He preparado este folleto con tres escritos. Los dos textos que escribí, únicos resultados de una biografía truncada. Y la transcripción de un brillante artículo que escribió Rodrigo sobre Medellín en la dura época de los años noventa del pasado siglo XX, artículo que rescaté del legajo de documentos que me facilitó Omaira Rodríguez.

Por la memoria de Rodrigo:



El ser aristocrático de Rodrigo Saldarriaga



Rodrigo Saldarriaga: una evocación de su transcendencia e intimidad




"LOS HIJOS LEGITIMOS" Por Rodrigo Saldarriaga S Medellín 1989








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El ser aristocrático de Rodrigo Saldarriaga



Muchas letras tendrán que escribirse para nombrar la vida y obra de Rodrigo Saldarriaga en todas sus múltiples facetas, proezas y profundidades.


Yo quisiera –hoy lo confieso- en algún momento hacer la biografía de Rodrigo, la más completa biografía que deje entrever su periplo vital, su ser revolucionario, su ser creador, su amor a las alturas del pensamiento.


Por el momento, en medio del dolor y de la distancia, hoy quiero ofrecer una caracterización sobre su ser aristocrático.

Dado que la palabra aristocracia causa tantos equívocos entre los hombres modernos voy a utilizar una definición que formulé años atrás sobre este concepto y que puede ser el marco esencial para ponderar la esencia del gigante del Pequeño Teatro.


Rodrigo siempre se reía cada vez que yo le decía que él era el único aristócrata de verdad que yo había conocido de carne y hueso, pues que los demás sólo los había encontrado en los libros.


Nietzsche habla de una nueva nobleza. Esta nobleza no se puede comprar, no es una oligarquía burguesa del mundo moderno: “En verdad, no una nobleza que vosotros pudierais comprar como la compran los tenderos, y con oro de tenderos: pues poco valor tiene todo lo que tiene un precio”. No se trata de una nobleza hereditaria, pues no importa el lugar de origen, sino hacia dónde se va, cómo se supera el hombre a sí mismo: “¡Constituya de ahora en adelante vuestro honor no el lugar de dónde venís, sino el lugar adonde vais! Vuestra voluntad y vuestro pie, que quieren ir más allá de vosotros mismos, - ¡eso constituya vuestro nuevo honor!” Un aristócrata, en tanto que crea valores. Una aristocracia del saber, del arte, de anticipación al futuro. En definitiva, un aristócrata, que no es un monarca que vive de privilegios heredados sin hacer ningún esfuerzo, ni un burgués moderno egoísta y ambicioso. No se puede confundir este concepto de aristocracia con las modernas oligarquías burguesas. Se trata de una cuestión de altura, de arte, de conocimiento, de los pensamientos más profundos, se trata una elevación humana.


Rodrigo era un sibarita, un hombre de arte, cuya vida misma fue una exquisita obra de arte. Un seductor empedernido. Sabía de los placeres del mundo sin hacer ostentación de la vida trivial del mundo burgués. Un día me dijo que sólo gustaba de vinos y carne, no quería tragos fuertes, prefería siempre la misma cerveza que tomaba en cantidades enormes, también decía que casi no dormía y cuando uno compartía con él sabía que todo aquello era cierto. Amaba la noche, amaba a la mujer bella. Amaba la conversación inteligente, espontánea, era un experto en hablar, en narrar historias con una galanteo lleno de picardía. No gustaba de lujos y propiedades, lo suyo era el vivir bien, con aplomo, jovialidad y gusto por la vida. Rodrigo era la muestra de la más alta nobleza, entendiendo la nobleza, no por la casta de apellidos, sino por la más alta superación de la vida en un ser humano que se hizo de tremendas batallas en la política y en el arte. Fue un espíritu libre. Por ello estaba muy por encima de gentes y cosas, y aun así, no olvidaba que era un hombre de pueblo, sencillez y grandeza era el secreto de su personalidad.


Yo no me pregunto tanto de dónde venía Rodrigo sino hacía dónde se dirigía siempre, y la respuesta es clara, Rodrigo siempre tendía sus anhelos hacía las alturas del pensamiento, hacia la elegancia de la veracidad, hacia el gozo de la creación; Rodrigo hizo realidad con su vida aquella máxima del joven Nietzsche de la Tragedia, “sólo como fenómeno estético está justificada la existencia”.


Rodrigo fue un aristócrata, en tanto que creó valores, extrajo del mundo lo mejor de sí, varias generaciones aprendimos de su amor a la aventura. En la despedida que me regaló antes de partir a Venezuela, me dijo unas palabras que retumban en mi cabeza, “Ándate, que en la aventura está la verdad”.


