La enseñanza de la historia de Colombia

Texto completo de la conferencia: «Enseñanza de la historia de Colombia»

Conferencia del historiador Frank David Bedoya Muñoz. Presentada en el Encuentro Departamental de Ciencias Sociales.

Medellín, 2 de agosto de 2019.

Cuando un profesor compite con Wikipedia, ese profesor ya perdió. Ha sido tanta la impotencia de algunos profesores, frente a las nuevas tecnologías de la comunicación, que muchos han decidido, como medida extrema, pedirles a sus alumnos que les entreguen los trabajos, no impresos, sino escritos a mano. He visto, ya en varias ocasiones, que personas ofrecen, no sólo hacer trabajos sino también pasarlos a mano, porque esa es la nueva exigencia. Impreso tiene una tarifa, pasado a mano, otro valor.

¿Qué ha ocurrido? ¿El internet desplazó al profesor? ¿Los profesores ahora sólo sirven para contener por unas horas a unos adolescentes de otro mundo?

El mundo de la última década del pasado siglo XX cambió. Cuando se derrumbó la Unión Soviética y se impuso el neoliberalismo a partir del consenso de Washington, con el aparente triunfo “definitivo” del capitalismo, la enseñanza de la historia se volvió una antigualla. Por ejemplo, acá en Colombia, en el año 1994 el gobierno de César Gaviria eliminó la cátedra de Historia del plan de estudios de los colegios y la fusionó con la de Ciencias Sociales. Después con algunas leyes han tratado de enmendar ese error; pero, en una mezcolanza de ciencias sociales, donde se pretende enseñar todas las disciplinas de las humanidades, todo queda manoseado y no se profundiza en nada y la historia ha quedado como la cenicienta.

En varias ocasiones he manifestado que Colombia es la perfecta demostración de una de las principales tesis de la Historia del siglo XX (1994) de Eric Hobsbawm. Dice el historiador: “La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo en el que viven”.

Por ejemplo, a propósito del bicentenario de la independencia, en nuestro país, a finales del pasado siglo XX, no sólo se olvidó a Bolívar, sino que la historia como elemento constitutivo de la identidad nacional se eliminó.

En el año 2015 cuando se celebraron 200 años de la Carta de Jamaica el profesor Juan Guillermo Gómez García publicó un libro sobre la memorable carta y añadió un amplio balance historiográfico de la Vigencia y memoria de Bolívar desde su época hasta hoy. Y allí, el profesor Juan Guillermo, explicó cómo se dio este proceso.

Cito al profesor en algunos apartados finales de su libro que tituló: “La tábula rasa del Frente Nacional”:

“Si Venezuela ha conocido una saturación simbólica de la figura del Libertador, por parte del chavismo, en Colombia, sin haber una declaración oficial ni un complot programático estatal ni partidista, se olvidó a Bolívar. Con el pacto del Frente Nacional los partidos tradicionales, Liberal y Conservador, hicieron un pacto de silencio sobre el pasado […] Esta acción de represión del pasado, esta operación semiconsciente –al menos en un grado demostrable- ha dejado a Colombia sin rumbo. Se sustituyó el anclaje doctrinario o las ideas de los partidos en los fundamentos de una historia (y de una filosofía de la historia) por una planeación nacional técnica, desprovista aparentemente de caprichos populistas. […] El olvido de Bolívar, el olvido de la espada de Bolívar, el olvido de la significación de las luchas por la independencia, constituían una operación venganza contra un pasado ominoso. Nunca se dijo expresamente, nunca se aclaró por qué se dejó de recordarlos, de citarlos, de introducirlos en los currículos del kínder a la Universidad. […] Hoy nadie precisa en Colombia hablar de Bolívar ni contra Bolívar. Está ahí; como mudo, tieso, ausente. Se tiene una remota y vaga idea de su legado de liberación, de su legado republicano, de su legado de unidad continental y de su legado social; no desvela, no entusiasma, no hace rabiar. Lo va consumiendo, lenta, lenta, lentamente la indiferencia pública”.

