Fernando González

Una semblanza

 

Por Frank David Bedoya Muñoz


Este texto surgió de las conferencias que ofrecí en la Escuela de Formación Popular de la Red Juvenil de Medellín entre los años 2009 y 2010.

 

 

Cuando encontré una definición de lo que era un filósofo, en la obra Más allá del bien y del mal de Friedrich Nietzsche, inmediatamente se me vino a la mente el nombre de Fernando González.

 

Dice Nietzsche: “Un filósofo: es un hombre que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias; alguien al que sus propios pensamientos golpean como desde fuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo su especie peculiar de acontecimientos y rayos; acaso él mismo sea una tormenta que camina grávida de nuevos rayos; un hombre fatal, rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y acontecimientos inquietantes. Un filósofo: ay, un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que con frecuencia se tiene miedo a sí mismo, pero que es demasiado curioso para no ‘volver a sí mismo’ una y otra vez...” [1]

 

Esta es pues la definición exacta para nombrar a nuestro filósofo Fernando González, parece que hubiera sido escrita para él.

 

Pero miremos cómo se definió Fernando González así mismo:

 

“Me definiré: creo ser detective de la filosofía, de la teología y de la virtud. Mi madre me parió cabezón, pero infiel; Dios me atrae, pero las muchachas no me dejan. Me explicaré: unas diez veces he creído acercarme a la verdad, y las muchachas me han hecho caer. Ocho por ciento tengo, pues, de filósofo. El resto está entregado al mundo y al demonio, pero nunca he dicho una mentira. Resumiendo, diré que soy un hombre, espíritu que desde la carne y por medio de los sentidos atisba con fruiciones a la verdad desnuda. Soy, pues, retratista.”[2]

 

Retratista de nuestra alma, de nuestra personalidad, de nuestra historia. Sus obras-retratos siempre le hicieron honor a la verdad, como él mismo decía, a la verdad desnuda; honor a la autenticidad, a la jovialidad, a la crítica. Su obra fue siempre vital, sus Pensamientos de un viejo, su Viaje a pie, su Simón Bolívar, su Maestro de escuela, su Revista Antioquia. Por sólo mencionar algunas de sus obras. Obras llenas de psicología, de sabiduría, de bufonadas; en ellas siempre encontraremos la verdad desnuda acompañada de una carcajada. Su sabiduría parte de su desgarrador conocimiento de sí mismo. De su capacidad para, en primer lugar, reírse de sí mismo. De tomar distancia y retratar con gran maestría nuestras muchas tragedias y comedias.

 

Nada más exacta que la presentación que hace Ernesto Ochoa Moreno sobre el filósofo de Otraparte:

 

“Fue Fernando González un espíritu rebelde y pugnaz, pero al mismo tiempo hondamente amador de la vida y de la realidad colombiana que fustigó. Logró forjar un pensamiento filosófico a partir de nuestra idiosincrasia, utilizando un lenguaje tan propio de nuestro pueblo que le valió ser calificado de mal hablado. Fue un “maestro de escuela” que escandalizó y al mismo tiempo abrió derroteros hacia la autenticidad. Lo condenaron por ateo y, no obstante, fue un místico. Escribió en una prosa limpia e innovadora, pero “para lectores lejanos”. Se proclamó maestro pero, según sus mismas palabras, no buscaba crear discípulos, sino solitarios. Su obra es siempre nueva, fresca y conturbadora. Y su vida fue eso: un viaje de la rebeldía al éxtasis.”[3]

 

¿Quién fue Fernando González? El filósofo más auténtico y vital que ha tenido Suramérica. En Colombia, la mayoría de personas aún no conocen sus obras, pues la enajenación del pensamiento aún permanece. Pero todo aquel que ha leído alguna obra de Fernando González se ha sentido liberado y si no, por lo menos, provocado a pensar. Yo me atrevería a decir que la mejor escuela de jóvenes que podría llegar a tener Colombia sería aquella que incitara a leer la obra de Fernando González, o mejor dicho, si me fuera encomendada la educación de un joven, lo retiraría algunos años del colegio, y lo pondría a leer, en primer lugar, todos los libros de Fernando González.

 

No pretendo acá, realizar un amplio estudio biográfico, de hecho, tengo que expresar mi deuda con la obra biográfica: Fernando González: filósofo de la autenticidad, de Javier Henao Hidrón [4]. Resaltaré algunos episodios vitales de Fernando González para evocar la travesía apasionada de su existencia, y en este contexto poder presentar y comentar algunos de sus ideas. Tampoco pretendo realizar un resumen de cada una de sus obras. La idea es que lo lean a él. No aspiro pues, elaborar la “interpretación más fiel” de la obra de Fernando González, sino simplemente compartir y comentar algunos de sus estimulantes y provocativos pensamientos, y quizá lograr así, el que alguno joven del siglo XXI, se acerque a su obra, y descubra y comparta también en algún momento, al pensador más original que ha tenido Suramérica.

 

Fernando González nace en Envigado el 24 de abril de 1895, hijo de Daniel González, agricultor y maestro, y Pastora Ochoa. Fue un niño introvertido y según él mismo, algo huraño. Observemos como describía su infancia: “Yo era blanco, paliducho, lombriciento, silencioso, solitario. Con frecuencia me quedaba por ahí parado en los rincones, suspenso, quieto. Fácilmente me airaba, y me revocaba en el caño cada vez que peleaba con los de mi casa.”[5]

 

Desde muy temprano fue un niño contemplativo y reflexivo que no aceptaba de buenas a primeras las verdades que siempre le querían imponer. Ya es bastante conocida la anécdota, de que cuando era niño, un día en la sacristía de la iglesia, alzó el vestido a Pablo de Tarso y vio que su cuerpo era una tabla de madera, y desde entonces dejó de creer en los santos.