No he dicho nada sobre el ser político de Rodrigo, quizá mucho de su ser aristocrático de indicaciones para entender al Rodrigo político, que también en este campo fue un fascinador. Hablar del compromiso político de Rodrigo con Colombia es un trabajo que requiere tiempo y concentración, es una gran parte de la historia de la izquierda en Colombia. Yo no tengo hoy los materiales para decir todo lo que significó Rodrigo para la izquierda.


Estoy atado a un recuerdo, a su palabra, a su mirada. Ahora no consigo decir nada más. Quizá tan sólo por el momento para sustentar mi opinión:


Rodrigo Saldarriaga era un aristócrata en tanto que siempre permaneció dueño de cuatro virtudes: el valor, la lucidez, la simpatía y la soledad.


Frank David Bedoya Muñoz

22 de junio de 2014

Guárico, Venezuela






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Rodrigo Saldarriaga: una evocación de su transcendencia e intimidad




No puedo decir que yo haya sido parte de los mejores amigos de Rodrigo Saldarriaga, ni de las personas que estuvieron a su lado durante todas las batallas que libró en el teatro o en la política. De hecho lo conocí en los últimos diez años de su existencia, cuando ya él había logrado muchos de sus sueños –valga aclarar que hasta el último de sus suspiros nunca dejó de soñar-. Lo qué si estoy seguro es que obtuve de él un afecto genuino, y en los pocos espacios que pudimos compartir, disfrutamos mucho de nuestras conversaciones, celebramos una amistad que se fue fortaleciendo cada día más, hasta que yo me marché.


Acabo de leer su libro: “Tercer timbre”, antes había leído, o había escuchado de su propia voz, muchas de sus historias apasionantes, pero siempre las había conocido fragmentariamente. Cuando se leen todas juntas, reunidas en una obra, uno se da cuenta de una totalidad y de una coherencia vivencial extraordinaria; pocas veces se encuentra uno a un hombre con una conexión tan precisa de lo que piensa con lo que hace. Así era Rodrigo Saldarriaga, sabía quién era y hasta donde llegaría. Con una clarividencia, que sólo la realidad de lo que consiguió, nos impedí decir que sólo fue un soñador; estamos obligados a decir, que era un realizador de sueños.


Un día escribí sobre su ser aristocrático, ahora quiero avanzar un poco más, sobre su trascendencia y algo de su intimidad, la poca que percibí yo.


Trascendencia.


Rodrigo Saldarriaga significó en vida y significará después de su muerte una importancia fundamental en el teatro. Serán los actores que lo conocieron y los que hereden su legado, los que podrán evidenciar esto. El teatro como expresión íntima de la condición humana, para comprender, tramitar los placeres y las tragedias de la existencia, encontró en Rodrigo Saldarriaga, uno de sus mejores exponentes. Me atrevo a asegurar que las generaciones que nos sobrevendrán, reconocerán que Rodrigo Saldarriaga ocupó un lugar no menor en lista de los grandes del teatro universal. Su legado apenas comienza, cada vez más, un ascenso hacia el reconocimiento del mundo artístico. Rodrigo nació para triunfar, para actuar, para danzar, para pensar, para disfrutar, y su lugar en la memoria colectiva, ya está asegurado.


Rodrigo luchó incansablemente con una sociedad decadente, reaccionaria, utilitarista. Del fango de la ambición por el dinero, las mafias y las oligarquías, surgió un hombre revolucionario, lúcido, jovial que frente a toda la inmundicia, y a partir del teatro, demostró que en la vida también existía la gracia, el arte, la sensualidad, el gusto, la altura del pensamiento. Fue un político controversial y radical, que no dejaba tranquilo ni a sus camaradas ni a sus oponentes. Era un provocador, pero que provocaba con la verdad desnuda y con la inteligencia. Era -como un día se lo dije-, en el arte y en la política el primero o el último aristócrata de esta timorata y envilecida sociedad. Ahora, es tarea de las personas despiertas y de los portadores de su legado, prolongar su memoria, su vida y su obra. Y como a él le gustaba decir, el teatro no se acabará; y ahora agrego yo, mientras que el teatro exista, la memoria de uno sus mejores prototipos, nunca acabará.


Intimidad


Cuando trabajé como maestro de historia en la Escuela de Actores del Pequeño Teatro tuve más ocasiones para conversar solo con él, y por tiempos más prolongados. Casi siempre terminábamos hablando del mismo tema: la decadencia política y cultural de la sociedad, hablamos desde varios enfoques, la historia, el arte, la política. Yo era el que preguntaba más, porque él era el maestro de la vida. Yo, apenas un joven nervioso, lleno de libros y teorías en la cabeza, pero que nunca había salido a la calle, a la aventura, como sí lo había hecho él. Por mucho tiempo conversamos sobre el retroceso de la humanidad en el mundo del capital.