En un mundo globalizado, en un mundo de la imposición del neoliberalismo, el sistema logró no sólo borrar la historia como identidad constitutiva de los sujetos y de las naciones, sino que acabó con los mitos de cada cultura.

¿Qué ocurre en Colombia? No tenemos ya ningún mito para construir Nación. Somos un Estado instrumentalizado en el neoliberalismo salvaje, infectado de corrupción, donde la inequidad social sigue prevaleciendo. En un país sin historia. Y en una agenda política que aspira a la paz, pero, que en la reglamentación de las leyes, y el cumplimiento de los acuerdos de Paz, pareciera que la mayoría de los políticos quisieran permanecer en guerra.

Volvamos a la triste figura del profesor que está compitiendo con Wikipedia. Si este profesor solo tienen una información aprendida en la cabeza, repetida mil veces, y si eso es lo único que tiene; la web ya le ganó, los medios de comunicación, los vídeos, en información, contenido y formatos, con todo esto, es profesor perdió su competencia; en cambio, si ese profesor, aún ama el saber, aún es feliz, está bien remunerado, está bien valorado en la sociedad o está aún con energías para luchar por estas condiciones, este profesor sabrá plantear preguntas, antes que recitar una información, ese profesor, sabrá que no tendrá que competir con la era del internet, ese viejo profesor, tendrá su dignidad en el hecho de que su misión es enseñar a pensar, enseñar a plantear nuevas preguntas al mundo.

Hace pocos días murió el filósofo francés Michel Serres, de él, es quien retomaré más adelante el concepto de Pulgarcita. En una de sus obras llamada Hominiscencia (2001), nos relata lo siguiente:

“Me tomó mucho tiempo comprender lo que quería decir Montaigne cuando mis profesores me obligaban a disertar sobre su famosa frase: “Más vale una cabeza bien hecha que una cabeza bien llena”. Antes de poder organizar libros en sus anaqueles, Montaigne y sus ancestros, los doctos, debían aprender de memoria La Ilíada, y Plutarco, La Eneida y Tácito, si querían disponer de ellos para meditar. El autor de los Ensayos los cita de ahora en adelante acordándose solamente de su lugar en las estanterías para consultarlos: ¡qué gran economía! Por eso, la pedagogía que ese Renacimiento desea vaciará la cabeza, antes llena, y modelará de ella la forma sin preocupación por el contenido, de ahora en adelante inútil puesto que está disponible en libros. Liberado de la memoria, un entendimiento bien hecho se dirigía hacia los hechos del mundo y de la sociedad para observarlos. En realidad, Montaigne elogia, en esta sentencia, la invención de la imprenta y saca de ellas las lecciones educativas.

Como viejitos caducos, los niños de hoy no se acuerdan incluso ya de la emisión vista ayer por la noche en la televisión. ¿Qué ciencia inmensa promoverá esta otra pérdida de memoria? Ese saber reciente, usted puede ya aprenderlo o al menos visitarlo, en la Red, tal como el nuevo olvido lo ha modelado ya. Sí, la enciclopedia, cuya red mundial rebosa de informaciones singulares, viene a cambiar el paradigma, bajo el efecto de la nueva liberación. Nuestro aparato cognitivo se libera aún más de todos los recuerdos posibles para dejar lugar a la invención. Henos aquí pues librados, completamente desnudos, a un destino temible: libres de toda cita, liberados de la aplastante obligación de las notas de pie de página, henos aquí reducidos a volvernos inteligentes”.

Estanislao Zuleta también nos lo recordaba. La ignorancia como comúnmente se cree, no es un estado de carencia, si no de llenura. En nuestro mundo moderno, la mayoría de las personas están llenas de información, se consume información, se paga por la información, los educadores dejan ser maestros, y se vuelven “facilitadores” de la información.

