Las luchas antiimperialistas de América Latina

Las luchas Antiimperialistas en América Latina

«La Miliciana». Foto: Korda, Alberto

Conferencia del historiador Frank David Bedoya Muñoz.

Presentada en la Jornada Internacional Antimperialista Solidaria.

En Medellín el 25 de junio de 2019

“América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental”.

Gabriel García Márquez, La soledad de América Latina, 1982.

“Dudo mucho que el imperio disponga de otro medio siglo antes de que, más temprano que tarde, se hunda en su propio fango”.

Fidel Castro Ruz, Los horrores que el Imperio nos ofrece, 2012.

En el año 1963 el historiador Eric Hobsbawm afirmó que no había una región en el mundo más revolucionaria que América Latina. Y agregó una tesis para entender qué ha determinado la política latinoamericana:

“Si yo tuviera que resumirlo en una oración sola, diría que la política latinoamericana está determinada por el hecho de que la independencia nacional llegó al continente más de un siglo antes de que la gran mayoría de su población ingresara a la vida nacional. Hacia 1830 todas las ex colonias españolas y portuguesas, con la excepción de Cuba y Puerto Rico, eran estados independientes, aunque inmediatamente se convirtieron en dependencias económicas informales de Gran Bretaña. Sin embargo, las estructuras sociales y el estatus colonial del continente permanecieron virtualmente como eran y sin cambios. Las masas de sus esclavos o ex esclavos (es decir, la población negra), sus peones y siervos (es decir, la población india), sus comunidades interiores autosuficientes de campesinos medievales mestizos, sus artesanos y jornaleros urbanos, por lo común no tuvieron interés en la liberación nacional, y nadie les preguntó si les interesaba”. (Hobsbawm, América Latina: no hay región más revolucionaria, 1963)

Dicho de otra manera, la independencia política no significó un cambio en las estructuras económicas de la sociedad. Los problemas sociales de exclusión e inequidad, no solamente no resueltos, sino que, intensificados por nuevas dependencias y conflictos internos, serían el caldo de cultivo para encender una región que en dos siglos nunca ha estado tranquila. Además, después de haber padecido al imperio español, rápidamente el continente, padeció un nuevo imperio en el siglo XX: el norteamericano.

Como no recordar un texto ya clásico, “La venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano publicado en 1971, escuchemos dos breves fragmentos esenciales de esta obra:

“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta. Pasaron los siglos y América Latina perfeccionó sus funciones. Éste ya no es el reino de las maravillas donde la realidad derrotaba a la fábula y la imaginación era humillada por los trofeos de la conquista, los yacimientos de oro y las montañas de plata. Pero la región sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan, consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos”

[…] Para que el imperialismo norteamericano pueda, hoy día, integrar para reinar en América Latina, fue necesario que ayer el Imperio británico contribuyera a dividirnos con los mismos fines. Un archipiélago de países, desconectados entre sí, nació como consecuencia de la frustración de nuestra unidad nacional. Cuando los pueblos en armas conquistaron la independencia, América Latina aparecía en el escenario histórico enlazada por las tradiciones comunes de sus diversas comarcas, exhibía una unidad territorial sin fisuras y hablaba fundamentalmente dos idiomas del mismo origen, el español y el portugués. Pero nos faltaba, como señala Trías, una de las condiciones esenciales para constituir una gran nación única: nos faltaba la comunidad económica.

[…] Ya Bolívar había afirmado, certera profecía, que los Estados Unidos parecían destinados por la Providencia para plagar América de miserias en nombre de la libertad. No han de ser la General Motors y la IBM las que tendrán la gentileza de levantar, en lugar de nosotros, las viejas banderas de unidad y emancipación caídas en la pelea, ni han de ser los traidores contemporáneos quienes realicen, hoy, la redención de los héroes ayer traicionados. Es mucha la podredumbre para arrojar al fondo del mar en el camino de la reconstrucción de América Latina. Los despojados, los humillados, los malditos tienen, ellos sí, en sus manos, la tarea. La causa nacional latinoamericana es, ante todo, una causa social: para que América Latina pueda nacer de nuevo, habrá que empezar por derribar a sus dueños, país por país. Se abren tiempos de rebelión y de cambio. Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres”. (Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, 1971)

En los años 60 del pasado siglo XX América Latina comenzó a despertar, como un faro de lucha contra el imperio: la Cuba de Fidel.

Después de la independencia, padecimos dos siglos más de opresión, comparados con dos siglos, 60 años de lucha no han cesado. Pero, no sólo Cuba, veamos.

En un ensayo que había quedado inédito y que recientemente fue publicado en el año 2018, titulado “insurrección campesina”, Eric Hobsbawm nos aportó unos conceptos importantes, para esclarecer cómo iniciaron las luchas latinoamericanas, en especial, la lucha campesina.

En primer lugar define al campesino: “Por campesino entiendo hombres de campo de una riqueza nunca más que moderada que cultivan su tierra con su propio trabajo y el de sus familias, o que buscan tierra con este propósito, y para quienes esta actividad no es un mero negocio sino un modo de vida”.

