Comentario sobre el relato El cura, las muchachas y el maestro perverso

Comentario sobre el relato:

“El cura, las muchachas y el maestro perverso”

de Frank David Bedoya Muñoz

Belén Castellanos Rodríguez

Doctora en filosofía

Hay obras literarias, muy pocas en realidad, que son obras maestras universales. Hay otras menores que son imposibles de juzgar fuera de su contexto, de su intención y del concreto público con el que el autor desea dialogar. A este último caso pertenece el relato: “El cura, las muchachas y el maestro perverso” del historiador colombiano Frank David Bedoya Muñoz.

Una cosa que me resulta extraña, en este texto, es que el autor escribe autobiográficamente pero en tercera persona.

Un texto autobiográfico en tercera persona dificulta mucho cualquier intento de crítica literaria. Produce mucho desconcierto hablarle a alguien al mismo tiempo de su personaje y de él mismo que es su propio personaje, sobre todo cuando se lo trata en tercera persona, aunque esta duplicación siempre es una apuesta arriesgada para el que escribe y para el lee o comenta.

Me temo que esa condición de maestro en Colombia es la misma en todo el planeta, salvo, quizás, algún recóndito reducto en el que el maestro cuenta con otro estatus pero porque el maestro no es solo el que transmite un conocimiento sino que sería maestro en otros aspectos que ya no pueden atribuírsele en la sociedad moderna.

Esa tercera persona resulta rara sobre todo por lo siguiente: es como si el autor hablara de él pero no desde él sino como imaginando que hablaría de otra persona. Diría finalmente, que hay una pulsión de muerte allí.

Me atrevería a decir que en el transcurso del diálogo, definitivamente, hay poco de perversión. En el relato no se habla de las reglas y normas como de algo que divierta ni al personaje ni al narrador y esa es la piedra angular de la perversión. El impulso tanático lo advierto en el modo del discurso. Se lee y toma la apariencia o la resonancia con algo que contaría alguien de un ser querido o apreciado, más bien, que hubiera fallecido.

Ese género que, sin duda lo es, el género literario-funerario, tiene dos notas características: hablar de alguien como si ya no estuviera (porque claro, los muertos no están) pero sobre todo resaltando indirectamente el siguiente mensaje: "ya no está, luego sus virtudes y defectos ya no tienen un efecto en la realidad, ya no es ni un posible salvador ni un posible peligro para nadie. A partir de ello, pues, hablemos de él sin problema pero con el cuidado que merecen los muertos ya que se redimieron con la muerte y nos redimen".

La otra característica es tratar de que, ya que el personaje no tiene un efecto mecánico en el mundo, conlleve en su propio suceso una imagen del mundo en que vivió.

Este tipo de textos nos hablan de un muerto para hablarnos de la época que muere con él, para darle una memoria al tiempo que se la sepulta.

Lo perverso se muestra al revés, no como un ser fallecido sino, al contrario, siempre como un niño, o como alguien infantil. Por eso el autor, quizá, muestra un maestro perverso, que considera nunca fue él el perverso, más bien para el autor, la perversa es la sociedad.

Acá no veo perversión, veo a un sepulturero, a un neurótico enterrando un pasado que es dable sepultar para poder vivir y que, como saben los neuróticos, su desdicha es que el pasado no se les va.

¿Con la escritura lo lograrán?

Belén Castellanos Rodríguez

Oviedo, Asturias, España.

15 de Junio de 2016.