Estamos llenos de información y huérfanos de sabiduría. Información claro, toda la que usted quiera, de la mejor calidad en la universidad. ¿Dónde queda esa información? en publicaciones que solo leen los mismos doctos… En anaqueles de bibliotecas, en tesis enterradas en campus universitarios. Los que no acceden a la Universidad también tienen toda la información que quieran, mejor dicho la que quiere el mercado que tengan las gentes del común.

¿Qué más informado que un chico de hoy? Pero ¿sabrá de algo? ¿Qué más informado que un especialista docto de una universidad? Pero ¿sabrá de algo? Como bien dice Michel Serres, en la era de la información lo que prevalece es o “especialistas obedientes o ignorantes llenos de arrogancia”.

¿Se puede amar la sabiduría?, sí. Pero los caminos de este amor son otros muy distintos a los trazados por el mercado de las ofertas educativas. Sigo sosteniendo, aprendería mejor –lo cual incluye el valor de olvidar mucha información- un joven leyendo la obra de Fernando González Ochoa, por ejemplo, que recibiendo toda esa ingente información del bachillerato.

Estanislao Zuleta, -uno de nuestros más grandes pensadores, quien fue criado también por Fernando González, caminando y conversando, contagiándole el amor a la sabiduría-, nos describe el fiasco de los sistemas educativos que tenemos, así:

“La educación, tal como ella existe en la actualidad, reprime el pensamiento, transmite datos, conocimientos, saberes y resultados de procesos que otros pensaron, pero no enseña ni permite pensar. […] Lo que se enseña no tiene muchas veces relación alguna con el pensamiento del estudiante; en otro término, no se le respeta, ni se le reconoce como un pensador, y el niño es un pensador. La definición de Freud hay que repetirla una y mil veces: el niño es un investigador; si lo reprimen y lo ponen a repetir y a aprender cosas que no le interesan y que él no puede investigar, a eso no se le puede llamar educar.[…] La educación está siendo pensada cada vez más con los métodos y los modelos de la industria. Ofrece una cantidad cada vez mayor de información en el mínimo de tiempo y con el mínimo de esfuerzo. Eso no es otra cosa que hacer en la educación lo que hace la industria en el campo de la producción: ¡mínimo de costos, mínimo de tiempo, máximo de tontería! […] La educación y el maestro, sin saberlo, están formando al individuo para que funcione como necesita el sistema; están preparando burócratas, en el sentido amplio de la palabra. De nuestros niños, que a veces hacen juegos de palabras, pintan con cierto talento o les interesa jugar con los números, la educación hace perfectos burócratas; reprime su pensamiento para que puedan «funcionar» en cualquier parte”.

O lo que es peor, en el mundo moderno, lo advertía Nietzsche, los alumnos fingen que estudian, los profesores fingen que enseñan, y el Estado finge que los vigila a ellos en su proceso de educación… Agreguemos nosotros: el mercado finalmente es el que decide: ¿Tienes dinero para recorrer esta oferta de títulos? Se vende la posibilidad de ser doctor.

En una excelente e incisiva crítica a las reformas que se pretender hacer a la educación superior, el profesor, Juan Guillermo Gómez García nos ofrece una espléndida definición de lo que debe ser la universidad –no sólo la universidad, sino el fin de la educación en la sociedad, el ideal de lo que debería ser:

“La universidad es por su esencia y debe seguir siendo una institución de carácter político. Es decir, una institución que debe regular y equilibrar las relaciones de poder, corregir, reflexionar y demandar la suerte intrincada de arbitrariedades de todo tipo, de desequilibrios de todo orden, propios de nuestras sociedades. La universidad tiene –en su esencia– una misión de árbitro ideal de los conflictos entre los poderes, y debe indicar los modelos alternativos de repensar las fracturas, las arbitrariedades y la esclerosis múltiple que ataca al cuerpo social por cuenta de las aventuras de los dueños del poder. La universidad contribuye pues, o debe contribuir a reparar los traumatismos y a solventar un marco interpretativo para salir del callejón sin salida de las formas de violencia que se generan por las violencias físicas, morales y simbólicas”.

