Frank David Bedoya Muñoz


Dos ensayos sobre Michel Serres

Relato breve de la vida de Michel Serres

Michel Serres: el filósofo del mundo


Medellín, 2020.

Fotografía: Michel Serres en 2016 © Serge Picard





Relato breve de la vida de Michel Serres



Dice Michel Serres que él es «un hijo del Garona». El río Garona es uno de los grandes ríos de Europa, que va entre España y Francia. En el año 1930 el río se desbordó y arrasó varias ciudades y pueblos –incluyendo la localidad de Agen- dejando centenares de muertos. Cuando ocurrió la tragedia estaba a punto de nacer Michel Serres. Su padre, de oficio marinero, tuvo que rescatar a su familia cuando el agua ya llegaba hasta el segundo piso de su casa. Por eso, dice el filósofo, que él navegó antes de haber nacido.


Michel Serres desde niño se destacó por su gran inteligencia en la escuela. Pero, para su padre, esto no era motivo de orgullo, sino de preocupación, dado que para las gentes de su cultura, la ambición de ascenso social era una mala señal; el padre desconfiaba de los estudios de su hijo. Dice, Serres: «En casa, los estudios no contaban. Se trataba de arena, de albañilería, de dragado, de barcos, de inundaciones… Mucho más tarde, cuando mi director de tesis George Canguilhem, pasando por Burdeos, vino a visitar a mis padres, mi padre lo recibió con estas palabras: “¡Ah! Ud. fue pues ese bellaco que ¡me arrebató a mi hijo!”».


La infancia y la primera formación de Michel Serres, él la resumió perfectamente así:


“No puedo decirle que habitábamos una casa; se habitaba el río. Se habitaba en los barcos, se habitaban los torbellinos y las contracorrientes. Se vivía en medio de los cascajos redondos y pegajosos, los sábalos en líos, y las anguilas plateadas, las rocas puntiagudas, los barros amarillentos, los juncos en la ribera, las bajas aguas del verano y, por supuesto, las crecientes. El Garona era nuestra verdadera casa. Mi padre, como muchos marineros, no sabía nadar; yo aprendí la brazada, amarrado al vientre por una cuerda fija a jabalcones plantados en el muelle. Uno de mis puntos de anclaje es evidentemente el Garona. Pero no es el único. Pues había otro linaje en mi familia, que era campesino simplemente. Mi padre tenía una propiedad agrícola donde trabajaba. Y por el lado quercynuas, también aprendí desde muy joven a vender en la especiería de mi abuelo materno y de mi tío, sardinas y mantequilla. Entonces poseo un triple anclaje: campesino, marinero y comerciante. Soy del pueblo. Mi primera formación viene de los oficios y técnicas de la gente del común; desde la más tierna edad frecuenté a los herreros, los talabarteros, albañiles, obreros agrícolas, marineros… Y me formé en su contacto. Conducir un barco, levantar un muro, vender latas de conservas o hilo de hierro; todos estos saberes me han irrigado profundamente; cada una de esas experiencias inmediatas se ha inscrito en mi cuerpo. Para fijar las ideas, cuando tenía trece o catorce años, nos levantábamos mi hermano y yo hacia las cuatro y media, cinco de la mañana, antes de que saliera el sol, para cargar los camiones con la pala, tomar la arena y enviarla a la vagoneta. Éramos dos para cargar un camión de diez toneladas. Era un verdadero trabajo forzado, duro, muy muy duro”.


En su casa tan sólo había dos libros: la biblia y el diccionario Larousse, por lo tanto, su amor por la lectura lo tendría que fundar en una biblioteca comunal. Sus primeras pasiones fueron cuentos de Julio Verne y los atlas. Aunque su vocación no fueron las letras solamente, muy pronto se entusiasmó por la matemática:


“Recuerdo en particular haber asistido a un curso que me iluminó. En matemáticas, el profesor, que era forzosamente un viejo –quizás ya cuarenta años– puesto que no había sido movilizado [a la segunda guerra mundial], trazó una x en el tablero. Yo estaba acostumbrado a contar “1, 2, 3”. Y yo lo veo ¡que cuenta con letras! Y además lo hacía con el alfabeto a la inversa. Ponía x, y, z. Me pareció todo eso muy extraño ¡lo de contar con letras! Entonces levanté la mano y le pregunté: “¿Ud. cuenta con letras? –Sí, me respondió con una sonrisa. –Pero, ¿qué quiere decir x? -X es lo desconocido. –Pues ¡no me sorprende! Pero ¿qué es lo desconocido? -Es una letra que tiene todo los valores”. Y yo creo que aquel día, en ese instante, recibí el rayo en mi cabeza. Me di cuenta que podía haber un lenguaje formal que no tenía sentido, pero que tenía todos los sentidos. Y entré en las matemáticas”.