Luego agrega unas aclaraciones: “Vale decir que el término excluye, además de los “citadinos”, a (a) terratenientes cuyas tierras con cultivadas en beneficio de ellos mediante el trabajo de otros, b) proletarios rurales que no pueden o no deseen volverse campesinos, (c) empresarios rurales para quienes la agricultura ante todo es un negocio”.

Ahora, otro concepto: “Por sociedad campesina entiendo la organización social de una economía agraria en la cual los campesinos desempeñan el papel principal”.

Ahora, luego de estas precisiones el concepto que nos interesa:

“Por insurrección campesina entiendo los movimientos sociales en los cuales los campesinos buscaron alcanzar fines que se veían determinados por su posición colectiva como tales. […] Por insurrección campesina entiendo cualquier movimiento en el cual participa simultáneamente un número significativo de campesinos y en el cual se valen de la coerción física o, en términos generales, en el cual se rehúsan a desempeñar el papel social subalterno que normalmente se supone que ha de ser el suyo. […] Existen dos tipos de insurrección campesina, que llamaré “el tipo Pancho Villa” y “el tipo Emiliano Zapata”. El tipo Zapata involucra a todo el campesinado local. Es una movilización de comunidades, incluso de sociedades regionales, mediante la estructura, las costumbres, etc., de las comunidades. […] El tipo Villa es una movilización de los marginales, de los fuera-de-la-ley, de los hombres que tienen poco que perder y mucho que ganar: bandidos, vaqueros, peones, hombres sin compromiso, desertores, bandas armadas”.

No perdamos de vista que no toda insurrección campesina se convierte en una lucha antimperialista. En muchos casos, los campesinos inician una lucha con enemigos internos, oligarquías terratenientes o financieras, que en el plano internacional, están alineadas con el imperio norteamericano. Las luchas imperialistas comienzan cuando una insurrección armada campesina se convierte en una guerra abierta con los enemigos locales y las fuerzas ilegales o formales de EEUU. Los ejemplos más destacados Cuba, Colombia, y ahora, Venezuela. Los golpes de Estado patrocinados por EEUU y sus dictaduras impuestas han sido un golpe a la soberanía de procesos electorales autónomos, no necesariamente insurrecciones campesinas, como por ejemplo, Chile. O luchas urbanas y rurales contra enemigos internos que cuentan con apoyo norteamericano como lo que tuvo que enfrentar la revolución sandinista de 1979 en Nicaragua. Se destacan México, Perú y Colombia con los movimientos campesinos más destacados en el continente.

Ya como revoluciones, tenemos la revolución mexicana, (que atrajo poco fuera de sus fronteras la atención norteamericana, salvo la anécdota, de que él único que le planteó una guerra a los norteamericanos en su propio territorio fue Pancho Villa en una ocasión) y tenemos las revoluciones cubana y colombiana, que han sido las que han tomado un matiz más antiimperialista. Más adelante precisamos el término “revolución” en Colombia, porque convencionalmente, el pueblo revolucionario no fue derrotado ni fue victorioso del todo. La lucha antiimperialista continúa acá de otro modo. Fueron el pueblo cubano y Fidel, quienes como un David contra Goliat, le propinaron una derrota al imperio norteamericano en América Latina.

Vuelvo con Hosbawm: “En toda América Latina, grupos entusiastas de jóvenes se lanzaron a hacer guerrillas conformadas bajo los mismos rasgos, con estándares de Fidel, o Trotsky o Mao Tse-tung. Excepto en América central y en Colombia, donde ya existía una antigua base de apoyo campesino a los ejércitos irregulares, la mayoría de esos proyectos colapsaron casi de inmediato, dejando atrás los cadáveres de la fama –el Che Guevara en Bolivia; el igualmente el apuesto y carismático sacerdote rebelde Camilo Torres en Colombia-, y lo desconocido. Fue una estrategia espectacularmente mal concebida, tanto más porque, dadas las condiciones adecuadas, los movimientos guerrilleros efectivos y duraderos eran posibles en muchos de estos países, como lo demostraron las FARC en Colombia desde 1964 y el movimiento Sendero Luminoso en Perú de los ochenta”. (Eric Hobsbawm, La revolución cubana y sus secuelas, 1994)

Muchas veces en Colombia, escuchamos una descarada afirmación de las fuerzas reaccionarias, que se atrevieron a decir “que el conflicto armado no existía”, de la misma manera, muchas veces, hemos escuchado “que el cuento del imperialismo norteamericano es un invento de los izquierdosos panfletarios, resentidos y paranoicos que no se quieren adaptar a la sociedad del progreso”.

Entonces tenemos que recordar con la fuerza de los argumentos que el imperialismo norteamericano sí existe. Desde la doctrina Monroe que a principios del siglo XIX, dispuso que EEUU debía mantener la defensa de su territorio impidiendo que fuerzas hostiles como el comunismo internacional, se adentrara en su “patio trasero”. Además EEUU, debía conquistar los mercados de América Latina para darle salida a su superávit de capital; y a partir de la guerra fría, EEUU emprendería “una guerra del mundo libre contra el bloque comunista”. Después de la caída de la Unión Soviética, la guerra de las drogas y la guerra contra el terrorismo, remplazaría la cruzada “de la libertad, en contra de las fuerzas del mal”. Pero, sabemos todos de los intereses económicos y geopolíticos, que sostiene EEUU detrás de cada guerra.

