Comentarios a la vida y obra de Nietzsche

Frank D Bedoya M


Este texto está conformado por gran parte de las conferencias que presenté en la Casa Museo Otraparte, en Envigado, entre agosto de 2007 y abril de 2008 en el marco de la Escuela Zaratustra II.

Retrato de Nietzsche por Hadi Karimi.

Cada vez que intento imaginarme a Nietzsche niño o joven, veo a un chico profundamente serio. No timorato, ni solapado, ni aburrido. No, un hombre que desde pequeño, nunca dejó de meditar y analizar su propia existencia, que miraba más allá de sus propias narices, un ser que quería hundirse en los más profundos abismos de la existencia humana. No, Nietzsche no era el típico niño juicioso, sólo que desde su más temprana infancia, angustiado trataba desesperadamente de conocerse a sí mismo, con una exigencia y un amor a la verdad de unos extremos increíbles, siempre en guardia consigo mismo, siempre en guardia contra los engaños que uno mismo se crea y se cree.

No había una postura vanidosa en esta forma de existencia. El niño Nietzsche no hacía las cosas para que lo vieran. No posaba para los demás, todo lo contrario. Este hombre desde muy temprana edad se concibió como un solitario. Nietzsche como él mismo dijo en una ocasión, “fue la soledad hecha hombre”.

Notarán ustedes que en esto no aparece nada que celebrar, esta soledad y esta forma de existencia, más que sosiego, lo que significaba era constante tensión, dureza, la seriedad necesaria para meditar la existencia. No fue fácil la vida de Nietzsche, y aun así su vida, no fue de resentimiento, todo lo contrario, fue afirmación constante de la existencia, fue la voluntad de superarse a sí mismo. Del cumplimiento cabal de aquel mandato griego: “Conócete a ti mismo”. La gesta nietzscheana, será atravesar ese profundo dolor y salir indemne, bailando, sonriendo, con una carcajada dionisiaca, creando valores, criticando al hombre hasta las últimas consecuencias, diciendo finalmente a la vida: he aquí al hombre, el que te veneró, el que te padeció y te conoció. El hombre que se hizo libre diciendo a la vida, “venga pues, vamos a vivir, tenéis un sí.

El día de hoy voy a detenerme en algunos episodios fundamentales de la infancia y juventud de Nietzsche. Y dado que hoy contamos con la correspondencia de esta primera etapa de su vida, gracias a la Editorial Trotta que está en la empresa de traducir a nuestra lengua, por primera vez, la correspondencia completa de nuestro filósofo, voy a complementar este estudio con algunos fragmentos de las cartas del joven Nietzsche, donde voy a hacer hincapié en sus propios testimonios sobre el encuentro con sus dos más grandes influencias. Para los que quieran profundizar, los exhorto para que lean la monumental y mejor biografía que se ha hecho del filósofo. La obra Friedrich Nietzsche de Curt Paul Janz, traducida al castellano y editada por Alianza Editorial.

Friedrich Nietzsche nació en una localidad de Alemania llamada Röcken, hijo de un pastor protestante llamado Karl Ludwig Nietzsche y de Franziska Oeheler, mujer profundamente cristiana, que soñó con ver convertido a su hijo en otro pastor cristiano, pero la vida no la va complacer y ya sabremos en qué se va a convertir su pequeño Fritz.

En 1858 pensando en su infancia, Nietzsche escribió: “Muy pronto fueron desarrollándose varias características. Tales como cierta calma y tendencia a permanecer callado, características que me mantuvieron ligeramente alejado de los otros niños, junto a ellas iba brotando ocasionalmente el apasionamiento. Totalmente al margen del mundo exterior, viví en el seno de un círculo familiar feliz; el pueblo y su entorno más cercano fueron mi mundo, todo lo distante constituía para mí un reino mágico desconocido”.[1]

Nietzsche va a sentir una admiración profunda por su padre, a pesar de que se fuera a distanciar tan drásticamente de sus pensamientos. Siempre conservó el más grato recuerdo de él, como un hombre dotado de un gran espíritu, serenidad y sensibilidad. Y si bien no siguió el camino de la religión, sino todo lo contrario, sí heredó de su padre el sentido del deber y la diligencia del trabajo.

Cuando tenía tan solo cinco años, murió su padre. Ahora no vayan a pensar que en este seminario a todo mundo cuando es niño se le muere el papá y por eso se hace grande. Nada de eso. Otra vez una circunstancia fortuita. En la historia de Nietzsche esta temprana pérdida fue muy dolorosa. Mucho tiempo después expresó: “Aunque era muy joven e inexperto, yo poseía ya una idea de la muerte; el pensamiento de verme separado siempre de mi querido padre me llegó muy adentro y lloré con gran amargura”.[2] En adelante quedaría en la garras de su piadosa madre y su púdica hermana que lo saturaron de moralismo y beatitud. Más adelante dejaré en palabras del mismo Nietzsche su juicio sobre esto.

De su vida escolar los biógrafos nos han contado una anécdota bastante diciente de su peculiar personalidad. El testimonio es de su hermana: ―«Un día al acabar el colegio, cayó una gran tormenta sobre el lugar. Nosotros mirábamos el Callejón del Cura de arriba abajo, esperando ver a nuestro Fritz. Todos los chicos salieron de estampida hacia sus casas, como un rebaño salvaje. Por fin apareció también Fritzchen que avanzaba tranquilamente, con su gorra resguardada bajo su pizarra, sobre la que había extendido su pequeño pañuelo… Como nuestra madre, al verlo llegar absolutamente empapado, comenzó a hacerle reproches, él respondió muy seriamente: «Pero, mamá, en el reglamento escolar se dice que los alumnos, al abandonar la escuela, no deben saltar ni correr, sino que se dirigirán tranquila y correctamente a sus casas»”.[3]

Nietzsche era pues un hombre introvertido con los demás, pero extrovertido consigo mismo, si se permite decirlo así. En su época escolar escribió más de ocho esbozos autobiográficos. Recordemos aquello que decíamos en la primera conferencia. Nietzsche escribía para sí mismo, para él escribir significaba vivir. Miremos pues, de su propia pluma el balance de su vida escolar. El que escribe tiene 19 años, y bajo el título Mi vida dice:

“Comenzó la época del gimnasio y, con ella, los nuevos intereses y las nuevas inquietudes. Sobre todo fue entonces cuando germinó mi inclinación por la música, a pesar de que el comienzo de las clases casi contribuyó a erradicarla en sus raíces. Mi primer maestro fue un maestro de capilla, con todos los encomiables defectos de un maestro de capilla y, además, de uno jubilado, sin ningún mérito especial. Finalmente, y con la debida lentitud de rigor, llegué a tercero. Ya era tiempo de salir del círculo materno, de desacostumbrarse por fin a esa rutina que es tan nefasta para la vida práctica. Poseía en mí la ciencia de algunas enciclopedias, todas mis posibles inclinaciones se habían despertado ya, escribía poemas y dramas horripilantes y mortalmente aburridos, me martirizaba con la composición de música sinfónica y se me había metido en la cabeza la idea de adquirir un saber y un poder universales, tanto que me hallaba en peligro de convertirme en un completo cabeza de chorlito y en un visionario”.[4]

Afortunadamente fue lo segundo. Nietzsche se fue apasionando fuertemente por el conocimiento, sus intereses fueron siempre los de ensanchar su conocimiento sobre la vida. Eludía una vida tumultuosa y ruidosa, en su adolescencia prefirió tener tan sólo uno o dos amigos. Y éstos lo eran en tanto compartieran con él, la pasión por saber las cosas del mundo. Es con ellos con quienes funda asociaciones académicas para cultivar una producción intelectual. En este contexto escribe su texto Fatum e historia provocación juvenil que en otro momento recordaré. Ya lo he dicho, en este joven a pesar de su madre y hermana, nada había de timorato, sólo que su elección fue siempre el reto de la sabiduría. Y en este campo no quedaba lugar para las cosas triviales y ligeras. Es cierto que su tendencia era la soledad, pero una soledad angustiosa de un creador que siempre estableció una distancia, eso indudablemente tendría luego nefastas consecuencias para su vida afectiva. Nietzsche fue un completo fracaso para conquistar alguna mujer. Su camino no sería el que quería su madre, el sacerdocio. Nietzsche no había nacido para dogmas, había nacido para la verdad, para la música, para el arte, para la filosofía. No renunció a su destino de ser cura para hallar los placeres del mundo burgués trivial. Su seriedad lo concentraba en el camino del conocimiento.

Pero volvamos al joven que está tomando posición en el mundo. En una carta a su hermana Elizabeth en 1865 le expresaba lo siguiente:

“¿Es realmente tan difícil aceptar simplemente todo aquello en que hemos estado educados, todo lo que poco a poco ha echado raíces profundas, lo que en los círculos familiares y en muchas buenas personas vale como verdad, lo que además también consuela y eleva a los hombres? ¿Aceptar simplemente todo esto es más difícil que emprende nuevos caminos en las luchas con las costumbres, con la inseguridad del proceder autónomamente, entre las frecuentes vacilaciones del espíritu, incluso de la conciencia, a menudo sin consuelo, pero siempre con la meta eterna de lo verdadero, de lo bello, de lo bueno? ¿De lo que se trata, entonces, es de alcanzar la idea de Dios, del mundo y de la redención, en la que uno se encuentra muy cómodamente? ¿Pero no es más bien algo indiferente al resultado de la investigación precisamente para el verdadero investigador? ¿Buscamos nosotros entonces en nuestra investigación paz, tranquilidad y felicidad? No, sólo la verdad, aunque ésta fuese sumamente horrible y repulsiva. […] Aquí se dividen los caminos de los hombres; si quieres alcanzar la paz del alma y la felicidad, entonces, cree; pero si quieres ser un discípulo de la verdad entonces investiga”.[5]

Días después escribe para sus amigos un ensayo realmente conmovedor y vaticinador, puesto que anuncia, sin él mismo saberlo, buena parte de su destino como filósofo. Ya lo había mencionado: Fatum e historia. Escuchemos:

“Si pudiéramos contemplar la doctrina cristiana y la historia de la Iglesia con mirada exenta de prejuicios, nos veríamos obligados a expresar algunas opiniones opuestas a las ideas generales vigentes. Pero, sometidos desde nuestros primeros días al yugo de las costumbres y de los prejuicios, frenados por las impresiones de nuestra niñez en la evolución natural de nuestro espíritu y determinados en la formación de nuestro temperamento, casi nos creemos obligados a considerar delictivo la elección de un punto de vista más libre desde el que poder emitir un juicio no partidista y en concordancia con los tiempos sobre la religión y el cristianismo. Un intento de este género no es obra de unas cuantas semanas, sino de una vida. Pues, ¿cómo podría destruirse la autoridad de dos milenios garantizada por tantos hombres insignes de todos los tiempos, con el resultado de unas meditaciones juveniles? ¿Cómo sería posible que las fantasmagorías y las ideas inmaduras vinieran a sustituir a todos los sufrimientos y las bendiciones que el desarrollo de la religión ha enraizado en la historia del mundo?”.[6]

Este joven de 18 años, aún no se alcanza a imaginar que 26 años más tarde estaría sentenciando y concluyendo en su Ecce Homo.

“¿Se me ha comprendido? – Dioniso contra el crucificado…”

Este joven, ya saben pues, no tomará propiamente el camino de la santidad, sino todo lo contrario. Aun así sigue siendo un joven extremadamente juicioso y dedicado a su estudio. Concluye los estudios en el Gimnasio de Pforta, con un trabajo sobre Teognis de Megara. Después se inscribe como estudiante de teología en Bonn. Aún no quiere romper las expectativas de su madre quien sueña verlo convertido en pastor. Se hace miembro del seminario de historia del arte y de otras asociaciones académicas. Y asiste a las lecciones de filología clásica de Ritschl.

El Joven comienza a rebelarse, ya no quiere ese llamado teológico. En una carta dirigida a su madre y a su hermana expresa el siguiente y fuerte reclamo:

“Hemos vuelto a caer en la vida de nuestro trabajo rutinario, de los pensamientos de siempre, de los ajetreos y de las distracciones. ¡Qué importante es para mí el día, y cuántas cosas se deciden o se deben decidir en el angosto ventrículo cerebral! ¿Es realmente tan simple para vosotras soportar esta existencia llena de contradicciones, en la que la única cosa clara es que nada es claro? Tengo siempre la impresión de que vosotras pasáis por encima de ella tomándola en broma. ¿O estoy equivocado? Si estoy en lo cierto, qué felices tenéis que ser. O vuelvo a oíros hacer bromas también sobre esto: es el baúl, es sólo el baúl el que lo pone de mal humor. ¡Qué ingenuidad! ¡Inimitable! ¡Pero qué poco nos comprendemos! «¡Cumple con tu deber!». Bien, queridas mías, lo hago o aspiro a hacerlo, ¿pero dónde termina? ¿Cómo puede saber entonces todo lo que es para mí cumplir un deber? ¿Pongamos el caso de que mi vida esté suficientemente delicada al deber: ¿es pues la bestia de carga más que el hombre, si ella cumple más exactamente lo que se exige de ella? ¿Se ha hecho bastante por la propia humanidad cuando se ha satisfecho todas las exigencias que van unidas a las condiciones en las que hemos nacido? ¿Quién nos ordena que nos dejemos determinar por las circunstancias? Pero si nosotros no queremos ahora esto, si nosotros nos decidimos sólo a vigilarnos y a forzar a los hombres a que nos acepten tal como somos, ¿qué sucedería entonces? ¿Qué queremos nosotros entonces? ¿Debemos fabricarnos una existencia lo más soportable posible? Hay dos caminos, queridas mías. O bien uno se esfuerza y se acostumbra a limitar al máximo sus exigencias, y reduce lo más posible la mecha del espíritu, buscando las riquezas y los placeres del mundo. O bien sabe que la vida es miserable, se sabe que somos los esclavos de la vida cuánto más queremos disfrutarla, y entonces uno se ve privado de los bienes de la vida, se ejercita en la abstinencia, se es avaro consigo mismo y cariñoso con los otros —por el hecho de que somos compasivos con los compañeros de miseria—, en resumen, se vive según las exigencias estrictas del cristianismo primitivo, no del actual, edulcorado, confuso. El cristianismo no es algo que se puede «vivir a medias», en passant, o porque está de moda. ¿Es, pues, la vida soportable? Sí, porque su carga es siempre más suave y ya no hay vínculos que nos aten a ella. La vida es soportable, porque podemos librarnos de ella sin dolor”.[7]

Luego la decisión está tomada, tiene fuertes discusiones con su madre, abandona la teología para dedicarse a la filología. Carrera que le deparará un rápido triunfo académico y que lo llevará con gran disciplina al mundo de los griegos. Pero antes de eso, aparecerá un personaje decisivo en la maduración de Nietzsche: Schopenhauer.

Mazzino Montinari, a quien le debemos gran parte del rescate filológico y crítico de la obra Nietzsche, narra este trascendental episodio en estos términos:

“Unas semanas antes de «nacer como filólogo», Nietzsche había conocido la filosofía de Schopenhauer, de quien había adquirido, por casualidad, tras comprarle a un anticuario su obra más importante, El mundo como voluntad y representación. Tiempo después, Nietzsche se refería a otros dos autores como descubrimientos decisivos en su vida: Stendhal, en 1879, y Dostoievski, en 1885; pero no cabe duda de que su encuentro con la filosofía de Schopenhauer en el invierno 1865 a 1866 fue un acontecimiento intelectual de mayor repercusión que las lecturas de dichos escritores. Además, Nietzsche descubrió a Schopenhauer en un momento particular de introversión, en ese estado de ánimo de recogimiento provocado por el desencanto de Bonn del que ya hemos hablado; dos años después describiría ese impacto que le produjo aquella primera lectura: “cada línea clamaba renuncia, negación, resignación; era un espejo en el que podía ver el mundo, la vida, mi ánimo, en una grandiosidad terrible. Desde allí me contemplaba el ojo desinteresado del arte, aquí veía la enfermedad y la curación, el exilio y él paraíso. Me sentí dominado por una necesidad imperiosa de autoconocimiento, incluso de autocorrosión; aún hoy me sirven como prueba de aquel trastorno las paginas inquietas y melancólicas de mi diario, con sus vanas autoacusaciones y el desesperado espejismo de santificación y transformación de todo aquello que constituye la esencia de mi ser. Al presentar ante un tribunal de un tétrico autodesprecio todas mis cualidades y aspiraciones, fui amargo, injusto y desenfrenado en el odio hacia mí mismo. Ni siquiera prescindí de las torturas corporales: durante catorce días seguidos me obligué acostarme no antes de las dos de la madrugada y a levantarme a las seis en punto. Se apoderó de mí la excitación nerviosa, y quién sabe hasta qué punto de locura habría podido llegar si las seducciones de la vida, de la vanidad, y la obligación de estudiar regularmente no hubiesen actuado de contrapeso”.[8]

Uno puede decir que la primera gran liberación de Nietzsche fue Schopenhauer. En un carta de 1866 a un amigo le expresó:

“Desde que Schopenhauer nos ha quitado de los ojos las vendas del optimismo, nuestra mirada es más aguda. La vida es más interesante. Aunque pierda en belleza”.[9]

Efectivamente, Schopenhauer se apoderó de su alma, luego tendrá también que emanciparse de él, pero por el momento le abrió los ojos para otros caminos. Días después cuando estaba prestando su servicio militar le confesó a un amigo:

“Alguna vez también susurro escondido bajo la barriga del caballo: «Schopenhauer, ayúdame». Su servicio militar no duró mucho porque se cayó efectivamente de un caballo y se liberó del servicio para dedicarse una vez más a sus lecturas, a su filosofía.

Otra gran pasión de Nietzsche fue la música, desde niño comenzó a componer obras religiosas, pero luego, perdida la religión, la música le brindaría las experiencias más sublimes de su existencia. En estos años de amor por la filosofía, se apasionó también por Wagner, y luego tuvo la fortuna de conocer personalmente al gran compositor alemán. Pero démosle la palabra al propio Nietzsche sobre su impresión de ese encuentro, en una carta dirigida a su amigo Erwin Rohde:

“Wagner tocó al piano todos los pasajes importantes de los Maestros Cantores, imitando todas las voces de una manera muy desinhibida. Es un hombre fabulosamente vivaz y fogoso, habla muy rápido, es muy chistoso y consigue alegrar enteramente a una reunión de carácter privado como aquélla. Entretanto, mantuve con él una larga conversación sobre Schopenhauer: ¡Ah! Comprenderás qué gozada fue para mí oírle hablar de él con un entusiasmo completamente indescriptible, lo que él le agradecía, cómo Schopenhauer era el único filósofo que había comprendido la esencia de la música; luego quiso informarse sobre cuál era la actitud de los profesores respecto a él, se reía mucho sobre el Congreso de filosofía de Praga y hablaba de los «filósofos vasallos». Después leyó una parte de su biografía, que está escribiendo ahora, una escena tan espantosa de su vida de estudiante en Leipzig, que todavía cuando lo pienso no paro de reírme; escribe por lo demás de una manera muy ágil y brillante. Al final, cuando nos preparábamos para marchar, me estrechó calurosamente la mano y me invitó con gran amabilidad a visitarle para tratar sobre música y filosofía”.[10]

Schopenhauer y Wagner van a convertirse en la mayor inspiración de Nietzsche. A partir de ese entonces, tampoco se conformará con la filología, su alma no tenía sosiego. La filosofía y la música lo llamaban. Faltaba mucho tiempo para que Nietzsche hallara en sí mismo su impronta indiscutible, mucho tiempo para que Nietzsche fuera indiscutiblemente él. Por el momento este joven, encontraba sus modelos de identificación.

Guardando las debidas proporciones, distancia y respeto, Schopenhauer y Wagner fueron para Nietzsche lo que son hoy Bolívar y Nietzsche para mí. Valga la carcajada y desconfianza, yo aún tengo pendiente muchas liberaciones.

Así culmina la maduración del hombre Friedrich Nietzsche. Schopenhauer y Wagner han robado su corazón, pero por otra parte triunfa en la filología, y su maestro Ritschl lo propone como candidato a ocupar una cátedra universitaria en Basilea, incluso antes de haberse graduado, antes de que surgiera el demonio que llevaba adentro, aquél que lo llevaría a poner en cuestión los casi dos mil años de la humanidad.

Quisiera terminar esta conferencia con dos textos.

El primero es una hoja de vida que Nietzsche realizó para su entrada en la universidad de Basilea. Es un buen balance, pero en éste está ausente su nueva pasión por Schopenhauer y Wagner. Era muy difícil para ese formalismo incluir dicha pasión en ese momento. Miremos un poco.

“Yo, hijo de un pastor protestante rural, nací el 15 de octubre de 1844 en el pueblo de Röcken, no lejos de Mersebug, y allí transcurrieron los primeros cuatro años de mi vida. Pero cuando la prematura muerte de mi padre nos obligó a buscar un nuevo hogar, mi madre eligió Naumburg. Aquí, en un instituto privado, fui preparado para el Instituto diocesano del mismo lugar, pero no lo frecuenté durante mucho tiempo”.

Y el segundo texto, para cumplirles mi anuncio de hace un momento, y mostrarles el juicio final de Nietzsche sobre su infancia y su familia, un fragmento de su maravilloso Ecce Homo:

“Considero un gran privilegio el haber tenido el padre que tuve: los campesinos a quienes él predicaba –pues los últimos años fue predicador, tras haber vivido algunos años en la corte de Altenburgo- decían que un ángel habría de tener sin duda un aspecto similar. – Y con esto toco el problema de la raza. Yo soy un aristócrata polaco, pura sangre, al que ni una sola gota de sangre mala se le ha mezclado y menos que ninguna sangre alemana. Cuando busco la antítesis más profunda de mí mismo, la incalculable vulgaridad de los instintos encuentro siempre a mi madre y a mi hermana, -creer que yo estoy emparentado con tal canaille {gentuza} sería una blasfemia contra mi divinidad. El trato que me dan mi madre y mi hermana, hasta este momento, me inspira un horror indecible: aquí trabaja una perfecta máquina infernal, que conoce con seguridad infalible el instante en que es posible herirme cruentamente – en mis instantes supremos,… pues entonces falta todas fuerza para defenderse contra gusanos venenosos… la contigüidad fisiológica hace posible tal desarmonía preestablecida… Confieso que la objeción más honda contra el «eterno retorno», que es mi pensamiento auténticamente abismal son siempre mi madre y mi hermana”.[11]

 

Nietzsche inició su vida de maestro universitario sin haberse formado como doctor, pero su excelente desempeño académico y el hecho de haberse convertido en el mejor alumno del prestigioso filólogo Ritschl, fueron las razones iníciales para obtener una cátedra extraordinaria de filosofía clásica en la Universidad de Basilea con tan sólo 25 años de edad.

Mazzino Montinari nos cuenta que “los numerosos recuerdos de sus estudiantes lo describen como un profesor humano y capaz de inducir al estudio incluso a los más perezosos”.[12]

Recordemos que en la conferencia pasada, hablamos de la fuerte influencia que ya habían dejado para esa época en Nietzsche, la filosofía de Schopenhauer y la música de Wagner.

Pero ahora tenemos que subrayar la gran influencia de su maestro Ritschl en el campo de la filología y la gran admiración que comenzó a tener por su colega en Basilea el historiador Burckhardt, admiración y amistad que durarían toda su vida. En tal ambiente pues, y con estas sorprendentes influencias, el joven Nietzsche iniciaba su vida en el mundo académico.

Lejos quedó el joven religioso, éste devino en un filólogo enamorado de la antigua Grecia, pero además, durante estos años, otro cambio se estaba dando en su interior. Miremos lo que le decía a su amigo Rohde en 1871:

“Con relación a la filología vivo en un extrañamiento tan insolente que no podría ser peor […] poco a poco me voy transformando en un filósofo y ya creo en mí mismo, incluso estoy preparado para el caso de que tuviese que convertirme en poeta”.[13]

Faltaría un poco para esto último, para que llegara Zaratustra, pero por el momento, de este maestro de Basilea va a surgir El nacimiento de la tragedia y, luego las cuatro Consideraciones intempestivas. El filólogo se ha transformado en filósofo.

Todos los libros de Nietzsche han sido muy controvertidos, y el primero sí que lo fue, a algunos los entusiasmó y a otros los escandalizó. Un joven catedrático publicaba un texto sobre Grecia, que se alejaba mucho del academicismo filológico de la época, en el que aparecían Apolo y Dionisio, y con ellos se esbozaba la filosofía de Nietzsche.

En adelante y a partir de esta conferencia, antes de referirme a cada una de las obras de Nietzsche, traeré a la memoria su último libro titulado Ecce Homo, texto enigmático que escribió dos meses antes de su hundimiento en la locura. En él hacía una recapitulación de sus ideas y obras, un libro paradigmático en el género de las autobiografías.

Presentemos pues el libro el Nacimiento de la Tragedia con la evaluación que de éste hace el mismo Nietzsche.

