistirle accedió a salir conmigo.

Me traía loco. No sé si era por el acento de su voz, -aquella forma de hablar propia de las gentes de las montañas de Antioquia-, como si hubiese salido de la «casa de las dos palmas». No sé si era por sus ojos claros, o por su piel blanca, que aunque ya pálida aún dejaba entrever la niña de cachetes rosados del pueblo frío que un día fue. No sé al fin por qué, pero puse en ella toda mi ilusión.

En aquel primer paseo escuchó muy atenta cada una de las aventuras que le relataba. Era tan poco lo que hablaba que más que un diálogo, parecíamos ejecutando un monólogo, donde ella era el público y yo el único actor. De repente entendí que estaba hablando demasiado y permití un silencio entre los dos.

Cuando ya había perdido la esperanza de escucharla, abrió más sus ojos expresivos y me dejó atónito con una confesión: «Yo estuve a punto de volverme guerrillera». ¿En serio? Le inquirí, todavía sin creerle, o más bien, sin asimilar lo que me contaba. Y agregó: «Sí, en mi pueblo, cuando tenía doce años, un día con una amiga nos volamos de la casa y nos fuimos para la guerrilla».

No pude disimular mi asombro. Ahora en cuestión de segundos se había vuelto mil veces más atractiva para mí. Yo, intelectual cobarde, que me encerré en los libros, que siempre me avergoncé por no haber sido capaz de renunciar a mis privilegios de niño mimado de la ciudad, que aunque marxista, leninista, castrista, y todos los “…istas” hasta los huesos, con todo eso y no había sido capaz de jugarme el pellejo e ir a entrar en la acción, que seguía como intelectualito haciendo revoluciones no más que en papel; yo, ahora encontraba una joven más aguerrida, que casi siendo una niña, ya había tomado la decisión que yo nunca tomé.

Tenía muchas preguntas que quería hacerle. Mientras la miraba, ella solamente seguía con su calma natural, no me aguanté y le hice todas las preguntas a la vez. Ella siguió callada. Yo deduje que aún no le generaba tanta confianza como para que me contara más y por recato no le insistí más. Pero yo seguía igual de inquieto. Además recordé que a uno en Colombia lo pueden matar no más por hablar.

Seguí un rato más en silencio, como quien ya no quiere la cosa, pero más intrigado y emocionado por la mujer que estaba a mi lado. Estaba realmente inquieto con la cuestión. Esta diosa del Olimpo, que no del Olimpo sino de Yarumal, además de bella, pensaba yo, era una militante también de mis deseos de revolución. Me la imaginé como mi Manuela Sáenz, como mi Lou Salomé.

A mi cabeza fabuladora, llena de angustias, tragedias y proezas no se le podía ocurrir que las cosas pudieran ser más sencillas y menos complicadas. Para mí, delirante, estaba ya al lado de una valiente guerrera clandestina compatriota que encontré fuera de mi país.

Con una calma infinita y una sonrisa discreta en su rostro, por fin me respondió: «No, que va, nada de política, yo de eso no entendía nada, ni en esa época ni hoy. Simplemente un día con mi amiga se nos ocurrió irnos para la guerrilla, así no más». Pero, ¿por qué? Insistí. ¿Las obligaron, tenían problemas en la casa, las amenazaron, las sedujeron, las formaron? «No, nada de eso». En ese punto se sonrió más y prosiguió. «Nosotras veíamos que los guerrilleros vivían muy bueno y nos dieron ganas de irnos para allá». ¿Y entonces qué pasó? «El día que nos fuimos a mí no me aceptaron porque no tenía botas. Mi amiga si las tenía y se la llevaron. A mí me dejaron porque estaba con unos zapatos que no eran adecuados y me dijeron que después volvían por mí pero nunca regresaron».

Volvió a quedarse en silencio, con una placidez genuina que avergonzó mi mente febril.

¡¡¡Por unas botas!!! Seguí pensando mientras la miraba. Y saber que yo un día estuve a punto de escribir una tesis doctoral sobre “las causas objetivas y subjetivas que llevaban a la población juvenil campesina colombiana a elegir incorporarse en algún grupo armado”. En verdad, seguí pensando, que pendejos somos a ratos los intelectuales de la ciudad.

Frank David Bedoya Muñoz.

República Bolivariana de Venezuela,

Enero de 2014.