Tres relatos de desespero

TRES RELATOS DE DESESPERO

Originalmente escribí estos relatos y los compartí en mis redes sociales. Los he rescatado de allí (es decir, del olvido) porque considero que quedaron bien escritos y aunque tienen en común un halo de pesimismo, me divertí mucho escribiéndolos. Creo que en medio del desespero, con la escritura, logré una risa kafkiana.

Frank David Bedoya Muñoz

Medellín, 24 de junio de 2016

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Un lunes buscando a Fidel

Un lunes más. Me acuesto en la madrugada y me despierto en la misma madrugada. En las pocas horas que duermo, sueño algo, después no me acuerdo del sueño. Antes de levantarme, reviso mi correo y leo un diario español. En el correo sólo hay anuncios y nada importante para mí. Lo importante sería conseguir un trabajo remunerado, porque desde que fui asesor en el Congreso el año pasado, llevo cuatro meses buscando “empleo” sin obtenerlo; ocupado he estado, pero remunerado no. Se van los niños al colegio y yo los veo en silencio con amor y preocupación. Ellos están felices con su presente, yo estoy angustiado con el futuro.

He decidido en la mañana cambiar de hoja de vida, el cambio es reducirla de siete páginas a dos, ¿será que no me han dado trabajo, porque les da pereza leer tanta información? Entre experiencia laboral, conferencias y otros se me fueron siete páginas. Algunos me dicen que el problema de mi hoja de vida no es el número de hojas, sino el perfil tan izquierdoso, “a ver si quitas esos trabajos políticos para que no asustes a la gente, así cómo te van a contratar”…. Pero, yo pienso, si quito los trabajos políticos, sólo me queda la experiencia de profesor. O, ¿además de quitar lo político, agrego la experiencia como mensajero en mi juventud?, y así queda: mensajero y profesor, fin de la hoja de vida.

¿Qué he hecho yo en la vida? Primero no hice nada, después sólo soñar con muchachas, después fui mensajero en un colegio, después fui profesor de colegios, y después me hice historiador. Aún muchos familiares siguen sin comprender ¿para qué sirve un historiador? A veces me da ganas de responderles, que en Colombia, un historiador no sirve para nada.

¿Cuáles son los trabajos políticos que debo quitar de la hoja de vida? Fui formador político en una empresa agroindustrial de Chávez en los llanos venezolanos; por ayuda de un diputado del PDA fui nombrado Contralor Auxiliar en la Contraloría General de Antioquia, fui el único contralor de izquierda en esa oficina repleta de derecha y de godarria; fui gestor comunitario en el INDER de Medellín y gestor de fútbol (sabiendo que yo de fútbol no sé nada) como quien dice cuota burocrática de un amigo, cuota que también se acabó; fui gerente de campaña de FARC y asesor (coordinador de UTL) en el Congreso de un Representante a la Cámara de FARC. Si quito mi experiencia política sólo me queda poner, mensajero y profesor. ¿Y las conferencias? “Hombre quite esa vaina, que dar conferencias, eso no es experiencia de nada, de echar cuentos será”. ¿Y los dos libros qué? “no, hombre que se editaron sin ISBN por tu terquedad”. Ni modo, entonces, mensajero y profesor busca trabajo, ojalá bien pagado y que no sea político.

En todas estas cosas estaba pensando mientras me disponía a reducir mi hoja de vida. Cuando me acordé, que antes de yo ser historiador (única cosa que yo soy en la vida) yo he sido es un lector. Ah que carajos, mañana sigo con la hoja de vida, ¡un día más de incertidumbre, qué más da!

Hace años he querido leer la biografía que hizo sobre Fidel Castro, la brasileña Claudia Furiati. Ese libro es muy difícil de conseguir, no está en la biblioteca Pública Piloto, no está la biblioteca de la U de A, ni en la biblioteca de la Universidad Nacional, (pues, estando en Medellín, en Bogotá no la busqué, la verdad estaba ocupado en otros menesteres), no está en ninguna librería de libros usados. Pero, hoy hice una búsqueda sencilla, que no entiendo ¿por qué razón no la había hecho antes? Buscar en las bibliotecas públicas de las cajas de compensación familiar. Y ¡Eureka!, el sistema me informaba que el libro esté en Comfama; un ejemplar en San Ignacio, y otro, en Bello.

Se me olvidaron mis cuitas, mis problemas existenciales con la hoja de vida y salí como un niño contento, a buscar el dulce soñado.