“«Grecia y el pesimismo», éste habría sido un título menos ambiguo; es decir, una primera enseñanza acerca de cómo los griegos acabaron con el pesimismo, de con qué lo superaron. […] Las dos innovaciones decisivas del libro son, por un lado, la comprensión del fenómeno dionisiaco en los griegos: el libro ofrece la primera psicología de ese fenómeno, ve en él la raíz única de todo el arte griego. Lo segundo es la comprensión del socratismo: Sócrates, reconocido por vez primera como instrumento de la disolución griega, como décadent típico. «Racionalidad» contra instinto. ¡La «racionalidad» a cualquier precio, como violencia peligrosa, como violencia que socava la vida! En todo el libro, un profundo, hostil silencio contra el cristianismo. Éste no es ni apolíneo ni dionisiaco; niega todos los valores estéticos, los únicos valores que El nacimiento de la tragedia reconoce: el cristianismo es nihilista en el más hondo sentido, mientras que en el símbolo dionisiaco se alcanza el límite extremo de la afirmación”.[14]

Atención, Nietzsche no estaba escribiendo sobre los griegos, estaba escribiendo como si los valores que un día tuvieron los griegos, explicaran los impulsos de la existencia humana. Nietzsche daba en éste, su primer libro, una contundente y revolucionaria sentencia sobre la vida, a saber: —entre comillas y en mayúsculas— “SÓLO COMO FENÓMENO ESTÉTICO ESTÁN ETERNAMENTE JUSTIFICADOS LA EXISTENCIA Y EL MUNDO”.[15] En mi concepto, esta es la idea fundacional del pensamiento nietzscheano, de ésta se deriva la solución al pesimismo de la existencia y a partir de ella misma, se desculpabiliza la concepción de la existencia, y se puede decir el sí rotundo a la vida. Éste es pues en mi concepto, el mayor aporte del Nacimiento de la tragedia. De allí se derivará el resto.

Bueno, con el resto no es tan simple, en primer lugar porque el libro trata sobre los griegos, sobre dos divinidades, y sobre una tensión en una sociedad que nos es supremamente lejana. Y en todo el texto comienzan a surgir destellos de un filósofo que está empezando a aparecer. Como lo expresó hace poco Peter Sloterdijk:

“El filólogo Nietzsche investiga aquí, bajo el pretexto de una teoría de la antigüedad, su propia existencia y las pasiones del presente”.[16]

Pero antes de seguir emitiendo juicios sobre esta obra, escuchemos unos apartes de ella. No aspiro acá, a hacer una mutilación de esta magnífica y compleja creación seleccionando unas ideas, que por más atractivas que sean, expuestas así, serán pedazos de una obra, y no la obra. Mucho menos, un mal e impertinente resumen. A lo que aspiro es a dar a conocer dos fragmentos, que pueden servir al auditorio para conocer qué es lo que puede hallar aquí, sin el ánimo de establecer ningún canon, ni mucho menos. Sólo una muestra de lo que hay en el Nacimiento de la tragedia.

Para empezar el primer párrafo de la parte Diecisiete:

“También el arte dionisíaco quiere convencernos del eterno placer de la existencia: sólo que ese placer no debemos buscarlo en las apariencias, sino detrás de ellas. Debemos darnos cuenta de que todo lo que nace tiene que estar dispuesto a un ocaso doloroso, nos vemos forzados a penetrar con la mirada en los horrores de la existencia individual —y, sin embargo, no debemos quedar helados de espanto: un consuelo metafísico nos arranca momentáneamente del engranaje de las figuras mudables. Nosotros mismos somos realmente, por breves instantes, el ser primordial, y sentimos su indómita ansia y su indómito placer de existir; la lucha, el tormento, la aniquilación de las apariencias parécenos ahora necesarios, dada la sobreabundancia de las formas innumerables de existencia que se apremian y se empujan a vivir, dada la desbordante fecundidad de la voluntad del mundo; somos traspasados por la rabiosa espina de esos tormentos en el mismo instante en que, por así decirlo, nos hemos unificado con el inmenso placer primordial por la existencia y en que presentimos, en un éxtasis dionisíaco, la indestructibilidad y eternidad de ese placer. A pesar del miedo y de la compasión, somos los hombres que viven felices, no como individuos, sino como lo único viviente, con cuyo placer procreador estamos fundidos”.[17]

Y en segundo lugar, en su totalidad la bella parte 25:

“Música y mito trágico son de igual manera expresión de la aptitud dionisíaca de un pueblo e inseparables una del otro. Ambos provienen de una esfera artística situada más allá de lo apolíneo; ambos transfiguran una región en cuyos placenteros acordes se extinguen deliciosamente tanto la disonancia como la imagen terrible del mundo; ambos juegan con la espina del displacer, confiando en sus artes mágicas extraordinariamente poderosas; ambos justifican con ese juego incluso la existencia de «el peor de los mundos». Aquí lo dionisíaco, comparado con lo apolíneo, se muestra como el poder artístico eterno y originario que hace existir al mundo entero de la apariencia: en el centro del cual se hace necesaria una nueva luz transfiguradora, para mantener con vida el animado mundo de la individuación. Si pudiéramos imaginarnos una encarnación de la disonancia —¿y qué otra cosa es el ser humano?—, esa disonancia necesitaría, para poder vivir, una ilusión magnífica que extendiese un velo de belleza sobre su esencia propia. Ese es el verdadero propósito artístico de Apolo: bajo cuyo nombre reunimos nosotros todas aquellas innumerables ilusiones de la bella apariencia que en cada instante hacen digna de ser vivida la existencia e instan a vivir el instante siguiente.

Sin embargo, en la consciencia del individuo humano sólo le es lícito penetrar a aquella parte del fundamento de toda existencia, a aquella parte del substrato dionisíaco del mundo que puede ser superada de nuevo por la fuerza apolínea transfiguradora, de tal modo que esos dos instintos artísticos están constreñidos a desarrollar sus fuerzas en una rigurosa proporción recíproca, según la ley de la eterna justicia. Allí donde los poderes dionisíacos se alzan con tanto ímpetu como nosotros lo estamos viviendo, allí también Apolo tiene que haber descendido ya hasta nosotros, envuelto en una nube; sin duda una próxima generación contemplará sus abundantísimos efectos de belleza.

Pero que ese efecto es necesario, eso es algo que con toda seguridad lo percibiría por intuición todo el mundo, con tal de que se sintiese retrotraído alguna vez, aunque sólo fuera en sueños, a una existencia de la Grecia antigua: caminando bajo elevadas columnatas jónicas, alzando la vista hacia un horizonte recortado por líneas puras y nobles, teniendo junto a sí, en mármol luminoso, reflejos de su transfigurada figura, y a su alrededor hombres que avanzan con solemnidad o se mueven con delicadeza, cuyas voces y cuyo rítmico lenguaje de gestos suenan armónicamente —tendría sin duda que exclamar, elevando las manos hacia Apolo, en esta permanente riada de belleza: «¡Dichoso pueblo de los helenos! ¡Qué grande tiene que haber sido entre vosotros Dioniso, si el dios de Delos considera necesarias tales magias para curar vuestra demencia ditirámbica!»— Mas a alguien que tuviese tales sentimientos un ateniense anciano le replicaría, mirando hacia él con el ojo sublime de Esquilo: «Pero di también esto, raro extranjero: ¡cuánto tuvo que sufrir este pueblo para poder llegar a ser tan bello! ¡Ahora, sin embargo, sígueme a la tragedia y ofrece conmigo un sacrificio en el templo de ambas divinidades!”.[18]

¿Alcanzan a percibir la osadía de este joven filólogo, al querer analizar la existencia y las pasiones del presente en el mundo de los griegos? El mismo Peter Sloterdijk, en su libro El pensador en escena, ya advertía la siguiente cuestión respecto a Nietzsche y su primera obra:

“¿Con qué derecho puede un pensador moderno borrar una distancia de mil quinientos años, para hablar del drama de los primitivos griegos, como si se tratase de una experiencia intima?”.[19] La respuesta a esta pregunta no la puedo dar yo. Pero ya van advirtiendo ustedes, de qué tamaño es la obra de Nietzsche.

Para emitir un juicio final sobre El Nacimiento de la tragedia, quiero seguir utilizando el magistral análisis que de esta obra realizó Peter Sloterdijk en el año 1986. Dice él:

“Según mi opinión, las principales afirmaciones de la descripción nietzscheana del mundo, tal como se nos aparecen en su libro sobre la tragedia, se pueden resumir en dos tesis. La primera tesis reza así: la vida individual ordinaria es un infierno compuesto de sufrimiento, brutalidad, vileza, opresión, para el que no hay una apreciación más precisa que la de la oscura sabiduría del Sileno dionisíaco: no hay nada mejor para el hombre que no haber nacido; y luego, morir pronto. La segunda tesis reza así: esta vida sólo puede ser soportada gracias a la embriaguez y el sueño —gracias a este doble camino del éxtasis, capaz de abrir a los hombres el camino de su propia liberación. El nacimiento de la tragedia es, en gran medida, una paráfrasis de esta segunda tesis”.[20]

Ven ustedes porqué de esta manera la afirmación: “sólo como fenómeno estético están eternamente justificados la existencia y el mundo”, es la cuota inicial para el sí rotundo a la vida de la obra nietzscheana, el camino para abandonar el resentimiento.

Pero algo más, sobre El nacimiento de la tragedia. Peter Sloterdijk lanza una interpretación que me tienta a realizar una cuestión más atrevida aún, dice él:

“Apolo y Dionisos, tras un inicial tira y afloja, logran equilibrar la balanza. […] el Uno apolíneo trata de que el Otro dionisiaco nunca entre en liza como tal, sino como la alteridad dialéctica o simétrica de lo Uno. […] Nietzsche, pese a presentarse como heraldo dionisíaco, aparece continuamente con la actitud del autodominio heroico. […] Apolo es el dominador de la oposición con su Otro”.[21] Y mi cuestión: ¿Acaso no es ésta una anticipación del Ello, y el Superyó de Freud?

No había pasado un año siquiera. Nietzsche publicó El nacimiento de la tragedia en 1872. No se había calmado aún la primera polémica del controvertido libro que despertó tantas pasiones y odios en la academia, en los círculos artísticos más importantes de la época, y Nietzsche comienza a escribir una serie de consideraciones que nombró intempestivas.

Miremos cómo las anunciaba en ese entonces:

“Solo en cuanto aprendiz de épocas pasadas, especialmente de la griega, he llegado, como hijo del tiempo actual, a las experiencias que llamo intempestivas. Al menos, por profesión como filólogo clásico, he de tener derecho a permitirme esto, pues no sé qué sentido podría tener la filología clásica en nuestro tiempo si no es el de actuar de una manera intempestiva, es decir, contra el tiempo y, por tanto, sobre el tiempo y, yo así lo espero, en favor de un tiempo venidero”.[22]

Y miremos cómo las juzgó 15 años después en el Ecce Homo:

“Las cuatro Intempestivas son íntegramente belicosas. Demuestran que yo no era ningún «Juan el Soñador», que me gusta desenvainar la espada, —acaso también que tengo peligrosamente suelta la muñeca. El primer ataque (1873) fue para la cultura alemana, a la que ya entonces miraba yo desde arriba con inexorable desprecio. Una cultura carente de sentido, de sustancia, de meta: una mera «opinión pública». No hay peor malentendido, decía yo, que creer que el gran éxito bélico de los alemanes prueba algo en favor de esa cultura y, mucho menos, su victoria sobre Francia. La segunda Intempestiva (1874) descubre lo que hay de peligroso, de corrosivo y envenenador de la vida, en nuestro modo de hacer ciencia: —la vida, enferma de este engranaje y este mecanismo deshumanizados, enferma de la «impersonalidad» del trabajador, de la falsa economía de la «división del trabajo». Se pierde la finalidad, esto es, la cultura: el medio, el cultivo moderno de la ciencia, barbariza... En este tratado el «sentido histórico», del cual se halla orgulloso este siglo, fue reconocido por vez primera como enfermedad, como signo típico de decadencia. En la tercera y en la cuarta Intempestivas son confrontadas, como señales hacia un concepto superior de cultura, hacia la restauración del concepto de «cultura», dos imágenes del más duro egoísmo, de la más dura cría de un ego, tipos intempestivos par excellence, llenos de soberano desprecio por todo lo que a su alrededor se llamaba Reich, «cultura», «cristianismo», «Bismarck», «éxito», —Schopenhauer y Wagner o, en una sola palabra, Nietzsche…”.[23]

Primera Consideración Intempestiva: David Strauss, el confesor y el escritor

Como ya escucharon Nietzsche aclaró que esta Consideración fue una crítica a la cultura alemana, que se creía superior a Francia por el hecho de haber ganado una guerra. Aquellos ligeros y superficiales que siguen pensando que Nietzsche era un seguidor del nacionalismo alemán y que ayudó a constituir el nazismo, deberían leer con atención este libro, donde Nietzsche advierte que el triunfo militar de los alemanes, era la decadencia absoluta de la cultura alemana. Miremos con atención este pasaje:

“De todas las malas consecuencias que está acarreando la última guerra sostenida con Francia, acaso la peor de todas ellas sea un error que se halla muy extendido y que incluso es general: el error de la opinión pública y de todas los opinantes públicos que aseveran que también la cultura alemana ha alcanzado la victoria en esa lucha y que por tanto es ahora preciso engalanarla con aquellos florones que corresponden a unos acontecimientos y éxitos fuera de lo ordinario. Esa alusión es sumamente perniciosa: y no, por ventura, porque sea una ilusión, sino porque es capaz de trocar nuestra victoria en una derrota completa: la derrota y aún extirpación del Espirita alemán en provecho del «Reich Alemán»”.[24]

Andrés Sánchez Pascual, el mejor traductor de Nietzsche al castellano, expresó que en los alemanes de aquella época, produjo una especial irritación el hecho de que Nietzsche escribiese entre comillas la palabra Reich [Imperio Alemán], y que Nietzsche mantuviese siempre esa irónica costumbre.

Para Nietzsche, como ya lo vimos en El nacimiento de la tragedia, lo que importaba era el arte, la cultura, no las ambiciones imperialistas del hombre moderno. Miremos la definición de cultura que hace en esta misma intempestiva:

“La cultura es ante todo la unidad de estilo artístico en todas las manifestaciones vitales de un pueblo. El saber muchas cosas y el haber aprendido muchas cosas no son, sin embargo, ni un medio necesario de la cultura ni tampoco una señal de cultura y resultan perfectamente compatibles, si es preciso, con la antítesis de la cultura, con la barbarie, es decir, con la carencia de estilo y con la mezcolanza caótica de todos los estilos”.[25]

Ven ustedes, por qué a pesar de todos los conocimientos que circulan en el mundo globalizado del siglo XXI, el hombre cada vez se hace más inculto.

Pero, en esta intempestiva la crítica era más profunda. Era la refutación más contundente a un libro de la época llamado La vieja y la nueva fe de David Strauss, que tuvo una gran aceptación en el público alemán, y que en el concepto de Nietzsche, era la prueba de la vulgaridad y la decadencia cultural en Alemania. Era pues esta primera consideración, una crítica feroz a esta seudo-cultura que se encarnaba en aquel libro aclamado por todos. No voy a detenerme en un análisis detallado de esta intempestiva, pero sí quiero señalarles algunos pasajes sumamente contundentes. Pero antes una breve aclaración: Nietzsche desarrolla ampliamente al comienzo de este libro el concepto de Filisteo, para luego referirse a David Strauss, pero en aras de brevedad hoy, voy a omitir este análisis y sólo voy a recordar el significado de esta palabra, tomando el Diccionario de la Real Academia Española. Dice: “Filisteo: dicho de una persona de espíritu vulgar, de escasos conocimientos y poca sensibilidad artística o literaria”.

Bueno, ahora sí, Nietzsche:

“Hubo un tiempo, un tiempo que sin duda queda ya lejano, en el cual el filisteo era simplemente tolerado, en su condición de cosa que no hablaba y acerca de la cual no se hablaba: hubo luego otro tiempo en el cual la gente le pasaba la mano por las arrugas, lo encontraba divertido y hablaba de él. Con esto fue infatuándose poco a poco el filisteo y empezó a complacerse de todo corazón en sus arrugas y en sus peculiaridades entre testarudas y bonachonas: ahora él mismo se ha puesto a hablar […] Ahora el filisteo se revuelca como un hipopótamo por la «carretera mundial del futuro», y el gruñir y el balar se han convertido en el orgulloso acento propio del fundador de una religión”.[26] Ese filisteo, fundador de una nueva religión, era David Strauss, y a su obra aclamada, será dirigida la demoledora crítica nietzscheana.

“Si es que hemos comprendido bien a Strauss el confesor, entonces también él es un verdadero y efectivo filisteo, un filisteo que tiene una alma encogida y reseca y cuyas necesidades son doctas y sobrias. […] También Strauss sabe que los problemas junto a los cuales pasa él corriendo son problemas serios y terribles y que como tales han sido tratados por los sabios de todos los milenios; y, sin embargo, Strauss llama ligero de ropa a su libro. De todos esos horrores, de la sombría y reflexiva seriedad en que uno se sumerge de suyo al interrogarse por el valor de la existencia y por los deberes del ser humano, de todo eso no barruntamos ya nada cuando a nuestro lado pasa haciendo piruetas este magíster estrafalario, «ligero de ropa adrede». […] Creo que se habrá comprendido bien en qué estima tengo yo al escritor Strauss lo tengo por un comediante que interpreta el papel de genio ingenuo y de autor clásico. […] Yo desearía que el escritor Strauss fuese más honesto, entonces escribiría mejor y sería menos famoso. O bien desearía —si es que se empeña en ser comediante— que fuese un buen comediante y que imitase mejor al genio ingenuo y al autor clásico en su manera clásica y genial de escribir. Pues queda por decir que Strauss es un mal comediante e incluso indecoroso”.[27]

Es mucho más detallada esta crítica, que realizó Nietzsche a ese libro célebre entre los alemanes, llamado La vieja y la nueva fe, pero no me voy a detener en los muchos argumentos que esgrime Nietzsche, acá dejo la invitación para los que quieran conocer esta intempestiva. Además les recomiendo la edición castellana de Alianza Editorial porque viene con varios apéndices de los fragmentos del libro criticado y con las discusiones que posteriormente se suscitaron con este nuevo texto del joven Nietzsche.

Segunda Consideración Intempestiva: Sobre la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida

Esta segunda Consideración es sumamente atractiva dada mi condición de historiador, y con ella, sí me voy a permitir el placer de leer unos apartados, que en mi concepto no necesitan ningún comentario y que son una muestra del valor y la belleza de este nuevo libro, que fue escrito en 1874, otra vez realizado un año después de la primera consideración.

“Necesitamos la historia, pero de otra manera que el refinado paseante por el jardín de la ciencia, por más que este mire con altanero desdén nuestras necesidades y apremios rudos y simples. Es decir, necesitamos la historia para la vida y la acción, no para apartarnos cómodamente de la vida y la acción, y menos para encubrir la vida egoísta y la acción vil y cobarde. Tan solo en cuanto la historia está al servicio de la vida queremos servir a la historia.

[…] Quien no es capaz de instalarse, olvidando todo el pasado, en el umbral del momento, el que no pueda mantenerse recto en un punto, sin vértigo ni temor, como una Diosa de la Victoria, no sabrá qué cosa sea la felicidad y, peor aún, no estará en condiciones de hacer felices a los demás.

[…] La serenidad, la buena conciencia, la actitud gozosa, la confianza en el porvenir —todo eso depende, tanto en un individuo como en un pueblo, de que existe una línea que separa lo que está al alcance de la vista y es claro, de lo que está oscuro y es inescrutable, de que se sepa olvidar y se sepa recordar en el momento oportuno, de que se discierna con profundo instinto cuándo es necesario sentir las cosas desde el punto de vista histórico o desde el punto de vista ahistórico. He aquí la tesis que el lector está invitado a considerar: lo histórico y lo ahistórico son igualmente necesarios para la salud de los individuos, de los pueblos y de las culturas.

[…] La historia concebida como ciencia pura, y aceptada como soberana, sería para la humanidad una especie de conclusión y ajuste de cuentas de la existencia. La cultura histórica es algo saludable y cargado de futuro tan solo al servicio de una nueva y potente corriente vital, de una civilización naciente, por ejemplo; es decir, solo cuando está dominada y dirigida por una fuerza superior, pero ella misma no es quien domina y dirige. En la medida en que está al servicio de la vida, la historia sirve a un poder no histórico y, por esta razón, en esa posición subordinada, no podrá y no deberá jamás convertirse en una ciencia pura como, por ejemplo, las matemáticas. En cuanto a saber hasta qué punto la vida tiene necesidad de los servicios de la historia, esta es una de las preguntas y de las preocupaciones más graves concernientes a la salud de un individuo, de un pueblo, de una cultura. Cuando hay un predominio excesivo de la historia, la vida se desmorona y degenera y, en esta degeneración, arrastra también a la misma historia.

[…] Mi tesis puede, pues, ser así entendida y ponderada: Tan solo las fuertes personalidades pueden soportar la historia; los débiles son barridos completamente por ella.

[…] Es tiempo de reconocer que solo el que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado.

[…] Y, si buscáis biografías, que no sean aquellas cuya portada dice: «El señor tal y cual y su tiempo», sino aquellas que deberían llevar por título: «Un luchador contra su tiempo». (Valga la cuña, ese título le quedaría perfecto a una biografía de Bolívar)

[…] Los griegos aprendieron poco a poco a organizar el caos, concentrándose, de acuerdo con las enseñanzas délficas, en sí mismos, es decir, en sus verdaderas necesidades, olvidando las necesidades aparentes. Así entraron de nuevo en posesión de sí mismos. No permanecieron largo tiempo como los herederos sobrecargados y epígonos de todo Oriente. Llegaron a ser, tras dura lucha contra sí mismos, con la interpretación práctica de aquella sentencia de Apolo, los más felices enriquecedores e incrementadores del tesoro heredado y los precursores y modelos de todos los pueblos civilizados del futuro. He aquí un símbolo para todos nosotros: cada uno tiene que organizar el caos que tiene en sí mismo, concentrándose en sus verdaderas necesidades. Su sinceridad, su carácter fuerte y verídico, se opondrá algún día a que todo se reduzca siempre a repetir, aprender, imitar”.[28]

Para el año 1876 Nietzsche ha publicado ya sus dos últimas Consideraciones, y en esta ocasión se refiere a las dos más grandes influencias de su juventud, Schopenhauer y Wagner. Es importante anotar que ya para esa época, Nietzsche comenzaba a tomar distancia de ellos, y empezaba a ganar independencia de la influencia de esas obras en él, de tal manera que en estas dos Intempestivas quien comienza a aparecer es él.

