Este ensayo lo realicé durante mi aventura venezolana en el año 2012, lo hice para evocar y tratar de explicar la personalidad de los antioqueños. He actualizado el texto para un nuevo debate.

Imagen: La casa de las dos palmas, serie de televisión, 1990.

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Existe una gran paradoja en la vida de los antioqueños: su extraña libertad, la flamante libertad. Ese altivo antioqueño que canta con orgullo “¡Oh libertad que perfumas…!” generalmente pierde de vista, que la “libertad” de su tierra pervive en uno de los lugares más “conservadores” del país. ¿Antioqueños libres o conservadores?


Esta paradoja se evidencia desde la propia formulación del acta de independencia. El 11 de agosto de 1813 Del Corral proclamó la Independencia absoluta de Antioquia, pero una independencia que solo gozarían “los varones libres que fueran padres de familia, vivieran de sus rentas o sus trabajos, y no dependieran de otros”[1]. Pero… ¿y los que no fueran padres de familia? ¿Y las mujeres? ¿Y los que no tuvieran rentas y trabajos? ¿Y los esclavos? Algún desprevenido pudiera decir, que eran éstas, limitaciones entendibles de la época, del contexto social no preparado aún en ese entonces para una libertad absoluta. Lamentablemente, veremos que 200 años después, las cosas no han cambiado mucho respecto de esta extraña y limitada libertad.


Es cierto que respecto de la configuración de los territorios en Colombia, Antioquia tendría una serie de señores pequeños propietarios colonizadores libres que gozarían de una libertad no vista en los sistemas esclavistas de la costa o de los sistemas de servidumbre del altiplano. Es decir, en las vertientes montañosas se fundaba una tierra de antioqueños libres y altivos. Pero además, ambiciosos que fundarían una voluntad férrea y una ambición desmedida por acumular dinero.


Pues bien, estos “hombres libres” no escatimarían la explotación de otros y otras para acumular sus fortunas, ni el mismo portal Wikipedia, que se caracteriza por una buena imparcialidad en sus artículos, no dejó de señalar un aspecto poco analizado, discutido y admitido por los antioqueños en su historia, a saber: “La mano de obra empleada durante la primera fase [del desarrollo comercial], es de mujeres que constituyen excedentes de población campesina, urbana y semi-urbana, y que contribuyen con su salario a la economía familiar enviando o suministrando una parte o la totalidad de sus ingresos. Para los industriales tenían la ventaja de ser mano de obra barata, pues percibían aproximadamente la mitad del salario de los hombres. En 1923, año en que se realiza una exposición industrial en Medellín, el 73% del personal obrero de los establecimientos industriales de Medellín y los municipios vecinos es femenino y el 27% masculino”[2].


Para mantener tal dominación patriarcal tan útil a su crecimiento capitalista, estos hombres libres invocarán fervorosamente por la conservación de la moral cristiana, y a lo largo de estos dos siglos, se configurará así, el antioqueño libre pero bien conservador.


El historiador Jorge Orlando Melo, en sus estudios dedicados a la historia de Antioquia nos explicara cómo se va dando este proceso:


“Es un grupo interesado en el desarrollo económico, en el estímulo a la minería, en que le quiten los impuesto al oro, en que no se cobren impuestos directos a los propietarios, en que se hagan caminos, en que se estimulen la colonización y la educación, sobre todo primaria, y si es posible la técnica. Pero lo que más valoran es el orden, la protección a la propiedad privada y a la vida, y ven con desconfianza todo lo que suene a reformas sociales o a la participación y movilización de grupos populares o de mestizos y pardos, a los que usualmente se refieren como «la plebe». Paz, estabilidad, orden, horror a las novedades, religión, pragmatismo, educación y haciendas expresan muy bien los ideales de los dirigentes antioqueños de esta época. […] Los patricios, aunque independientes, deben consultar en toda dificultad a la iglesia”[3].