¿Pero? El mismo Juan Guillermo lo deja claro en su artículo, este ideal sólo se podrá cumplir en tanto la universidad siga siendo pública, y nos advierte que es necesario revisar “el papel desmoralizante y en última destructivo de la universidad privada, las formas sutiles de privatización de la universidad pública”.

No solo la universidad, reitero, la educación para una sociedad debe ser pública. No hay otra opción.

En todo caso este ideal en nuestros países, cada vez es más lejano, las universidades ahora sólo son un mercado.

¿Pero, entonces es este un problema individual de algunos profesores que no tienen voluntad para cambiar? No, el problema no son los profesores, sino el modelo de sociedad que ha reducido y subvalorado el papel de los maestros.

Volvamos a Estanislao Zuleta, y a dos observaciones más de Lacan y Nietzsche

Decía Zuleta: “Nuestra sociedad necesita no sólo formar burócratas, necesita también crearle a todo el mundo la ilusión de que es una persona con posibilidades, con futuro, y de que la educación es un «ascensor» social. […] Nuestra sociedad necesita crear y alimentar la ilusión -de la cual vive por lo demás- de que es una sociedad democrática, en la que hay movilidad social e igualdad de oportunidades. Esta ilusión se expresa en el manido cuento del individuo que llegó a ser lo que sus padres no eran y que sirve para demostrar que la nuestra no es una sociedad cerrada, sin movilidad social. […] Hay gentes a las que se les permite estudiar filosofía y no pueden vivir más que de reproducir como profesores de filosofía, lo que aprendieron como estudiantes. […] Una persona que quiera ser escritor, poeta o pintor, encuentra en algunas ocasiones, en una sociedad como la nuestra, algún margen de supervivencia, o vive sacrificando sus posibilidades de éxito a cambio de otras satisfacciones. La universidad institucionaliza parcialmente esta realidad, ofreciendo un conjunto de carreras que el mecanismo del desarrollo económico no requiere. […] Con mucha frecuencia son una extraña mezcla de científicos y marginados”.

Y por su parte Lacan:

“La sociedad moderna deja al individuo en un aislamiento moral cruel y muy particularmente sensible en esas funciones cuya situación intermediaria y ambigua puede ser por sí misma fuente de conflictos interiores permanentes. Otras personas han subrayado el importante contingente que aportan a la paranoia ésos a los que llaman, con un nombre injustamente peyorativo, los primarios: maestros e institutrices, gobernantas, mujeres dedicadas a empleos intelectuales subalternos, autodidactas de todas las especies”.

Más duro aun, Nietzsche: “Si se quieren esclavos no se les tiene que educar para ser señores”.

He visto profesores de primaria y profesores de secundaria terminar sus jornadas con un semblante de agotamiento y de frustración estremecedor. La presión psíquica ejercida por coordinadores y rectores -que actúan como capataces de haciendas esclavistas- sobre los profesores es descomunal. Sobrecarga “académica”, es decir, mayor tiempo de horas de clase sin respiro alguno. “Horas libres” que son utilizadas para llenar los miles de formatos e informes burocráticos que se han inventado. Y a esto se suma el desconsuelo de enfrentarse a unos jóvenes y a unos niños que sin saberlo se han convertido en imperceptibles “tiranuelos” del más elevado egocentrismo nunca antes visto. Los chicos ven en sus profesores a los más “fracasados” de la sociedad. Y en verdad, los profesores con los sueldos paupérrimos que reciben y con la tremenda frustración social que cargan, difícilmente, otra imagen, pueden reflejar. Hay otros más resignados. Pero la resignación es una “virtud” que le encanta al cristianismo y al capitalismo para esconder la miseria del mundo moderno. Y vale más un ser humano despierto que un resignado.