Antes de referirme a ellas volvamos al texto Ecce Homo donde Nietzsche hace un balance de estas dos obras:

“Exceptuadas, como es obvio, algunas cosas, yo no afirmaría que las Intempestivas señaladas con los nombres de Schopenhauer y de Wagner puedan servir especialmente para comprender o incluso sólo plantear el problema psicológico de ambos casos. Así, por ejemplo, con profunda seguridad instintiva se dice ya aquí que la realidad básica de la naturaleza de Wagner es un talento de comediante, talento que, en sus medios y en sus intenciones, no hace más que extraer sus consecuencias. En el fondo yo quería, con estos escritos, hacer otra cosa completamente distinta que psicología: en ellos intentaba expresarse por vez primera un problema de educación sin igual, un nuevo concepto de la cría de un ego, de la auto-defensa, hasta llegar a la dureza, un camino hacia la grandeza y hacia tareas histórico-universales. Hablando a grandes rasgos, yo agarré por los cabellos, como se agarra por los cabellos una ocasión, dos tipos famosos y todavía no definidos en absoluto, con el fin de expresar algo, con el fin de tener en la mano unas cuantas fórmulas, signos, medios lingüísticos más. En definitiva, esto se halla también insinuado, con una sagacidad completamente inquietante, en la página 93 de la tercera Intempestiva. Así es como Platón se sirvió de Sócrates, como de una semiótica para Platón. – Ahora que vuelvo la vista desde cierta lejanía a las situaciones de las que estos escritos son testimonio, no quisiera yo negar que en el fondo hablaban meramente de mí. El escrito Wagner en Bayreuth es una visión de mi futuro; en cambio, en Schopenhauer como educador está inscrita mi historia más íntima, mi devenir. !Sobre todo mi voto solemne!... ¡Oh, cuán lejos me encontraba yo entonces todavía de lo que soy hoy, del lugar en que me encuentro hoy – en una altura en la que ya no hablo con palabras, sino con rayos! – Pero yo veía el país – no me engañé ni un solo instante acerca del camino, del mar, del peligro - ¡y del éxito! ¡El gran sosiego en el prometer, ese feliz mirar hacia un futuro que no se quedará en simple promesa! – Aquí toda palabra está vivida, es profunda, íntima; no faltan cosas dolorosísimas, hay allí palabras que en verdad sangran. Pero un viento propio de la gran libertad sopla sobre todo; la herida misma no actúa como objeción. – Sobre cómo concibo yo al filósofo, como un territorio explosivo ante el cual todo se encuentra en peligro, sobre cómo separo yo miles de millas de mi concepto «filósofo» de un concepto que comprende en sí todavía incluso a Kant, para no hablar de los «rumiantes» académicos y otros catedráticos de filosofía: sobre todo esto ofrece ese escrito una enseñanza inapreciable, aun concediendo que quien aquí habla no es, en el fondo, «Schopenhauer como educador», sino su antítesis, «Nietzsche como educador».[29]

Tercera Consideración Intempestiva: Schopenhauer como educador

Ya vimos cómo Nietzsche aclaró la intención de ese escrito, cómo educar un nuevo hombre para la grandeza y para el destino de tareas histórico universales. Una de sus primeras sentencias era muy clara y contundente:

“Tus educadores no pueden ser otra cosa que tus liberadores”. Creo que aquí se encierra lo esencial, la búsqueda infatigable por la liberación del espíritu, la búsqueda infatigable por encontrarse a uno mismo y liberarse de todas las ataduras. Más adelante hace una bella alusión sobre la tarea educativa de la filosofía, recordemos que en Grecia no había escuela, había filósofos. “La filosofía ofrece al hombre un asilo en el que ninguna tiranía puede penetrar, la caverna de la intimidad, el laberinto del pecho: y esto enfurece a los tiranos”. Esta era la ruta, la filosofía y el joven catedrático estaba tomando su propia lección. Luego también por ejemplo su crítica a las cátedras de filosofía moderna. “La historia erudita del pasado no fue jamás la ocupación de un verdadero filósofo, ni en la India, ni en Grecia; y un profesor de filosofía, si se ocupa de un trabajo de este género, tendrá que contentarse con que, en el mejor de los casos, digan de él que es un hábil filólogo, o anticuario, o lingüista, o historiador, pero nunca: «un filósofo». […] Y, en definitiva, por todos los diablos: ¿qué les importa a nuestros jóvenes la historia de la filosofía? ¿Acaso con el laberinto de opiniones deben disuadirse de tener opiniones? ¿Habrá que adiestrarlos para que participen del júbilo general por lo mucho que estamos progresando? ¿O quizá deben aprender a odiar y a despreciar la filosofía? Casi podría pensarse esto último cuando se sabe cómo se martirizan los estudiantes a causa de sus exámenes de esta disciplina intentando impresionar en sus pobres cerebros tanto las más absurdas y disparatadas ideas del espíritu humano como las más grandes y más difíciles de comprender. La única crítica de una filosofía que sea posible y que también demuestre algo, esto es, que intente demostrar si se puede o no vivir según sus normas, jamás se enseñó en las universidades; allí sólo se ejerció la crítica de las palabras a las palabras. Y ahora pensemos en una de esas jóvenes mentes, sin mucha experiencia de la vida, en la que tengan que conservarse unos sobre otros y entremezclados cincuenta sistemas en palabras y cincuenta críticas a esos sistemas: ¡Qué desolación! ¡Qué embrutecimiento! ¡Qué burla frente a una educación para la filosofía! De hecho, hay que admitir que no se educa para ella sino para un examen de filosofía cuyo único resultado será, como se sabe y es habitual, que el examinado -¡Ay!, demasiado examinado- confiese exhalando un suspiro de alivio: «¡Gracias a Dios que no soy filósofo, sino cristiano y ciudadano de mi país!» […] Mientras exista ese seudopensamiento reconocido por el Estado se impedirá o, cuando menos, se obstaculizará cualquier efecto extraordinario de una verdadera filosofía, y esto no se deberá más que a la maldición del ridículo que los representantes de aquella cosa tan grande han atraído sobre sí pero que atañe también a la cosa misma. Por eso digo que es una exigencia de la cultura privar a la filosofía de todo reconocimiento estatal y académico y eximir en general al Estado y a la Universidad de la tarea irresoluble para ambos de tener que distinguir entre la verdadera filosofía y la mera apariencia de ella. Dejad que el filósofo crezca salvaje, privadlo de cualquier perspectiva de colocación e inserción en las profesiones burguesas, no le lisonjeéis más con sueldos y, más aún: perseguidle, sed inmisericordes con él; ¡veréis milagros! Entonces tendrán que desperdigarse y huir aquí o allá en busca de un techo, esos pobres simuladores; aquí se abre una parroquia; allí, una escuela elemental; éste se oculta en la redacción de un periódico; aquél escribe manuales para escuelas superiores femeninas; el más inteligente de todos toma el arado y el más vanidoso va a la Corte. De repente todo está vacío, el nido abandonado: en efecto, es muy fácil deshacerse de los malos filósofos, basta con dejar de favorecerlos. […] Siendo esto así en nuestra época, la dignidad de la filosofía está pisoteada: parece como si ella misma se hubiera transformado en algo ridículo e indiferente, de modo que todos sus verdaderos amigos tienen la obligación de presentar testimonios en contra de este equívoco o, por lo menos, demostrar que sólo esos falsos servidores y deshonestos representantes de la filosofía son ridículos e indiferentes; y más aún, probar ellos mismos con la acción que el amor a la verdad es algo terrible y violento. Una y otra cosa demostró Schopenhauer, y continuará demostrándolo a diario”.[30] Nietzsche será consecuente con esas palabras y también él, dejara pronto de ser un docto aburguesado y llevará su amor a la verdad hasta extremos terribles y violentos.

Cuarta Consideración Intempestiva: Richard Wagner en Bayreuth

Giorgio Colli, autoridad para la comprensión de Nietzsche, a quien le debemos la magna edición de las obras completas de nuestro filósofo, afirmó que “en el conjunto de escritos publicados por Nietzsche, Richard Wagner en Bayreuth debe ser colocado por cierto entre los más caducos. El propio desarrollo del autor ha desclasado esta obra, que a pesar de ello es probablemente el ensayo más vigoroso escrito en favor de Wagner. Nietzsche mismo, de hecho, llevó a cabo más tarde lo que es, sin más, el ataque más duro contra Wagner (El caso Wagner), y una confrontación imparcial entre ambas obras se resuelve a favor de la segunda. No por ello es lícito decir que Richard Wagner en Bayreuth es un escrito insincero: antes bien, Nietzsche está dividido aquí ya en dos o, mejor dicho, aquí coexisten dolorosamente dos fases sucesivas de un desarrollo tumultuoso”.[31]

De tal manera que no me voy a detener mucho en este texto. Lo que tenemos que anunciar es que efectivamente, a partir de este escrito, Nietzsche va a sufrir una liberación interior desgarradora; efectivamente, lejos va a quedar la vida de docto, wagneriano, y devendrá en un espíritu libre; sobre esa división interior, y desarrollo tumultuoso que vive Nietzsche en ese momento, tendremos que referirnos en la próxima conferencia.

Ese amor a la verdad, terrible y violento, llevará a Nietzsche a alejarse de sus más grandes pasiones juveniles para encontrase a sí mismo, para aspirar a su obra. Nietzsche no escatimará esfuerzos para alcanzar la emancipación intelectual absoluta, y para cuestionar en sí mismo, hasta las últimas consecuencias, su propia doctrina. Y va a combatir contra los peligros del miserable bienestar moderno. Y dicho lo anterior, a pesar de que su Cuarta Intempestiva va a estar rebatida por él mismo mucho después, en ella encontramos una alusión a los peligros de la modernidad.

“Son en verdad, peligrosas y desesperadas las circunstancias en que se desenvuelve todo artista verdadero al que le toca vivir en los tiempos modernos. De muchas maneras puede conquistar honores y poder y se le ofrecen en múltiples formas tranquilidad y plácido bienestar, pero siempre tan sólo tal como los conoce el hombre moderno y para el artista honesto no pueden menos que resultar un vaho que lo asfixia. En la tentación a todo esto y, asimismo, en el rechazo de esta tentación, en el asco por las maneras modernas de conquistar placer y prestigio, en la rabia que se vuelve contra todo bienestar egoísta al modo de los hombres del presente, residen sus peligros”.[32]

Asistimos pues, al anuncio de un nuevo comienzo en la vida y obra de Nietzsche. Cuando terminaba su balance de esta época en su Ecce Homo expresó:

“Mi listeza es haber sido muchas cosas y en muchos lugares, para poder llegar a ser una única cosa. Por cierto tiempo tuve que ser también un docto”.[33]

Se cerraba así un ciclo de un hombre que va a superar su propia realidad. El tiempo del catedrático en la Universidad de Basilea, del filólogo que escribe como filósofo, del autor de consideraciones intempestivas, va a terminar, y en el horizonte va a aparecer el filósofo solitario, el poeta, el discípulo de Dioniso, Zaratustra. En suma: el espíritu libre es el que va a aparecer.

 

 

No hay lugar a dudas, el filósofo Friedrich Nietzsche se ha convertido en un espíritu libre. Ha dejado su condición de docto, quien escribe ya no es un admirador de Wagner, ni un discípulo de Schopenhauer, ni un nostálgico publicista de la edad antigua y mucho menos un seudo-intelectual que posa de sabio en los pasillos de alguna academia. Quien escribe es un hombre nuevo, que ha meditado con un coraje titánico —como muy pocos lo han hecho— la existencia humana, se ha liberado y viene a cuestionar las cargas más pesadas, que la humanidad ha tenido que llevar en los casi ya dos mil años de era cristiana. La sensación que nos deja Nietzsche en su obra La gaya ciencia, es que cuando la escribía, a la par, reía y danzaba, porque algo grandioso venía. Poco faltaba para el gran momento de su obra, se anunciaba ya el Zaratustra.

Algunos de ustedes han podido observar que el estudio que sugerí de la obra de Nietzsche para la Escuela Zaratustra II, tiene una división intencional. En primer lugar en la sesión 5, que ya realizamos, consideramos las obras El nacimiento de la tragedia y las cuatro consideraciones intempestivas; en segundo lugar, la sesión 7 de hoy, consideraremos las obras Humano, demasiado humano, El caminante y su sombra, Aurora y La gaya Ciencia; en tercer lugar, la sesión 9 donde consideraremos la obra Así habló Zaratustra; en cuarto lugar, la sesión 11 donde consideraremos las obras Más allá del bien y del mal y la Genealogía de la moral; y por último, con respecto a la obra escrita de Nietzsche, la sesión 13 donde consideraremos las obras El Crepúsculo de los ídolos, El anticristo y Ecce homo. Esta división no obedece solamente a un orden cronológico de las obras, obedece a unos períodos concretos en el pensamiento de Nietzsche. Unos períodos que he divido y nombrado así: el Nietzsche que escribió El nacimiento de la tragedia y las cuatro consideraciones intempestivas era un pensador intempestivo. El Nietzsche que escribió Humano, demasiado humano, El caminante y su sombra, Aurora y La gaya Ciencia era un espíritu libre. El Nietzsche que escribió Así habló Zaratustra era Zaratustra. El Nietzsche que escribió Más allá del bien y del mal y la Genealogía de la moral era un discípulo del filósofo Dioniso. Y el Nietzsche que escribió Crepúsculo de los ídolos, El anticristo y Ecce homo era el anticristo. Nietzsche era todo esto y muchas cosas más; entre los muchos juicios que hizo de sí mismo en Ecce homo expresó: “Yo no soy un hombre, soy dinamita”.[34] Pero por hoy esta cuestión sólo queda anunciada. Volvamos a las obras que nos competen hoy, a las del espíritu libre.

Una advertencia. La presente ponencia no pretende resumir en ningún caso el contenido de las obras en consideración. En primer lugar, porque en toda ellas Nietzsche utilizó la forma aforística, y estas sentencias por ser tan provocativas y concretas, no admiten resúmenes y mucho menos interpretaciones que se presuman verídicas y totales. Y en segundo lugar porque es insensato en este momento pretender comentar cada uno de los aforismos de estas cuatro obras. Baste decir que sumando todos los aforismos que componen estos cuatros libros, tenemos un total de 1949 de tan variados temas humanos que no alcanzaríamos con un día completo para presentarlos todos. Lo que pretendo entonces a continuación, es una presentación general de cada una de estas obras, el ambiente de su producción y su contenido esencial, además de una reseña puntual de algunas de las ideas más significativas y fundamentales. Valga recodar un vez más, que lo que viene, es una invitación para que ustedes mismos se enfrenten a tan sugestivas obras.

Humano, demasiado humano

Lo primero que expresó Nietzsche sobre este libro, es que estaba dedicado a espíritus libres. Y de aquí en adelante la creación de este concepto no cesaría de aparecer. Nietzsche en este momento partía de una postura crítica y radical que atravesaba todo su ánimo; recordemos que vivía en ese momento un distanciamiento con la obra de Wagner y sus ilusiones juveniles. Él mismo advirtió de manera tajante lo siguiente:

“Quiero declarar expresamente a los lectores de mis escritos pasados que he abandonado las opiniones metafísico-artísticas que los regían; son opiniones agradables pero insostenibles”.[35]

Ya ven ustedes lo radical de su postura, sobre todo la firmeza de su evaluación consigo mismo. Mazzino Montinari nos ha señalado que Nietzsche se estaba liberando de muchas cosas, de las naciones, de las costumbres, de las religiones, de las ilusiones metafísicas, de las creaciones artísticas que se suponían originadas por fuerzas providenciales, de los instintos monárquicos, de las ilusiones de la riqueza o de la pobreza, es decir de todos los valores de la existencia humana, que ahora era imprescindible poner en cuestión. Ahora su método era una profunda observación psicológica de todo lo humano y su perspectiva era la exhortación constante a la revalorización de la vida, una vida contemplativa dedicada a la obtención de la sabiduría. Pero este giro en su pensamiento no fue fácil, en primer lugar se dio el duro distanciamiento con Wagner, quien reprobaría después las ideas de Humano, demasiado humano y lamentaría el alejamiento de su más fiel admirador, y en segundo lugar antes de la liberación, una de las más duras transformaciones de su interior, en la más honda y profunda soledad. Ese descubrimiento que hacía de sí mismo no fue exento de dolor, puesto que liberarse también significaba renunciar.

Pero miremos cuál fue el juicio que el propio Nietzsche dio más tarde de este libro:

Humano, demasiado humano es el monumento de una crisis. Dice de sí mismo que es un libro para espíritus libres: casi cada una de sus frases expresa una victoria - con él me liberé de lo que no pertenecía a mi naturaleza. No pertenece a ella el idealismo: el título dice «donde vosotros veis cosas ideales, veo yo ¡cosas humanas, ay, sólo demasiado humanas!»… Yo conozco mejor al hombre… La expresión «espíritu libre» quiere ser entendida aquí en este único sentido: un espíritu devenido libre, que ha vuelto a tomar posesión de sí. […] Lo que entonces se decidió en mí no fue, acaso, una ruptura con Wagner; yo advertía un extravío total de mi instinto, del cual era meramente un signo cada desacierto particular, se llamase Wagner o se llamase cátedra de Basilea. Una impaciencia conmigo mismo hizo presa en mí; yo veía que había llegado el momento de reflexionar sobre mí. De un solo golpe se me hizo claro, de manera terrible, cuánto tiempo había sido ya desperdiciado, qué aspecto inútil, arbitrario, ofrecía toda mi existencia de filólogo, comparada con mi tarea. Me avergoncé de esta falsa modestia. Habían pasado diez años en los cuales la alimentación de mi espíritu había quedado propiamente detenida, en los que no había aprendido nada utilizable, en los que había olvidado una absurda cantidad de cosas a cambio de unos cachivaches de polvorienta erudición. Arrastrarme con acribia y ojos enfermos a través de los métricos antiguos, ¡a esto había llegado! Me vi, con lástima, escuálido, famélico: justo las realidades eran lo que faltaba dentro de mi saber, y las «idealidades», ¡para qué diablos servían! […] Humano, demasiado humano, este monumento de una rigurosa cría de un ego, con la que puse bruscamente fin en mí a toda patraña superior, a todo «idealismo», a todo «sentimiento bello» y a otras debilidades femeninas que se habían infiltrado en mí”.[36]

Humano, demasiado humano, se divide en nueve partes: ―De las cosas primeras y últimas, ―Para la historia de los sentimientos morales, ―La vida religiosa, ―Del alma de los artistas y de los escritores, ―Caracteres de alta y baja cultura, ―El hombre en la sociedad, ―La mujer y el niño, ―Ojeada acerca del Estado y ―El hombre a solas consigo mismo. Efectivamente en Humano, demasiado humano asistimos a la cría de un nuevo hombre.

Miremos como ejemplo, dos aforismos que en mi concepto son fundamentales y representativos de esta obra. Dos fragmentos del aforismo 225, Espíritu libre, concepción relativa:

“Llamamos espíritu libre al que piensa de otro modo de lo que pudiera esperarse de su origen, de sus relaciones, de su situación y de su empleo o de las opiniones reinantes en su tiempo. El espíritu libre es la excepción, los espíritus siervos son la regla. […] No es propio de la esencia del espíritu libre tener opiniones más justas, sino únicamente el haberse emancipado de lo tradicional, ya sea por dicha o por desdicha. Sin embargo de ordinario, tendrá la verdad de su lado, o, al menos, el espíritu de la investigación de la verdad: él busca razones, los demás una creencia”.[37]

Y el aforismo 638, El caminante:

“Quien ha alcanzado la libertad de la razón, aunque sólo sea en cierta medida, no puede menos que sentirse en la tierra como un caminante, pero un caminante que no se dirige hacia un punto de destino pues no lo hay… Mirará, sin embargo, con ojos bien abiertos todo lo que pase realmente en el mundo; asimismo, no deberá atar a nada en particular el corazón con demasiada fuerza: es preciso que tenga también algo del vagabundo al que agrada cambiar de paisaje. Sin duda ese hombre pasará malas noches, en las que, cansado como estará hallará cerrada la puerta de la ciudad que había de darle cobijo: tal vez incluso como en oriente, el desierto llegue hasta esa puerta, los animales de presa dejen oír sus aullidos tan pronto lejos como cerca; se levante un fuerte viento, y unos ladrones le roben su acémila. Quizá entonces la terrible noche será para él otro desierto cayendo en el desierto y su corazón se sentirá cansado de viajar. Y cuando se eleve el sol de la mañana, ardiente como un airado dios, y se abra la ciudad, puede que vea en los ojos de sus habitantes más desierto, más suciedad, mas bellaquería y más inseguridad aún que ante su puerta, -por lo que el día será para él casi peor que la noche. Es posible que a veces sea así la suerte de este caminante. Pero pronto llegan, en compensación, las deliciosas mañanas de otras comarcas y de otras jornadas, en las que desde los primeros resplandores del alba, ve pasar entre la niebla de la montaña a los coros de las musas que le rozan al danzar; más tarde sereno, en el equilibrio del alma de la mañana antes del mediodía y mientras se pasee bajo los árboles verá caer a sus pies desde sus copas y desde los verdes escondrijos de sus ramas una lluvia de cosas buenas y claras, como regalo de todos los espíritus libres que frecuentan el monte, el bosque y la soledad, y que son como él, con su forma de ser unas veces gozosa y otra meditabunda, caminantes y filósofos. Nacidos de los misterios de la mañana temprana, piensan que es lo que puede dar al día, entre la décima y la duodécima campanadas del reloj, una faz tan pura, tan llena de luz y de claridad serena y transfiguradora: buscan la filosofía de la mañana”[38].

El caminante y su sombra

La salud de Nietzsche comenzó a resquebrajase, no se supo a ciencia cierta cuales fueron las causas de sus males, pero comenzó a tener fuertes y constantes dolencias, pérdida de la vista, fuertes dolores de cabeza, malestares gástricos, y vómitos continuos. En 1879 escribió una carta de dimisión a la cátedra que tenía en la universidad y no sólo fue aceptada sino que además le concedieron una pensión que le permitió la posibilidad de llevar en adelante, una vida de un solitario errante. A partir de ese momento se convirtió en una especie de nómada que vivía a veces en Alemania, otras en Francia, en Suiza o en Italia, siempre en los más sencillos y escuetos gabinetes de estudio. Cuando no sufría graves recaídas, le gustaba dar paseos largos por los bosques y en una libreta iba anotando sus pensamientos, para luego en casa reconstruir sus razonamientos. Y así en esas circunstancias redacta El caminante y su sombra, los argumentos y los temas son los mismos de Humano, demasiado humano, pero ahora más concisos.

Giorgio Colli al analizar El caminante y su sombra expresa lo siguiente:

“Escritos en poco más de un año, las opiniones y sentencias diversas y El viajero y su sombra son testimonios, en la actividad de Nietzsche, de un repliegue sobre sí mismo: se trata de un estado de ánimo cíclico en su vida, aun cuando a veces se presenta encubierto, como en este caso. Los objetos no lo incitan y los hombres lo han dejado solo, de modo que el autor puede interesarse más en sí mismo, como lo hace el viajero, constreñido a hablar con su sombra”.[39]

Nietzsche recordó este texto de la siguiente forma:

“Nunca he sido tan feliz conmigo mismo como en las épocas más enfermas y más dolorosas de mi vida: basta mirar Aurora, o El caminante y su sombra, para comprender lo que significó esta «vuelta a mí mismo»: ¡una especie suprema de curación!”[40]

Escuchemos de este libro, una parte de un aforismo fundamental, el 350, la máxima dorada.

“Se ha encadenado muy bien al hombre para que olvidase portarse como un animal; y en verdad, se ha hecho más dulce, más espiritual, más alegre, más reflexivo que todos los animales. Pero desde entonces sufre por haberle faltado, durante tanto tiempo, el aire libre y los movimientos libres; estas cadenas no obstante, no son otra cosa que sus pesados y significativos errores de las representaciones morales, religiosas y metafísicas. Sólo cuando la enfermedad de las cadenas llegue a ser vencida, el primer gran fin podrá ser totalmente alcanzado: la separación del hombre y del animal. Así, pues, nos encontramos en medio de nuestro trabajo para romper nuestras cadenas y son necesarias para ello las más grandes precauciones. Sólo el hombre ennoblecido pude serle dada la libertad del espíritu; sólo él se interesa por el aligeramiento de la vida, que pone bálsamo en sus heridas; él es el primero que puede decir que vive a causa de la alegría y de ningún otro fin”.

Literalmente es pues el camino de liberación emprendido por Nietzsche, su vuelta a sí mismo, su curación. Paradójicamente, este hombre que escribía con un gran entusiasmo, estaba padeciendo las más terribles dolencias que se puedan pensar. Según Mazzino Montinari el invierno de 1879 a 1880 fue uno de los peores de su vida. Montinari muestra además una carta de Nietzsche dirigida a su médico Otto Eiser en esa época que evidencia las vicisitudes que estaba pasando.

“Durante el último año he tenido por término medio 118 días de crisis graves, la leves no las he contado. ¡Si pudiera describirle mi estado continuo, el dolor y la opresión constantes en la cabeza y en los ojos, y esa sensación general de parálisis que me invade de la cabeza a los pies!”.[41]

Aurora.

En el invierno de 1880 a 1881 en Génova, Nietzsche da forma definitiva a los pensamientos que había escrito durante su primer año de vida errante. De allí surge su libro Aurora. Aquí hubo una nueva elaboración de su pensamiento. Mazzino Montinari explica muy bien en qué consistió dicha transformación:

“Si Humano, demasiado Humano celebra el advenimiento de la liberación del espíritu, Aurora es un himno a la pasión del conocimiento. […] Mientras Humano, demasiado Humano era todavía «el momento de una crisis», es decir la expresión de alejamiento sin posibilidad de retorno respecto a los ideales decadentes y estetizantes que para Nietzsche, de aquí en adelante se expresarían en el binomio formado por Wagner y Schopenhauer, Aurora por su parte nos ofrece un Nietzsche más dueño de sí mismo. […] Nietzsche no tenía ninguna convicción, ningún proyecto reformador que imponer a sus contemporáneos; no quería echarle un sermón a su propia época. Ahora que había escapado de la prisión de las convicciones, no quería construir una nueva; al contrario, la destrucción de las convicciones se hizo más radical: tras examinar sin piedad la metafísica del genio y del arte, y luego las experiencias privilegiadas de la religiosidad, les había llegado el turno a los «prejuicios morales». En Aurora, la moral pierde todo fundamento racional y, al igual que la metafísica, cae presa de la historia, del análisis psicológico”.[42]

Efectivamente el subtítulo de Aurora no podía ser más claro: Pensamientos sobre los prejuicios morales. En esta obra ningún de los prejuicios morales existentes se salvará. El ataque y la denuncia a la moral decadente del cristianismo comenzarán.