A pesar de que estalló la guerra, -Agen fue ocupada por los alemanes y luego liberada en 1944- Michel Serres no se interesó mucho en ese momento en los temas políticos, en su familia, las mayores preocupaciones seguían siendo las crecidas del río Garona. Años después, el acontecimiento que más impactaría al joven Michel Serres, y que escucharía en la radio y leería en la prensa, sería la bomba de Hiroshima el 6 de agosto de 1945:


“Para mí, el problema del mal y de la violencia se sitúa aquí. Es lo que ha hecho de mí un filósofo. No hubiera sido filósofo sin la guerra y sin la bomba atómica. Soy un hijo de Hiroshima. […] Hiroshima, es la física que se ha vuelto mala. Pero de esto solamente tomé conciencia más tarde”.


Al terminar el bachillerato, Serres, quería estudiar filosofía, pero, “me acuerdo de un viejo cura, traductor de las Confesiones de san Agustín. Lo conocía bien, y pasé vacaciones con él traduciendo la Farsalia de Lucano, por diversión, o no sé cuál tragedia griega. Cuando obtuve mi primer bachillerato –en la época había dos– él me preguntó qué iba ya a hacer, y yo le respondí que me iba a inscribir en filosofía. En la época se tenía elección en undécimo entre dos especialidades: terminar en letras, llamada “filo”, o terminar en “mat”, “¡Ni de bamba! me dijo el cura. Puesto que eres bueno en letras, vas a hacer matemáticas”. Me sorprendió y balbucee: “¡Está charlando! ¡No tengo ni idea!”, y todavía lo veo sonriente: “¡Mejor así!”. Seguí su mandato y pasé el bachillerato en matemáticas en Agen”.


Michel Serres se alejaría pues de los grandes debates filosóficos de la época y se dedicaría al mundo de las matemáticas. La única influencia que aceptó para él, en el campo de las letras, fue la obra de la filósofa Simone Weil. Después del grado de bachiller estudió algunos meses en la Escuela Naval, donde pudo estudiar literatura e historia, pero, su mayor pasión seguía siendo las matemáticas y el amor por una muchacha que luego se convertiría en su esposa. Después de estudiar licenciatura en matemáticas, ingresó a la Escuela Normal Superior en 1952. Sobre esta época en su formación recuerda que se alejó del marxismo militante y de los debates filosóficos de la época:


“Estaba el compromiso político, más bien marxista, de los normalistas de filo. Aquello era fastidioso ¡incluso inmamable! […] Althusser era un enfermo mental, no hacía cursos o muy pocos. La Escuela Normal era para él un hospital más que un lugar de enseñanza. En cuatro años de escuela, yo debí tener tres o cuatro cursos con él, no más. De todas formas, él defendía la biología soviética y, por consiguiente, el lyssenkismo contra el indeterminismo. Yo que venía de un universo científico, que había hecho preuniversitario en ciencias antes de la preparatoria, ¿cómo podía yo darle crédito a tales asnerías? Y sin embargo, era muy difícil decirles que estaban equivocados. Uds. no imaginan a qué punto era el asunto. A decir verdad, el costo era inmenso… No había pensamiento independiente. Quizás por eso yo me sentía a tal punto fuera. Yo era testarudamente independiente. Simone Weil, que murió en 1943, es la única filósofa que fue para mí una brújula en la neblina de aquella época en la que sólo estaba rodeado de contra-ejemplos. […] Por el lado de la filosofía, Camus me parecía un poco débil. Y Sartre lejano, muy lejano de las verdaderas cuestiones. A mí me interesaban más bien las matemáticas”.