Así que el imperialismo norteamericano, sí existe, está ahí… y como decía el Che Guevara “al imperialismo no se le puede creer ni tantico así”. Ya cualquier escolar bien despierto, sabe que la Alianza para el progreso fue un intento para frenar las posibles revoluciones en América Latina y la política del “buen vecino” fue siempre una patraña. Después se inventaron el ALCA, pero, al fracasar con esta iniciativa, se dedicaron a los TLC con los gobiernos más sumisos.

Ahora la lucha contra las drogas y contra el castro chavismo son los fantasmas de moda, para seguir prolongado un dominio militar, político y económico de Estado Unidos en esta región.

¿Por qué sostengo hoy acá que la revolución en Colombia no ha terminado? Quiero proponer, para la discusión, que el concepto de revolución en Colombia no se abandone. Con los Acuerdos de Paz de la Habana se terminó una etapa en la lucha armada guerrillera que comenzó como una insurrección campesina, pero, que con el tiempo, se le fue agregando un componente marxista, las antiguas FARC dieron paso a un nuevo partido político que comprendió que la extensa estrategia militar había llegado a su fin, dado que las fuerzas reaccionarias hoy expresadas en el uribismo y en los intereses norteamericanos precisan de la guerra, para seguirse prolongando en el poder.

Decir que la revolución en Colombia no triunfó, sería perder de vista, todo el esfuerzo de miles de campesinos y de ciudadanos que han resistido y que han luchado, muchos que perdieron sus vidas, en una larga guerra de más de medio siglo; lo que se terminó fue una guerra militar, pero aún hoy, ya en un escenario de paz, en una lucha estrictamente política, en una búsqueda por la paz, ya varias veces negada, en Colombia aún hay una revolución pendiente, donde los campesinos que un día fueron guerreros, se unan con una ciudadanía movilizada, activa, para derrotar por vía de los argumentos, de la lucha ciudadana, de la defensa de la paz, a los que pretenden seguir entregando nuestras riquezas a las multinacionales, y asegurando para sí sus feudos; por fin un triunfo político que le arrebate a las oligarquías terrateniente y financieras el poder que prolongan hoy.

El camino no es fácil, y no se resolverá pronto, pero, aún hoy Colombia, de múltiples maneras enfrenta una lucha antimperialista. Colombia ha sido decisiva para la geopolítica latinoamericana, lo que ocurra o deje de ocurrir en Colombia, respecto de la lucha contra EEUU y sus políticas, depende toda la región.

Por un motivo específico la primera reunión de la OEA se realizó acá en Colombia, hace 71 años, día fatídico en que asesinaron a Jorge Eliecer Gaitán y se recrudeció la violencia del Estado contra los campesinos, violencia que se quiere reeditar hoy. La historia de Colombia, en sí misma, es ya una lucha antiimperialista, una lucha de muchos capítulos con el imperio norteamericano.

Quiero terminar con unas palabras de Fidel, que escribió el 19 de mayo de 2011, cuando los medios nos querían hacer creer que Obama era distinto:

“Nadie suponga, desde luego, que Obama es dueño de la situación; solo maneja algunas partes importantes que el viejo sistema en su origen otorgó al «Presidente Constitucional» de Estados Unidos. A estas alturas, después de 234 años de la Declaración de Independencia, el Pentágono y la CIA conservan los instrumentos fundamentales del poder imperial creado: la tecnología capaz de destruir al género humano en cuestión de minutos, y los medios para penetrar esas sociedades, engañarlas y manipularlas impúdicamente el tiempo en que necesiten hacerlo, pensando que el poder del imperio no tiene límites. Confían en manejar a un mundo dócil, sin perturbación alguna, todo el tiempo futuro.

Es la idea absurda en que basan el mundo del mañana, bajo «el reino de la libertad, la justicia, la igualdad de oportunidades y los derechos humanos», incapaces de ver lo que en realidad ocurre con la pobreza, la falta de servicios elementales de educación, salud, empleo y algo peor: la satisfacción de necesidades vitales como alimentos, agua potable, techo y otras muchas”.

Repito esta idea de Fidel, los EEUU “confían en manejar a un mundo dócil, sin perturbación alguna, todo el tiempo futuro”. Pues América Latina no es dócil, ya ha dado muestras de valentía y de victoria. América Latina, y en especial Colombia, Colombia que hoy en un gesto heroico y lúcido, para no seguir en el libreto de los mercaderes de la guerra, continuaremos una revolución, una revolución antiimperialista, una revolución de paz. No puede ser nuestra época actual un tiempo de pesimismo, esta lucha nunca ha sido fácil, América Latina, nunca ha sido el “patrio trasero dócil” que ellos han querido. Esta lucha no ha terminado.

Muchas gracias.

Frank David Bedoya Muñoz

25 de junio de 2019.