Pero miremos qué juzgó Nietzsche de esta obra mucho tiempo después:

“Mi tarea de preparar a la humanidad un instante de suprema autognosis, un gran mediodía en el que mire hacia atrás y hacia delante, en el que se sustraiga al dominio del azar y de los sacerdotes y plantee por vez primera, en su totalidad, la cuestión del ¿por qué?, del ¿para qué?, esta tarea es una consecuencia necesaria para quien ha comprendido que la humanidad no marcha por sí misma por el camino recto, que no es gobernada en absoluto por un Dios, que, antes bien, el instinto de la negación, de la corrupción, el instinto de décadence ha sido el que ha reinado con su seducción, ocultándose precisamente bajo el manto de los más santos conceptos de valor de la humanidad. El problema de la procedencia de los valores morales es para mí un problema de primer rango, porque condiciona el futuro de la humanidad. La exigencia de que se debe creer que en el fondo todo se encuentra en las mejores manos, que un libro, la Biblia, proporciona una tranquilidad definitiva acerca del gobierno y la sabiduría divinos en el destino de la humanidad, esa exigencia representa, retraducida a la realidad, la voluntad de no dejar aparecer la verdad sobre el lamentable contrapolo de esto, a saber, que la humanidad ha estado hasta ahora en las peores manos, que ha sido gobernada por los fracasados, por los astutos vengativos, los llamados «santos», esos calumniadores del mundo y violadores del hombre. El signo decisivo en que se revela que el sacerdote (incluidos los sacerdotes enmascarados, los filósofos) se ha enseñoreado de todo, y no sólo de una determinada comunidad religiosa, el signo en que se revela que la moral de la décadence, la voluntad de final, se considera como moral en sí, es el valor incondicional que en todas partes se concede a lo no-egoísta y la enemistad que en todas partes se dispensa a lo egoísta. A quien esté en desacuerdo conmigo en este punto lo considero infectado… Pero todo el mundo está en desacuerdo conmigo… […] ¿Qué sentido tienen aquellos conceptos-mentiras, los conceptos auxiliares de la moral, «alma», «espíritu», «voluntad libre», «Dios», sino el de arruinar fisiológicamente a la humanidad?... Cuando se deja de tomar en serio la auto conservación, el aumento de fuerzas del cuerpo, es decir, de la vida, cuando de la anemia se hace un ideal, y del desprecio del cuerpo «la salud del alma», ¿qué es esto más que una receta para la décadence? —La pérdida del centro de gravedad, la resistencia contra los instintos naturales, en una palabra, el «desinterés» – a esto se ha llamado hasta ahora moral. Con Aurora yo fui el primero en entablar la lucha contra la moral de la renuncia a sí mismo”.[43]

Son muchos los prejuicios morales aquí criticados, pero por hoy subrayemos solamente un fragmento del prólogo Aurora:

“Sobre lo que menos se ha pensado hasta ahora ha sido sobre el bien y el mal; siempre se consideró como una cosa muy peligrosa. La conciencia, la buena opinión, el infierno, y aun a veces la misma policía, no permitían ni permiten mostrarse imparcial en este terreno; y es que en presencia de la moral, como en presencia de toda autoridad, no es lícito reflexionar ni menos hablar: ¡allí hay que obedecer! Desde que el mundo es mundo, ninguna autoridad ha querido todavía dejarse tomar por objeto de crítica; y llegar a la crítica de la moral, tener como problema la moral, ¿cómo?, ¿no ha sido esto siempre, no lo es aún, lo inmoral? La moral, sin embargo, no dispone de toda clase de medios de intimidación para mantener a distancia las investigaciones críticas, ni de instrumentos de tortura: su certidumbre reposa más bien en una cierta especie de seducción que ella sola conoce: sabe entusiasmar. A veces solo con una sola mirada sabe paralizar la voluntad crítica, o también atraerse a ésta, captársela, y hay casos también en que sabe volverla contra sí misma; de suerte que, termine como el escorpión, hundiendo el aguijón en su propio cuerpo. Pues desde hace mucho tiempo la moral conoce toda suerte de diabluras en el arte de convencer; hoy día, aún no hay orador que no se dirija a ella para pedirle socorro (escuchemos, por ejemplo, a nuestros mismos anarquistas: ¡cómo apelan a la moral para convencer! Terminan llamándose a sí mismos «los buenos y los justos»). Y es que la moral, en todos los tiempos, desde que se habla y se trata de convencer en la tierra, se ha afirmado como la mejor maestra de seducción, como la verdadera Circe de los filósofos. [...] No queremos volver a lo que consideramos superado y caduco, a lo que no juzgamos digno de crédito, ya sea Dios, la virtud, la verdad, la justicia, el amor al prójimo, etc.; no queremos seguir una vía engañosa que nos lleve otra vez a la vieja moral. Sentimos una honda aversión hacia todo lo que hay en nosotros que trata de acercarnos a eso, y servir de mediador entre ellos y nosotros; somos enemigos de todas las clases de fe y de cristianismo que subsisten hoy en día; enemigos de todo romanticismo y de todo espíritu patriotero; enemigos también, en cuanto artistas, del refinamiento artístico, de la falta de conciencia artística que supone el tratar de persuadirnos de que debemos adorar aquello en que ya no creemos; enemigos, en suma, de afeminamiento europeo (o del idealismo, si se prefiere) que tiende eternamente hacia las alturas, y que por ello mismo, rebaja eternamente”.[44]

La crítica a los prejuicios morales de occidente es contundente. Nietzsche ha develado la mendicidad de milenios, con este texto está abonando el terreno para la creación de unos nuevos valores, para que el hombre volviera a sentir el asombro por la existencia, sin remordimiento alguno, para que el conocimiento de la vida ayudara al hombre a enfrentar el mundo con todos sus placeres y con toda su fatalidad, donde el hombre crea y juega y deja de pensar en un absurdo «más allá». Literalmente una nueva «Aurora», un nuevo comienzo un nuevo amanecer.

La gaya Ciencia

En el verano de 1881 Nietzsche se fue a Sils-María una localidad en Suiza. En una de sus libretas anotó: “A 6.000 pies sobre el nivel del mar y mucho más por encima de las cosas humanas”. Este lugar fue muy querido por Nietzsche, pues allí tuvo una mayor fecundidad intelectual y tuvo importantes intuiciones filosóficas, entre la que se destaca su idea del «eterno retorno» que luego se hará fundamental en su obra. Acumuló un buen número de libretas y de estos apuntes nació La gaya ciencia, obra que comprendió cinco libros. En el primero trató todo aquello que había sido denominado como malo en la historia del hombre, en el segundo habló sobre el arte como medio para soportar la vida y descansar del peso del hombre mismo, en el tercero el tema de la muerte de Dios, en el cuarto una nueva afirmación de la vida y en el último anunció ya a Zaratustra.

El juicio de Nietzsche sobre esta obra fue el siguiente:

“Aurora es un libro que dice sí, un libro profundo, pero luminoso y benévolo. Eso mismo puede afirmarse también, y en grado sumo, de La gaya ciencia: casi en cada una de sus frases van tiernamente unidas de la mano profundidad y petulancia. Unos versos que expresan la gratitud por el más prodigioso mes de enero que yo he vivido –el libro entero es regalo suyo– revelan suficientemente la profundidad desde la que aquí se ha vuelto gaya la «ciencia»: Oh tú, que con dardo de fuego el hielo de mi alma has roto, para que ahora ésta con estruendo se lance al mar de su esperanza suprema: cada vez más luminosa y más sana, libre en la obligación más afectuosa - ¡así es como ella ensalza tus prodigios, bellísimo Enero!”.[45]

La ciencia jovial, la esperanza suprema, de un nuevo mundo. Palabras que vendrían en boca de Zaratustra. Recuerdan que comencé está conferencia diciendo que en este momento Nietzsche daba la sensación de estar riendo y danzando. Nietzsche presenta un libro de curación. Este libro también era un sí. Nietzsche está pasando de la destrucción de un viejo mundo decadente, y se dispone a proponer unas nuevas posibilidades de existencia, sin resentimientos algunos, de allí la vitalidad de su obra. Giorgio Colli muestra que la alegría de Nietzsche en este momento, es su nueva salud.

“Esto es verdaderamente «salud»: poder ser poeta y hombre de ciencia al mismo tiempo, poder ejercer una ciencia no enfadada, ni impedida, ni solamente seria”.[46] En mi concepto esto es lo fundamental para presentar esta obra y el estado de ánimo de Nietzsche en este momento.

Para terminar sólo quiero darles a conocer dos pasajes fundamentales de esta obra. El primero, un fragmento del conocido aforismo 125 llamado El hombre loco.

“No habéis oído hablar de aquel loco que, con una linterna encendida, en la claridad del mediodía, iba corriendo por la plaza y gritaba: "busco a Dios" Y ¿Qué precisamente arrancó una gran carcajada de los que allí estaban reunidos y no creían en Dios? ¿Es que se ha perdido?, decía uno. ¿Se ha extraviado como un niño?, decía otro, o ¿es que se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Ha emigrado?, así gritaban riendo unos con otros. El loco saltó en medio de ellos y los taladró con sus miradas. "¿Adónde se ha ido?- exclamó -, voy a decíroslo. Lo hemos matado nosotros. Vosotros y yo. Todos somos sus asesinos, pero ¿cómo hemos hecho esto? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Quién nos ha dado una esponja capaz de borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho para desprender esta tierra del sol? ¿Hacia dónde se mueve ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros, apartándonos de todos los soles? ¿No nos precipitamos continuamente?, ¿hacia atrás, adelante, a un lado y a todas partes? ¿Existe todavía para nosotros un arriba y un abajo?, ¿no vamos errantes como a través de una nada infinita?, ¿no nos absorbe el espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene la noche para siempre más y más noche? ¿No se han de encender linternas al medio día? ¿No oímos todavía nada del rumor de los enterradores que han enterrado a Dios?, ¿No olemos todavía nada de la corrupción divina? También los dioses se corrompen. ¡Dios ha muerto! ¡Dios está muerto! y ¡nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podemos consolarnos los asesinos de todos los asesinos? Lo más santo y lo más poderoso que el mundo poseía hasta ahora se ha desangrado bajo nuestros cuchillos -¿quién puede limpiarnos esta sangre?, ¿qué fiestas expiatorias o que juegos sagrados deberíamos inventar?-¿No es demasiado grande para nosotros la grandeza de este hecho?, ¿no deberemos convertirnos en dioses nosotros mismos sólo para aparecer dignos de ello? No hubo nunca hecho más grande –y cuando nazcan después de nosotros pertenecerán a una historia superior a toda la historia precedente a causa de este hecho”.[47]

Sin comentarios. Prefiero mostrarles el segundo fragmento del aforismo 343 titulado Lo que va junto con nuestro buen humor.

“Efectivamente nosotros, filósofos y «espíritus libres» ante la noticia de que el «viejo Dios ha muerto», nos sentimos como iluminados por una nueva aurora; nuestro corazón se inunda entonces de gratitud, de admiración, de presentimiento y de esperanza. Finalmente, se nos aparece el horizonte otra vez libre, por el hecho mismo de que no está claro y por fin es lícito a nuestros barcos zarpar de nuevo, rumbo hacía cualquier peligro; de nuevo está permitida toda aventura arriesgada de quién está en camino de conocer; la mar, nuestra mar se nos presenta otra vez abierta, tal vez no hubo nunca, aún, una «mar tan abierta»”.

Pregunto: ¿no es esta última idea el marco, y desenlace feliz, de todo el periplo que comenzó desde Humano, demasiado Humano, hasta la jovial obra, La gaya ciencia donde que se anuncia la llegada del Zaratustra? Sí, además de todo esto, se ha anunciado la llegada de Zaratustra.

 

 

 

Nietzsche ha comenzado su vida solitaria y errante, a partir de 1881 decidirá pasar los veranos en Sils-Maria y los inviernos en Niza. En esos dos lugares escribirá su más sublime creación.

Así habló Zaratustra es el libro más singular de Nietzsche. Aunque contiene en gran parte su pensamiento, en su forma no se parece a ninguno de los restantes libros de toda su prodigiosa obra. Su lenguaje no sólo es extraño para su propio tiempo, finales del siglo XIX, sino que es insólito a la hora de compararlo con los discursos propios de la filosofía occidental. Aunque su forma es literaria y poética, este libro no se puede considerar, ni como literatura, ni como poesía, dado que su esencia es netamente filosófica. El mismo Nietzsche, más adelante sugerirá algo más sorprendente aún: “Acaso sea lícito considerar el Zaratustra entero como música”.[48]

A partir de la magistral introducción que Andrés Sánchez Pascual elaboró para la edición castellana de Así habló Zaratustra, quiero presentar algunos pasajes fundamentales de esta obra. Debo aclarar que son una muestra, que de suyo siempre se quedará corta, el Zaratustra es como un pozo profundo, donde siempre se puede encontrar algo distinto, dependiendo además de quién sea el que se acerque a él. No he optado hoy por hacer un resumen, eso sería un absurdo, mucho menos por pretender explicar todo lo que ofrece este libro. Lo que sí podemos apreciar hoy, es una breve muestra de lo que se puede encontrar allí. Al final procuraré hacer una exposición, de los análisis más relevantes que se han hecho sobre esta obra.

En su introducción Andrés Sánchez Pascual nos trae un fragmento de una maravillosa obra literaria de Stefan Zweig titulada La lucha contra el demonio. Yo creo que es importante seguir recordando esta pieza literaria, puesto que recrea con mucha más efectividad que cualquier estudio biográfico, la vida del filósofo autor del Zaratustra. El texto es el siguiente:

“Un mezquino comedor de una pensión de seis francos al día, en un hotel de los Alpes o junto a la ribera de Liguria. Huéspedes indiferentes, la mayor parte de las veces; algunas señoras viejas en small talk, es decir, en menuda conversación. La campana ha llamado ya a comer. Entra un hombre de espaldas cargadas, de silueta imprecisa; su paso es incierto, porque Nietzsche, que tiene «seis séptimos de ciego», anda casi tanteando, como si saliese de una caverna. Su traje es oscuro y cuidadosamente aseado; oscuro es también su rostro, y su cabello castaño va revuelto, como agitado por el oleaje; oscuros son igualmente sus ojos, que se ven a través de unos cristales gruesos, extraordinariamente gruesos. Suavemente, casi con timidez, se aproxima; a su alrededor flota un silencio anormal. Parece un hombre que vive en las sombras, más allá de la sociedad, más allá de la conversación, y que está siempre temeroso de todo lo que sea ruido o hasta sonido; saluda a los demás huéspedes con cortesía y distinción y, cortésmente, se le devuelve el saludo. Se aproxima a la mesa con paso incierto de miope; va probando los alimentos con una precaución propia de un enfermo del estómago, no sea que algún guiso esté excesivamente sazonado o que el té sea demasiado fuerte, pues cualquier cosa de ésas irritaría su vientre delicado, y sí éste enferma, sus nervios se excitan tumultuosamente. Ni un vaso de vino, ni una jarra de cerveza, nada de alcohol, nada de café, ningún cigarro, ningún cigarrillo; nada estimulante; sólo una comida sobria y una conversación de cortesía, en voz baja, con el vecino de mesa (como hablaría alguien que ha perdido el hábito de conversar y tiene miedo de que le pregunten demasiado). Después se retira a su habitación mezquina, pobre, fría. La mesa está colmada de papeles, notas, escritos, pruebas; pero ni una flor, ni un adorno, algún libro apenas y, muy raras veces, alguna carta. Allá en un rincón, un pesado cofre de madera, toda su fortuna: dos camisas, un traje, libros y manuscritos. Sobre un estante, muchas botellitas, frascos y medicinas con que combatir sus dolores de cabeza que le tienen loco durante horas y más horas, para luchar con los calambres del estómago, los vómitos, para vencer su pereza intestinal y, sobre todo, para combatir con cloral y veronal su terrible insomnio. Un horrible arsenal de venenos y de drogas, que es la única ayuda que puede encontrar en el vacío de un cuarto extranjero, donde no le es posible encontrar otro reposo que el obtenido por un sueño corto, artificial, forzado. Envuelto en una capa y una bufanda de lana (pues la chimenea hace humo, pero no da calor), con sus dedos ateridos, sus gruesos lentes tocando casi el papel, escribe rápidamente, durante horas enteras, palabras que sus mismos ojos no pueden luego descifrar. Durante horas está allá sentado escribiendo, hasta que sus ojos le arden y lagrimean; una de las pocas felicidades de su vida es que alguien, apiadado de él, se ofrezca para escribir un rato, para ayudarle. Si hace buen día, el eterno solitario sale a dar un paseo, siempre solo con sus pensamientos. Nadie lo saluda jamás, nadie le para jamás. El mal tiempo, la nieve, la lluvia, todo eso que él odia tanto, lo retienen prisionero en su cuarto; nunca abandona su habitación para buscar la compañía de otros, para buscar a otras personas. Por la noche, un par de pastelillos, una tacita de té flojo, y enseguida otra vez la soledad eterna con sus pensamientos. Horas enteras vela junto a la lámpara macilenta y humosa sin que sus nervios, siempre tensos, se aflojen de cansancio. Después echa mano del cloral a otro hipnótico cualquiera, y así, a la fuerza, se duerme, se duerme como las demás personas, como las personas que no piensan ni son perseguidas por el demonio”.[49]

No hay nada más excepcional en las rutinas de Nietzsche, nada mejor que esta página literaria para describir la vida de este solitario, aparentemente una vida sin acontecimientos sorprendentes, sólo sus dolencias, su soledad y sus pensamientos… Atención, sus pensamientos, en sus pensamientos es donde se suceden las más grandes acciones y luchas. Los pensamientos de un hombre que creará el Zaratustra.

Así hablo Zaratustra comienza con un prólogo y luego está dividido en cuatro partes. Como ya lo expresé, Andrés Sánchez Pascual en su introducción realiza una lúcida explicación breve y contundente de cada una de estas partes. Así que antes de presentar algunos apartados del Zaratustra escuchemos tales explicaciones.

Sobre el Prólogo:

“La fábula de Así habló Zaratustra es sencilla y breve y puede esbozarse con facilidad. A los treinta años Zaratustra se retira a la soledad de la montaña, donde le acompañan sus dos animales heráldicos: el águila, símbolo del orgullo, y la serpiente, símbolo de la inteligencia. Allí aprende su sabiduría, y un día decide bajar a predicársela a los hombres. En el descenso hacía ellos tropieza con un eremita «que no había oído todavía nada de que Dios ha muerto». Al llegar a la ciudad encuentra al pueblo reunido en el mercado y «comete la gran tontería de todos los eremitas»: hablar al pueblo, es decir, hablar a todos y no hablar a nadie. Sus discursos son, pues, para todos y para nadie”.[50]

En este prólogo se anuncia el superhombre, pero no un superhombre dotado de súper poderes como se ha mal entendido, no, todo lo contrario, un superhombre en tanto que se supera a sí mismo y permanece fiel a la tierra y abandona cualquier idea idealista o divina de una más allá. Escuchemos:

“El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobre terrenales! Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan! En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con Él han muerto también esos delincuentes. ¡Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra y apreciar las entrañas de lo inescrutable más que el sentido de la tierra! En otro tiempo el alma miraba al cuerpo con desprecio: y ese desprecio era entonces lo más alto: - el alma quería el cuerpo flaco, feo, famélico. Así pensaba escabullirse del cuerpo y de la tierra. Oh, también esa alma era flaca, fea y famélica: ¡y la crueldad era la voluptuosidad de esa alma! Más vosotros también, hermanos míos, decidme: ¿qué anuncia vuestro cuerpo de vuestra alma? ¿No es vuestra alma acaso pobreza y suciedad y un lamentable bienestar?”.[51]

Ya desde este prólogo los lectores advierten que el Zaratustra es un libro escrito de una forma perecida a los evangelios de la Biblia, pero también muy pronto se descubre que esto es un juego, una provocación, éste es un libro que en todo es antítesis del texto cristiano. Zaratustra es un ataque frontal a cualquier expresión del cristianismo existente. El Zaratustra es un libro para espíritus libres:

“Yo amo a quien es de espíritu libre y de corazón libre: su cabeza no es así más que las entrañas de su corazón, pero su corazón lo empuja a al ocaso”.[52]

Primera parte

“La primera parte comienza con un discurso sobre las tres transformaciones: cómo el espíritu se convierte en camello en león y el león por fin en niño. El tema central de esta primera parte es la muerte de Dios. Ese peso debe dejar de abrumar al hombre, a fin de que éste pueda conquistar no «el otro mundo», sino este mundo suyo. Siguen luego los ataques contra las virtudes que actúan como adormideras («el sueño del justo»), contra los trasmundanos («esos ingratos que se imaginaron estar sustraídos a su cuerpo y a esta tierra») contra los que desprecian el cuerpo y predican la muerte, etcétera. […] Al final Zaratustra predica «la muerte libre» para los superfluos, y acaba contraponiendo a las falsas virtudes combatidas la imagen de la virtud futura: la virtud que hace regalos. En las últimas líneas Zaratustra se despide de sus discípulos, y vuelve a su soledad. «Ahora os ordeno que me perdáis a mí y que os encontréis a vosotros. Y sólo cuando todos hayáis renegado de mí, volveré entre vosotros»[53]

Todo el libro de Zaratustra es un libro de liberación, pero esta primera parte es el anuncio de la liberación que debe hacer el espíritu libre. Las tres transformaciones del espíritu que vamos a escuchar, son el devenir de un espíritu que se hace libre.

“Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño. Hay muchas cosas pesadas para el espíritu, para el espíritu fuerte, de carga, en el que habita la veneración: su fortaleza demanda cosas pesadas, e incluso las más pesadas de todas. ¿Qué es pesado?, así pregunta el espíritu de carga, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que lo carguen bien. ¿Qué es lo más pesado, héroes?, así pregunta el espíritu de carga, para que yo cargue con ello y mi fortaleza se regocije. ¿Acaso no es: humillarse para hacer daño a la propia soberbia? ¿Hacer brillar la propia tontería para burlarse de la propia sabiduría? ¿O acaso es: apartarnos de nuestra causa cuando ella celebra su victoria? ¿Subir a altas montañas para tentar al tentador? ¿O acaso es: alimentarse de las bellotas y de la hierba del conocimiento y sufrir hambre en el alma por amor a la verdad? ¿O acaso es: estar enfermo y enviar a paseo a los consoladores, y hacer amistad con sordos, que nunca oyen lo que tú quieres? ¿O acaso es: sumergirse en agua sucia cuando ella es el agua de la verdad, y no apartar de sí las frías ranas y los calientes sapos? ¿O acaso es: amar a quienes nos desprecian y tender la mano al fantasma cuando quiere causarnos miedo? Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu de carga: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto. Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere conquistar su libertad como se conquista una presa y ser señor en su propio desierto. Aquí busca a su último señor: quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere pelear para conseguir la victoria. ¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios? «Tú debes» se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice «yo quiero». «Tú debes» le cierra el paso, brilla como el oro, es un animal escamoso, y en cada una de sus escamas brilla áureamente «¡Tú debes!». Valores milenarios brillan en esas escamas, y el más poderoso de todos los dragones habla así: «todos los valores de las cosas - brillan en mí». «Todos los valores han sido ya creados, y yo soy - todos los valores creados. ¡En verdad, no debe seguir habiendo ningún “Yo quiero!”» Así habla el dragón. Hermanos míos, ¿para qué se precisa que haya el león en el espíritu? ¿Por qué no basta la bestia de carga, que renuncia a todo y es respetuosa? Crear valores nuevos - tampoco el león es aún capaz de hacerlo: más crearse libertad para un nuevo crear - eso sí es capaz de hacerlo el poder del león. Crearse libertad y un no santo incluso frente al deber: para ello, hermanos míos, es preciso el león. Tomarse el derecho de nuevos valores - ése es el tomar más horrible para un espíritu de carga y respetuoso. En verdad, eso es para él robar, y cosa propia de un animal de rapiña. En otro tiempo el espíritu amó el «Tú debes» como su cosa más santa: ahora tiene que encontrar ilusión y capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre de su amor: para ese robo se precisa el león. Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacer? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño? Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo. Tres transformaciones del espíritu os he mencionado: cómo el espíritu se convirtió en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño.”[54]

Esta es la primera gran enseñanza de Zaratustra, estos discursos nos proveen de argumentos para que, si aún se tiene espíritu de camello, se pueda liberar de sus cargas pesadas, y pueda convertirse en un león que crea sus propios valores, faltará mucho para que el espíritu vuelva a recuperar la inocencia del niño, vuelva a jugar con el mundo, y vuelva a decir sí.

Son muchos los discursos interesantes que valdría la pena mostrar aquí, pero prefiero en aras de brevedad, exhortarlos para que tomen este libro en sus manos, y tomen lo que ustedes gusten para sí, de todas maneras recuerden que este es un “libro para todos y para nadie”, tal cual como se expresa en el subtítulo de la obra.

Pero antes de pasar a analizar la segunda parte, observemos la advertencia de Zaratustra para que sus lectores, no crean que están frente otro dogmático que pretende imponer una verdad. Zaratustra provoca emancipación del espíritu, no lo contrario, miremos.

“¡Alejaos de mí y guardaos de Zaratustra! Y aun mejor: ¡avergonzaos de él! Tal vez os ha engañado. El hombre del conocimiento no sólo tiene que poder amar a sus enemigos, tiene también que poder odiar a sus amigos. Se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo. ¿Y por qué no vais a deshojar vosotros mi corona? […] ¿Decís que creéis en Zaratustra? ¡Más qué importa Zaratustra! Vosotros sois mis creyentes, ¡más qué importan todos los creyentes! No os habíais buscado aún a vosotros: entonces me encontrasteis. Así hacen todos los creyentes: por eso vale tan poco toda fe”.[55]

Segunda parte

“Al comienzo de la segunda parte Zaratustra se encuentra en la montaña aguardando a que la semilla plantada por él dé sus frutos. Se impacienta, a causa de la sobre abundancia de su sabiduría; y un amanecer tiene un sueño: la doctrina predicada por él está siendo desfigurada. […] El tema básico que resuena, abierta o escondidamente, en la segunda parte, es la voluntad de poder. Por ello los primeros capítulos son ataques contra quienes con su enseñanza se oponen a esa voluntad. Los compasivos, los sacerdotes, la chusma, las tarántulas: todos ellos sienten la aversión contra la vida y su esencia. Están dominados por el espíritu de la venganza. De repente, surgen tres capítulos de tono lírico, «La canción de la noche», «La canción del baile» y “La canción de los sepulcros». Y tras ellos aparece el esbozo del hombre que se libera del espíritu de venganza contra la vida”.[56]

Toda esta segunda parte, es en conjunto una crítica general al mundo moderno, un ataque a los compasivos, a los sacerdotes, a las masas, a los doctos, en fin, a la vulgaridad del hombre de la modernidad. Bueno, pero en esta ocasión sólo quiero resaltar unos de los más bellos pasajes de esta parte, se trata de “La bella canción del baile”, en un tono lírico, un hablar entre la vida, la sabiduría y Zaratustra. Es sencillamente excepcional.