 

Un día en la escuela, lo castigaron con un encierro, y cuando salió le gritó a las monjas “¡Hermanas cagonas!” y lo expulsaron.

 

Luego va a ser expulsado también del colegio San Ignacio de Loyola, cuando apenas tenía 16 años. Javier Henao Hidrón nos da a conocer la carta que le enviaron a su papá para anunciarle la expulsión. Esta carta, además de caracterizarnos la personalidad de tan controvertido joven, es una pieza magistral para entender cuál era la educación que se le imponía a los colombianos en ese entonces, y durante mucho tiempo más, observémosla.

 

“Es el caso que desde el año pasado se dio Fernando con sumo ahínco a la lectura, primero de obras literarias y luego este año de obras filosóficas principalmente. Sin duda en lectura de tales libros procedía sin mucha selección al principio, no advirtiendo el inmenso mal que de semejante proceder podía seguírsele. Y así ha sucedido, en efecto, como U. habrá tenido que advertirlo; pues al ojo de avizor de su padre solícito, jamás se ocultan los cambios que en el hijo van verificándose. Comenzando apenas sus estudios de filosofía y no bien cimentados aún sus principios religiosos ha leído con verdadera pasión obras de Voltaire, Víctor Hugo, Kant y sobre todo Nietche (sic), las cuales han apagado en su entendimiento la luz de la fe y han secado en su corazón todo temor saludable. No cree absolutamente, afirma él a sus compañeros, en la divinidad de Jesucristo ni menos en la Iglesia Católica. Imbuido en las ideas de Nietche (sic), sostiene que hasta ahora los hombres han estado cegados con falsas preocupaciones, como el infierno, que un genio ha de hacer desaparecer para sustituirlas con otras nuevas y mejor fundadas. Así, lo dice de continuo, a sus compañeros; esto ha sostenido su profesor de filosofía, el P. Quirós y en parte al Rdo. Padre Rector, sin admitir razones de ninguna clase.

 

Tenía yo la esperanza de que los ejercicios espirituales, que durante tres días tuvieron los alumnos la penúltima semana, hubieran de aprovecharle y abriera su corazón a la divina gracia, pero el último día de las confesiones no vino al colegio, y menos el día de la comunión. El lunes pasado le dije debía comulgar el martes, fiesta de la Asunción, conforme al reglamento, y tampoco lo hizo.

 

Por todos estos motivos tengo la pena de comunicarle que la Junta Directiva del colegio ha resuelto que Fernando queda excluido del colegio, y en consecuencia suplico a U. tenga la bondad de enviar por el pupitre y los libros al colegio.

 

Al cumplir tan penoso encargo aseguro a U. continuaré pidiendo con toda mi alma a Dios Nuestro Señor ilumine a Fernando y le dé gracia para volver al buen camino.”[6]

 

Era pues Fernando González un asiduo lector de Nietzsche y, sin lugar a dudas, fue el filósofo alemán, la mayor influencia en su juventud. Javier Henao Hidrón nos relata: “Cuando apenas había transcurrido cuatro meses de su expulsión del colegio aparecieron sus primeras publicaciones en la prensa. En efecto, en el periódico La Organización de Medellín, con el título NOTAS, escribió unos ensayos breves acerca de temas de meditación filosófica: el escepticismo, la alegría, la verdad, la perfección, las inteligencias mediocres. Es notoria su admiración por Nietzsche: «Cada golpe de su martillo va acompañado de una risa como la que proclamaba Zarathustra.»”[7]

 

Es en esta época cuando decide escribir su primer libro Pensamientos de un viejo se va para una finca de un tío en Las Palmas y se encierra a escribir hasta altas horas de la madrugada. Ya la escritura en él es una actividad obligada que nunca abandonará. Comienza hacer apuntes en libretas de carnicero, ideas que luego, se convertirán en los pensamientos de sus libros.

 

Su personalidad no deja de ser controvertida, su biógrafo nos cuenta: “Merece destacarse en esta época el peculiar tratamiento dado a su cabellera. Primero, rapada media cabeza, con el fin de no salir a la calle y verse obligado a estudiar; después a modo de contrarréplica a su propio gusto, el pelo crecido hasta los hombros.

 

Las gentes del contorno, alarmadas por el excéntrico comportamiento del joven comenzaron a llamarlo «el loco».”[8]

 

En 1915, cuando tenía veinte años de edad, se une a Los Panidas, un grupo de jóvenes, irreverentes, intelectuales y bohemios. Se reunían en el café «El Globo», cerca al  Parque de Berrío, para hacer sus tertulias. Publicaron «Panida», una revista quincenal de literatura, donde escandalizaron a la goda villa de la Candelaria. De este grupo que eran trece llegarían a destacarse el poeta León de Greiff, el caricaturista Ricardo Rendón y Fernando González.

 

Cuando cumple su mayoría de edad en 1916, publica su primer libro: Pensamiento de un viejo. Este libro, en verdad no parece escrito por un muchachito, sino por un sabio anciano, en este libro, aún no aparece el jovial y eterno bufón, que será en adelante Fernando González. El libro, en contenido y estilo, es totalmente nietzscheano, pero aun así, con esta inconfundible característica e influencia, Fernando González, ya da muestra de independencia y autenticidad.

 

Aún no aparecía el Fernando González, bufón, vital, desgarrador. Este era su primer ejercicio de meditación, se alejó a la montaña, se escudriñó a sí mismo hasta más no poder, y ofreció a sus lectores lejanos, unos pensamientos preparatorios de una filosofía que llegaría llena de fuerza y vitalidad, pero, antes de la afirmación de la vida que caracterizará después a toda su obra, tuvo su lugar la introspección, el escepticismo y la soledad.