Esto se hace muy evidente en la esfera de los privado, en lo doméstico, en la relaciones de dominación familiar, pero en la esfera de lo político, aunque permanece la misma tendencia, el asunto se complejiza mucho más. Una vez más Jorge Orlando Melo lo explica brillantemente en un solo párrafo:


“Más que un asunto de clases, la afiliación política es en primer término cosa de localidades y en segundo de familias. Por supuesto, el liberalismo, que ya muestra una vocación populista subrayada por Rafael Uribe Uribe desde comienzos de siglo (cuando recibe en 1904 un homenaje en Medellín lo agradece «a mis amigos obreros y artesanos»), cuenta con la adhesión masiva de negros y mulatos. Para muchos conservadores, para las señoras con ínfulas raciales y aristocráticas, el liberalismo es el partido de los negros”[4].


En este punto, podemos trazar un cuadro básico del antioqueño. El hombre libre antioqueño es blanco, católico, patriarcal, autoritario, ambicioso y conservador. La otredad excluida, son los negros, liberales, mujeres, herejes, pobres, plebe, todos indignos de la raza señorial más “libre” del país.


En un magistral trabajo sobre la violencia partidista en Antioquia la historiadora Mary Roldan superó aquella corta interpretación que pretendía reducir la explicación de la violencia de mediados del siglo XX como un asunto sólo de disputa ideológica nada más, y demuestra con una vasta documentación, como subsiste más allá de la pelea entre liberales y conservadores una violencia más profunda, la de los antioqueños blancos hegemónicos contra la Antioquia periférica negra e india, veamos:


“Se trataba de una forma de gobierno paternalista y liderado por la élite, en la cual la participación popular era limitada, pero que prometía una cierta protección, educación, empleo, movilidad social, inversión pública y desarrollo en una época en la cual el Estado central no estaba todavía en condiciones de garantizarlo. A cambio el Estado departamental exigía de sus ciudadanos la conformidad con un conjunto específico de valores tales como la observancia de los rituales católicos, el matrimonio, la disciplina de trabajo, el capitalismo y la moderación política. En Antioquia surgió un pacto que garantizaba un orden mínimo y la continuidad de la autoridad, pero éste operó solamente donde se materializaron los valores que encarnaban el Estado departamental, es decir, donde era posible el acceso a la propiedad o la movilidad social, donde existía una estructura de familia extensa y nuclear y donde operaba un fuerte sentido del catolicismo. […] En Antioquia, en el punto más crítico de la violencia, sostener un sistema social de género e integración capitalista basada en la familia, era más importante que las preocupaciones partidistas. […] La relación de hostilidad y desconfianza entre las autoridades departamentales y la periferia antioqueñas estuvo íntimamente ligada a la relación históricamente colonialista en el centro y la periferia. Los habitantes locales de las áreas periféricas consideraban a Medellín y a los inmigrantes provenientes de los municipios medulares intrusos arrogantes que se consideraban «más blancos» y más civilizados que los inmigrantes no antioqueños, al tiempo que las autoridades y los habitantes de las áreas de asentamiento tradicional despreciaban a los de la periferia por ser todo aquello que ellos no creían ser: perezosos, revoltosos, promiscuos, paganos y maliciosos. En la mente de las autoridades departamentales y de los habitantes del centro, la periferia estaba ligada al desorden y la necesidad de moralidad y control (por la fuerza si fuera necesario) […] El Estado departamental y sus fuerzas fueron los principales instigadores de la violencia en la periferia, y su objetivo no era solamente establecer la hegemonía partidista, sino imponer por la fuerza la antioqueñidad”[5].