“En tus ojos he mirado hace un momento, ¡oh vida! Y en lo insondable me pareció hundirme. Pero tú me sacaste fuera con un anzuelo de oro; burlonamente te reíste cuando te llamé insondable. «Ése es el lenguaje de todos los peces, dijiste; lo que ellos no pueden sondar, es insondable. Pero yo soy tan sólo mudable, y salvaje, y una mujer en todo, y no virtuosa: aunque para vosotros los varones me llame „la profunda‟, o „la fiel‟, „la eterna‟, „la llena de misterio‟. Vosotros los varones, sin embargo, me otorgáis siempre como regalo vuestras propias virtudes - ¡ay, vosotros virtuosos!» Así reía la increíble; mas yo nunca la creo, ni a ella ni a su risa, cuando habla mal de sí misma. Y cuando hablé a solas con mi sabiduría salvaje, me dijo encolerizada: «Tú quieres, tú deseas, tú amas, ¡sólo por eso alabas tú la vida!» A punto estuve de contestarle mal y de decirle la verdad a la encolerizada; y no se puede contestar peor que «diciendo la verdad» a nuestra propia sabiduría. Así están, en efecto, las cosas entre nosotros tres. A fondo yo no amo más que a la vida - ¡y, en verdad, sobre todo cuando la odio! Y el que yo sea bueno con la sabiduría, y a menudo demasiado bueno: ¡esto se debe a que ella me recuerda totalmente a la vida! Tiene los ojos de ella, su risa, e incluso su áurea caña de pescar: ¿qué puedo yo hacer si las dos se asemejan tanto? Y una vez, cuando la vida me preguntó: ¿Quién es, pues, ésa, la sabiduría? - yo me apresuré a responder: «¡Ah sí!, ¡la sabiduría! Tenemos sed de ella y no nos saciamos, la miramos a través de velos, la intentamos apresar con redes. ¿Es hermosa? ¡Qué sé yo! Pero hasta las carpas más viejas continúan picando en su cebo. Mudable y terca es; a menudo la he visto morderse los labios y peinarse a contrapelo. Acaso es malvada y falsa, y una mujer en todo; pero cabalmente cuando habla mal de sí es cuando más seduce.» Cuando dije esto a la vida ella rio malignamente y cerró los ojos. «¿De quién estás hablando?, dijo, ¿sin duda de mí? Y aunque tuvieras razón, - ¡decirme eso así a la cara! Pero ahora habla también de tu sabiduría.» ¡Ay, y entonces volviste a abrir tus ojos, oh vida amada! Y en lo insondable me pareció hundirme allí de nuevo. –“[57]

Tercera parte

“La tercera parte constituye la culminación de la obra. […] En el primitivo plan de Nietzsche, Así hablo Zaratustra concluía con ella. […] Su tema central es lo que quedó inexpresado al final de la segunda: el pensamiento del eterno retorno, que Zaratustra «no quiso» decir. […] El misterio de su idea fundamental queda en vuelto, para él mismo, en las sombras de lo inquietante. […] El pensamiento del eterno retorno […] llega a su más detallada expresión en los apartados «Del espíritu de la pesadez» y «El convaleciente»”.[58]

El pensamiento del eterno retorno, se muestra pues como un enigma, en «El convaleciente» los animales del Zaratustra presentan así la cuestión:

“Todo va, todo vuelve; eternamente rueda la rueda del ser. Todo muere, todo vuelve a florecer, eternamente corre el año del ser. Todo se rompe, todo se recompone; eternamente se construye a sí misma la misma casa del ser. Todo se despide, todo vuelve a saludarse; eternamente permanece fiel a sí el anillo del ser. En cada instante comienza el ser; en torno a todo “Aquí” gira la esfera “Allá”. El centro está en todas partes. Curvo es el sendero de la eternidad.» […] Mira, nosotros sabemos lo que tú enseñas: que todas las cosas retornan eternamente, y nosotros mismos con ellas, y que nosotros hemos existido ya infinitas veces, y todas las cosas con nosotros. Tú enseñas que hay un gran año del devenir, un monstruo de gran año: una y otra vez tiene éste que darse la vuelta, lo mismo que un reloj de arena, para volver a transcurrir y a vaciarse: - de modo que todos estos años son idénticos a sí mismos, en lo más grande y también en lo más pequeño, - de modo que nosotros mismos somos idénticos a nosotros mismos en cada gran año, en lo más grande y también en lo más pequeño. Y si tú quisieras morir ahora, oh Zaratustra: mira, también sabemos cómo te hablarías entonces a ti, mismo: - ¡más tus animales te ruegan que no mueras todavía! Hablarías sin temblar, antes bien dando un aliviador suspiro de bienaventuranza: ¡pues una gran pesadez y un gran sofoco se te quitarían de encima a ti, el más paciente de todos los hombres! - “Ahora muero y desaparezco, dirías, y dentro de un instante seré nada. Las almas son tan mortales como los cuerpos. Pero el nudo de las causas, en el cual yo estoy entrelazado, retorna, - ¡él me creará de nuevo! Yo mismo formo parte de las causas del eterno retorno. Vendré otra vez, con este sol, con esta tierra, con este águila, con esta serpiente - no a una vida nueva o a una vida mejor o a una vida semejante: - vendré eternamente de nuevo a esta misma e idéntica vida, en lo más grande y también en lo más pequeño, para enseñar de nuevo el eterno retorno de todas las cosas, - para decir de nuevo la palabra del gran mediodía de la tierra y de los hombres, para volver a anunciar el superhombre a los hombres”.[59]

Ya lo habíamos dicho en la primera conferencia, Nietzsche se ubica en el instante, atrás de éste hay una eternidad, el origen es imposible de establecer; adelante otra eternidad, nadie la podrá recorrer totalmente. Como fenómeno físico sólo tenemos el instante, una sucesión de presente que se da eternamente. El eterno retorno es precisamente un enigma, porque para nosotros, que tenemos incrustadas una racionalidad occidental de devenir, historias universales y destinos; es casi imposible y atormentador, creer que la vida simplemente es un eterno retorno de lo idéntico.

Existe además en esta tercera parte “La otra canción del baile”, una vez más, la vida y Zaratustra, Zaratustra y la vida, escuchemos algunos apartes:

«En tus ojos he mirado hace un momento, oh vida: oro he visto centellear en tus nocturnos ojos, - mi corazón se quedó paralizado ante esa voluptuosidad. […] ¡Quién no te amaría a ti, pecadora inocente, impaciente, rápida como el viento, de ojos infantiles! ¿Hacia dónde me arrastras ahora, criatura prodigiosa y niña traviesa? ¡Y ahora vuelves a huir de mí, dulce presa y niña ingrata! Te sigo bailando, te sigo incluso sobre una pequeña huella. […] ¡Me gustaría recorrer contigo - senderos más agradables! - ¡senderos del amor, a través de silenciosos bosquecillos multicolores! O allí a lo largo del lago: ¡allí nadan y bailan peces dorados! ¿Ahora estás cansada? Allá arriba hay ovejas y atardeceres: ¿no es hermoso dormir cuando los pastores tocan la flauta? ¿Tan cansada estás? ¡Yo te llevo, deja tan sólo caer los brazos! Y si tienes sed, - yo tendría sin duda algo, ¡más tu boca no quiere beberlo! - ¡Oh esta maldita, ágil, flexible serpiente y bruja escurridiza! ¿Adónde has ido? ¡Más en la cara siento, de tu mano, dos huellas y manchas rojas! ¡Estoy en verdad cansado de ser siempre tu estúpido pastor! Tú bruja, hasta ahora he cantado yo para ti, ahora tú debes - ¡gritar para mí! ¡Al compás de mi látigo debes bailar y gritar para mí! «¿Acaso he olvidado el látigo? ¡No!» Entonces la vida me respondió así, y al hacerlo se tapaba los graciosos oídos: «¡Oh Zaratustra! ¡No chasquees tan horriblemente el látigo! Tú lo sabes bien: el ruido asesina los pensamientos - y ahora precisamente me vienen pensamientos tan gráciles. Nosotros somos, ambos, dos haraganes que no hacemos ni bien ni mal. Más allá del bien y del mal hemos encontrado nuestro islote y nuestro verde prado - ¡nosotros dos solos! ¡Ya por ello tenemos que ser buenos el uno para el otro! Y aunque no nos amemos a fondo -, ¿es necesario guardarse rencor si no se ama a fondo? Y que yo soy buena contigo, y a menudo demasiado buena, eso lo sabes tú: y la razón es que estoy celosa de tu sabiduría. ¡Ay, esa loca y vieja necia de la sabiduría! Si alguna vez se apartase de ti tu sabiduría, ¡ay!, entonces se apartaría de ti rápidamente también mi amor”.[60]

Cuarta parte

“Zaratustra oye un grito de socorro, y su última tentación se acerca hasta él. Esta última tentación, la que podría inducirle a su último pecado, es la compasión por estos hombres superiores. Uno a uno van apareciendo en los dominios de Zaratustra el adivino, los reyes que han abandonado el trono, el concienzudo del espíritu, el mago, el papa jubilado, el más feo de los hombres, el mendigo voluntario, el viajero y su propia sombra. […] Pero no es a aquellos hombres superiores a quienes Zaratustra aguarda en sus montañas. Él espera su signo, y éste llega: el león sonriente y la banda de palomas. Los hombres superiores huyen asustados. Zaratustra ha superado su última tentación, y ahora parte con destino desconocido. «Así habló Zaratustra, y abandonó su caverna, ardiente y fuego como un sol matinal que viene de oscuras montañas.» De todos los símbolos que llenan la obra, es éste sin duda el más cargado de significación.”

En este caso no voy a detallar, las varias historias que se tejen en los encuentros de los hombres superiores con Zaratustra. Basta decir que estos hombres aún no eran los espíritus libres, aún faltaba una transformación, y Zaratustra no se ha compadecido de ellos. Ya antes les había dicho:

“Vosotros hombres superiores, esto es lo peor de vosotros: ninguno habéis aprendido a bailar como hay que bailar - ¡a bailar por encima de vosotros mismos! ¡Qué importa que os hayáis malogrado! ¡Cuántas cosas son posibles aún! ¡Aprended, pues, a reíros de vosotros sin preocuparos de vosotros! Levantad vuestros corazones, vosotros buenos bailarines, ¡arriba!, ¡más arriba! ¡Y no me olvidéis tampoco el buen reír! Esta corona del que ríe, esta corona de rosas: ¡a vosotros, hermanos míos, os arrojo esta corona! Yo he santificado el reír; vosotros hombres superiores, aprendedme - ¡a reír!”.[61]

Antes de pasar a la exposición que les prometí sobre los análisis más relevantes que se han hecho sobre esta gran obra, escuchemos el canto de ronda de Zaratustra, quizá dice mucho más:

“¡Oh hombre! ¡Presta atención!

¿Qué dice la profunda medianoche?

«Yo dormía, dormía, -

De un profundo soñar me he despertado: -

El mundo es profundo,

Y más profundo de lo que el día ha pensado.

Profundo es su dolor. -

El placer - es aún más profundo que el sufrimiento:

El dolor dice: ¡Pasa!

Mas todo placer quiere eternidad -,

-¡Quiere profunda, profunda eternidad!»”.[62]

Son muchos los autores que se han referido a esta obra, no es del caso aquí pasar balance de todo lo que se ha dicho sobre ella, en los 124 años que lleva de existencia. Como era previsible, esta obra sería desconocida, tergiversada, manipulada, rechazada, popularizada, vulgarizada y muy poco asimilada en profundidad. Pero esto no es problema, recordemos que desde el comienzo fue una obra para todos y para nadie. Quiero, pues mostrar unos juicios sobre ésta, de tres filósofos, que por su investigación y rigor académico se convirtieron en autoridad mundial sobre la comprensión de la obra de Nietzsche. En primer lugar Giorgio Colli y Mazzino Montinari, a quien debemos la elaboración filológica de la primera edición crítica completa de la obra de Nietzsche. Y en segundo lugar el filósofo francés Gilles Deleuze quien realizó la magistral obra de interpretación sobre nuestro filósofo, titulada Nietzsche y la filosofía.

Giorgio Colli en su libro Introducción a Nietzsche expresó lo siguiente:

“Así habló Zaratustra se impone como modelo inaudito de una vida ascendente, en la que la alegría, aun a través de la angustia y de los íncubos horrendos de la existencia, prevalece sobre el dolor, y la ligereza sobre la pesadez, en la que el sufrimiento, la mezquindad sórdida, las insuficiencias, son rescatadas por una esperanza más alta que nace de la revelación de que aquella alegría, aquella danza, son una realidad una vez vivida por un hombre. La fuerza catártica de la doctrina del eterno retorno reside en la seguridad de que, en base a ella, cada gesto exaltado, cada sentimiento victorioso de Zaratustra está destinado a retornar eternamente, y quizás ya en la existencia de aquellos que reciben la enseñanza”.[63]

Por su parte Mazzino Montinari expresó:

“Si al leer Zaratustra se tiene en cuenta que el superhombre sólo tiene sentido para Nietzsche en función del eterno retorno, no se correrá el riesgo de caer en equívocos vulgares y podrán captarse la idea del eterno retorno y la del superhombre tal como las pensaba Nietzsche: el eterno retorno no es una especie de salto mortal en lo irracional a la búsqueda de otro «mundo detrás del mundo», o peor aún, un pálido sucedáneo de religión; el superhombre, precisamente por su vinculación con el eterno retorno, no es un atleta con ambiciones estéticas que rebosa de salud, o lo peor de todo, el prototipo de una «raza de dominadores». Ambas ideas son por el contrario, conceptos límite en el horizonte de una visión antimetafísica y antipesimista del mundo, tras la «muerte de Dios»”.[64]

De otro lado Gilles Deleuze analizó la relación entre Zaratustra y Dioniso, recordemos que después Nietzsche se presentará como discípulo del filósofo Dioniso:

“La constelación de Zarathustra es la constelación del león, pero la de Dionysos es la constelación del ser: el sí del niño-juguetón, más profundo que el no sagrado del león. Zarathustra es todo él afirmativo: hasta cuando dice no, él, que sabe decir no. […] El león es el que se hace niño, la destrucción de los valores conocidos es la que hace posible una creación de nuevos valores; pero la creación de valores, el sí del niño-juguetón, no se formarían bajo estas condiciones si al mismo tiempo no estuvieran sometidos a la jurisdicción de una genealogía más profunda. Así pues, no será motivo de asombro el que todo concepto nietzscheano se halle en el cruzamiento de dos descendencias genéticas desiguales. No sólo el eterno retorno y el superhombre, sino también la risa, el juego, la danza. Referidos a Zarathustra, la risa, el juego, la danza, son los poderes afirmativos de la transmutación: la danza transmuta lo pesado en ligero, la risa los sufrimientos en alegría, el juego de lanzar (los dados) lo bajo en alto. Pero referidos a Dionysos, la risa, la danza, el juego, son los poderes afirmativos de reflexión y de desarrollo. La danza afirma el devenir y el ser del devenir; la risa, las carcajadas, afirman lo múltiple y lo uno de lo múltiple; el juego afirma el azar y la necesidad del azar”.[65]

Y finalmente, nada mejor que el propio balance, que Nietzsche realizó sobre su Zaratustra en el Ecce homo:

“Esta obra ocupa un lugar absolutamente aparte. Dejemos de lado a los poetas: acaso nunca se haya hecho nada desde una sobreabundancia igual de fuerzas. Mi concepto de lo «dionisiaco» se volvió aquí acción suprema; medido por ella, todo el resto del obrar humano aparece pobre y condicionado. Decir que un Goethe, un Shakespeare no podrían respirar un solo instante en esta pasión y esta altura gigantescas, decir que Dante, comparado con Zaratustra, es meramente un creyente y no alguien que crea por vez primera la verdad, un espíritu que gobierna el mundo, un destino, decir que los poetas del Veda son sacerdotes y ni siquiera dignos de desatar las sandalias de un Zaratustra, todo eso es lo mínimo que puede decirse y no da idea de la distancia, de la soledad azul en que esta obra vive. Zaratustra tiene eterno derecho a decir: «Yo trazo en torno a mí círculos y fronteras sagradas; cada vez es menor el número de quienes conmigo suben hacia montañas cada vez más altas, yo construyo una cordillera con montañas más santas cada vez.» Súmense el espíritu y la bondad de todas las almas grandes: todas juntas no estarían en condiciones de producir un discurso de Zaratustra. Inmensa es la escala por la que él asciende y desciende; ha visto más, ha querido más, ha podido más que cualquier otro hombre. Este espíritu, el más afirmativo de todos, contradice con cada una de sus palabras; en él todos los opuestos se han juntado en una unidad nueva. Las fuerzas más altas y más bajas de la naturaleza humana, lo más dulce, ligero y terrible brota de un manantial único con inmortal seguridad. Hasta ese momento no se sabe lo que es altura, lo que es profundidad, y menos todavía se sabe lo que es verdad. No hay, en esta revelación de la verdad, un solo instante que hubiera sido ya anticipado, adivinado por alguno de los más grandes. Antes del Zaratustra no existe ninguna sabiduría, ninguna investigación de las almas, ningún arte de hablar: lo más próximo, lo más cotidiano, habla aquí de cosas inauditas. La sentencia temblando de pasión; la elocuencia hecha música; rayos arrojados anticipadamente hacia futuros no adivinados antes. La más poderosa fuerza para el símbolo existida con anterioridad resulta pobre y un mero juego frente a este retorno del lenguaje a la naturaleza de la figuración. ¡Y cómo desciende Zaratustra y dice a cada uno lo más benigno! ¡Cómo él mismo toma con manos delicadas a sus contradictores, los sacerdotes, y sufre con ellos a causa de ellos! Aquí el hombre está superado en todo momento, el concepto de «superhombre» se volvió aquí realidad suprema, en una infinita lejanía, por debajo de él, yace todo aquello que hasta ahora se llamó grande en el hombre. Lo alciónico, los pies ligeros, la omnipresencia de maldad y arrogancia, y todo lo demás que es típico del tipo Zaratustra, jamás se soñó que eso fuera esencial a la grandeza. Justo en esa amplitud de espacio, en esa capacidad de acceder a lo contrapuesto, siente Zaratustra que él es la especie más alta de todo lo existente, y cuando se oye cómo la define, hay que renunciar a buscar algo semejante. —el alma que posee la escala más larga y que más profundo puede descender, el alma más vasta, la que más lejos puede correr y errar y vagar dentro de sí, la más necesaria, que por placer se precipita en el azar, el alma que es, y se sumerge en el devenir, la que posee, y quiere sumergirse en el querer y desear, la que huye de sí misma, que a sí misma se da alcance en los círculos más amplios, el alma más sabia, a quien más dulcemente habla la necedad, la que más se ama a sí misma, en la que todas las cosas tienen su corriente y su contracorriente, su flujo y su reflujo. Pero esto es el concepto mismo de Dioniso. Otra consideración conduce a idéntico resultado. El problema psicológico del tipo de Zaratustra consiste en cómo aquel que niega con palabras, que niega con hechos, en un grado inaudito, todo lo afirmado hasta ahora, puede ser a pesar de ello la antítesis de un espíritu de negación; en cómo el espíritu que porta el destino más pesado, una tarea fatal, puede ser, a pesar de ello, el más ligero y ultraterreno -Zaratustra es un danzarín; en cómo aquel que posee la visión más dura, más terrible de la realidad, aquel que ha pensado el «pensamiento más abismal», no encuentra en sí, a pesar de todo, ninguna objeción contra el existir y ni siquiera contra el eterno retorno de éste, antes bien, una razón más para ser él mismo el sí eterno dicho a todas las cosas, «el inmenso e ilimitado decir sí y amén.» «A todos los abismos llevo yo entonces, como una bendición, mi decir sí.» Pero esto es, una vez más, el concepto de Dioniso”.[66]

Oyentes y/o lectores de la Escuela Zaratustra yo he encontrado en la filosofía de Nietzsche, en la enseñanza de Zaratustra la mayor afirmación de la vida, a partir de Nietzsche como dijo Peter Sloterdijk, nos hemos liberado de los tres pecados originales de la conciencia: el idealismo, el moralismo y el resentimiento. Al liberarnos de todo ello, volvemos a nacer, el mundo hay que volverlo a crear, tenemos una nueva oportunidad; el viejo mundo idealista de la felicidad prometida por la riqueza del capital, el viejo mundo moralista e hipócrita del cristianismo, el viejo mundo resentido de cristianismo, judaísmo, e islamismo y todos los ismos religiosos, el mundo vulgar, mediocre y decadente del presente, tendrá que desaparecer. “El mundo es profundo, Y más profundo de lo que el día ha pensado. Profundo es su dolor. - El placer - es aún más profundo que el sufrimiento: El dolor dice: ¡Pasa! Mas todo placer quiere eternidad -, -¡Quiere profunda, profunda eternidad!”

Mazzino Montinari nos cuenta, cómo la vida de Nietzsche después del Zaratustra no presentaría ningún acontecimiento exterior relevante. Por el contrario, “la marcha hacia la soledad continuaba”.[67]

El solitario de Sisl-Maria, seguía cada vez más apartado de aquel mundo que no comprendió su Zaratustra. De hecho escribió en esos días un poema titulado: Tormento del solitario. Su incansable necesidad de escribir no paró. Al respecto, Montinari nos sigue relatando, que “si sumamos todas las páginas publicadas entre 1883 y 1887 contaremos alrededor de un millar de páginas impresas; en cambio, los materiales manuscritos no impresos suman unas mil quinientas páginas, sin contar las que se han perdido. […] Nietzsche se dedicó cada vez más a la única actividad que le permitía «soportar la vida»: escribir”.[68]

Nietzsche afirmó que el Zaratustra en todo era un sí, y que ahora había llegado el momento del no. Y este no se materializó en sus dos nuevas obras: Más allá del bien y del mal y La genealogía de la moral.

Veamos cómo el propio Nietzsche, en su Ecce Homo habló de estas nuevas obras.

Sobre Más allá del bien y del mal expresó lo siguiente:

“La tarea de los años siguientes estaba ya trazada de la manera más rigurosa posible. Después de haber quedado resuelta la parte de mi tarea que dice sí le llegaba el turno a la otra mitad, que dice no, que hace no: la transvaloración misma de los valores anteriores, la gran guerra, el conjuro de un día de la decisión. Aquí está incluida la lenta mirada alrededor en busca de seres afines, de seres que desde una situación fuerte me ofrecieran la mano para aniquilar. A partir de ese momento todos mis escritos son anzuelos: ¿entenderé yo acaso de pescar con anzuelo mejor que nadie?... Si nada ha picado, no es mía la culpa. Faltaban los peces… Este libro (1886) es en todo lo esencial una crítica de la modernidad, no excluidas las ciencias modernas, las artes modernas, ni siquiera la política moderna, y ofrece a la vez indicaciones de un tipo antitético que es lo menos moderno posible, un tipo aristocrático, un tipo que dice sí. En este último sentido el libro es una escuela del gentilhomme [gentilhombre], entendido este concepto de manera más espiritual y más radical de lo que nunca hasta ahora lo ha sido. Es necesario tener coraje en el cuerpo aun sólo para soportarlo, es necesario no haber aprendido a tener miedo… Todas las cosas de que nuestra época está orgullosa son sentidas como contradicción respecto a ese tipo, casi como malos modales, así por ejemplo la famosa «objetividad», la «compasión por todos los que sufren», el «sentido histórico» con su servilismo respecto al gusto ajeno, con su arrastrarse ante petits faits [hechos pequeños], el «cientificismo». Si se tiene en cuenta que el libro viene después del Zaratustra, se adivinará también quizá el régime [régimen] dietético a que debe su nacimiento. El ojo, malacostumbrado por una enorme coerción a mirar lejos -Zaratustra ve aún más lejos que el Zar-, es aquí forzado a captar con agudeza lo más cercano, nuestra época, lo que nos rodea. Se encontrará en todo el libro, sobre todo también en la forma, idéntico alejamiento voluntario de aquellos instintos que hicieron posible un Zaratustra. El refinamiento en la forma, en la intención, en el arte de callar, ocupa el primer plano, la psicología es manejada con una dureza y una crueldad declaradas, - el libro carece de toda palabra benévola. Todo esto recrea: ¿quién adivina, en último término, qué especie de recreación se hace necesaria tras un derroche tal de bondad como es el Zaratustra? Dicho teológicamente, –préstese atención, pues raras veces hablo yo como teólogo– fue Dios mismo quien, al final de su jornada de trabajo, se tendió bajo el árbol del conocimiento en forma de serpiente: así descansaba de ser Dios... Había hecho todo demasiado bello. El diablo es sencillamente la ociosidad de Dios cada siete días…”.[69]

Y sobre La genealogía de la moral, expresó lo siguiente:

“Los tres tratados de que se compone esta Genealogía son acaso, en punto a expresión, intención y arte de la sorpresa, lo más inquietante que hasta el momento se ha escrito. Dioniso es también, como se sabe, el dios de las tinieblas. -Siempre hay un comienzo que debe inducir a error, un comienzo frío, científico, incluso irónico, intencionadamente situado en primer plano, intencionadamente demorado. Poco a poco, más agitación; relámpagos aislados; desde lejos se hacen oír con un sordo gruñido verdades muy desagradables, hasta que finalmente se alcanza un tempo feroce [ritmo feroz], en el que todo empuja hacia adelante con enorme tensión. Al final, cada una de las veces, entre detonaciones completamente horribles, una nueva verdad se hace visible entre espesas nubes. La verdad del primer tratado es la psicología del cristianismo: el nacimiento del cristianismo del espíritu del resentimiento, no del «espíritu», como de ordinario se cree, - un anti-movimiento por su esencia, la gran rebelión contra el dominio de los valores aristocráticos. El segundo tratado ofrece la psicología de la conciencia: ésta no es, como se cree de ordinario, «la voz de Dios en el hombre», - es el instinto de la crueldad, que revierte hacia atrás cuando ya no puede seguir desahogándose hacia fuera. La crueldad, descubierta aquí por vez primera como uno de los más antiguos trasfondos de la cultura, con el que no es posible dejar de contar. El tercer tratado da respuesta a la pregunta de dónde procede el enorme poder del ideal ascético, del ideal sacerdotal, a pesar de ser éste el ideal nocivo par excellence, una voluntad de final, un ideal de décadence. Respuesta: no porque Dios esté actuando detrás de los sacerdotes, como se cree de ordinario, sino faute de mieux [a falta de algo mejor], porque ha sido hasta ahora el único ideal, porque no ha tenido ningún competidor. «Pues el hombre prefiere querer incluso la nada a no querer»... Sobre todo, faltaba un contraideal, - hasta Zaratustra. Se me ha entendido. Tres decisivos trabajos preliminares de un psicólogo para una transvaloración de todos los valores. Este libro contiene la primera psicología del sacerdote”.[70]

Tenemos entonces, después del magnífico Zaratustra. Dos obras demoledoras, encargadas de criticar y develar hasta las últimas consecuencias, los supuestos ideales y virtudes en los que se había fundado el mundo moderno. Si alguien le reclamaba al Zaratustra, la falta de claridad y la falta de un pensamiento sistemático, ahora Nietzsche le entregaba dos obras, en las que los mismos temas del Zaratustra, eran tratados con el rigor, y con la contundencia que muchos filósofos nunca habían logrado escribir. Pero, en lo esencial, encontramos que estas dos obras eran un preludio de una nueva filosofía, de una transvaloración de todos los valores. Concepto último que Nietzsche iría a incorporar en su obra. Nietzsche con su Zaratustra se había alejado del mundo judeo-cristiano-católico-democrático occidental. Pero aún falta la obra demoledora necesaria para derrumbar los viejos valores existentes, y poder luego en el futuro, materializar su transvaloración de todos los valores. Esta empresa demoledora eran sus Más allá del bien y del mal y La genealogía de la moral, pero como él mismo expresó, a partir de ese momento todos sus escritos eran anzuelos y además dijo, que si ninguno había picado, no era su culpa pues faltaban los peces. En realidad, estas dos obras eran escritas para unos nuevos filósofos, para espíritus libres, efectivamente faltaban los peces.