 

En 1916 cuando sale a la imprenta su primer libro Pensamiento de un viejo, ya está preparando un nuevo escrito, en sus libretas de carnicero, titulado El payaso interior. Un librito que recientemente publicó EAFIT, en el año 2005. Se trata más bien de una especie de continuación, de Pensamientos de un Viejo. Observemos el juicio que de este pequeño librito realizó, Ernesto Ochoa Moreno: “No tiene EL Payaso interior la redondez de Pensamientos de un Viejo, pero ahí está, [Fernando González] atormentado y balbuciente, iluminado por su precoz lucidez, buscador desde entonces de la verdad y la autenticidad, pugnaz y al mismo tiempo enternecido por su propia angustia.”[9]

 

Después de esta experiencia de soledad y escritura, finalmente decidió terminar su bachillerato, esta vez en la Universidad de Antioquia. Se graduó como bachiller en filosofía y letras en 1917. Y allí mismo decidió seguir la carrera de Derecho, Javier Henao Hidrón, nos relata que se destacó en la universidad por su inteligencia, validó por lo menos la mitad de las asignaturas del pensum académico; y en tan sólo dos años, obtuvo su título de abogado.

 

En muy poco tiempo, Fernando González, dejó su melancolía juvenil y ahora comenzaba a escribir con un carácter fuerte, combativo y decisivo. Quiso titular su tesis de grado, El derecho a no obedecer. Los directivos de la universidad se escandalizaron y le exigieron que cambiara el nombre. La polémica llegó hasta la prensa, Fernando González con la tranquilidad que lo caracterizó, de una manera irónica cambió el título y la llamo simplemente Una tesis.

 

Este bello libro contiene una profunda reflexión sobre el trabajo y una crítica incisiva a la Colombia que se quedó formando a seudo letrados, abogados y teólogos, y descuidó el cultivo de las ciencias, la agricultura, y la construcción de una verdadera nación.

 

Ahí estaba pues su tesis de grado. Pero en verdad, en Colombia, después del pleito del título del libro, poco importó esta tesis.

 

Por otra parte, a Fernando González, el hecho de ser abogado no lo entusiasmó mucho, el litigio en él fue esporádico. La abogacía no le apasionaba. Aun así, fue magistrado en Manizales, Juez civil, y Juez de rentas en Medellín. Sin embargo, en medio de esta actividad poco estimulante para un pensador tan agitado, Fernando González, no perdía la jovialidad y la capacidad para burlarse de sí mismo y del mundo de leguleyos. Henao Hidrón nos relata, por ejemplo, la siguiente anécdota: 

 

“En una oportunidad en que debía resolver la adjudicación de una herencia en la cual el difunto había consignado en su testamento que parte de sus bienes se distribuirían entre las benditas Ánimas del Purgatorio y el Niño Jesús de Praga, dispuso lo siguiente en la sentencia:

 

-Las Ánimas del Purgatorio acreditarán su personería jurídica y en cuanto al Niño Jesús de Praga, su herencia le será entregada tan pronto cumpla la mayoría de edad… Entretanto, pasen los bienes a los herederos reconocidos en este proceso.”[10]

 

Bueno, el abogado también tenía tiempo para el amor, en una finca de una amigo conoció a Margarita Restrepo Gaviria, quien era hija del presidente Carlos E Restrepo. El 23 de abril de 1922 se casaron, como expresó Fernando González, “para filosofar y para siempre.”[11]

 

Henao Hidrón, relata la siguiente historia, que Doña Margarita evocó en varias ocasiones:

 

“Estando comprometidos en matrimonio su padre, Carlosé, se acercó a ella y le habló de esta manera:

 

-¿Cómo te atreves a casarte con ese loco?

 

A lo cual contesto:

 

-Papá, a amigas mías, que se han casado con hombres normales, les ha ido mal. ¿No crees que debería ensayar con un loco?

 

Ante esta respuesta, Carlosé puso fin a la conversación.

 

-Si realmente lo quieres, doy mi consentimiento.”[12]

 

Después Fernando González y Carlosé se harían bueno amigos e intercambiarían una entusiasmada correspondencia.

 

Fernando y Margarita tendrían cinco hijos: Álvaro, ingeniero químico, aficionado a la historia y la geografía, Ramiro estudiante de medicina que falleció muy pronto a causa de una leucemia, Pilar quien se dedicó a estudiar trabajo social, Fernando abogado y escritor y finalmente Simón, ingeniero, escritor, posteriormente gobernador de las islas de San Andrés y Providencias, quien además fue reconocido por muchos como el brujo Simón.

 

Para esta época donde se acerca el fin de la hegemonía conservadores, ya está próximo el surgimiento del filósofo de Otraparte, el niño introvertido, el joven rebelde y escritor, el abogado, el esposo, son matices de un nuevo hombre, un espíritu libre, que muy pronto, con sus futuras obras, traería a nuestras tierras, la autenticidad, la muestra del refinamiento del espíritu, en fin, las letras provocadoras para la liberación de las generaciones posteriores.

 

Siendo Juez Civil de Circuito, en las vacaciones de diciembre de 1928 y enero de 1929, se le ocurre realizar un viaje a pie, con su amigo Benjamín, un ex-seminarista, que era como un hermano suyo. Caminaron las montañas y planicies de Antioquia, Caldas y el Valle. El recorrido fue: Medellín, El Retiro, La Ceja, Abejorral, Aguadas, Pácora, Salamina, Aránzazu, Neira, Cali y Buenaventura.

 

De esta aventura surgió uno de los libros más estimulantes de Fernando González, Viaje a pie, ya en esta obra aparece las características constantes de su escritura, fuerza, claridad, profundidad, honestidad, frescura, jovilidad. En adelante, Antioquia, Colombia, Suramérica ya contará con un pensador de conciencia universal. El libro fue editado en París, en 1929, y traducido al francés en 1930, fue elogiado por un gran número de intelectuales de Hispanoamérica y Europa, acá lamentablemente, todavía hoy, este libro es poco conocido por la mayoría de los colombianos.

