La importancia de la música para disfrutar la nada

La importancia de la música para disfrutar de la nada

Nietzsche decía que la vida sin música sería un error. Y estaba en lo cierto. Quizá lo más inútil, en el sentido literal de la palabra, es la música. Porque con ella siempre sentimos un placer indescriptible que no sirve para nada más. Tan sólo es un placer. No es que de placer, es el placer de la existencia en el ser. Quizá el universo con todas sus asombrosas e inalcanzables cosas, surgió de la Nada. Y lo más parecido a la nada, es alguna melodía que nos hace felices, «sin saber por qué».

No soy músico, soy historiador, o sea, que de música no sé nada. La sé disfrutar. No soy experto en música, ni en historia de la música, ni sé tocar ningún instrumento (siempre he delirado con saber tocar piano, pero ya he pasado los 40 y creo que el tiempo se me acaba para aprenderlo), no soy pues músico. Pero, hoy, con unas melodías de Queen y una sobre dosis de tinto (café negro) me he animado a hacer este pequeño escrito para algunos amigos músicos, y quizá otros que quieran leer.

Es una pequeña historia personal, pero, no por personal, deja de ser universal en tanto a otro le diga algo. La «lista» de mi música preferida, como todas las listas posibles, no es la «mejor» música, ni la mejor «lista». Existen tantos gustos musicales, como tanto seres humanos puedan nacer.

En estos días, Juliana (5 años) me conmovió con una canción, que creo, le enseñaron en la escuela «Que canten los niños» de José Luis Perales. No sé si se llama así, el punto es que la niña estaba encantada con esa canción, la repitió muchas veces, le quería enseñar la canción a todos los mayores, y hacía grandes esfuerzos por aprenderse la letra y cantarla.

A todos nos ha pasado un historia similar. Una definición del hombre puede ser: animal que camina erguido, habla, trabaja y hace música.

Un amigo que me quiere mucho y me critica bastante, dice que yo soy muy monótono para la música, que repito mucho, que me pierdo el placer de descubrir nueva música. Y tiene razón. En los placeres yo me demoro mucho y me quedo con ellos largo tiempo. No sé si eso se una virtud o un defecto, seguramente es lo segundo.

Siempre he amado la música, desde muy pequeño. Desde los ocho años me regalaron unos audífonos y escuchaba siempre «La voz de Colombia», música romántica en español. Yo me enamoraba de las niñas de la escuela, y me «enamoraba» más de ellas escuchando estas canciones de «amor». Era siempre precoz y solitario. Más adelante cuando escuchaba esta «música de aplanchar ropa» en la radio, mis hermanos me molestaban diciéndome que esa «era música de maricas». Pero, yo nunca le daba importancia a lo que decían mis hermanos. Después más grandes nos hicimos «metaleros», y yo conocí a Pink Floyd. Todavía recuerdo un viejo cassette transparente que dejaba ver aquella cinta café, que encerraba unas melodías extraordinarias, que yo sin saberlo mucho, percibía traducían el universo entero. Pink Floyd, lo he dicho en otras ocasiones, en mi opinión, es la banda sonora del mundo en el siglo XX. Después, seguí igual de enamorado y me volví bohemio, mi éxtasis era escuchar a Julio Jaramillo, pensar en las muchachas y tomar aguardiente.

No me voy a extender en muchos ejemplos, para no abusar de la paciencia del lector. Hoy quiero escribir breve. Tan sólo recuerdo mi etapa revolucionaria escuchando Inti Illimani, mi etapa poética/rockera con Fito Páez, mi revolución con Manu Chau. La música clásica y algunas bandas sonoras como las de las películas «Amelié» o «Lou Andreas Salomé» han significado para mí un auténtico éxtasis.

En algún momento, reconozco he «criticado» la monotonía de mis vecinos que siempre escuchan el mismo «sonsonete» tropical, o los «empalagosos» vallenatos. Cuando ponen esos vallenatos con un sonido tan estridente, pierdo mi calma, pero esos vecinos son felices. Es su subjetividad, ni peor, ni mejor que la mía, tan sólo diferentes historias, diferentes sensibilidades. Lo mismo para el reggaeton el heavy metal, que no soy capaz de escucharlos.

Quiero concluir este escrito haciendo tres menciones: a raíz de la muerte de Juan Gabriel, redescubrí su música y al calor de algunos tequilas lo disfruté mucho. (Ofrezco excusas a mis amigos que les tocó escuchar tremendas serenatas). Es increíble la capacidad creativa de Juan Gabriel. También de México, (aunque ella no nació en México, pero, ella es de allá más que nadie) mi descubrimiento más reciente ha sido, Chavela Vargas, leí su autobiografía y aún disfruto lo mucho de ella que hay en mí.

Escribo esto, mientras escucho a Queen. Gracias a la reciente película

«Bohemian Rhapsody» he redescubierto también a Queen, la música que escuchamos mis hermanos y yo, en nuestra adolescencia en el ruidoso «Tablazo». Esa fuerza vital de Freddie Mercury es sorprendente, él era un espíritu libre. Él como todos los creadores de la música son los mejores del universo. Es bueno que todo el mundo esté escuchando a Queen, por algo será. No es sólo la industria del capital, hay algo más.. Pero, no quiero hablar de política en este texto.

Todos los grandes músicos nos acercan a una extraña alegría, que hoy diría yo, es como volver a la sensación de la Nada. Es nuestra armonía misteriosa con el universo. En medio de un silencio estremecedor, unos animales inteligentes, han hecho una replica del universo: en una canción.

Sin música la vida sería un error. Sí, amado Nietzsche, tú muy bien lo sabías. Un día me enseñaste también, que el secreto en la escritura, no eran las reglas de la gramática, sino un ritmo musical interno, que uno debía llevar al escribir, algo difícil de explicar, algo no racional, como algo «dictado» por Dioniso.

* Estas palabras en homenaje a mis dos hermanos músicos: Sergio y Andrés Mauricio.

Frank David Bedoya Muñoz.

Itagüí, 11 de enero de 2019.

Pintura: «Panorama» de Sergio Bedoya.