Remitámonos un vez más a la magistral obra Introducción a Nietzsche de Giorgio Colli, para acercarnos mejor a estas dos obras polémicas. Al referirse al Más allá del bien y del mal y La genealogía de la moral de Nietzsche Colli expresa de entrada:

“Un filósofo, que siente que todavía no se ha realizado plenamente como tal, que ha hablado de los griegos, se ha expresado como psicólogo, moralista, historiador, ha llegado finalmente a la efusión lírica de Así habló Zaratustra, pero quiere afirmarse también en el terreno teórico, procura, tal vez directamente con una intención sistemática, legislar sobre los principios de la existencia: ese es el Nietzsche del último período, que con Más allá del bien y del mal, comienza precisamente a manifestarse”.[71]

Y más adelante sobre Más allá del bien y del mal expresó Colli: “Este libro es ante todo un desafío al cerebro del lector: todos aún sin saberlo se sienten provocados. […] Cada uno, por cierto, reacciona según su temperamento, y muchos se libran del embarazo arrojando simplemente el libro. Pero muchos no pueden hacerlo, porque la atracción supera a la repulsión, o porque necesitan de cualquier modo dar su opinión. Y así se engrosa el río de interpretaciones de Nietzsche”.[72]

Conozcamos pues una breve muestra de la ideas de tan controvertidos libros.

Más allá del bien y del mal

En primer lugar quiero compartirles el apartado donde surgen las características de los espíritus libres:

“¿Necesito decir expresamente, después de todo esto, que esos filósofos del futuro serán también espíritus libres, muy libres, -con la misma seguridad con que no serán tampoco meros espíritus libres, sino algo más, algo más elevado, más grande y más radicalmente distinto, que no quiere que se lo malentienda ni confunda con otras cosas? Pero al decir esto siento para con ellos, casi con igual fuerza con que lo siento para con nosotros, ¡nosotros que somos sus heraldos y precursores, nosotros los espíritus libres!- el deber de disipar y alejar conjuntamente de nosotros un viejo y estúpido prejuicio y malentendido que, cual una niebla, ha vuelto impenetrable durante demasiado tiempo el concepto de «espíritu libre». En todos los países de Europa, y asimismo en América, hay ahora gente que abusa de ese nombre, una especie de espíritus muy estrecha, muy prisionera, muy encadenada, que quieren aproximadamente lo contrario de lo que está en nuestras intenciones e instintos, -para no hablar de que, por lo que respecta a esos filósofos nuevos que están emergiendo en el horizonte, ellos tienen que ser ventanas cerradas y puertas con el cerrojo corrido. Para decirlo pronto y mal, niveladores es lo que son esos falsamente llamados «espíritus libres»- como esclavos elocuentes y plumíferos que son del gusto democrático y de sus «ideas modernas»: todos ellos son hombres carentes de soledad, de soledad propia, torpes y bravos mozos a los que no se les debe negar ni valor ni costumbres respetables, sólo que son, cabalmente, gente no libre y ridículamente superficial, sobre todo en su tendencia básica a considerar que las formas de la vieja sociedad existente hasta hoy son más o menos la causa de toda miseria y fracaso humanos: ¡con lo cual la verdad viene a quedar felizmente cabeza abajo! A lo que ellos querrían aspirar con todas sus fuerzas es a la universal y verde felicidad-prado del rebaño, llena de seguridad, libre de peligro, repleta de bienestar y de facilidad de vivir para todo el mundo: sus dos canciones y doctrinas más repetidamente canturreadas se llaman «igualdad de derechos» y «compasión con todo lo que sufre» -y el sufrimiento mismo es considerado por ellos como algo que hay que eliminar. Nosotros los opuestos a ellos, que hemos abierto nuestros ojos y nuestra conciencia al problema de en qué lugar y de qué modo ha venido hasta hoy la planta «hombre» creciendo de la manera más vigorosa hacia la altura, opinamos que esto ha ocurrido siempre en condiciones opuestas, opinamos que, para que esto se realizase, la peligrosidad de su situación tuvo que aumentar antes de manera gigantesca, que su energía de invención y de simulación (su «espíritu»-) tuvo que desarrollarse, bajo una presión y una coacción prolongadas, hasta convertirse en algo sutil y temerario, que su voluntad de vivir tuvo que intensificarse hasta llegar a la voluntad incondicional de poder: -nosotros opinamos que dureza, violencia, esclavitud, peligro en la calle y en los corazones, ocultación, estoicismo, arte de tentador y diabluras de toda especie, que todo lo malvado, terrible, tiránico, todo lo que de animal rapaz y de serpiente hay en el hombre sirve a la elevación de la especie «hombre» tanto como su contrario:- y cuando decimos tan sólo eso no decimos siquiera bastante, y, en todo caso, con nuestro hablar y nuestro callar en este lugar nos encontramos en el otro extremo de toda ideología moderna y de todos los deseos gregarios: ¿siendo sus antípodas acaso? ¿Cómo puede extrañar que nosotros los «espíritus libres» no seamos precisamente los espíritus más comunicativos?, ¿qué no deseemos delatar en todos los aspectos de qué es de lo que un espíritu puede liberarse y cuál es el lugar hacia el que quizá se vea empujado entonces? Y en lo que se refiere a la peligrosa fórmula «más allá del bien y del mal», con la cual evitamos al menos ser confundidos con otros: nosotros somos algo distinto de los libres-penseurs, liberi pensatori, Freidenker [librepensadores], o como les guste denominarse a todos esos bravos abogados de las «ideas modernas». Hemos tenido nuestra casa, o al menos nuestra hospedería, en muchos países del espíritu; hemos escapado una y otra vez de los enmohecidos y agradables rincones en que el amor y el odio preconcebidos, la juventud, la ascendencia, el azar de hombres y libros, e incluso las fatigas de la peregrinación parecían confinarnos; estamos llenos de malicia frente a los halagos de la dependencia que yacen escondidos en los honores, o en el dinero, o en los cargos, o en los arrebatos de los sentidos; incluso estamos agradecidos a la pobreza y a la variable enfermedad, porque siempre nos desasieron de una regla cualquiera y de su «prejuicio», agradecidos a Dios, al diablo, a la oveja y gusano que hay en nosotros, curiosos hasta el vicio, investigadores hasta la crueldad, dotados de dedos sin escrúpulos para asir lo inasible, de dientes y estómagos para digerir lo indigerible, dispuestos a todo oficio que exija perspicacia y sentidos agudos, prontos a toda osadía, gracias a una sobreabundancia de «voluntad libre», dotados de pre-almas y post-almas en cuyas intenciones últimas no le es fácil penetrar a nadie con su mirada, cargados de pre-razones y post-razones que a ningún pie le es lícito recorrer hasta el final, ocultos bajo los mantos de la luz, conquistadores aunque parezcamos herederos y derrochadores, clasificadores y coleccionadores desde la mañana a la tarde, avaros de nuestras riquezas y de nuestros cajones completamente llenos, parcos en el aprender y olvidar, hábiles en inventar esquemas, orgullosos a veces de tablas de categorías, a veces pedantes, a veces búhos del trabajo, incluso en pleno día; y, si es preciso, incluso espantapájaros, -y hoy es preciso, a saber: en la medida en que nosotros somos los amigos natos, jurados y celosos de la soledad, de nuestra propia soledad, la más honda, la más de media noche, la más de medio día:- ¡esa especie de hombres somos nosotros, nosotros los espíritus libres!, ¿y tal vez también vosotros sois algo de eso, -vosotros los que estáis viniendo?, ¿vosotros los nuevos filósofos?-”.[73]

Espíritus libres. Yo sólo he conocido unos pocos, el propio Nietzsche, Simón Bolívar, Marcel Proust y Fernando González.

En segundo lugar, algunos pensamientos sobre la mujer… y cómo es la controversia que producen, luego de compartirlos. Procuraré no agregar alguna interpretación más.

“Desde el comienzo, nada resulta más extraño, repugnante, hostil en la mujer que la verdad, -su gran arte es la mentira, su máxima preocupación son la apariencia y la belleza. Confesémoslo nosotros los varones: nosotros honramos y amamos en la mujer cabalmente ese arte y ese instinto: nosotros, a quienes las cosas nos resultan más difíciles y que con gusto nos juntamos, para nuestro alivio, con seres bajo cuyas manos, miradas y delicadas tonterías parécenos casi una tontería nuestra seriedad, nuestra gravedad y profundidad. […] Las mujeres han sido tratadas hasta ahora por los varones como pájaros que, desde una altura cualquiera, han caído desorientados hasta ellos: como algo más fino, más frágil, más salvaje, más prodigioso, más dulce, más lleno de alma,- como algo que hay que encerrar para que no se escape volando. […] Esto es lo que hoy ocurre: ¡no nos engañemos sobre ello! En todos los lugares en que el espíritu industrial obtiene la victoria sobre el espíritu militar y aristocrático la mujer aspira ahora a la independencia económica y jurídica de un dependiente de comercio: «la mujer como dependiente de comercio» se halla a la puerta de la moderna sociedad que está formándose. En la medida en que de ese modo se posesiona de nuevos derechos e intenta convertirse en «señor» e inscribe el «progreso» de la mujer en sus banderas y banderitas, en esa misma medida acontece, con terrible claridad, lo contrario: la mujer retrocede. Desde la Revolución francesa el influjo de la mujer ha disminuido en Europa en la medida en que ha crecido en derechos y exigencias; y la «emancipación de la mujer», en la medida en que es pedida y promovida por las propias mujeres (y no sólo por cretinos masculinos), resulta ser de ese modo un síntoma notabilísimo de la debilitación y el embotamiento crecientes de los más femeninos de todos los instintos. Hay estupidez en ese movimiento, una estupidez casi masculina, de la cual una mujer bien constituida -que es siempre una mujer inteligente- tendría que avergonzarse de raíz. Perder el olfato para percibir cuál es el terreno en que con más seguridad se obtiene la victoria; desatender la ejercitación en nuestro auténtico arte de las armas; dejarse ir ante el varón, tal vez incluso «hasta el libro», en lugar de observar, como antes, una disciplina y una sutil y astuta humildad; trabajar, con virtuoso atrevimiento, contra la fe del varón en un ideal radicalmente distinto encubierto en la mujer, en lo eterna y necesariamente femenino; disuadir al varón, de manera expresa y locuaz, de que la mujer tiene que ser mantenida, cuidada, protegida, tratada con indulgencia, cual un animal doméstico bastante delicado, extrañamente salvaje y, a menudo, agradable. […] Lo que en la mujer infunde respeto y, con bastante frecuencia, temor es su naturaleza, la cual es «más natural» que la del varón, su elasticidad genuina y astuta, como de animal de presa, su garra de tigre bajo el guante, su ingenuidad en el egoísmo, su ineducabilidad y su interno salvajismo, el carácter inaprensible, amplio, errabundo de sus apetitos y virtudes... Lo que, pese a todo el miedo, hace tener compasión de ese peligroso y bello gato que es la «mujer» es el hecho de que aparezca más doliente, más vulnerable, más necesitada de amor y más condenada al desengaño que ningún otro animal. Miedo y compasión: con estos sentimientos se ha enfrentado hasta ahora el varón a la mujer, siempre con un pie ya en la tragedia, la cual desgarra en la medida en que embelesa - ¿Cómo? ¿Y estará acabando esto ahora? ¿Y se trabaja para desencantar a la mujer? ¿Aparece lentamente en el horizonte la aburridificación de la mujer?”.[74]

En tercer lugar, una caracterización del ideal aristocrático, y que es el que, sin lugar a dudas, caracterizó a Simón Bolívar.

“Vivir con una dejadez inmensa y orgullosa; siempre más allá. - Tener y no tener, a voluntad, afectos propios, pros y contras propios, condescender con ellos, por horas; montarnos sobre ellos como sobre caballos, a menudo como sobre asnos :- hay que saber aprovechar, en efecto, tanto su estupidez como su fuego. Reservarnos nuestras trescientas razones delanteras, también las gafas negras: pues hay casos en los que a nadie le es lícito mirarnos a los ojos y aún menos a nuestros «fondos». Y elegir como compañía ese vicio granuja y jovial, la cortesía. Y permanecer dueños de nuestras cuatro virtudes: el valor, la lucidez, la simpatía, la soledad. Pues la soledad es en nosotros una virtud, por cuanto constituye una inclinación y un impulso sublimes a la limpieza, los cuales adivinan que en el contacto entre hombre y hombre -«en sociedad»- las cosas tienen que ocurrir de una manera inevitablemente sucia. Toda comunidad nos hace de alguna manera, en algún lugar, alguna vez - «vulgares»”.[75]

Subrayo, las cuatro virtudes de un aristócrata: el valor, la lucidez, la simpatía, y la soledad.

En cuarto y último lugar, una caracterización de un filósofo, que es la que sin lugar a dudas, caracterizó por ejemplo, a Fernando González.

“Un filósofo: es un hombre que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias; alguien al que sus propios pensamientos golpean como desde fuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo su especie peculiar de acontecimientos y rayos; acaso él mismo sea una tormenta que camina grávida de nuevos rayos; un hombre fatal, rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y acontecimientos inquietantes. Un filósofo: ay, un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que con frecuencia se tiene miedo a sí mismo, - pero que es demasiado curioso para no «volver a sí mismo» una y otra vez...”.[76]

La genealogía de la moral

En primer lugar, ¿por qué una genealogía?

“Necesitamos una crítica de los valores morales, hay que poner alguna vez en entredicho el valor mismo de esos valores –, para esto se necesita tener conocimiento de las condiciones y circunstancias de que aquéllos surgieron, en las que se desarrollaron y modificaron (la moral como consecuencia, como síntoma, como máscara, como tartufería, como enfermedad, como malentendido; pero también la moral como causa, como medicina, como estímulo, como freno, como veneno), un conocimiento que hasta ahora ni ha existido ni tampoco se lo ha siquiera deseado. Se tomaba el valor de esos «valores» como algo dado, real y efectivo, situado más allá de toda duda; hasta ahora no se ha dudado ni vacilado lo más mínimo en considerar que el «bueno» es superior en valor a «el malvado», superior en valor en el sentido de ser favorable, útil, provechoso para el hombre como tal (incluido el futuro del hombre). ¿Qué ocurriría si la verdad fuera lo contrario? ¿Qué ocurriría si en el «bueno» hubiese también un síntoma de retroceso, y asimismo un peligro, una seducción, un veneno, un narcótico, y que por causa de esto el presente viviese tal vez a costa del futuro? ¿Viviese quizá de manera más cómoda, menos peligrosa, pero también con un estilo inferior, de modo más bajo?... ¿De tal manera que justamente la moral fuese culpable de que jamás se alcanzasen una potencialidad y una magnificencia sumas, en sí posibles, del tipo hombre? ¿De tal manera que justamente la moral fuese el peligro de los peligros?...”.[77]

En segundo lugar la denuncia de la moral judeo-cristiana:

“Los juicios de valor caballeresco–aristocráticos tienen como presupuesto una constitución física poderosa, una salud floreciente, rica, incluso desbordante, junto con lo que condiciona el mantenimiento de la misma, es decir, la guerra, las aventuras, la caza, la danza, las peleas y, en general, todo lo que la actividad fuerte, libre, regocijada lleva consigo. La manera noble-sacerdotal de valorar tiene -lo hemos visto- otros presupuestos: ¡las cosas les van muy mal cuando aparece la guerra! Los sacerdotes son, como es sabido, los enemigos más malvados –¿por qué? Porque son los más impotentes. A causa de esa impotencia el odio crece en ellos hasta convertirse en algo monstruoso y siniestro, en lo más espiritual y más venenoso. Los máximos odiadores de la historia universal, también los odiadores más ricos de espíritu, han sido siempre sacerdotes. […] Han sido los judíos los que, con una consecuencia lógica aterradora, se han atrevido a invertir la identificación aristocrática de los valores (bueno = noble = poderoso = bello = feliz = amado de Dios) y han mantenido con los dientes del odio más abismal (el odio de la impotencia) esa inversión, a saber, «¡los miserables son los bue-nos; los pobres, los impotentes, los bajos son los únicos buenos; los que sufren, los indigentes, los enfermos, los deformes son también los únicos piadosos, los únicos benditos de Dios, únicamente para ellos existe bienaventuranza, – en cambio vosotros, vosotros los nobles y violentos, vosotros sois, por toda la eternidad, los malvados, los crueles, los lascivos, los insaciables, los ateos, y vosotros seréis también eternamente los desventurados, los malditos y condenados!...» Se sabe quién ha recogido la herencia de esa transvaloración judía...”.[78]

En tercer lugar, siguiendo este orden de ideas, “Roma contra Judea, Judea contra Roma.”

“Los dos valores contrapuestos «bueno y malo», «bueno y malvado», han sostenido en la tierra urea lucha terrible, que ha durado milenios; y aunque es muy cierto que el segundo valor hace mucho tiempo que ha prevalecido, no faltan, sin embargo, tampoco ahora lugares en los que se continúa librando esa lucha, no decidida aún. Incluso podría decirse que entre tanto la lucha ha sido llevada cada vez más hacia arriba y que, precisamente por ello, se ha vuelto cada vez más profunda, cada vez más espiritual: de modo que hoy quizá no exista indicio más decisivo de la «naturaleza superior», de una naturaleza más espiritual, que estar escindido en aquel sentido y que ser realmente todavía un lugar de batalla de aquellas antítesis. El símbolo de esa lucha, escrito en caracteres que han permanecido hasta ahora legibles a lo largo de la historia entera de la humanidad, dice «Roma contra Judea, Judea contra Roma»: - hasta ahora no ha habido acontecimiento más grande que esta lucha, que este planteamiento del problema, que esta contradicción de enemigos mortales. Roma veía en el judío algo así como la antinaturaleza misma, como su monstrum [monstruo] antipódico, si cabe la expresión; en Roma se consideraba al judío «convicto de odio contra todo el género humano»: con razón, en la medida en que hay derecho a vincular la salvación y el futuro del género humano al dominio incondicional de los valores aristocráticos, de los valores romanos. ¿Qué es lo que los judíos sentían, en cambio, contra Roma? Se lo adivina por mil indicios; pero basta con traer una vez más a la memoria el Apocalipsis de Juan, la más salvaje de todas las invectivas escritas que la venganza tiene sobre su conciencia. (Por otro lado, no se infravalore la profunda consecuencia lógica del instinto cristiano al escribir cabalmente sobre este libro del odio el nombre del discípulo del amor, del mismo a quien atribuyó aquel Evangelio enamorado y entusiasta –: aquí se esconde un poco de verdad, por muy grande que haya sido también la falsificación literaria precisa para lograr esa finalidad.) Los romanos eran, en efecto, los fuertes y los nobles; en tal grado lo eran que hasta ahora no ha habido en la tierra hombres más fuertes ni más nobles, y ni siquiera se los ha soñado nunca; toda reliquia de ellos, toda inscripción suya produce éxtasis, presuponiendo que se adivine qué es lo que allí escribe. Los judíos eran, en cambio, el pueblo sacerdotal del resentimiento par excellence, en el que habitaba una genialidad popular–moral sin igual: basta comparar los pueblos de cualidades análogas, por ejemplo, los chinos o los alemanes, con los judíos, para comprender qué es de primer rango y qué es de quinto. ¿Quién de ellos ha vencido entre tanto, Roma o Judea? No hay, desde luego, la más mínima duda: considérese ante quién se inclinan hoy los hombres, en la misma Roma, como ante la síntesis de todos los valores supremos, – y no sólo en Roma, sino casi en media tierra, en todos los lugares en que el hombre se ha vuelto manso o quiere volverse manso, – ante tres judíos, como es sabido, y una judía (ante Jesús de Nazaret, el pescador Pedro, el tejedor de alfombras Pablo, y la madre del mencionado Jesús, de nombre María). Esto es muy digno de atención: Roma ha sucumbido, sin ninguna duda. De todos modos, hubo en el Renacimiento una espléndida e inquietante resurrección del ideal clásico, de la manera noble de valorar todas las cosas: Roma misma se movió, como un muerto aparente que abre los ojos, bajo la presión de la nueva Roma, la Roma judaizada, construida sobre ella, la cual ofrecía el aspecto de una sinagoga ecuménica y se llamaba «Iglesia»; pero en seguida volvió a triunfar Judea, gracias a aquel movimiento radicalmente plebeyo (alemán e inglés) de resentimiento al que se da el nombre de Reforma protestante, añadiendo lo que de él tenía que seguirse, el restablecimiento de la Iglesia, – el restablecimiento también de la vieja quietud sepulcral de la Roma clásico. En un sentido más decisivo incluso y más profundo que en la Reforma protestante, Judea volvió a vencer otra vez sobre el ideal clásico con la Revolución francesa: la última nobleza política que había en Europa, la de los siglos XVII y XVIII franceses, sucumbió bajo los instintos populares del resentimiento –¡jamás se escuchó en la tierra un júbilo más grande, un entusiasmo más clamoroso! Es cierto que en medio de todo ello ocurrió lo más tremendo, lo más inesperado: el ideal antiguo mismo apareció en carne y hueso, y con un esplendor inaudito, ante los ojos y la conciencia de la humanidad, – ¡y una vez más, frente a la vieja y mendaz consigna del resentimiento que habla del primado de los más, frente a la voluntad de descenso, de rebajamiento, de nivelación, de hundimiento y crepúsculo del hombre, resonó más fuerte, más simple, más penetrante que nunca la terrible y fascinante anti–consigna del primado de los menos! Como una última indicación del otro camino apareció Napoleón, el hombre más singular y más tardíamente nacido que haya existido nunca, y en él, encarnado en él, el problema del ideal noble en sí - reflexiónese bien en qué problema es éste: Napoleón, esa síntesis de inhumanidad y superhombre ...”.[79]

Nietzsche pensaba en Napoleón, pero yo creo que aquí he dado pruebas, de que nosotros podemos pensar en Bolívar, como un tipo de hombre elevado, que parecía ser hijo de la aristocrática roma antigua, pero con su sangre americana.

En cuarto y último lugar, el asunto de la mala conciencia.