Una escapatoria a esta vida intelectual y conflictiva, fue su ingreso dos años al servicio militar en la marina, era la guerra de Argelia, pero no le tocó combates, disfrutó más bien de su antigua pasión por ser navegante, marinero. Luego volvió al ambiente académico de Francia, y siguió sin interesarle los debates intelectuales que estaban en boga:


“Se sostenía en dos palabras: marxismo y psicoanálisis. Pero en aquel entonces, ¡en dosis altas! Y con ella el cortejo de los devotos de Jacques Lacan y de Ferdinand de Saussure. Era la gran moda de las ciencias humanas, que alcanzó su apogeo precisamente antes de 1968. […] Yo estaba aislado y no era cómodo vivirlo. En realidad, yo no comprendía dónde se situaban las apuestas de lo que hacía sus mieles. Además que esas modas me parecían, sino ilusorias, por lo menos efímeras; tenía muchas ganas en aquella época de “trabajar por mi cuenta”, como se dice en los negocios. No quería pasar mi tiempo haciendo comentarios sobre los autores de moda”.


Su gran descubrimiento será Leibniz, a su manera y de la forma más inesperada, Michel Serres se estaba convirtiendo en filósofo, por su propia cuenta: “yo fui testigo, en la Escuela Normal Superior, del trastorno, o de la transición si Ud. prefiere, de las matemáticas clásicas hacia las matemáticas modernas. Yo hice pues mi tesina de estudios superiores sobre esta cuestión. Como había abordado el álgebra, quise hacer una tesis sobre la topología combinatoria que comencé cuando regresé a Francia; por ahí debe estar en alguna parte en mis archivos. Fue en 1960. Simultáneamente fui nombrado profesor asociado de la universidad de Clermont-Ferrand. Allá encontré a Michel Foucault de quien me hice amigo. En resumen: yo hacía idas y regresos entre la universidad de Clermont y la Escuela normal superior de París, en donde preparaba mi tesis. Y, a medida que leía, constaté que Leibniz había sido el precursor de la topología combinatoria y de algunas otras novedades algébricas. De repente, comencé a escribir lo que yo creía ser una pequeña introducción a mi tesis. Mil páginas y algunos años más tarde, me dije que ya tenía la tesis entera. Y la defendí en 1968. […] Participé en 1968 de forma muy activa. En Vincenne, donde fundé en ese momento con Michel Foucault el departamento de filosofía; y en Clermont-Ferrand, por supuesto, donde yo era profesor. […] Después fui nombrado para París. Es necesario decir que en mayo de 1968 yo también sostuve mi tesis que había sufrido muchas evaluaciones, puesto que yo comencé con el álgebra, continué con la topología y terminé en Leibniz”.


Los jurados que evaluaron su tesis fueron Georges Canguilhem y Jean Hyppolite. Luego a Michel Serres lo nombrarían profesor en Vincenne. Quería enseñar filosofía, pero su cátedra sería la Historia de la Ciencia. No le permitieron ser el profesor de filosofía, pero, poco a poco ahora se iba convirtiendo en el filósofo más original y extraño de Francia. Rápidamente, Michel Serres, tomó prestigió y luego fue invitado a ser profesor en las universidades norteamericanas, de ahí en adelante dividiría su vida en viajes, escrituras y clases, atravesando mares de continentes a continentes. Sin embargo, las cosas al principio no habían sido tan fáciles en Francia, ya se había casado: “Éramos muy pobres, mi mujer y yo. Ella no trabajaba y ya teníamos tres hijos. Fuimos saliendo porque yo era profesor”.


Se ha hablado de su amistad con Michel Foucault, pero, Serres aclaró que “aquello era una medio amistad: yo le ayudaba en su trabajo [Las palabras y las cosas] y él no se interesaba en el mío”.


En realidad, Michel Serres se negaba a hacer vida social con la élite intelectual, a pesar de que él iba ganando ya igual o mayor prestigio que los filósofos de moda. Nunca ambicionó tener un poder ni económico, ni académico, ni la ambición por alcanzar la celebridad. Él seguía siendo un solitario. Cuando le preguntaron por sus amigos, él respondió: “[Mis amigos eran] los científicos, los marineros, los obreros, los agricultores… No los intelectuales. Cuando me casé, por ejemplo, invité a todos los obreros de la empresa familiar. Y agricultores. Soy un hijo del pueblo, no puedo hacer nada, es así. Siempre he sido de “los de abajo”. Y mi corazón y mi alma está entre las “pobres gentes”, y no se puede hacer nada”.