 

Mientras que esta obra fue admirada en el resto del mundo literario y filosófico, en Colombia, esto fue lo que se publicó:

 

“El Arzobispo de Medellín: MANUEL JOSÉ CAYZEDO por la gracia de Dios y de la Santa Sede Arzobispo de Medellín. Asistente al Solio Pontificio Constituidos por nuestro cargo pastoral en guardián de la fe y de las buenas costumbres, apremiados por el deber de alejar el peligro de perversión que traen las malas lecturas y habiendo sido denunciado ante Nos como gravemente nocivo el libro intitulado “Viaje a pie” cuyo autor es el doctor Fernando González.

 

Después de haberlo sometido a examen y haberlo hallado prohibido a iure, porque ataca los fundamentos de la Religión y la moral con ideas evolucionistas, hace burla sacrílega de los dogmas de la fe, es blasfemo de Nuestro Señor Jesucristo y con sarcasmos volterianos se propone ridiculizar las personas y las cosas santas, trata de asuntos lascivos y está caracterizado por un sensualismo brutal que respiran todas sus páginas.

 

Decretamos:

 

El libro del doctor Fernando González, “Viaje a pie”, está vetado por derecho natural y eclesiástico, y por tanto su lectura es prohibida bajo pecado mortal.

 

El presente Decreto será leído en todas las iglesias y capillas de la ciudad arzobispal y publicado por la prensa para conocimiento de los fieles.

 

Dado en Medellín, a 30 de diciembre de 1929.”[13]

 

De esa manera en la Colombia goda de 1929 fue prohibido desde el comienzo, el  filósofo y espíritu libre, que recién aparecía ya escandalizaba a curas, solteronas, y “hombres de bien”. Pero, que también comenzaba ya a liberar y a estimular con su escritura, a todos los que se resistían a vivir en ese clerical y burócrata país.

 

Cuenta Javier Henao Hidrón que en el año de 1930, Alfonso, el hermano de Fernando González le sugirió a nuestro filósofo que escribiera una biografía del libertador. Henao Hidrón relata el episodio así:

 

“-¿Por qué no escribes una biografía de Bolívar?

 

-El Libertador es muy interesante, pero yo no soy historiador.

 

-Escríbela para el centenario. Con esto ganarás dinero y podrás irte a estudiar a Europa.

 

-Yo pienso el asunto y te aviso a Manizales.

 

El 13 de marzo siguiente, Fernando le escribía:

 

«Bolívar, el hombre de la hamaca, nacerá en estos días.

 

Ya me siento preñado, pero no se puede apurar hasta que el espíritu lo desee. Hay leyes espirituales como fisiológicas: las supremas leyes de la gestación.»”[14]

 

Así pues, que en 1930, cien años después de la muerte del Libertador, Fernando González publicó Mi Simón Bolívar.

 

Fernando González siempre fue un hombre muy apasionado, y su admiración por Bolívar también fue en verdad muy pasional. Por eso Mi Simón Bolívar no era un libro más de Bolívar, era que el filósofo de Otraparte en su libro toma posesión de Bolívar, de su espíritu.

 

El libro es muy íntimo. Para los que no están familiarizados con la obra de Fernando González, se les hace extraño encontrar que la mitad del libro, si acaso se mencione un par de veces a Bolívar, y todo sea el periplo intelectual y emocional de Lucas Ochoa. Los lectores que llegan a la mitad irán descubriendo a Bolívar, cómo éste se mete en el alma de Lucas, en el alma de Fernando González. Y encontramos un ensayo sobre Bolívar que quizá dice mucho más que 10 biografías extensas.

 

Luego en esos primeros años de la década del 30 del siglo pasado, Fernando González decide salir a dictar conferencias sobre Simón Bolívar por varios lugares del país. Se llamó así mismo un buhonero del espíritu, es decir, un “vendedor ambulante del espíritu” [15].

 

Pero este ambulante del espíritu, quiso ir hasta Venezuela a conocer la tierra natal del libertador y para escribir un nuevo libro sobre Venezuela y el controvertido gobernante de esa época Juan Vicente Gómez, el libro se titulará Mi compadré, porque Fernando González logró que el general fuera el padrino de bautizo de su hijo Simón.

 

Javier Henao Hidrón nos relata este viaje, en términos generales, así:

 

“Fernando González precedió, pues, así en Caracas como en Maracay, a observar minuciosamente el escenario en que actuaba su personaje: casa de gobierno, hacienda, galleras, etc. Al mismo tiempo se documentaba sobre hechos pretéritos y actuales de la vida política y social de ese país. Todo ese mundo vivencial lo anotaba en sus libretas, las cuales llegaron a hacerse tan comunes e imprescindibles, que sus amigos de la Academia Venezolana de Historia resolvieron bautizarlo «el hombre de las libretas».”[16]

 

Mi compadre se convirtió en un libro de gran maestría psicológica donde se describe magistralmente a un pueblo y su gobernante, con ideas de este talante:

 

“En Suramérica lo más original y representativo es Venezuela. […] En Venezuela  apareció ya el tipo suramericano. Todos son iguales, tienen egoencia admirable, desfachatez y capacidad dominadora. Biológica e históricamente Caracas es la capital suramericana. […] Venezuela tiene capacidad de impertinencia y Suramérica será venezolana o nada. […] Todo venezolano es dictador. […] El orgullo del venezolano es incalculable. Se cree único. Tiene aspecto de importancia y de capaz de hacerse matar. Es el porvenir de Suramérica.”[17]

 

Hoy estoy convencido de que quien lea Mi compadre estará en mejor condiciones de entender, qué es lo que pasó con fenómenos como Hugo Chávez y su Revolución Bolivariana.