“Yo considero que la mala conciencia es la profunda dolencia a que tenía que sucumbir el hombre bajo la presión de aquella modificación, la más radical de todas las experimentadas por él, de aquella modificación ocurrida cuando el hombre se encontró definitivamente encerrado en el sortilegio de la sociedad y de la paz. […] Pero con ella se había introducido la dolencia más grande, la más siniestra, una dolencia de la que la humanidad no se ha curado hasta hoy, el sufrimiento del hombre por el hombre, por sí mismo:”.[80]

En este punto, me parece fundamental el análisis de Andrés Sánchez Pascual, sobre el apartado anterior. Dice: “Nietzsche considera asimismo que los dioses deben su origen a este sentimiento de deuda, de culpa. […] Por eso, dice Nietzsche, el ateísmo consiste en no tener deudas con los dioses; [el ateísmo] es una segunda inocencia”.[81]

Habría pues que acabar las deudas que nos impuso el cristianismo, habría que conocer la genealogía de la moral que nos ha cruzado, para iniciar el camino de una Transvaloración de todos los valores. Habría, pues, que comenzar a vivir “más allá del bien y del mal”.

Asistimos a los comentarios de las últimas obras de Nietzsche, en el misterioso año de 1888, misterioso porque éste sería el último año de su vida lúcida, más aun, por la celeridad de Nietzsche, que de un momento a otro, cambió y aceleró sus planes y creó sus nuevos libros en un tiempo increíblemente corto, en tan sólo un año. Lo misterioso es que pareciera que el afán proviniera de una premonición, el presentimiento de que pronto llegaría en forma definitiva la euforia total del silencio.

Crepúsculo de los ídolos

Nos cuenta Andrés Sánchez Pascual que en el verano de 1887, “Nietzsche tomó la decisión de «no imprimir ninguna cosa más durante seis años». Pensaba dedicarse a elaborar su obra La voluntad de poder, a dar, por fin, una exposición detallada de su filosofía”.[82]

Aunque apenas tiene 43 años sus dolencias físicas lo hacen parecer más a un anciano de 70, y aun así, escribe frenéticamente en medio de su soledad, y continúa trazando planes para su gran obra La voluntad de poder. Pero vendrá lo enigmático, Nietzsche cambia sus planes de escribir una gran obra, explanada en detalles y con una vasta elaboración argumental, y comienza una lucha desenfrenada contra el tiempo, ¿presentía Nietzsche que en menos de un año perdería completa y definitivamente la racionalidad?, ¿puede acaso un hombre antes de sumergirse en la misteriosa locura saber, qué es lo que le va a pasar? Las respuestas a estas dos preguntas, obviamente son negativas, pero entonces ¿qué llevó a Nietzsche a acelerar de esa forma sus proyectos de escritura? Eso no soy capaz de contestarlo yo. Lo que sí podemos afirmar, es que Nietzsche nunca escribió un libro llamado La Voluntad de poder, lo que editaron luego con este hombre fue una atrevida colección de escritos de Nietzsche, que él simplemente dejó en muchos papeles dispersos y que no obedecían a una voluntad del autor de publicar tales textos en ese estado. Finalmente la decisión de Nietzsche en agosto de 1888 fue publicar el libro el Crepúsculo de los ídolos.

Miremos algunos apartes de la presentación que de este libro hace Andrés Sánchez Pascual sobre el contenido de la obra:

“Un primer apartado nos ofrece cuarenta y cuatro breves aforismos, que cuentan entre los más brillantes e ingeniosos de toda la obra Nietzscheana. […] El segundo apartado es una monografía acerca de Sócrates. […] El apartado tercero, «La “razón” en la filosofía», es, sin duda, central en esta obra desde el punto de vista de la «metafísica de Nietzsche». […] En el cuarto, nos ofrece en poco más de una página, al hilo de esa cuestión, una sorprendente historia de la filosofía, que partiendo de las brumas nocturnas y pasando por el amanecer y por la mañana, culmina con el «medio día» de Zaratustra: en el instante de la sombra más corta. […] Un ataque frontal a la «moral», en todas sus formas, desde el Nuevo Testamento hasta Schopenhauer, es el contenido del quinto apartado de esta obra. […] El apartado sexto, dedicado a poner de manifiesto «Los cuatro grandes errores», se halla en íntima conexión con el tercero y equivale a una aplicación práctica de la «razón» en la filosofía. […] El apartado séptimo, dedicado a aquellos que ven su misión en «mejorar» a la humanidad, constituye una ejemplificación concreta de lo que significa la moral como contranaturaleza. […] «Lo que los alemanes están perdiendo» (apartado octavo) es la sección más melancólica de todo el libro. […] El apartado titulado «Incursiones de un intempestivo», que es el penúltimo […] es un verdadero ajuste de cuentas, realizado con la más inocente de las sonrisas. Encontramos aquí al Nietzsche irónico, travieso, malévolo, en suma, al Nietzsche sarcástico. […] El apartado final es un fragmento autobiográfico, que preludia al Ecce Homo. Nietzsche hace la historia de sus estudios, ofrece una enumeración de sus modelos, ataca a Platón y pone en la picota a los filólogos clásicos. […] Si desde el punto de vista del contenido este libro aborda la totalidad de los problemas estudiados por Nietzsche a lo largo de sus incursiones por los campos del pensamiento, también desde el punto de vista de la forma es un muestrario completo de los «estilos» en que llegó a ser maestro”.[83]

Pero miremos algo de lo que dijo el propio Nietzsche de este escrito:

“Este escrito, que no llega siquiera a las ciento cincuenta páginas, de tono alegre y fatal, un demón que ríe, obra de tan pocos días que vacilo en decir su número, es la excepción en absoluto entre libros: no hay nada más sustancioso, más independiente, más demoledor, más malvado. Si alguien quiere formarse brevemente una idea de cómo, antes de mí, todo se hallaba cabeza abajo, empiece por este escrito. Lo que en el título se denomina ídolo es sencillamente lo que hasta ahora fue llamado verdad. Crepúsculo de los ídolos, dicho claramente: la vieja verdad se acerca a su final. No existe ninguna realidad, ninguna «idealidad» que no sea tocada en este escrito (tocada: ¡qué eufemismo tan circunspecto!...). No sólo los ídolos eternos, también los más recientes, en consecuencia los más seniles. Las «ideas modernas», por ejemplo. Un gran viento sopla entre los árboles y por todas partes caen al suelo frutos, verdades. Hay en ello el derroche propio de un otoño demasiado rico: se tropieza con verdades, incluso se aplasta alguna de ellas con los pies; hay demasiadas... Pero lo que se acaba por coger en las manos no es ya nada problemático, son decisiones”[84].

Ahora veamos una pequeña muestra del Crepúsculo de los ídolos:

“¿Cuál puede ser nuestra única doctrina? que al ser humano nadie le da sus propiedades, ni Dios, ni la sociedad, ni sus padres y antepasados, ni él mismo (el sinsentido de esta noción que aquí acabamos de rechazar ha sido enseñado como «libertad inteligible» por Kant, acaso ya también por Platón). Nadie es responsable de existir, de estar hecho de este o de aquel modo, de encontrase en estas circunstancias, en este ambiente. La fatalidad de su ser no puede ser desligada de la fatalidad de todo lo que fue y será. Él no es la consecuencia de intención propia, de una voluntad, de una finalidad; con él no se hace el ensayo de alcanzar un «ideal de hombre» o un «ideal de felicidad» o un «ideal de moralidad», es absurdo querer echar a rodar su ser hacia una finalidad cualquiera. Nosotros hemos inventado el concepto «finalidad»: en la realidad falta la finalidad... Se es, necesario, se es un fragmento de fatalidad; se forma parte del todo, se es en el todo, no hay nada que pueda juzgar, medir, comparar, condenar nuestro ser, pues esto significaría juzgar, medir, comparar, condenar el todo... ¡Pero no hay nada fuera del todo! Que no se haga ya responsable a nadie, que no sea lícito atribuir el modo de ser a una causa prima; que el mundo no sea una unidad ni como sensorium ni como «espíritu», sólo esto es la gran liberación, sólo con esto queda restablecida otra vez la inocencia del devenir... El concepto “Dios” ha sido hasta ahora la gran objeción contra la existencia... Nosotros negamos a Dios, la responsabilidad en Dios, y sólo así redimimos al mundo. […] ¿Qué es la libertad? Tener voluntad de autorresponsabilidad. Mantener la distancia que nos separa. Volverse más indiferente a la fatiga, a la dureza, a la privación, incluso a la vida. Estar dispuesto a sacrificar a la causa propia hombres, incluido uno mismo. La libertad significa que los instintos viriles, los instintos que disfrutan con la guerra y la victoria, dominen otros instintos, por ejemplo a los de la «felicidad». El hombre ha llegado a ser libre, y, mucho más, el espíritu que ha llegado a ser libre, pisotea la despreciable especie de bienestar con que sueñan los tenderos, los cristianos, las vacas, las mujeres, los ingleses y demás demócratas”.[85]

El Anticristo

Vuelvo a dar la palabra a Andrés Sánchez Pascual: “Esta obra, en efecto piedra de escándalo para toda aquel que haya buscado perderse por los laberintos del pensamiento de Nietzsche, pero sin atreverse a llegar nunca hasta el rincón último donde tiene su morada el Minotauro; esta obra, arma de combate de católicos contra protestantes, de protestantes contra católicos, de creyentes contra ateos, de ateos contra creyentes, de todos contra Nietzsche; esta obra maldecida, calumniada injuriada, exaltada, aplaudida, desconocida, es la conclusión más coherente, la conclusión necesaria, de todo su camino mental. Si el pensamiento de Nietzsche no lleva a El Anticristo, no lleva a ninguna parte”.[86]

Nietzsche comienza a escribir ésta, su obra cumbre, en septiembre de 1888. Ya para ese entonces había renunciado a escribir La voluntad de poder, ahora lo que hacía, era elaborar el primer libro de su Transvaloración de todos los valores. Cuando lo hubo terminado, comprendió que éste no era el primer libro de cuatro que había proyectado para tal Transvaloración, comprendió que lo que había escrito era ya una totalidad, El Anticristo era ya completo la Transvaloración de todos los valores que él estaba esperando, y esta Transvaloración era en definitiva La maldición sobre el cristianismo, frase última que Nietzsche dejó como subtítulo de tan controvertido libro.

Giorgio Colli nos explica tal asunto: “¿Por qué, poco después de haber escrito El Anticristo, Nietzsche considera que ha cumplido ya la muy anhelada «Transvaloración de todos los valores»? Quizás porque en este breve momento antes de que la desatinada voluntad de realizar lo inactual lo llevase al delirio de la locura le parece verdaderamente haber encontrado la expresión decisiva, cuyo impacto sobre las conciencias somnolientas pudiese desencadenar el gran incendio, traducir a la realidad concreta el pensamiento del más solitario. No se equivocaba del todo, porque la agitación provocada por este libro se propaga todavía hasta hoy. […] Cristianismo involucra así moral, metafísica, justicia, igualdad de los hombres, democracia, resume en sí los valores del mundo moderno. La destrucción del cristianismo, por esa razón, es verdaderamente según Nietzsche una transvaloración de «todos» los valores”.[87]

Quiero confesar que en este punto me siento traicionando esta obra si no la cito por completo, porque es un todo, una elaboración rotunda, no se le puede maltratar, despedazar y leer por fragmentos. Sin embargo, por tiempo, no es este el lugar para leer aquí todo El Anticristo, entonces me limito a exhórtalos para que lo lean en profundidad. Valga también otra invitación para reunirnos en algún momento a leer completo El Anticristo en voz alta, que deleite sería para mí realizar esto. Por ahora, conformémonos hoy con conocer la conclusión y sentencia final de Nietzsche en este libro:

“Yo condeno al cristianismo, yo levanto contra la Iglesia cristiana la más terrible de todas las acusaciones que jamás acusador alguno ha tenido en su boca. Ella es para mí la más terrible de todas las corrupciones imaginables, ella ha querido la última de las corrupciones posibles. Nada ha dejado la Iglesia cristiana de tocar con su corrupción, de todo valor ha hecho un no valor, de toda verdad, una mentira, de toda honestidad, una bajeza de alma. ¡Que alguien se atreva todavía a hablarme de sus bendiciones «humanitarias»! El suprimir cualquier calamidad iba en contra de su utilidad más profunda, ella ha vivido de calamidades, ella ha creado calamidades, con el fin de eternizarse a sí misma… El gusano del pecado, por ejemplo: ¡La iglesia es la que ha enriquecido a la humanidad con esa calamidad! La «igualdad de las almas ante Dios», esa falsedad, ese pretexto, para los rencores de todos los que tienen sentimientos viles, ese explosivo de concepto, que ha acabado convirtiéndose en revolución, idea moderna y principio de decadencia del orden social entero es dinamita cristiana… ¡Bendiciones «humanitarias» del cristianismo! ¡Extraer de la humanitas una autocontradicción, un arte de la autodeshonra, una voluntad de mentira a cualquier precio, una repugnancia, un desprecio de todos los instintos buenos y honestos! ¡Ésas serían para mí las bendiciones del cristianismo! El parasitismo como única práctica de la Iglesia; con su ideal de clorosis, con su ideal de santidad, beber hasta el final toda sangre, todo amor, toda esperanza de vida; el más allá, como negación de toda realidad; la cruz como signo de reconocimiento para la más subterránea conjura habida hasta nunca, contra la salud, la belleza, la buena constitución, la valentía, el espíritu, la bondad del alma, contra la vida misma… Esta eterna acusación contra el cristianismo voy a escribirla en todas las paredes, allí donde haya paredes, tengo letras que harán ver incluso a los ciegos… Yo llamo al cristianismo la única gran maldición, la única grande intimísima corrupción, el único gran instinto de venganza, para el cual ningún medio es bastante venenoso, sigiloso, subterráneo, pequeño, yo lo llamo la única inmortal mancha deshonrosa de la humanidad… ¡Y se cuenta el tiempo desde el día nefasto en que empezó esa fatalidad, desde el primer día del cristianismo! ¿Por qué no, mejor, desde su último día? ¿Desde hoy? ¡Transvaloración de todos los valores!...”.[88]

Ecce Homo

Innumerables veces he citado en este ciclo de la Escuela Zaratustra II, el texto Ecce Homo, dado que Nietzsche, en este libro biográfico realizó un espléndido balance y análisis de cada una de sus obras. En la introducción que hace para la traducción castellana de esta obra Andrés Sánchez Pascual, leemos lo siguiente:

“Este escrito de Nietzsche, la más original introducción a su vida y obra que pudiera pensarse, ha sido y continuará siendo un libro desconcertante e incluso enigmático. Para unos representa la cumbre más alta de la autobiografía. […] Para otros, en cambio, este escrito es también una cumbre; pero una cumbre de petulancia, algo que no puede leerse sin sentir repugnancia a cada frase, cada palabra”.[89]

Los invito a que juzguen ustedes mismos. Ya saben mi opinión. Un día dije, o escribí, ya no lo recuerdo… que el verdadero y único autorizado para hablar de Nietzsche, era el mismo Nietzsche, por eso sobre el Ecce Homo, sólo tiene la palabra él. Escuchen algunos fragmentos y, repito, juzguen ustedes mismos.

“Como preveo que dentro de poco tendré que dirigirme a la humanidad presentándole la más grave exigencia que jamás se le ha hecho, me parece indispensable decir quién soy yo. […] Yo soy un discípulo del filósofo Dioniso, preferiría ser un sátiro antes que un santo. Pero léase este escrito. Tal vez haya conseguido expresar esa antítesis de un modo jovial y afable, tal vez no tenga este escrito otro sentido que ése. La última cosa que yo pretendería sería «mejorar» a la humanidad. Yo no establezco ídolos nuevos, los viejos van a aprender lo que significa tener pies de barro. Derribar ídolos («ídolos» es mi palabra para decir «ideales»), eso sí forma ya parte de mi oficio. […] El ateísmo yo no lo conozco en absoluto como un resultado, aun menos como un acontecimiento: en mí se da por supuesto, instintivamente. Soy demasiado curioso, demasiado problemático, demasiado altanero para que me agrade una respuesta burda. Dios es una respuesta burda, una indelicadeza contra nosotros los pensadores. […] Por qué soy yo un destino. Conozco mi suerte. Alguna vez irá unido a mi nombre el recuerdo de algo monstruoso, de una crisis como jamás la hubo antes en la Tierra, de la más profunda colisión de conciencias, de una decisión tomada, mediante un conjuro, contra todo lo que hasta este momento se ha creído, exigido, santificado. Yo no soy un hombre, soy dinamita. Y a pesar de todo esto, nada hay en mí de fundador de una religión; las religiones son asuntos de la plebe, yo siento la necesidad de lavarme las manos después de haber estado en contacto con personas religiosas. No quiero «creyentes», pienso que soy demasiado maligno para creer en mí mismo, no hablo jamás a las masas. Tengo un miedo espantoso de que algún día se me declare santo; se adivinará la razón por la que yo publico este libro antes, tiende a evitar que se cometan abusos conmigo. No quiero ser un santo, antes prefiero ser un bufón. Quizá sea yo un bufón. […] ¿Se me ha entendido? No he dicho aquí ni una palabra que no hubiese dicho hace ya cinco años por boca de Zaratustra. El descubrimiento de la moral cristiana es un acontecimiento que no tiene igual, una verdadera catástrofe. Quien hace luz sobre ella es una force majeure [fuerza mayor], un destino, divide en dos partes la historia de la humanidad. Se vive antes de él, se vive después de él. El rayo de la verdad cayó precisamente sobre lo que más alto se encontraba hasta ahora: quien entiende qué es lo que aquí ha sido aniquilado examine si todavía le queda algo en las manos. Todo lo que hasta ahora se llamó «verdad» ha sido reconocido como la forma más nociva, más pérfida, más subterránea de la mentira; el sagrado pretexto de «mejorar» a la humanidad, reconocido como el ardid para chupar la sangre a la vida misma, para volverla anémica. Moral como vampirismo. Quien descubre la moral ha descubierto también el no-valor de todos los valores en que se cree o se ha creído; no ve ya algo venerable en los tipos de hombre más venerados e incluso proclamados santos, ve en ellos la más fatal especie de engendros, fatales porque han fascinado. ¡El concepto «Dios», inventado como concepto antitético de la vida en ese concepto, concentrado en horrorosa unidad todo lo nocivo, envenenador, difamador, la entera hostilidad a muerte contra la vida! ¡El concepto «más allá», «mundo verdadero», inventado para desvalorizar el único mundo que existe para no dejar a nuestra realidad terrenal ninguna meta, ninguna razón, ninguna tarea! ¡El concepto «alma», «espíritu», y por fin incluso «alma inmortal», inventado para despreciar el cuerpo, para hacerlo enfermar –hacerlo «santo»–, para contraponer una ligereza horripilante a todas las cosas que merecen seriedad en la vida, a las cuestiones de alimentación, vivienda, dieta espiritual, tratamiento de los enfermos, limpieza, clima! ¡En lugar de la salud, la «salvación del alma» es decir, una folie circulaire [locura circular] entre convulsiones de penitencia e histerias de redención! ¡El concepto «pecado», inventado, juntamente con el correspondiente instrumento de tortura, el concepto «voluntad libre», para extraviar los instintos, para convertir en una segunda naturaleza la desconfianza frente a ellos! ¡En el concepto de «desinteresado», de «negador de sí mismo», el auténtico indicio de décadence, el quedar seducido por lo nocivo, el ser incapaz ya de encontrar el propio provecho, la destrucción de sí mismo, convertidos en el signo del valor en cuanto tal, en el «deber», en la «santidad», en lo «divino» del hombre! Finalmente –es lo más horrible– en el concepto de hombre bueno, la defensa de todo lo débil, enfermo, mal constituido, sufriente a causa de sí mismo, de todo aquello que debe perecer, invertida la ley de la selección, convertida en un ideal la contradicción del hombre orgulloso y bien constituido, del que dice sí, del que está seguro del futuro, del que garantiza el futuro hombre que ahora es llamado el malvado. ¡Y todo esto fue creído como moral! - Écrasez Pinfáme! [Aplastada la infame]. ¿Se me ha comprendido? - Dioniso contra el Crucificado”.[90]

Nietzsche escribió el Ecce Homo entre octubre y noviembre de 1888. En enero de 1889 salió de su casa por un momento, al ver que un hombre maltrataba mucho a un caballo, se fue hasta el animal y lo abrazó fuertemente para protegerlo, y desde ese momento perdió por completo la conciencia y quedó sumergido en la locura, mejor dicho, en la euforia y el silencio de un hombre que no volvería a razonar.

 

 

Ya estaba sólo antes de sumergirse en el aislamiento absoluto a pesar de su incomparable grandeza, el discípulo del filósofo Dioniso, el pensador más importante de la época, vivía en la más profunda y sombría soledad.

Antes de su glorioso año de 1888, año de creación del Anticristo y el Ecce Homo, como ya lo habíamos dicho, en enero de 1889 se produjo la disolución mental de Nietzsche. La causa de esta catástrofe, se dijo, fue posiblemente una infección de sífilis, el diagnóstico de los médicos fue que Nietzsche sufrió una parálisis progresiva… se ha debatido mucho sobre este tema, pero como no somos médicos ni tenemos los recursos para ampliar esta tesis, conformémonos con la trágica certeza de que, sea por sífilis o por cualquier otro motivo, a partir de 1889 la consciencia de Nietzsche se dispersó por completo. Y ahora su cuerpo silencioso también buscaba su ocaso.

Pocos días antes de su hundimiento, en los primeros días de enero, Nietzsche envió unas cartas donde ya se evidenciaban manifestaciones de locura, veamos. Le escribe Jacob Burckhardt: “Querido señor profesor, al final me habría gustado más ser profesor en Basilea que Dios; pero no me he atrevido a llevar mi egoísmo personal tan lejos como para saltarme la creación del mundo”.

Le escribe a Meta Von Salis lo siguiente: “El mundo está transfigurado puesto que Dios está en la tierra. ¿No ve usted cómo todos los cielos se alegran? Acabo de tomar posesión de mi reino, arrojo al Papá en la cárcel y hago fusilar a Wilhelm, Bismark y Stoecker”.

¡Hasta loco me encanta lo que escribe! Sigamos, el 5 de enero le escribe a Jacob Burckhardt: “Mañana viene mi hijo Humberto con la encantadora Margarita, a los que yo recibo, sin embargo, sólo en mangas de camisa. […] Wilhelm, Bismark y todos los antisemitas, suprimidos”[91].

Otro hecho curioso es que estas misivas, no las firma con su nombre, sino simple y llanamente El Anticristo.

Curt Paul Janz nos cuenta en su magistral biografía de nuestro filósofo, que en ese momento, “Nietzsche no sólo pierde las riendas de la realidad, de su identidad y sentimientos, sino que se le escapan también sus secretos más guardados”.

 A la esposa de Wagner, la señora Cosima Wagner, le escribe: “Ariadna, te quiero”. Otra vez a Burckhardt: “Ahora es usted –eres tú- nuestro gran maestro, el más grande: puesto que yo, junto con Ariadna, sólo he de ser el equilibrio dorado de todas las cosas, tenemos en cada trozo aquellos que están por encima de nosotros… [Firma] Dioniso”.

En unas ocasiones firmó como El crucificado, otras como El Anticristo otras como Dioniso. Luego de estas cartas vendría el episodio del abrazo al caballo maltratado y en adelante, Nietzsche se perdió en sus propios mundos y se alejó radicalmente de la realidad.

Cuando sus amigos se extrañaron de estas cartas maniáticas, y que el mismo Burckhardt advirtiera que había un gran problema, Overbeck decidió ir a buscar a Nietzsche. Esta fue su narración de tan dramático encuentro: “Veo a Nietzsche en una esquina del sofá, encogido y leyendo, tremendamente deteriorado en su aspecto externo, él me ve y se precipita hacía mí, me abraza con fuerza reconociéndome, y se hace un mar de lágrimas, vuelve después de convulsiones, a hundirse en el sofá. […] Instantáneamente se tranquilizó, y, riendo, comenzó a hablar de la gran recepción que estaba preparada para la noche. Con ello Nietzsche se movía en un círculo de delirios del que no volvió a salir […] Sucedía que, exaltándose, sin medida en fuertes cánticos y frenesíes al piano, recuperaba jirones del mundo de ideas en el que había vivido últimamente; entonces en frases cortas, pronunciadas con un tono indescriptiblemente apagado, dejaba escuchar cosas sublimes, maravillosamente visionarias e indeciblemente terribles sobre sí mismo como sucesor del Dios muerto”.[92]

Luego Overbeck llevó a su amigo a una clínica en Basilea, el viaje no fue fácil, para tranquilizarlo, hubo que decirle que él era un príncipe y que por eso toda la gente lo miraba con atención, pero que por su condición procurara pasar sin saludar a nadie, y sólo de esa forma se calmó. Finalmente ya en Basilea, fue internado y allí estuvo 14 meses, días llenos de insomnio, intranquilidad, gritos, y cantos ruidosos. Su madre lo visitó, él la reconoció y le dijo: “Ah mi querida y buena mamá, me alegro de verte…. Mira en mí el tirano de Turín”.

Luego siguió hablando insensateces, ella también comprendió que su hijo ya se había ido, que no era el mismo. Acaso un niño en el cuerpo de un hombre de mirada grave y profunda, sí, un niño, luego su madre lo llevó consigo a su casa para procurarle su cuidado maternal. Parecía ser que un círculo se había cerrado.