He visto a profesionales de todas las áreas del conocimiento engrosar las filas de desempleados con un mayor desconsuelo, dado que nadie les responde por el esfuerzo académico que hicieron; la mayoría terminan ejerciendo otros oficios que nada tienen que ver con sus pergaminos, historiadores, politólogos, sociólogos, trabajadores sociales. Tener un pre-grado, hoy día es como no tener nada. Si no se tiene el dinero para hacer un doctorado, ser profesional es una perogrullada que ya ni prestigio da. Una pléyade de profesionales en Humanidades y otros tantos en Ciencias deambulan por el país por fuera de los circuitos académicos y laborales. Muchos con los saberes del mundo en sus cabezas y sin la más mínima oportunidad para encontrar un lugar decoroso en la sociedad. Colombia es uno de los países del mundo que menos invierte en investigación y mucho menos en el respaldo económico a sus intelectuales. Ellos tienen que buscar refugios en otros escenarios distintos a los de su saber.

Lo más grave es que el sufrimiento lo padece cada uno de forma individual, ya sea porque las circunstancias lo obligan a adoptar una sumisión para mantener su pequeño sueldo y ser un sobreviviente. Ya sea porque se encuentra en la mayor soledad. Los intelectuales pobres están por todos lados y nadie los quiere ver. Este es un problema más de la sociedad colombiana que poco se ha enfrentado. Quizá alguno encuentre por algunos meses una buena opción laboral, pero esto en su suceso ínfimo que poco o nada cambia el fenómeno de raíz y que azota a un considerable número de intelectuales y creadores.

En una ocasión, quise proponer como concepto para debatir: los “Intelectuales pobres”.

Con el psicoanálisis y con el marxismo podemos entender que los ´intelectuales pobres´ son personas cuyo sufrimiento psíquico nada tiene que ver con una tendencia orgánica a la neurosis (el intelectual siempre visto como el bicho raro, el loco, el desatapado), sino que simplemente, estas personas sufren por que han sido excluidas económicamente de la sociedad, su existencia sólo es entendible en el sentido de un materialismo, el “materialismo histórico”. Estas personas, al no ser incorporadas efectivamente en los sistemas productivos de la sociedad, algunas encuentran lugar en los colectivos de militancia de toda índole, algunos en comunidades religiosas, muchas veces en los movimientos y militancias de izquierda. Los partidos políticos de izquierda no han querido admitir este fenómeno, dado que, en sus filas, terminan un gran número de personas excluidas económicas de la sociedad, y cuya única integración es en la colectividad política. Todo partido tiene sus “locos” medianamente aceptados, por lo demás, porque generalmente son los más fieles a su “comunidad”, no tienen más donde estar.

Existe pues un gran número de la población, funcionarios de contratos de tres meses, contratos por prestación de servicios, educadores, filósofos, funcionarios temporales, que por el camino de la ilustración se superaron en conciencia, pero que, al identificarse en el rol de intelectual, perdieron la capacidad de algún oficio manual, no sirven, ni para obreros, ni para comerciantes…. Ellos son los intelectuales pobres…. y nadie se quiere percatar de ellos.

Uno de los retos que tenemos como sociedad, es la lucha de la dignificación de los maestros, no solamente en derechos laborales sino. Ante todo, en felicidad, reconocimiento social, posibilidades de formación, descanso e integración en los circuitos académicos, donde el profesor se sienta integrado y pueda ser respetado y valorado.

No necesitamos más profesores camellos… necesitamos profesores leones, que vuelvan a ser niños, para retomar el discurso de Zaratustra de Nietzsche.

Ahora sí para terminar quiero hablarles de Pulgarcita.

Michel Serres empieza con la siguiente advertencia:

“Antes de enseñar algo a alguien, es necesario al menos conocerlo. ¿Quién se presenta hoy en la escuela, en el colegio, en el liceo, en la universidad?

Si uno no conoce, si uno no ama, lo que quiere enseñar, no enseñará nada.