Rodrigo como Germán Arciniegas y como José Fernando Ocampo, no era para nada bolivariano, y de hecho, muchas veces trató de convencerme de leer, a varios intelectuales anti-bolivarianos. Finalmente se reía y decía que yo era un enfermo incurable por mi amor desbocado por el Libertador.


En cualquier conversación Rodrigo incitaba a pensar en la profundidad de lo humano, y cuando estaba más seguro de algo, abría sus ojos claros de lobo, y hablaba como si su voz proviniese de los rayos.


En la bohemia era también un seductor. Un amador incansable de la vida. Recuerdo especialmente, las noches de la campaña a la gobernación de Antioquia. Íbamos pocos amigos a tomar cantidades increíbles de cerveza, generalmente buscamos la soledad de las madrugadas en Pequeño Teatro, siempre nos quedábamos conversando los más trasnochadores, y el más trasnochador era él. En otras ocasiones salíamos a otros lugares de la ciudad, casi siempre llevaba puesto un gabán, negro o café claro. Su presencia era ineludible para los desprevenidos bailadores o tomadores de la noche que se sorprendían al encontrarlo. Ya muchísimas personas lo conocían por el teatro, y ahora más por su candidatura. Nosotros parecíamos guardaespaldas de él. Aunque no lo éramos estrictamente, pero estoy seguro que siempre lo estábamos cuidando en la embriaguez, sabiendo además que él no lo necesitaba.


Amaba a las mujeres, era un verdadero galán. Un noche yo me iba arrepintiendo cuando le presenté una bella y joven muchacha que yo aspiraba conquistar. Él podría ser su abuelo, pero si no es porque el recorrido que hicimos en ese momento fue corto, con su galanteo y su conversación hubiese terminado sobrando yo. En otra noche, me conmovió hasta lo indecible, estaba realmente despechado por una mujer, habló con ella por celular tiempos extravagantes como el más adolescente de los adolescentes. Terminó devastado como si lo hubiera echado Afrodita en persona. Por varias horas hicimos, con una amiga que teníamos en común, el duelo con él. Luego sorprendentemente, después de muchas cervezas, ya casi al amanecer por completo la había olvidado y se puso igual o más rozagante y vital, así como siempre acostumbraba estar él.


Cuando hago mención de algunos detalles de su intimidad, es decir, de lo más humano, lo más sensible de su carácter, en los pocos momentos que compartí con él, lo hago sólo para mostrar un matiz más de su increíble personalidad. En todo momento, en lo público y en lo más privado siempre fue igual. Un apasionado. Yo espero, algún día, poder ser su biógrafo, para eso falta mucho, conocer mucho más, escuchar muchas historias que no se han contado. Pero desde ya, creo que conocí lo más humano que tenía Rodrigo Saldarriaga: su insaciable voluntad para conquistar el mundo, ya fuera conquistar a un político, a un amigo, a un auditorio o a una mujer. Rodrigo era un conquistador.


Ahora que he terminado de leer su “Tercer timbre”, recuerdo, cómo él jugó un papel fundamental en mi decisión de irme del país. Estaba en verdad alterado por las múltiples dificultades que pasábamos los intelectuales en la sociedad, en especial los profesores como yo, los intelectuales que no recibimos respeto y valor, ni un lugar digno en la sociedad de mafiosos y politiqueros detestables que tenemos; las dificultades que vivimos los que no nos doblegamos como borregos porque siempre defenderemos nuestra independencia y nuestra originalidad. Creo que él, recordó muchas de sus partidas dolorosas, cuando muchos sectores reaccionarios se interponían en su sueño de hacer teatro, y me dijo con su voz de rayo: “Ándate que en la aventura está la vida”. Y yo me fui, para renacer.


Cuando regresé ya no estaba él, se había ido, pero sólo físicamente.


Pero su esencia, su voz, su mirada, su gesto lúcido e imperioso, sus pensamientos; todo lo que fue él, ahí en Pequeño Teatro, en todas nuestras mentes, todavía está; y creo que mientras sigamos viviendo intensamente como él lo hizo, Rodrigo Saldarriaga, en nosotros siempre estará.


Frank David Bedoya Muñoz

6 de junio de 2015





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"LOS HIJOS LEGITIMOS" Por Rodrigo Saldarriaga S Medellín 1989


(Transcripción realizada por Frank David Bedoya Muñoz para el Proyecto: Biografía de Rodrigo Saldarriaga. Archivo original del Pequeño Teatro de Medellín).



“Detrás de cada gran fortuna hay un gran crimen”. Balzac.