 

Después de haber hecho tan polémica biografía, comenzó a escribir un nuevo libro, llamado Don Mirócletes: La novela hace una cruel y jovial descripción sicológica de un abogado alcohólico llamado Mirócletes y su hijo Manuelito ego de Fernando González. Esta novela no puedo dejar de compararla con las Memorias del subsuelo de Dostoievski.

 

Después de esta experiencia venezolana, Fernando González regresó a Medellín, pero estuvo en su tierra poco tiempo, porque gracias a la recomendación de su suegro Carlos E, fue nombrado Cónsul General de Colombia en Italia, bajo el gobierno de Enrique Olaya Herrera. Sin embargo, nos cuenta Javier Henao Hidrón, que aun así Fernando González no dejó de burlarse y criticar al presidente de Colombia, ahora por el momento su jefe, llamándolo Olayita o Mono Yanqui, porque le estaba entregando el país a los norteamericanos. [18]

 

Pero su estadía en Italia no se redujo hacer una temporada como funcionario. Siguió siendo un viajero, un observador, un escritor. Allí escribió su libro El hermafrodita dormido, una magistral obra, sobre estética, crítica del arte, y controvertidas observaciones sobre el fascismo y Mussolini.

 

El libro fue publicado en 1933 y traducido al francés, al alemán y al inglés, el nuevo escándalo no esperó, la policía fascista italiana, se introdujo en el apartamento del cónsul escritor, y dijo haber encontrado libretas con apuntes subversivas. El gobierno colombiano con el fin de evitar un problema mayor envío al díscolo cónsul a ejercer sus funciones diplomáticas en Marsella.

 

Pero nuestro hombre no para de escribir, ese mismo año, a finales de diciembre, pública una la extraordinaria novela psicológica Don Mirócletes. Y comienza a escribir otra novela llamada Salomé, dada su cercanía al libro El remordimiento, un nuevo libro que surgirá también de aquellas vivencias en Francia, vivencias, que nos cuenta Javier Henao Hidrón se pueden resumir en la siguiente lista: mar, calles, iglesias, cafés y muchachas, Salomé y El remordimiento nos darán  cuenta de esta vivencias y ¡de qué manera!

 

Por lo pronto las repercusiones del Hermafrodita dormido seguían, los políticos colombianos, en especial Eduardo Santos, dueño del periódico El tiempo, que logró ahora también la destitución del consulado de Marsella.

 

Una vez más con mujer e hijos, el 27 de junio aborda un buque que lo traerá de regreso a Colombia, a Envigado.

 

Así termina el año de 1934. En su mente se estaba gestando Salomé y El remordimiento. Entre tanto le escribía así a su suegro Carlosé.

 

“Querido doctor: le contaré que ya casi no somos compatriotas. Ayer escribí solicitando la nacionalidad venezolana para mí. Tengo una profunda tristeza y resolví cambiar ese accidente de la nacionalidad. […] Desde hace ocho días tengo mucha vergüenza del pasaporte colombiano. ¿Cómo puede uno ser compatriota de Olaya y de los Santos? Claro que me nacionalizaré solo, pues Margarita y los hijos pueden hacer lo que les dicte la conciencia. Lo que soy yo, no quiero ser colombiano ni un segundo, pues me parece que tengo un vestido cagado. […] Mi repugnancia por los colombianos actuales es invencible. […] Querido doctor Restrepo: por fin, hoy, decidí que no quedamos por aquí en un pueblecito costeño […] cerca de la frontera con Francia para esperar que pasen los meses de junio y julio e irnos con ustedes para la dulce Colombia, con quien anoche en sueños me reconcilié. ¡Qué deliciosas las riñas con la patria, con la mujer o con la amante! Se puede insultar a la patria y calificar groseramente sus pasaportes, únicamente por el placer de la reconciliación. […]  Ya no quiero sino Colombia. Ya mi hígado se alivió y siento dulzura en mi alma. Así, pues, no deje de decirme en cuál vapor salen ustedes y de qué puerto y cuándo, para irme con usted. No tenemos diferentes ideas ni sentimientos; lo que sucede es que yo soy infiel de nacimiento y que para sentir el amor tengo que odiar a ratos a la amada Patria. Pero ahora, en este comienzo de verano, tengo ansia de volar para Envigado.”[19]

 

En tan sólo cuatro años, Fernando González, recorre a Colombia como conferencista de Bolívar, mejor dicho, como buhonero del espíritu, recorre toda Venezuela, tras su compadre Juan Vicente Gómez, se hace expulsar de Italia, y es expulsado también de su consulado en Francia. En tan poco tiempo ha escrito Mi Simón Bolívar, El Hermafrodita dormido, Mi Compadre y Don Mirócletes y trae en su mente dos nuevas novelas, sobre el dominio de sí mismo, las muchachas y la sensualidad.

 

Al regresar a Colombia siente un gran remordimiento, la causa: la señorita Tony, la institutriz de sus hijos en Marsella. Ya antes en Marsella había escrito en sus libretas, sus observaciones psicológicas sobre la tentación, ya fuera la de una gata llamada Salomé, y un gato llamado Rousseau, o de su propias tentaciones, provenientes de las bellas jovencitas francesas que lo rodean. Los apuntes de esas libretas, luego serán editas posteriormente en 1984, en una novela titulada Salomé, obra que se constituye como una primera parte de El remordimiento. Pero aún en esas libretas, no aparecía el remordimiento, aquel que se le intensificará en Envigado recién llegado de Europa. Aquel que lo llevaría a escribir una de sus mejores novelas psicológicas.  