Pensó en irse a vivir a EEUU, dada las ofertas que le hacían las universidades, pero, había otras consideraciones: “Estaban tan contentos con mis cursos que me pidieron permanecer como profesor residente. Yo lo discutí mucho con mi mujer. Todo el asunto era saber si nuestros hijos iban a ser franceses o norteamericanos. Y mi mujer no quiso. Yo pues seguí siendo visiting professor. Y a partir de Johns-Hopkins, fui a Buffalo, a New York, luego a Irvine, en California, pero también a Austin, en Texas, un poco por todas partes… Pero mis puestos más importantes fueron Baltimore, Buffalo y, para terminar, Stanford. […] tuvimos que escoger: ¿tendríamos hijos estadounidenses o franceses? Es el dilema que afrontan todos los inmigrantes. Si se instalan definitivamente en los EE.UU. y fundan una familia, harán de sus hijos ciudadanos norteamericanos que no conocerán ya su propia cultura. Ahora bien, yo no tenía ganas de que ellos fueran gringos. […] hay cosas que yo no soporto de allá”.


Michel Serres se convirtió en un viajero. Un día expresó: «Tuve la intuición de un héroe que se llamaría Pantopo, viajaría por todo el mundo, conocería a los hombres, aprendería todas las ciencias y nunca, nunca, correría tras ningún poder». Yo creo que finalmente este héroe, Pantopo, fue él.


Michel Serres desde el año 1968 hasta el presente ha escrito más de cincuenta libros, obras donde se combinan armoniosamente todas las ciencias, la filosofía y la literatura del mundo. No tengo como referirme al conjunto de su pensamiento, intenté, hace algunos años, reseñar lo más destacado de su pensamiento, lo hice en un viejo ensayo que llamé Michel Serres el filósofo del mundo. Pero, yo no soy experto en Michel Serres, tan sólo un enamorado de su vida y obra. Faltarían muchos años de estudio, para decir que uno ha comprendido siquiera todo lo que él ha escrito. Además que no toda su obra se consigue en castellano. Acá sólo quise hacer una apretada síntesis de su vida. Lo que sí puedo recordar, son estas palabras donde él hizo un magnífico balance:


“En el fondo, lo que quería y sigo queriendo acabar, antes de llegar al término de mi viaje, lo que quiero es diseñar o construir como una representación global, un filosofía que abarque una cosmología, la física de la tierra, la biología, lo vivo, para llegar a las ciencias humanas, a la antropología, a la sociedad, a la política, incluso a la psicología. ¿Y ese sistema para qué? ¿Por qué? Sencillamente porque hemos sufrido mutaciones tales, estos últimos años, que vivimos en un nuevo mundo, en una nueva tierra y seguramente también bajo un nuevo cielo. Y estas mutaciones son tales que ha ocurrido algo extraordinario: y es que el hombre ya tiene la talla del mundo. Que los hombres juntos hoy en día están a la misma potencia que el universo. Y esto es tan novedoso, tan extraordinario, que hay que hacer una filosofía para entenderlo”.





Michel Serres: el filósofo del mundo



Hay un viejo sabio francés, que ha viajado por el mundo y por todos los saberes; matemático, físico, historiador, escritor, pero, ante todo, filósofo solitario y amante de la vida, amante del mundo. Contemporáneo y amigo de Michel Foucault y Gilles Deleuze, ha hecho su camino sólo, se ha apartado de las corrientes filosóficas del siglo XX, y ha establecido un diálogo con la vida, un diálogo apasionado y sereno con la naturaleza, con toda ella y sus múltiples manifestaciones de vida. Horrorizado por las guerras de los hombres, conmocionado por la bestialidad de las bombas arrojadas en Nagasaki e Hiroshima, este hombre se aleja de la depredación occidental, de los cánones del “desarrollo” y construye una nueva filosofía que da cuenta del mundo, de aquel mundo que los demás insisten en destruir.