“Pulgarcita” “No vio nunca un ternero, una vaca, un chancho ni una nidada. …. ya no vive en compañía de los animales, ya no habita la misma tierra ni tiene la misma relación con el mundo. Ella o él sólo admira una naturaleza arcádica, la del tiempo de ocio o del turismo…. Vive en la ciudad. Sus predecesores inmediatos, más de la mitad de ellos, andaban por los campos”

“….Ya no tienen el mismo cuerpo ni la misma conducta; ningún adulto supo inspirarles una moral adaptada….

¿Qué literatura, qué historia comprenderán, felices, sin haber vivido la rusticidad de las bestias domésticas, la cosecha de verano, diez conflictos, cementerios, heridos, hambrientos, patria, bandera ensangrentada, monumentos a los muertos..., sin haber experimentado, en el sufrimiento, la urgencia vital de una moral?

Al no habitar ya el mismo tiempo, viven una historia por completo diferente.

Están formateados por los medios de comunicación, difundidos por los adultos que de manera minuciosa han destruido su facultad de atención reduciendo la duración de las imágenes a 7 segundos y el tiempo de las respuestas a las preguntas a 15, según cifras oficiales…

Estos niños viven, pues, en lo virtual. Las ciencias cognitivas muestran que el uso de la Red, la lectura o la escritura de mensajes con los pulgares, la consulta de Wikipedia o Facebook no estimulan las mismas neuronas ni las mismas zonas corticales que el uso del libro, de la tiza o del cuaderno. Pueden manipular varias informaciones a la vez. No conocen ni integran, ni sintetizan como nosotros, sus ascendientes. Ya no tienen la misma cabeza. Por el teléfono celular, acceden a cualquier persona; por GPS, a cualquier lugar; por la Red, a cualquier saber: ocupan un espacio topológico de vecindades, mientras que nosotros vivíamos en un espacio métrico, referido por distancias.

Ya no habitan el mismo espacio”.

Esos son nuestros jóvenes de hoy, pulgarcitos, pulgarcitas, el mundo lo manejan a través de sus pulgares.

Entonces pregunta Michel Serres:

“¿Qué transmitir? ¿El saber? Ahí está, en todas partes por la Red, disponible, objetivado. ¿Transmitirlo a todos? En este momento, todo el saber es accesible para todos. ¿Cómo transmitirlo? ¡Ya está hecho! Con el acceso a las personas por el teléfono celular, con el acceso a todos los lugares por el GPS, el acceso al saber ya está abierto. De una cierta manera, ya es transmitido siempre y en todas partes”.

Entonces no era que el maestro compitiera con el nuevo diccionario, Wikipedia.

Aún recuerdo como mi profesora de sociales, cuando yo estaba en 9, nos torturó de la siguiente manera, nos hizo leer toda la constitución del 91. Cada alumno, era un una constitución leyéndola solo, sin entender nada, pensando en otras cosas… fueron horas eternas. Estériles. Hoy, no le voy a echar la culpa a la profesora, ella era otra víctima de lo que venimos hablando…

¿Por qué mejor no nos contó, con afecto, como una abuela contando un cuento, esta historia por ejemplo; para volver a hablar de cómo enseñar los procesos de historia de la independencia.

El 17 de enero del año 1974 en la fría Bogotá, al pie del cerro de Monserrate, en la Quinta de Bolívar, nueve guerrilleros del M19 sin disparar un sólo tiro dominaron sin dificultad a pocos vigilantes, quebraron un cristal y se robaron la espada del Libertador.