 

En esa misma época del remordimiento, entre 1934 y 1935, Fernando González le envió una serie de cartas a su amigo Estanislao Zuleta Ferrer, papá de aquel chico, Estanislao Zuleta, discípulo de Fernando González, que se convertiría en uno de los intelectuales más grandes que ha tenido Colombia. Meses después, el amigo, el Estanislao papá, moriría en el accidente de avión, del 24 de junio de 1935 donde también moriría Gardel. Tales cartas pues se convertirían en un nuevo libro.

 

Este libro, es en su conjunto, una magnifico análisis de Colombia, sus vicios, sus costumbres, su oligarquía. Una crítica demoledora, llena de jovialidad, malicia y lucidez.

 

La voluntad creadora de Fernando González no se detiene, ahora le presentará al mundo un ensayo sobre Suramérica, Los Negroides, donde analizará ampliamente los conceptos antagónicos de vanidad y personalidad. Javier Henao Hidrón nos presenta esta obra así: “Con perspicacia y poder de síntesis, en Los Negroides percibió el origen de nuestras costumbres y la razón de ser del comportamiento individual y colectivo, deformado por influencia foránea y los complejos, hasta el punto de concluir que en este subcontinente no existen propiamente seres humanos sino más bien «animales parecidos al hombre».”[20]

 

En esta obra se analizan los problemas de nuestra personalidad, lo malo, no es ser producto de la unión de varias razas, de hecho, esto puede ser un privilegio, porque en verdad, somos los colombianos, los seres universales por excelencia, dado que tenemos sangre negra, blanca, india. El problema es que seguimos simulando lo europeo, lo gringo, Ahí está la vigencia de la palabra de Fernando González, cuando llamaba la atención sobre lo simuladores que somos. Qué vergüenza sentiría, hoy nuestro filósofo, al ver los gobernantes de Colombia, arrastrándose toda vía, hoy y con mayor impudicia a los Estados Unidos.

 

Entre tanto, la política, también cautiva a nuestro solitario filósofo, pero no las prácticas tradicionales del bipartidismo oligarca en Colombia, sino la política de un nuevo izquierdismo.

 

Javier Henao Hidrón, nos recuerda el siguiente episodio:

 

“Jamás quiso afiliarse, o simpatizar siquiera, con ningún partido político. Cierta vez un periodista publicó un supuesto reportaje concedido por Fernando González, en el cuál éste dizque afirmaba su vinculación al partido liberal. Reaccionó airado y, de inmediato, remitió al director del periódico una carta con fecha 1 de enero de 1935, en que dice de modo perentorio:

 

«¿He dejado de amar a la belleza? ¿Soy, por ventura, un opinante o un borracho? ¿Qué mal hice, para que se diga que pertenezco a la horda del Mayor Santander? No, señor Director. No me acuerdo de haber pertenecido nunca, ni en la inocente primavera, a ningún partido político existente, mucho menos a esa cosa de aguardiente de caña, infidelidad y rapiña que fue unigénita del Mayor Santander».

 

Tres meses después escribía:

 

«Nosotros, los maestros nuevos, debemos odiar todo lo pasado; odio eterno a las generaciones conservadoras y liberales. Nada hay aprovechable en nuestro pasado. La historia ha sido escrita e impuesta por Santanderes y Arrublas. La única salvación está en volver al Libertador.»”[21]

 

Luego, siendo consecuente con sus tesis, de la necesidad de crear un nacionalismo, que acabará con la vanidad suramericana, buscó amigos para una aventura política. Con Bernardo Ángel fundaron un efímero periódico llamado Colombia Nacionalista, y en mayo de 1935 concurrieron a las elecciones, con lista de candidatos propios al Concejo de Medellín, nuestro filósofo encabezaba la lista como candidato a la Asamblea Departamental de Antioquia. Pues bien, tan sólo saco en todo el departamento 19 votos.

 

En Cartas a Estanislao expresó:

 

“Obtuve dos votos en Puerto Berrío, uno en Amalfi y dos en Yarumal. Catorce en Medellín, que son de los candidatos y los familiares. Ninguno en Envigado y en Itagüí, en cuyos linderos...; pero más grave aún: ¡don Benjamín no quiso votar!...” [22]

 

Sin embargo esta derrota no lo desanimó para escribir una serie de artículos en el Diario Nacional entre abril y junio de 1937, que tituló Nociones de izquierdismo. Allí encontraremos, además de un análisis de la coyuntura política de ese entonces, una de las más bellas reflexiones, que se han escrito sobre el comunismo:

 

“Conciencia Comunista.

 

Es cuando el hombre siente que todo el universo es suyo y es uno; vive el hombre entonces dentro de la ley de causalidad.

 

No hay oposición  entre yo y tú,  mío y tuyo.

 

De suerte que comunismo  no es negación de la propiedad sino culminación de ésta.

 

Así pues, comunismo, como es obvio, no se impone sino que es perfección a que se llega mediante disciplinas.

 

Es un estado de conciencia que tuvieron Jesucristo, Buda, Sócrates y Nietzsche.

 

Comunismo no es partido político.

 

El que pretenda imponer  la virtud o la verdad, solo hace males.  Ellas se enseñan, se muestran. El objeto de la escuela es hacer vivir al hombre dentro de ellas.”[23]

 

Luego fundará una revista donde sólo escribiría él. Pero la variedad de escritos, temas, estilos, harán de ésta publicación una de las revistas más sobresalientes en el país. Se caracteriza esta revista por su análisis crítico de la realidad nacional, e internacional y por su muchas disertaciones sobre la condición humana, además van apareciendo lúcidos ensayos filosóficos y sociológicos, y el arte y la  poesía que no podrían faltar.