Pero, aún quedaban calamidades para Nietzsche, su hermana que estaba en Paraguay fundando una colonia de alemanes antisemitas, regresó a sacar provecho de la tragedia de Nietzsche, a manipular y mutilar la obra de su hermano y a fundar el Archivo Nietzsche, proyecto que pudo desarrollar después de la muerte de la madre el 20 de abril de 1897, cuando tenía ya 71 años. No voy a relatar aquí el desarrollo de los movimientos mezquinos de la hermana, que no sólo tergiversó la obra de su hermano, y lo tomó luego a él, como un trofeo para darle prestigio a su Archivo, sino que finalmente logró quedarse con todos los derechos de autor. Baste decir, que aquí se da el comienzo de los malentendidos con la obra de un hombre que detestaba la pedantería política y militar de Alemania, y que aborrecía las ideas racistas y antisemitas que promulgaba su hermana. Para desgracia de Nietzsche, su hermana recibiría más adelante la visita de Hitler a su archivo, y de allí los malentendidos que aún no cesan de aparecer.

Y como en esta conferencia cedimos el paso a las palabras de los literatos y los poetas, refirámonos al hundimiento de Nietzsche con un espléndido fragmento de la obra La lucha contra el demonio de Stefan Zweig.

“Habitualmente, los exaltados, aquellos a quienes Dionisos ha embriagado el alma, tienen los labios pesados y la palabra oscura. Como en un sueño, sus expresiones son confusas. Todos aquellos que han mirado hacia el fondo del abismo adquieren el acento órfico, pítico y misterioso de un lenguaje del más allá, para el cual nuestros sentidos sólo tienen un presentimiento temeroso, al tiempo que nuestro espíritu no acaba de comprenderlo.

Nietzsche, sin embargo, es claro como un diamante, aun cuando esté poseído por la exaltación, y su palabra sigue siendo fuerte, incisiva y dura aun en medio del fuego de la embriaguez. No ha habido seguramente otro mortal que se haya asomado al borde de la locura con tanta temeridad y tanta calma como lo hizo Nietzsche. El estilo de Nietzsche no es (como el de Hölderlin y el de todos los místicos o píticos) algo sombrío y oscuro a fuerza de misterio; al contrario, nunca ha sido más claro, más verdadero, que en sus últimos momentos, cuando se podría muy bien decir que se vio iluminado por el misterio. Verdad es que ésta es una luz muy peligrosa; tiene el brillo y resplandor enfermizos de un sol de medianoche, que se eleva rojo por encima de los icebergs; es una luz septentrional del alma que, en su grandiosidad única, hace estremecer. No calienta, pero espanta; no deslumbra, pero mata. Nietzsche no es arrastrado al abismo por el ritmo oscuro del sentimiento, como Hölderlin, ni tampoco por un torrente de melancolía; Nietzsche se consume en su propia luz, como por una insolación de un sol extraordinariamente brillante y luminoso, por una alegría que pudiéramos llamar alegría al rojo blanco y que resulta insoportable. La caída de Nietzsche es una muerte de luz, una carbonización del espíritu en su propia llama. Hace ya tiempo que el alma le arde y le llamea por un exceso de luz; a menudo él mismo se asusta, en su clarividencia, de ese exceso de luz que le llega de arriba y de la salvaje alegría que hay en su alma: «Las intensidades de mi sentimiento me hacen estremecer y reír.» Pero ya nada puede poner diques a esa corriente de éxtasis, a ese flujo de pensamientos que han descendido del cielo como halcones y aletean chillando a su alrededor día y noche, hora tras hora, hasta que las sienes parecen estallar. Durante la noche el cloral le alivia y le provee de un refugio pasajero, el del sueño, contra la invasión tumultuosa de las visiones, pero sus nervios están al rojo, como hilos metálicos; todo su ser se convierte en electricidad y en luz, una luz resplandeciente, llena de llamaradas y fulguraciones. ¿Puede considerarse un milagro el hecho de que este torbellino de inspiración tan rápida, esa torrentera de vertiginosos pensamientos, pierda el contacto con la tierra firme, y que Nietzsche, arrastrado por todos los demonios del espíritu, olvide quién es y acabe por no reconocer sus propios límites? Desde hace mucho tiempo (desde el momento en que observó que obedecía a fuer-zas superiores y no a sí mismo), su mano duda antes de escribir su propio nombre bajo sus escritos: Friedrich Nietzsche. Pues el nieto del pastor protestante de Naumburgo siente sordamente que, después de tanto tiempo, ya no es él quien está viviendo esa vida tan extraordinaria, sino que es otro ser que no tiene nombre todavía, una potencia superior, un nuevo mártir de la humanidad. Por eso no firma sus últimos mensajes más que con nombres simbólicos: «El Monstruo», «El Crucificado», « El Anticristo», «Díonisos». No los firma con su nombre porque se da cuenta de que sólo obran en él las potencias superiores y él ya no es, en su concepto, un hombre, sino una potencia, una misión. «Ya no soy un hombre, soy dinamita.» «Soy un pasaje de la historia universal que divide en dos toda la historia de la humanidad», grita en un acceso de hybris, en medio de un atroz silencio. Del mismo modo que Napoleón ante Moscú ardiendo, con el invierno frente a él, el infinito invierno de Rusia, y a su alrededor los restos miserables de aquel gran ejército, lanza aún las proclamas y alocuciones más amenazadoras y grandiosas (grandiosas hasta rozar el ridículo), Nietzsche, ante el Kremlin en llamas que es su cerebro, compone, con los restos de sus pensamientos, libelos terribles. Ordena al emperador de Alemania que venga a Roma para ser fusilado; invita a las potencias europeas a una acción militar contra Alemania, a la que quisiera ver encerrada en una camisa de hierro. Nunca un furor tan apocalíptico se ha debatido tan en el vacío; nunca una hybris más magnífica ha elevado a un espíritu tan lejos de las cosas terrestres. Sus palabras suenan como martillazos dados contra el edificio mundial; pide que el calendario sea modificado y cuente, no desde el nacimiento de Cristo, sino desde la aparición del Anticristo; coloca su imagen encima de las más altas figuras de todos los tiempos; el delirio mental de Nietzsche es más grandioso que el de los demás enfermos del espíritu; en eso, como en todo, sigue reinando el exceso. Nunca un mortal se ha visto invadido por una inundación tan grande de inspiración creadora como la que sufrió Nietzsche en ese otoño. «Nunca se ha escrito de esa manera, nunca se ha sentido así; nadie ha sufrido nunca de ese modo; así sólo sufre un dios: un Dionisos»; esas palabras, que pronuncia cuando empieza su locura, son de una verdad terrible. Pues ese cuartito del cuarto piso y la gruta de Sils-Maria albergan, al mismo tiempo que al hombre enfermo, presa del delirio, los pensamientos y las palabras más grandiosos que ha conocido el siglo; el espíritu creador se ha refugiado bajo ese techo quemado por el sol, y despliega toda su plenitud sobre un pobre hombre solitario, innominado, tímido y perdido... Es mucho más de lo que un ser humano puede soportar. Y en este estrecho espacio, asfixiado de inmensidad, el pobre espíritu terrestre, asustado, vacila y se tambalea bajo la fuerza de los relámpagos, de las iluminaciones y de las fulguraciones que lo azotan. Igual que Hölderlin en su ceguera espiritual, siente que un dios está junto a él, un dios de fuego, cuya mirada es imposible sostener y cuyo aliento quema... El pobre ser, estremecido, se levanta para verle la cara y los pensamientos se le escapan en incoherente precipitación..., pues el que siente, crea y sufre cosas inefables... ¿no es él, por sí mismo, un dios?... ; ¿no es él un nuevo dios del Universo, ya que el otro ha sido aniquilado?... ¿Quién es?... ¿El Crucificado?... ¿Un dios muerto o un dios vivo?... ¿El dios de su juventud, Dionísos..., o las dos cosas a la vez?... ¿Dionisos crucificado?... Sus pensamientos corren como un torrente, la corriente arde a fuerza de luz... Pero ¿es que eso es luz? ¿No es más bien música? El cuartucho de la Vía Alberto comienza a resonar, las esferas vibran, los cielos se transfiguran... ¡Oh, qué música! Las lágrimas le resbalan por la barba, ardientes, fervorosas... ¡Oh, qué ternura, qué felicidad... ! ¡Y qué inmensa claridad! En la calle, allá abajo, todos le sonríen; sí, las gentes le sonríen. Respetuosamente se levantan para saludarlo; y la vendedora busca en su cesta las más hermosas manzanas...; todos hacen cortesías y reverencias ante el asesino de Dios; todo es júbilo... ¿por qué?... Sí, él lo sabe; es porque ha llegado el Anticristo y todos gritan: «¡Hosanna, hosanna!...» Todo canta, el Universo resuena de alegría y de música... Después todo queda mudo...; algo ha caído; ¡ay! es él mismo el que ha caído frente a su casa... Alguien lo levanta.... está de nuevo en su cuarto... ¿Ha dormido mucho tiempo?... Todo está oscuro... Allí está el piano. ¡Música, música!... De pronto hay muchos hombres en el cuarto... ¿No es Overbeck?... Sin embargo, está en Basilea... Y él mismo, ¿dónde está?..., ¿dónde?... Ya lo sabe... ¿Por qué lo miran de un modo tan extraño, tan inquietos?... Un vagón, un coche... Los raíles rechinan, rechinan de un modo extraño, como si quisieran cantar... Sí... Están cantando La canción del gondolero..., y él empieza a cantar con los raíles..., canta en medio de las tinieblas infinitas... Y después, largo tiempo en un cuarto oscuro, lejos, en un cuarto siempre oscuro, siempre oscuro. Ya no hay sol; ya no hay luz, ni dentro ni fuera. En alguna parte, abajo, hablan algunos hombres. Una mujer... ¿Es su hermana?... Pero su hermana está lejos, muy lejos, en el país de los lamas... Una mujer le lee un libro... ¿Un libro?... ¿No ha escrito él también libros?... Alguien le habla con dulzura, pero él no comprende lo que le dicen... Aquel a quien ha pasado un tal huracán por el alma queda sordo para siempre a las palabras humanas... Aquel a quien el demonio ha mirado tan profundamente a los ojos, queda ciego para siempre”.[93]

Finalmente el 25 de agosto del año 1900, después de un ataque de apoplejía Nietzsche murió, murió su cuerpo, pues que su alma, hacía ya mucho tiempo que se había ido primero.

Pero no faltaron las paradojas, su entierro se dio en el cementerio de un iglesia cristiana, un cortejo fúnebre acompañado con el sonar de las campanas de una iglesia cristiana junto a la lectura de fragmentos del Zaratustra y El Anticristo, más contradictorio no pudo ser.

 

Nietzsche lo presintió, su obra iba a ser malinterpretada, su obra iba a ser manipulada y vilmente utilizada para fines opuestos al creador de Zaratustra. Lo que no vislumbró completamente Nietzsche, fue que sería precisamente su hermana la primera causante de este proyecto de manipulación. Él ya sabía de qué calaña eran su madre y su hermana, recordemos lo que dijo de ellas en el Ecce Homo: “Cuando busco la antítesis más profunda de mí mismo, la incalculable vulgaridad de los instintos, encuentro siempre a mi madre y a mi hermana. Creer que yo estoy emparentado con tal gentuza sería una blasfemia contra mi divinidad. El trato que me dan mi madre y mi hermana, hasta este momento, me inspira un horror indecible: aquí trabaja una perfecta máquina infernal, que conoce con seguridad infalible el instante en que es posible herirme cruentamente, en mis instantes supremos, pues entonces falta toda fuerza para defenderse contra gusanos venenosos. La contigüidad fisiológica hace posible tal desarmonía preestablecida. Confieso que la objeción más honda contra el «eterno retorno», que es mi pensamiento auténticamente abismal, son siempre mi madre y mi hermana”. Lo que él no sabía, eran los alcances de su hermana para apoderarse de su obra y hacer con ella lo que se le antojara, en primer lugar suprimir el pasaje que anteriormente citamos.

Temía además Nietzsche que lo volvieran un santo, y eso fue lo primero que hizo su hermana al escribir un biografía llena de patrañas y que lo único que buscaba era canonizarlo. Y esta biografía fue la única que conoció el mundo hasta el final de la segunda guerra mundial. De allí los primeros malentendidos y la manipulación de la obra de Nietzsche a favor del nazismo. Es por eso que en la primera mitad del siglo XX, toda la obra de Nietzsche está llena de equívocos y malentendidos.

Sólo a partir de los años 60, se da el aparecimiento de la obra Nietzscheana sin modificaciones y alteraciones. Este rescate filológico y filosófico lo realizaron Giogio Colli y Mazzino Montinari Mazzino con una magistral e impecable edición crítica. Pero aun así persisten los malentendidos, aun así Nietzsche por todas partes crea controversia. Detengámonos a observar brevemente de la mano de Rüdiger Safranski qué pasó con las ideas de Nietzsche después de su muerte.

“En el famoso pasaje de la Gaya Ciencia Nietzsche había calificado de «loco» al negador de Dios, y ahora él mismo se había vuelto loco. Eso tenía que ser excitante para la imaginación. El último editor de Nietzsche, C.G. Naumann, olfateaba el gran negocio. […] Cuando la hermana volvió de Paraguay el año 1893, tomó hábil y escrupulosamente en sus manos la ulterior comercialización de las obras de su hermano. […] Ella quiso hacer de Nietzsche un chauvinista, racista y militarista de la nación alemana, y en parte del público tuvo un éxito que ha llegado hasta nuestros días, especialmente entre los marxistas ortodoxos. […] No era necesario haberlo leído para estar influido por él. El nombre Nietzsche se convirtió en un signo de reconocimiento. Quién se sentía joven y vital, sin tomarse con excesivo escrúpulo las obligaciones morales, podía tenerse por Nietzscheano. El nietzscheanismo se hizo tan popular, que ya en los años noventa empezaron a publicarse parodias, sátiras y escritos difamadores sobre él. […] Para estos críticos Nietzsche era un filósofo que hacía sucumbir la conciencia en la ebriedad y sus pulsiones. De hecho algunos nietzscheanos también lo entendían así, y creían que con entregarse a las juergas casi habían llegado al santuario de Dioniso. […] Tenemos así una filosofía de la magnificencia y el derroche. De esa manera entendían a Nietzsche los bohemios y el arte vitalista. […] De acuerdo con Nietzsche se podría decir: si el arte y la realidad no concuerdan entre sí, peor para la realidad. Se leía Nietzsche como incitación a descubrir el propio fundamento creador. Hay que descender al inconsciente. Freud sabía que aquél había llevado a cabo excelentes trabajos preparatorios. En su Autobiografía que «que evitó durante largo tiempo» los escritos de Nietzsche «porque con frecuencia sus presentimientos y puntos de vista […] coinciden en manera sorprendente con los laboriosos resultados del psicoanálisis» […] Thomas Mann se sentía estimulado por Nietzsche en su voluntad de arte. […] También Georg Simmel […] interpretó a Nietzsche como filósofo de la vida creadora. […] A comienzos de la guerra Nietzsche ya era tan popular, que Así habló Zaratustra apareció en una edición especial de ciento cincuenta mil ejemplares para los soldados del frente, junto con el Fausto, de Goethe y el Nuevo Testamento. Así pudo difundirse en Inglaterra, en Estados Unidos y en Francia la idea de que Nietzsche había sido un poder propulsor de la guerra. […] Pero el hecho de que Así habló Zaratustra pueda entenderse de otro modo, se pone de manifiesto en El retorno de Zaratustra, obra de Herman Hesse que apareció en 1919. Hesse recuerda el indignante abuso que se ha hecho de Nietzsche, especialmente de su Zaratustra. […] Inmediatamente después de la guerra apareció el libro de Ernst Bertram Nietzsche ensayo de una mitología. Esta obra es sin duda la interpretación más influyente de Nietzsche en el período entre guerras. […] En la época del nacionalsocialismo fueron sobre todo Karl Jasper y Martin Heidegger los que utilizaron el reconocimiento oficial de Nietzsche por parte del régimen para traer al escenario «otro» Nietzsche no ideológico y, siguiendo sus huellas, para desarrollará pensamientos capaces de hacer estallar el marco ideológico. […] Pocos años después de las lecciones de Heidegger sobre Nietzsche, Theodor W. Adorno y Max Horkheimer publicaron en 1944 La dialéctica de la ilustración. También en esta obra, que ya se ha convertido en un clásico texto fundamental de la crítica filosófica de la actualidad, desempeña una función decisiva en el diálogo con Nietzsche. […] Foucault aplica a la concreta investigación histórica el principio genealógico de Nietzsche, según el cual los fundamentos de la razón non son racionales, y los fundamentos de la moral no son morales”. En fin el inventario no termina aquí, pero detengámonos mejor en la última conclusión de Safranski: “Kant había preguntado: ¿hemos de abandonar el suelo firme de la razón y adentrarnos en el mar abierto de lo desconocido?; y optó por quedarse aquí, en el terreno seguro. Nietzsche en cambio, se hizo, a la mar. Con el pensamiento de este filosofo no se llega a ninguna parte, no hay en el ninguna conclusión, ningún resultado. En Nietzsche encontramos solamente el propósito de aventura, de la interminable aventura del pensamiento”.[94]

Nietzsche es la pasión hecha escritura. Ese hombre vivió para escribir. Pero este ejercicio estaba basado en una voluntad apasionada y desgarradora por llevar el pensamiento hasta las últimas consecuencias. Nietzsche era un pensador singular, porque él no razonaba el mundo como un observador externo y pedante, no, él razonaba el mundo desde un análisis de su interior, desde la interpretación de su espíritu, desde su cuerpo, desde su condición humana. Tal vez toda la obra escrita de Nietzsche no enseñe tanto como lo hace su vida misma. Nietzsche siempre se puso en cuestión, si atacaba un valor y lo interpretaba con el rigor extremo, era porque él, de alguna manera encarnaba o padecía una existencia palpitante, una existencia que él siempre criticó y volvió a cuestionar sin descanso.

Peter Sloterdijk ha sugerido que quienes hemos vivido después de Nietzsche hemos tenido las cosas más fáciles, porque Nietzsche nos dejó advertidos de los tres grandes imperdonables pecados originales de la conciencia: el idealismo, el moralismo y el resentimiento. Efectivamente, Nietzsche fue un espíritu libre, que aportó a la humanidad, las razones necesarias para liberarnos de todo eso.

Después de él, ningún ideal, ninguna moral, ningún resentimiento puede arrogarse el derecho de tener la verdad. Pero Giorgio Colli en su libro Después de Nietzsche, también advirtió: “Ahora que todos los tabúes han sido superados, ridiculizados, sólo queda eliminar la hipocresía. Pero la hipocresía es el último baluarte donde la fuerza de la moral, rastreada por todas partes, ha encontrado refugio”.[95]

Y no sólo la hipocresía, a pesar de la crítica demoledora de Nietzsche al mundo moderno, este mundo sigue prevaleciendo con su razón instrumental, con el empequeñecimiento del hombre. La decadencia no ha terminado, el mundo cristiano occidental con todo su veneno, y en su expresión actual, la burguesa capitalista, sigue creando miseria y bajeza por doquier, y aún detenta el poder.

Por la memoria de un espíritu libre, por la memoria del pensador más importante que ha dado la humanidad, he aquí pues, los comentarios a la vida y obra de Friedrich Nietzsche.

 

[1] Citado en: Rüdiger Safranski, Nietzsche Biografía de su pensamiento, Fabula Tusquets Editores, 2001, p. 379.

[2] Ibíd., p. 379.

[3] Ibíd., p. 380.

[4] Friedrich Nietzsche, Mi vida. Tomado de www.nietzscheana.com.ar

[5] Friedrich Nietzsche, Correspondencia I, Editorial Trotta, 2005, p. 336.

[6] Friedrich Nietzsche, Fatum e historia, Tomado de www.nietzscheana.com.ar

[7] Friedrich Nietzsche, Correspondencia I, Editorial Trotta, 2005, p. 362.

[8] Mazzino Montinari, Lo que dijo Nietzsche, Salamandra, 2003, p. 51.

[9] Friedrich Nietzsche, Correspondencia, Editorial Trotta, 2005, p. 397.

[10] Ibíd., p. 548.

[11] Nietzsche Friedrich, Ecce Homo, Alianza Editorial, 2002, p. 29

[12] Mazzino Montinari, Lo que dijo Nietzsche, Salamandra, 2003, p. 69.

[13] Ibíd., p. 76.

[14] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza Editorial, 2002, p. 75.

[15]

[16] Peter Sloterdijk, El pensador en escena, Pre-Textos, 2000, p. 46.

[17] Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, Alianza Editorial, 2000, p. 146.

[18] Ibíd., p. 201.

[19] Peter Sloterdijk, El pensador en escena, Pre-Textos, 2000, p. 52.

[20] Ibíd., p. 59.

[21] Ibíd., p. 63.

[22] Friedrich Nietzsche, Sobre la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida. En: www.nietzscheana.com.ar

[23] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza Editorial, 2002, p. 83.

[24] Friedrich Nietzsche, Consideraciones intempestivas, I, 2002, p. 27.

[25] Ibíd., p. 31.

[26] Ibíd., p. 47.

[27] Ibíd., p. 99.

[28] Friedrich Nietzsche, Sobre la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida. En: www.nietzscheana.com.ar

[29] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza Editorial, 2002, p. 86.

[30] Friedrich Nietzsche, Schopenhauer como educador. En: www.nietzscheana.com.ar

[31] Giorgio Colli, Introducción a Nietzsche, Pre-Textos, 2000, p. 65.

[32] Friedrich Nietzsche, Richard Wagner en Bayreuth. En: www.nietzscheana.com.ar

[33] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza Editorial, 2002, p. 88

[34] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza editorial, 2002, p. 135.

[35] Nietzsche: Citado en: Mazzino Montinari, Lo que dijo Nietzsche, Salamandra, 2003, p. 80.

[36] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza editorial, 2002, p. 89.

[37] Friedrich Nietzsche, Humano, demasiado humano, Biblioteca EDAF, 2005, p. 172.

[38] Friedrich Nietzsche, Humano, demasiado humano. En www.nietzscheana.com.ar

[39] Giorgio Colli, Introducción a Nietzsche, Pre-textos, 2000, p. 81.

[40] Friedrich Nietzsche, El viajero y su sombra, Editores Mexicanos Unidos, 1999, p. 169.

[41] Nietzsche citado en: Mazzino Montinari, Lo que dijo Nietzsche, Salamandra, 2003, p. 95.

[42] Mazzino Montinari, Lo que dijo Nietzsche, Salamandra, 2003, p. 98

[43] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza editorial, 2002, p. 98.

[44] Friedrich Nietzsche, Aurora. En www.nietzscheana.com.ar

[45] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza editorial, 2002, p. 101.

[46] Giorgio Colli, Introducción a Nietzsche, Pre-textos, 2000, p. 112.

[47] Friedrich Nietzsche, La Gaya Ciencia, Colección Austral, 2000, p. 184.

[48] Friedrich Nietzsche, Ecce homo, Alianza Editorial, 2002, p. 103.

[49] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, 2002, p. 8.

[50] Ibíd., p.21

[51] Ibíd., p.21.

[52] Ibíd., p. 36.

[53] Ibíd., p. 40.

[54] Ibíd., p. 22.

[55] Ibíd., p. 126.

[56] Ibíd., p. 23.

[57] Ibíd., p. 167.

[58] Ibíd., p. 24.

[59] Ibíd., p. 305.

[60] Ibíd., p. 315.

[61] Ibíd., p. 400.

[62] Ibíd., p. 437.

[63] Giorgio Colli, Introducción a Nietzsche, Pre-Textos, 2000, 131.

[64] Mazzino Montinari, Lo que dijo Nietzsche, Salamandra, 2003, 116.

[65] Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, Anagrama, 2000, p.265.

[66] Friedrich Nietzsche, Ecce homo, Alianza Editorial, p. 113.

[67] Mazzino Montinari, Lo que dijo Nietzsche, Salamandra, 2003, p. 119.

[68] Ibíd., p. 122.

[69] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza editorial, 2002, p. 119.

[70] Ibíd., p. 121.

[71] Giorgio Colli, Introducción a Nietzsche, Pre-Textos, 2000, P. 137.

[72] Ibíd., p. 147.

[73] Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Alianza editorial, 2000, p. 72.

[74] Ibíd., p. 194.

[75] Ibíd., p. 261.

[76] Ibíd., p. 265.

[77] Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Alianza editorial, 1997, p. 28.

[78] Ibíd., p. 45.

[79] Ibíd., p. 67.

[80] Ibíd., p. 108.

[81] Ibíd., p. 13.

[82] Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, Alianza Editorial, 1998, p. 7.

[83] Ibíd., p.22.

[84] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza Editorial, 1998, p. 123

[85] Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, Alianza Editorial, 1998, p. 75 y 121.

[86] Friedrich Nietzsche, El Anticristo, Alianza Editorial, 2000, p. 7.

[87] Giorgio Colli, Introducción a Nietzsche, Pre Textos, 2000, p. 220.

[88] Friedrich Nietzsche, El Anticristo, Alianza Editorial, 2000, p. 121.

[89] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza Editorial, 2002, p. 7.

[90] Friedrich Nietzsche, Ecce Homo, Alianza Editorial, 2002.

[91] Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche. 4. Los años de hundimiento, Alianza Editorial, 1985, p.23.

[92] Ibíd., p. 33.

[93] Stefan Zweig, La lucha contra el demonio.

[94] Rüdiger Safranski, Nietzsche. Biografía de su pensamiento. Tusquets Editores, 2004, p. 341

[95] Giorgio Colli, Después de Nietzsche, Anagrama, 2000, 52.