Ahora se oye el coro de lamentaciones de los que ayer fueron sus testaferros, sus secuaces; esta burguesía, no propiamente paradigma de moralidad, ayer arrodillada y obnubilada por las riquezas sin medida de la mafia, llenos de envidia y tratando de emular con ellos, se sienten hoy traicionados y mal tratados por quienes fueron sus amigos. Ella que le enseñó a la mafia la ley de la ganancia sin límites, ella que adiestró las conciencias de esta sociedad y creó su moralidad, ella que manipuló la economía y el poder ahora llora, arrepentida, porque sus cuervos le atacan sus ojos; por esto no es de sorprenderse con las declaraciones del ratoncito Juan ni con la “elegante” carta de don Fabio; el alcalde le da a la mafia categoría de inteligente y el jefe de ella trata al alcalde de hombres de casta. ¡Qué vergüenza! Pero es apenas natural que después de una amistad tan larga los afectos llamen a las dificultades y renazcan los amores en peligro.


¿Cuántas veces vimos en las páginas económicas de la gran prensa noticias sobre las negociaciones de estos nuevos caballeros?


¿Cuántas en las páginas del agro sus empresas, sus caballos, su ganado?


¿Cuántas en las páginas sociales sus novias, sus matrimonios, las fiestas de sus princesas quinceañeras?


¿Cuántas en las páginas de la frivolidad los vimos acompañados en los cocteles más exclusivos con la crema de esta sociedad?


Esta burguesía abrió las puertas de sus familias a los “mejores partidos” entregó a sus hijos sin dote al mejor postor, les abrió los portones del arribo. La firma de esta burguesía está estampada en el mismo renglón con la firma de la mafia, ¿o quién les vendió sus mejores tierras? ¿Quién les vendió las mejores fincas, las mejores casas? ¿Quién les vendió el alto Poblado? ¿Quién Llanogrande, Santa Fé? ¿Quién les vendió todo lo que ellos tienen ahora?


Esta burguesía inescrupulosa permitió sus dólares, fueron gerentes de sus clubes deportivos, asesoraron sus inversiones, les abrieron negocios de joyas y de arte, les llevaron sus contabilidades y sus juicios, les diseñaron sus mansiones, les decoraron sus casas y sus mujeres, compartieron el coñac y el aguardiente, las Islas del Rosario y las piscinas, les dio la posibilidad de ser nuevos amos y sumisa convivió con ellos.


Sólo un pequeño número de hombres de la burguesía detectaron el peligro y se opusieron a esa aventura, ese pequeño número de justos o fueron desheredados del poder o están muertos o están en quiebra.


La mafia encontró una sociedad propicia y abonada, no la inventó; la burguesía le había abierto el camino. La ética de esta sociedad, trazada por una burguesía inmoral entregó a todo un pueblo desprotegido política, económica y moralmente a los narcotraficantes, sino ¿cómo entender las mulas, los traquetos, los sicarios y mercenarios? Un pueblo desmoralizado por años y años viendo como su clase dirigente se enriquece sin el menor esfuerzo y aparecen salvadores dispuestos a pagar mejor el trabajo, un hombre con los principios de esta sociedad e irredento económicamente busca el mejor pago para su trabajo cualquiera que él sea; todo sicario hace su trabajo para conseguir la casita para su mamá y para comprar un amuleto de la Virgen María.


Esta guerra declarada es compleja. ¿Quiénes están dónde y dónde están quiénes?


Esta guerra es justa, pero ¿con quién contamos para hacerla?


¿Con un ejército corrupto que ha sido infiltrado sin piedad lo mismo que todos los cuerpos armados?


¿Con una clase política timorata y más que corrupta abaló a la mafia?


¿Con unos gremios insensibles, que sólo leen en los balances las cifras de las ganancias netas después de habérselas gastado?


¿Con unos banqueros inescrupulosos a los que un gobierno también inescrupuloso puso entre rejas o les impidió el ahorro?


¿Con una izquierda guerrillera y terrorista que le enseñó a la mafia “la combinación de todas las formas de lucha” y que vivió del gramaje y del tráfico de las visas internacionales?


¿Con un imperio que aporta al mercado de la droga y lo único que le duele es la fuga de sus dólares?


Para no ser pesimista hay que pensar que tal vez esta confrontación saque a flote “el veneno del fondo del pantano” y florezcan las nuevas ideas y las nuevas posiciones políticas y sociales que necesita esta amargada y aterrorizada sociedad.


Leyendo a Marx en “La guerra civil en Francia”, meditando sobre la Gran guerra o sobre el ascenso del nazismo al poder trata uno de comprender para no perder las esperanzas. Desgraciadamente somos un pueblo que ni siquiera tiene la cultura de la guerra y es poco el recurso espiritual para afrontarla, porque aún para la guerra es necesaria una larga tradición. Todo hecho humano y la guerra lo es, requiere de la reflexión y de un espíritu preparado para enfrentarlo.


¿Seremos capaces de enfrentar esta guerra como una posibilidad defensiva y llegar al fondo para convertirla en una ofensiva por el progreso del hombre?


Rodrigo Saldarriaga S.

Medellín, Agosto 31 de 1989.




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