 

La Revista Antioquia saldrá a la luz pública 17 veces. En el año 1936 saldrán 8 números, en los años 1937 y 1938 tan sólo aparecerán dos, un número cada año, en el año 1939 tres números, y finalmente 4 números en el año 1945.

 

En 1940 cien años después de la muerte de Santander, publica su polémico libro titulado simplemente Santander [24]. Ahora el escándalo de la oligarquía, es peor. La polémica es tanta que el gobierno intenta recoger la edición e impedir su difusión.

 

Fernando González hace un estudio psicológico bastante incisivo de la figura de Santander. Analiza su vida desde sus orígenes, hasta la creación de Colombia. Lamentablemente la biografía quedó incompleta y los últimos años de Colombia, y la traición y la mayor perfidia de Santander, que se dio entre 1820 y 1840, quedo sin ser documentada, pero así el libro haya quedado por la mitad, Santander ya estaba develado, destapado.

 

Fernando González es muy claro y precisó cuál era el fin de este libro: “Como Santander es un falso héroe nacional, el propósito de este libro es destaparlo. Colombia, guiada por él y sus hijos, que hoy nos gobiernan, van por torcido y oscuro camino que conduce a la enajenación de almas y tierra, cielo, mar y subsuelo. Un instinto poderoso, atracción por la verdad, nos guía en esta obra. Ella sería antipatriótica si realmente el Mayor Santander fuera representativo de los colombianos que poblamos este territorio. Pero no lo es, y una voz nos ordena destaparlo, para que la juventud lo evite.”[25]

 

El libro Santander y la Revista Antioquia causaron una increíble  indignación de la goda e hipócrita sociedad colombiana y el maestro cada vez se sentía más sólo, es en ese contexto que decidí escribir El Maestro de escuela, una obra con la cual anunciaba su silencio.

 

Fernando González decide no seguir bregando más con este país y anuncia una muerte simbólica, que en verdad, realmente significaba que no quería publicar más libros. En su Maestro de Escuela, incluyó un último ensayo titulado El idiota, esta era la verdadera despedida de Fernando González.

 

Fernando González dejará de publicar libros durante 17 años. Ahora comenzará un nuevo viaje, en la más profunda soledad, dejará de bregar con la maltrecha y desdichada Colombia, y los sinvergüenzas gobernantes de ese entonces, ya no tendrán siquiera su atención. Ya el maestro está cansado de publicar libros, que sólo son malentendidos y vilipendiados. De esta época sólo conoceremos algunas cartas personales, y algunos pequeños y pocos escritos.

 

A pesar de que Fernando González se había despedido prácticamente de la vida pública, intentó una vez más incursionar en la política. Dentro de la misma orientación nacionalista, resolvió organizar un nuevo movimiento. Junto con el pintor y muralista Pedro Nel Gómez y Rubén Uribe Arcila fundaron LAIN La Izquierda Nacional, al grupo se integraron otros jóvenes intelectuales.

 

En 1941 LAIN obtuvo una primera victoria con 901 votos, donde logran elegir a Rubén Uribe Arcila como Concejal de Medellín. Luego en 1945 los liberales se dividirían, unos apoyando a Gabriel Turbay y otros a Jorge Eliecer Gaitán, en esta nueva división, el nuevo movimiento LAIN se disolvió. Fernando González, no entrará a militar con ninguno de los dos candidatos, pero si votará por Gaitán en 1946. [26]

 

Mientras que LAIN se disolvía, el escritor que ya no quería escribir, publicó 18 ensayos en el Correo de Medellín, que tituló Arengas Políticas. Aunque allí se refiere a la coyuntura política y electoral de ese momento, como siempre sus reflexiones, serían vigentes por mucho tiempo más.

 

Luego en el año 1947, sufre una dolorosa tragedia, Ramiro, su hijo que pronto se graduaría en la Universidad de Antioquia, murió a causa de una leucemia. Esta muerte afectaría desgarradoramente a nuestro maestro. Dos años después moriría también su hermano Alfonso.

 

En 1953, Carlos Mario Londoño que estaba trabajando en la Secretaría General de la Presidencia de la República, se propuso conseguirle a Fernando González un nuevo trabajo como cónsul.

 

Javier Henao Hidrón nos cuenta: “Fernando González respondió a Carlos Mario Londoño que aceptaba irse para el norte de Europa, desde donde podría entrar en comunicación vivencial con una nueva cultura. […] Oportunidad excepcional para abandonar su ya prolongado encierro en la Huerta del Alemán, donde en los últimos doce años pasara tantas noches «cargadas de silencio», luego de haber tomado la decisión de enterrar al maestro de escuela que con tanta intensidad había vibrado en su mundo interior.”[27]

 

En octubre de 1953 viaja a Rotterdam acompañado de doña Margarita, Pilar y Fernando. Pero en esta ciudad holandesa, el frio fue muy fuerte para este envigadeño y pronto se enfermó. Luego lo trasladarían en 1954 a Bilbao, ciudad del país Vasco.

 

Sigamos con Javier Henao Hidrón: “Un hecho de singular importancia se presentó en el año siguiente, así hubiera pasado inadvertido no solamente para los colombianos sino, en su momento, para el mismo protagonista. Sucedió, en efecto, que dos grandes figuras del mundo literario, el existencialista francés Jean Paul Sartre y un viejo amigo de Fernando González, el estadounidense Thornton Wilder, incluyeron su nombre en un selecto grupo de candidatos al premio Nobel de literatura.

 

Un colombiano, en 1955, candidato a la más significativa distinción que se confiere en el mundo de las letras, y postulado por dos ilustres escritores representativos de Europa y América, resultaba algo inusitado. Tan sorprendente –sobre todo para sus compatriotas- que cuando la Real Academia de Ciencia solicitó su opinión a la Academia Colombiana de la Lengua, esta corporación conceptuó que González carecía de los méritos necesarios para aspirar al excelso galardón.” [28]

 

Así pues que la godarria y moralista Academia Colombiana de la Lengua, con sus insignes miembros conservadores e hipócritas, impidieron que Colombia en ese año, tuviera su primer Nobel de literatura, e impidieron que nuestro escritor no tuviera ese merecido reconocimiento. Pero él era un solitario y sabía cómo era esa condición.