La situación empeoraría con el fin de las políticas públicas que se dará afínales del siglo XX, es decir, los antioqueños terminarían renunciando a las formas de gobiernos paternalistas y se entregarían a las formas más extremas del capitalismo y con ello la desaparición de lo público; pero a lo que no renunciarían, era a la hegemonía de la blanca antioqueñidad. Muy pronto con la intensificación del conflicto armado colombiano, la tensión entre la imposición de esta antioqueñidad persistiría con unos nuevos componentes. Sigamos con la historiadora Roldan:


“Durante la época de la Violencia, los principales culpables de instigar la violencia fueron percibidos por los funcionarios oficiales como pequeñas bandas de guerrillas liberales y delincuentes criminales y, con frecuencia, fueron agrupados bajo la rúbrica genérica de «bandoleros» o «revolucionarios». Es más, en el período contemporáneo también han sido denominados de manera imprecisa. El narcotráfico, la disidencia política, la insurgencia izquierdista, la criminalidad y la desobediencia civil han sido aglutinados indiscriminadamente bajo la conveniente denominación, primero de «sicario» ingobernable y, más reciente, de «narcoguerrilla». En ambos casos, los civiles son quienes soportan el mayor peso de la escalada de campañas de violencia (ejercidas por el Estado o sus «enemigos») y no por los grupos armados responsables supuestamente de promover la violencia en primer lugar”[6].


Así, en nombre de la lucha contra el narcotráfico y de la lucha contra la insurgencia, la represión continuó. En esta ocasión los antioqueños blancos siguieron su represión contra los antioqueños negros y pobres. Las calles en las ciudades, las comunas de Medellín y los poblados en el campo seguirían amedrentados. Las persecuciones a los líderes sociales y comunitarios al orden del día de la antioqueñidad.


¿No es muy extraña esta “libertad” la de los antioqueños?


Quizá un verdadero hombre libertario antioqueño, el más grande representante del pensamiento crítico en Colombia, con su magnífica prosa y profundidad, nos brinde una mejor descripción de esta raza “libre” antioqueña, me refiero a Estanislao Zuleta.


Nos dice nuestro Maestro:

“Cuando los hijos [en Antioquia] cumplen quince años, no caben allí, porque la parcela es apenas suficiente para el padre que trabaja. La parcela por lo tanto al mismo tiempo aísla, que impone limitaciones e inhibiciones, obliga a la gente a fundar otra parcela, a emprender la búsqueda de otra nueva colonización, a intentar alguna aventura en otra parte, como se dice «a buscar la vida». De allí ese carácter tan extraño de gentes que son simultáneamente, conservadoras y aventureras; religiosas, por la estructura familiar, pero al tiempo jugadoras: salen de la misa del domingo a echar los dados.


El fenómeno que vengo señalando es parte importante de lo que denominamos alma o espíritu paisa y es la clave entre otras cosas, de «la pelea con el papá», a lo diez y seis o diecisiete años, que lleva a que el muchacho se vuele de la casa. Es una pelea que tiene una particularidad ya que, aunque es ciertamente una rebelión –no aceptar más microdictaduras-, en la que el hijo va a imitar al padre. Se va, busca su novia de la vereda a la que va a tratar exactamente como el padre trató a la mamá y construye su parcela, como el padre lo hizo en su momento. La pelea con el padre termina, pues, en que el hijo se convierte, a su turno, en su padre. Esta pelea identificatoria da carácter a nuestras zonas de vertiente y constituye una forma de vida, una ideología interior”[7].


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Cuando observaba a los campesinos venezolanos sembrando su revolución, recordaba con nostalgia, a nuestros bravos y laboriosos campesinos antioqueños, y me llené de esperanza, al proyectar un futuro en Antioquia, donde los antioqueños, superemos definitivamente ese lastre ideológico conservador, abandonemos la “antioqueñidad” fascista que nos impusieron los oligarcas, y con la fuerza que tenemos, logremos una sociedad de auténtica libertad.


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Frank D Bedoya M

Tiznados, Venezuela, 18 de septiembre de 2012

Medellín, 2 de abril de 2024


[1] https://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-243/la-independencia-en-las-provincias-de-antioquia-y-choco

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_Antioquia

[3] https://jorgeorlandomelo.org/thistoant.html

[4] Ibíd.

[5] Mary Roldan, A sangre y fuego. La Violencia en Antioquia, 1946-1953, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2003.

[6] Ibíd.

[7] Estanislao Zuleta, Tres culturas, tres familias y otros ensayos, Hombre Nuevo Editores, 2010.