¿Cuál es el lugar que ocupa Michel Serres en la filosofía? Hace poco tuve el privilegio, -gracias una vez más a las traducciones del profesor Paláu-, de conocer unas entrevistas que le hicieron a Serres sobre su obra, donde descubrí una clave para entender su legado. Miremos este pasaje revelador, dice Serres allí:


“La denominación Júpiter es objeto de un análisis en Roma [Uno de sus célebres libros]. Tenemos acá un nombre compuesto de dos palabras: la primera quiere decir “día” <”jour”> y la segunda “padre”. “Ju”, en efecto, remite a radical indo- europeo que evoca la luz y se reencuentra en una palabra “jour”. “Piter” varía poco con respecto a Pater, el padre. Júpiter equivale pues a día-padre, o a “Padre nuestro que estás en los cielos”. Por un lado, la claridad celeste y por el otro la relación paterna.


Aprendamos primero física para estudiar los resplandores del cielo. Esta ciencia dura, y las leyes de la electrostática, nos enseña por ejemplo que Júpiter no lanza el rayo, sino que una descarga eléctrica lo produce: la religión es sustituida pues por las leyes de la naturaleza. La física permite salir de lo religioso.


[…] Aprendamos ahora estas ciencias humanas que exploran las relaciones paternas, las estructuras familiares y lo patético referido a las relaciones parentales. Una vez el lado “Piter” o pater de la religión ha sido limpiado, explicado, explicitado, criticado, por tanto, expulsado por la era sospechadora de las ciencias sociales, ha salido ahora el padre. Ju fue aclarado por las ciencias físicas, y Piter por las ciencias humanas. “Padre Nuestro”, lo conocemos de acá en adelante; “que estás en los cielos”, lo sabemos aún mucho mejor. Freud, Nietzsche, los antropólogos y psicoanalistas, sin contar a los lingüistas, nos han explicado lo primero; para lo segundo hemos leído a Maxwell, Poincaré o Einstein. Por consiguiente, no queda ya religión”.


Vámonos aclarando.


Ju: las Ciencias Naturales explican al mundo, dominan al mundo…. Pero olvidan la política, la ética, es por esto que en el siglo XX la ciencia se pone al servicio del mercado, de la guerra.


Piter: Las Ciencias Humanas explican las relaciones del hombre en lo más profundo de sus complejidades, la autoridad, la libertad…. Pero olvidan al mundo, en el mismo momento que el hombre domina el planeta, lo destruye, al mismo tiempo se olvida que habita el mundo, le da la espalda al mundo.


Michel Serres vuelve a unir Júpiter, él sabe de ciencia, explica el mundo, pero también es filósofo… él sabe que el mundo después de Hiroshima no es el mismo, él anticipa el mundo de la información, de las comunicaciones, anticipa el nuevo problema humano: la destrucción del planeta. ¿De qué le sirvió al hombre cambiar el mito por la ciencia? ¿Conocer el mundo para luego destruirlo? ¿De qué le sirvió al hombre entender lo humano? ¿Para olvidarse del mundo? Freud y Nietzsche, claro está, pero ¿y…? ¿El mundo? Unión pues de la filosofía y la ciencia, para pensar un nuevo problema. ¿De qué nos sirve saber cómo funciona el universo y que el viejo Dios ha muerto, si hemos olvidado el mundo?


Hemos olvidado algo: la humanidad necesita la libertad, pero bajo un día soleado.


Lo aclara mejor Michel Serres: “¿Cómo vivimos y pensamos juntos bajo una luz que recalienta nuestros cuerpos y modela nuestras ideas, indiferente por tanto a su existencia? No podemos nosotros que somos filósofos contemporáneos, plantear esta pregunta excluyendo las ciencias que, en su propia separación, concurren a plantearla, incluso a exasperar sus términos. Y cuando el mundo significa pura y simplemente el planeta Tierra, se regresa a los asuntos del Contrato Natural”.


En un magnífico documental sobre el pensamiento y la vida de nuestro filósofo del Mundo, El viaje enciclopédico de Michel Serres, realizado por Catherine Bernstein y emitido en Francia en el año 2008, nos dice Serres:


“Cuando estudie filosofía me sorprendió o desilusionó desagradablemente el hecho de que los filósofos anteriores que me precedían, no vivían en el mundo. No había mundo. Era una filosofía del interior. Era una filosofía exclusivamente basada en las relaciones humanas o en… una filosofía de ciudades. Y no he dejado de empeñarme finalmente en que el mundo vuelva a entrar en la filosofía.


