Relatos de un intelectual malogrado.

Comentario ulterior al libro Relatos de un intelectual malogrado.

Relatos de un intelectual malogrado no son un conjunto de textos melancólicos, todo lo contrario, son unos relatos cómicos y trágicos, más risibles que funestos, que tratan de nombrar los periplos de muchos intelectuales que mal viven o sobre viven en una sociedad enemiga del pensamiento.

No he logrado convencer a mis amigos del hecho que estos relatos tienen un 70% de ficción y un 30% de elementos autobiográficos, ellos insisten que más bien tienen un 99% de autobiografía y nada de ficción. Con este comentario ulterior no pretendo convencerlos, tan solo enunciar mi satisfacción porque con esto he probado que sí aprendí un tantico el difícil camino de la ficción. Todavía una amiga muy cercana me insiste que vaya a pagarle un dinero a una mujer que aparece en uno de los relatos prestándole sus ahorros a un historiador descarriado en la Costa. No he logrado convencer a mi amiga que esa mujer no existe.

Relatos de un intelectual malogrado son los textos de un hombre que aprendió a reírse de sí mismo, que aprendió una lección del Zaratustra de Nietzsche:

“Vosotros hombres superiores, esto es lo peor de vosotros: ninguno habéis aprendido a bailar como hay que bailar - ¡a bailar por encima de vosotros mismos! ¡Qué importa que os hayáis malogrado!

¡Cuántas cosas son posibles aún! ¡Aprended, pues, a reíros de vosotros sin preocuparos de vosotros! Levantad vuestros corazones, vosotros buenos bailarines, ¡arriba!, ¡más arriba! ¡Y no me olvidéis tampoco el buen reír!”

Frank David Bedoya Muñoz

Medellín, septiembre de 2014.

Prólogo

Escribo por una insatisfacción con el mundo que me ha tocado vivir. Sin embargo no escribo con despecho sino con una profunda pasión por la vida. Cada escritura “lograda” significa para mí una superación. Una superación no porque necesariamente sea un tipo de elevación, sino porque es la tramitación de unos asuntos vitales que solo encuentran salida en la escritura.

Ahora me dio por escribir relatos, procurándome un estilo literario porque estoy peleado con mi oficio de escribir “racionalmente” ensayos históricos y políticos. ¿Qué si a estas alturas ya aprendí a escribir? Creo que responder esto sería tan absurdo como decir que en algún momento “uno ya aprendió a vivir”. Algunos seres cercanos me reprochan la publicación de estos relatos, unos aducen que un autor que se publica así mismo está cometiendo un pecado imperdonable de vanidad; otros me sugieren “que espere más tiempo para ver si algún día escribo algo mejor” y además no tenga que avergonzarme de todo lo que he publicado impúdicamente; otros, que les parece inconcebible que uno se pretenda escritor sin que gane por ello algún dinero, y por último, los fetichistas del papel impreso, que aluden que un libro virtual “no existe”. ¿Qué les puedo decir? Por ahora se me ocurre contestarle a los últimos que no niego que de tres o cuatro accidentados libros solo uno de ellos circuló en Medellín en papel impreso en una bella y pequeña edición de una respetable institución académica y les confieso que yo también comparto el mismo fetiche, dado que tengo el anhelo de ver algún día algún otro libro también impreso, pero por el momento solo tengo la virtualidad del internet. ¿Cuánto tiempo tardaremos los seres humanos en comprender que la condición de lo imperecedero no la asegura el papel?

Los siguientes relatos, que ya han tenido unos pocos lectores, ahora los he reunido en un solo “libro” porque se me antoja que estos en conjunto cierran un ciclo superado de un intelectual que en algún momento no muy bien definido de su existencia se malogró.

Frank David Bedoya Muñoz, 2014.

ÍNDICE

4 Prólogo

6 Aures

11 Irse

15 Dos historiadores y un acordeonero

29 El niño que se hizo ateo sin conocer a Nietzsche

32 Casi guerrillera

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