Para ese momento, casi nadie en Colombia se acordaba de Bolívar, y mucho menos, alguien se acordaba de una de sus viejas espadas. Desde ese robo en Colombia, la espada volvió a cobrar valor. Los guerrilleros dejaron un comunicado que decía: «Bolívar no ha muerto. Su espada rompe las telarañas del museo y se lanza a los combates del presente. Pasa a nuestras manos. Y apunta ahora contra los explotadores del pueblo». Se ha hablado mucho ya de los lugares donde guardaron la espada. Que la espada estuvo en la casa de León de Greiff, que estuvo en Panamá durante la invasión gringa, que después terminó en Cuba hasta que el M19 la devolvió. Hoy, cuarenta y tres años después, el M-19 no existe, los combates los cambiaron por la constitución neoliberal de 1991, y los explotadores del pueblo siguen gordos, aliviados y tranquilos.

Un equipo de investigación de la revista Semana publicó un estudio que llamó: “La ruta de la espada”, el final de esta crónica es más risible que heroico, digno de los relatos de Macondo:

“Al parecer la devolución de la espada fue una de las exigencias que hizo el gobierno a los dirigentes del M-19 para realizar la Asamblea Constituyente. A mediados de enero de 1991 Arjaid Artunduaga viajó a Cuba a traer la espada. Según cuenta, en la isla recogió el arma y con ella ingresó por Venezuela «en una operación sigilosa y clandestina porque no queríamos correr el riesgo de que nos robaran ese zuncho». El 29 de enero Otty Patiño y Laura de Pizarro visitaron la Quinta de Bolívar para coordinar los detalles de la ceremonia de entrega con la directora del museo, Diana Torres de Ospina. Antes de irse Patiño le preguntó a ella: «Oiga, ¿y este lugar sí es lo suficientemente seguro como para guardar la espada?». Dos días después, en una ceremonia que indignó a muchos de los militantes del M-19, Laura de Pizarro le entregó la espada, sobre una bandera de Colombia, a Antonio Navarro. Este se la pasó después a un grupo de niños, hijos de los comandantes del movimiento. Ese mismo día la espada fue llevada por orden del presidente César Gaviria al Banco de la República. Una persona que prefiere mantener su identidad en reserva se enteró que al día siguiente Francisco Ortega, gerente del Banco, llamó a Gaviria. Sin ocultar su preocupación Ortega le preguntó: «¿Qué hago yo con la espada de Bolívar?». La fuente dice que el Presidente le respondió: «Yo de usted lo único que haría sería guardarla muy bien para que no se la vuelvan a llevar». Hasta el día de hoy, según el Banco, la espada permanece guardada en una cajilla de seguridad”.

Esta historia contada con amor y pasión luego lo llevaría a uno enseñar ¿cómo? ¿Por qué? ¿En qué contexto del país surgió la constitución del 91? Con la historia del robo de la espada de Bolívar, podríamos enseñar qué ocurrió para llegar a la constitución del 91. No sólo esta historia, solo para dar un ejemplo.

No le podemos tener miedo a las pulgarcitas, están ahí…. Habidos de adultos apasionantes, que no le tengan miedo a los teléfonos celulares….

Como decía Steiner, el profesor tiene que saber seducir, inducir a preguntar, no podemos enseñar el mundo, sino lo queremos conocer, si le tenemos miedo.

El enemigo no es google, el enemigo, son las estructuras de poder local, que en educación renunciaron a ponerle amor a la educación. Amar la educación, es hacer de la vida de los maestros una felicidad real material e intelectual.

No, Pulgarcita, no te voy a obligar a esconder tu celular, cuando quieras me mandas el poema que quisiste escribir por WhatsApp. Mañana quizá hagamos un debate virtual. Quizá mañana nos vamos a caminar un buen trayecto del camino que realizó Fernando González Ochoa con un amigo, hace 100 años, en su Viaje a pie. Viaje que después se convirtió en un libro.

-¿Y dónde conseguimos ese libro profe?

Lo puedes descargar gratuitamente en la web.

No hay que obligar a un adolescente a leer un libro. Hay que indicarle algunos caminos, para que él, quiera leer alguno con amor.

Muchas gracias.

Frank David Bedoya Muñoz

Medellín, 2 de agosto de 2019.