Hace varios años, en cuanta institución he trabajado, ya sea en docencia o en investigación, he tratado de incorporar El contrato natural de Michel Serres, salvo por el Gimnasio Internacional que, si le dió importancia, en el resto de instituciones ninguna atención verdadera se le ha prestado.


Observemos uno de las tantas ideas decisivas del El Contrato Natural.


“¡Retorno a la naturaleza! Eso significa: añadir al contrato exclusivamente social el establecimiento de un contrato natural de simbiosis y de reciprocidad, en el que nuestra relación con las cosas abandonaría dominio y posesión por la escucha admirativa, la reciprocidad, la contemplación y el respeto, en el que el conocimiento ya no supondría la propiedad, ni la acción el dominio, ni éstas sus resultados o condiciones estercolares. Contrato de armisticio en la guerra objetiva, contrato de simbiosis: el simbionte admite el derecho del anfitrión, mientras que el parásito -nuestro estatuto actual- condena a muerte a aquel que saquea y que habita sin tomar conciencia de que en un plazo determinado él mismo se condena a desaparecer… En qué lenguaje hablan las cosas del mundo para que podamos entendemos con ellas, ¿por contrato? Después de todo, también el viejo contrato social continuaba siendo implícito y no escrito: nadie ha leído jamás ni el original ni siquiera una copia… En efecto, la Tierra nos habla en términos de fuerzas, de lazos y de interacciones, y eso es suficiente para hacer un contrato. Así pues, cada uno de los miembros en simbiosis debe al otro, de derecho, la vida, so pena de muerte. Todo esto seguiría siendo letra muerta si no se inventara un nuevo hombre político.”


Una vez más: ¿Quién es Michel Serres? En mi concepto, la mejor definición la dio él mismo en El Contrato Natural cuando habló de uno de sus conceptos fundamentales: el Tercero-Instruido.


“Yo lo llamo Tercero-Instruido: [Yo lo llamo Michel Serres] experto en los conocimientos, formales o experimentales, versado en las ciencias naturales, de lo inerte y de lo viviente, al margen de las ciencias sociales de verdades más críticas que orgánicas y de la información banal y no excepcional, prefiriendo las acciones a las relaciones, la experiencia humana directa a las encuestas y a los informes, viajero de naturaleza y sociedad, amante de los ríos, arenas, vientos, mares y montañas, caminante sobre la totalidad de la Tierra, apasionado de gestos diferentes como de paisajes diversos, navegante solitario por el paso del Noroeste, paraje donde el saber positivo franqueado comunica, de manera delicada y rara, con las humanidades, inversamente versado en las lenguas antiguas, las tradiciones míticas y las religiones. Espíritu fuerte y Diablo, hundiendo sus raíces en el más profundo humus cultural, hasta las placas tectónicas más enterradas en la memoria negra de la carne y del verbo, y por lo tanto, arcaico y contemporáneo, tradicional y futurista, humanista y sabio, rápido y lento, verde y curtido, audaz y prudente, más alejado del poder que cualquier posible legislador y más próximo de la ignorancia compartida por la gran mayoría que cualquier sabio imaginable, grandeza quizá pero pueblo, empírico pero exacto, suave como la seda, áspero como el lienzo resistente, errante sin cesar sobre el intervalo que separa el hambre de la saciedad, la miseria de la riqueza, la sombra de la luz, el dominio de la servidumbre, lo conocido de lo extraño, conociendo y estimando la ignorancia tanto como las ciencias, los cuentos de vieja más que los conceptos, las leyes tanto como el no-derecho, monje y granuja, solo y vagabundeando, errante pero estable, por último y sobre todo ardiendo de amor hacia la Tierra y la humanidad”.


Ese es Michel Serres, el filósofo del Mundo.






Bibliografía.

Catherine Bernstein, El viaje enciclopédico de Michel Serres, Documental, 2008: http://www.youtube.com/watch?v=dfzAEmksbRo

Michel Serres y Bruno Latour, Aclaraciones, traducción de Luis Alfonso Paláu, Medellín, 2010.

Michel Serres, El contrato natural, PRE – TEXTOS, 2004.

Michel Serres, Pantopía: de Hermes a Pulgarcita, Entrevista a Michel Serres de Martin Legros y Sven Ortoli. Traducción de Luis Alfonso Paláu C. Medellín, marzo – mayo de 2015.




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