 

En la mitad del segundo semestre de 1957 regresa a Colombia. “Me di nuevamente a callejear, caminar por la carretera, sentarme en las barrancas y en los cafés de las aceras, para atisbar agonías, entierros y mujeres, que son mi vocación. Primero son las agonías; segundo, los entierros; tercero, las muchachas.”[29]

 

Bueno, además de esto, nuestro escritor en silencio, se dedicará a las vacas, al campo a la cría de animales, al silencio y a la meditación.

 

Después de tantos años sin publicar libros, Fernando González, decide volver hacerlo.

 

En este punto tengo que confesar, que el aire metafísico de estos últimos libros, con su reiterada búsqueda de Dios, para alguien tan ateo como yo, se hace un tanto insoportable. Pero aun así, Fernando González no deja de ser original, mordaz, provocador, un excelente escritor y un verdadero filósofo existencialista. Muchos quisiéramos que el maestro de Otraparte, fuera anticristiano, como Nietzsche,  pero no, el viejito persistió en buscar a Dios. Y eso nunca lo negó. Sobre este tema, el mismo Fernando González le compartió a su amigo el padre Ripol, una pregunta que le hicieron en un periódico de Ibagué, y la respuesta que dio.

 

“[Pregunta] En los círculos intelectuales se comenta con mucha expectativa que su pensamiento filosófico, en su género, ha cambiado de objetivo, inclinándose más a lo místico que ha cualquier otro aspecto del humanismo. ¿Es cierto eso?

 

[Contestación de Fernando González] Por aquí no hay «círculos intelectuales», sino cursillos y mesas redondas, cuevas de ausencia, llamadas universidades, y delegaciones a la ONU y a condecorar al mohán de Formosa… Y no he cambiado de objetivo: desde niño u óvulo atisbo la juventud eterna y la busco y rebusco en caños, albañales, cuevas, muchachas y viejos. Desde niño me definí o conocí como el que atisba a Dios desde su letrina: por eso, para cumplir la misión, nací en mí, una letrina, y nací en Colombia, otra letrina. Yo no soy converso: me repugnan los convertidos: ¿para dónde se convierte uno? Uno, un hombre, es cagajón que flota en el océano de la vida.”[30]

 

Bueno el hombre siguió atisbando a Dios, pero no dejo de ser el filósofo y el literato que nos dejó en sus dos últimos libros, dos magistrales novelas psicológicas, sin precedentes en estas tierras: Libro de los viajes o de las presencias y La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera.

 

En septiembre de 1957 regresó a Colombia a vivir en su casa, la huerta del alemán, pero ahora le cambiará el nombre, en adelante la llamará Otraparte. En el pórtico de la casa puso un letrero en letras de bronce que decía: “CAVE CANEM SEU DOMUS DOMINUM.” Que significa: “Cuidado con el perro, o sea, el dueño de la casa.”

 

El maestro dedicó sus últimos años a escribir, de vez en cuando lo visitaban jóvenes intelectuales, entre ellos Gonzalo Arango quien estaba fundado en ese entonces un movimiento llamada el nadaísmo. Así pasaron sus últimos días, con sus amigos su familia, pero sobre todo, con su principal y eterna compañera, la escritura.

 

A la edad de 68 años, el 16 de febrero de 1964, mientras escribía, Fernando González sufrió un infarto cardiaco, ¿que escribía minutos antes de morir? “¿Que soy yo? ¿Yo? Nada, Creatura. Acepte o no acepte soy nadie en Dios.”[31]

 

 

 

 

[1] Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Alianza Editorial, 2000.

[2] Fernando González, Mi compadre, Editorial Bedout, 1934.

[3] https://www.otraparte.org/vida/ochoa-ernesto-5.html

[4] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del autor, 2008.

[5] Ibíd. p. 46.

[6] Ibíd. p. 54.

[7] Ibíd. p. 64.

[8] Ibíd. p. 65.

[9] Fernando González, El payaso interior, Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2005.

[10] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del autor, 2008, p.88.

[11] Ibíd., p. 88. 

[12] Ibíd., p 89.

[13] https://www.otraparte.org/vida/prohibicion-viaje-a-pie.html

[14] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del autor, 2008, p. 114.

[15] Sara Lina González, Fernando González, Buhonero del espíritu.

[16] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del autor, 2008, p. 118.

[17] Fernando González, Mi compadre, 1934.

[18] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del autor, 2008, p. 132. 

[19] Fernando González, Correspondencia.  

[20] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del autor, 2008, p. 162.

[21] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del autor, 2008, p. 206.

[22] Fernando González, Cartas a Estanislao, Universidad Pontificia Bolivariana, 1995. 

[23] Fernando González, Nociones de izquierdismo, Editorial Universidad de Antioquia, 2000.

[24] Fernando González, Santander, Universidad Pontificia Bolivariana, 1994. 

[25] Ibíd. 

[26] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del autor, 2008, p. 209. 

[27] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del autor, 2008, p. 249.

[28] Ibíd. p. 251. 

[29] Fernando González, Libro de los viajes o de las presencias, Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, 1995. 

[30] Fernando González, Las cartas de Ripol, Editorial el labrador, 1989, p. 104. 

[31] Javier Henao Hidrón, Fernando González: filósofo de la autenticidad, quinta edición ampliada del autor, 2008, p. 284. 

 

Imagen de Fernando González: https://www.otraparte.org/vejez/ua-mirada.html