Llego a la biblioteca de Comfama San Ignacio, busco con ansiedad, “Fidel Castro, la historia me absolverá”, BC355F y no está. Primera decepción. Me dirijo donde un “bibliotecólogo” y me tropiezo con un señor mala clase, negligente y desinteresado, le digo, -señor, es que hay un libro que en el sistema aparece disponible, pero no está en el estante”. Yo esperando que dijera, “ya lo ayudo a buscar” y no. Me dijo como el más antípoda de la bibliotecología: “Sí no lo encontró es que el libro se lo robaron, eso pasa mucho”. Pero… alcancé a decirle balbuceante… “.. Pero…” Nada, me quitó la mirada con desdén. Faltaba una hora para cerrar la biblioteca y pensé, “pongo la queja por el mal trato al cliente, o mejor me pongo a buscar, quizá el libro está mal ubicado. Sí eso, eso es. Está mal ubicado”. Me llené de paciencia y busqué por toda la biblioteca, libro por libro, después de una hora la conclusión era trágica, el libro sí se lo robaron. Pensé con rabia, mirando a ese viejo, “hasta se lo robaría ese viejo pendejo”. Salí desconsolado. Tanto drama porque cuando yo busco un libro, lo busco como cuando alguien busca el amor. Y peor si uno cree que sabe dónde está el amor. Pero luego no está.

Afuera un señor vigilante, este sí más amable, al verlo, en segundos, pensé… “Y si está el otro ejemplar en Bello… Pero, Bello es muy lejos…" Señor usted sabe, ¿a qué horas cierran la biblioteca de Comfama en Bello?... El señor con una sonrisa increíble, me dijo, no sé, pero ya le averiguo, llamó con sus aparatos de comunicaciones, y escuché “a las 19 horas”. El señor aun sonriendo, como si leyera el pensamiento, me dijo, “vaya, está a tiempo, Bello no es tan lejos”.

¿Sabe usted, desconocido lector, cómo va el Metro de Medellín en una hora pico por la tarde, en dirección sur norte? Eso da para otro cuento, pero me llené de ánimos, me monté como pude, me metí en la montonera, olí toda la condición humana después de una jornada de trabajo. Y con el pueblo trabajador, yo lector sin trabajo, me fui para Bello. “No importa los estrujones, me espera el libro de Fidel”. Iba pensando, “¡¿no seré yo tan de malas que allá también se lo hayan robado?! ¡Ay Fidel!

Bello siempre me ha parecido un municipio muy feo, todos apeñuscados, Itagüí también es feo, pero uno tiene la sensación de que hay más gente en Bello y no cabe ni un alma más. En Itagüí por lo menos queda espacio para ver los huecos. En, fin, - señora, ¿sabe dónde queda la biblioteca de Comfama? “Camine cuatro cuadras hasta el semáforo, y después otras dos, ya iban siendo las seis,….. Camina, camina, no hay por dónde caminar. “¿Por qué hay tanta gente en Bello?

Llegué apresurado, en el estante de las biografías…… BC355F no está. Otra tristeza más. Voy desanimado donde un muchacho, este sí, bibliotecólogo joven, muy formal. “Ya vamos a buscarlo”, mandó a una estudiante… “Tampoco está”. “Pero, si aparece en el sistema como disponible”. “Hay otros libros….” “No, necesito ese, es la única biografía sobre Fidel Castro, CONSENTIDA por Fidel Castro”. Esto ya sólo lo pensé para mí, para qué atormentar al buen muchacho, que por lo menos fue amable en su profesión. “No joda, los dos únicos ejemplares de esa biografía de Fidel Castro en el Valle de Aburrá… y los dos se los robaron”, pensé, en la mayor desolación… “Ni que este pueblo fuera castro chavista, si aquí en Antioquia, en esta tierra de uribistas no hay sino godos, ¿quién se robó los dos libros de Fidel Castro?”

Ya entregado a la pena, decidí irme… “Yo debería es estar es buscando trabajo, ¿cuál lector?, lector güevón”.

De repente, vi en un carrito donde acomodan libros, una montaña de libros, que estaban pendientes por ubicar, era un montaña literal, no estaban los libros organizados, sino en montonera…. Y de repente, en medio de un centenar de libros apeñuscados, veo un tomo rojo…. Sólo vi ese… como cuando un águila ve su presa…. Voy, voy a él como un imán, sólo vi ese… en medio de cien libros desordenados o más….veo ese libro rojo, está al revés en medio de otros, en la contra portada veo una pequeña foto de Fidel. El corazón se me agita, volteo el libro y ¡caramba! Es la biografía consentida, que estaba buscando. Fue un milagro… yo que soy ateo y fue como un milagro… De una montaña de libros sin acomodar, estaba Fidel… En esos últimos minutos, el libro me buscó a mí.

Presté el libro, salí radiante, ahora, Bello, me parecía bello, bellas sus gentes, un cielo anaranjado, un par de cervezas por el camino…. Ya no hay para la tercera cerveza… entonces un tinto… no hay afán, ¡qué bella humanidad!

Ahí va el lector, con su libro de Fidel, ahora el Metro está vacío, los seres humanos que van todos huelen rico, todos bonitos.

Un lunes buscando a Fidel. Escribamos el cuento, los problemas existenciales se han esfumado por un momento. Las personas miran de reojo el libro, yo los miro con cara de triunfador, enfatizando con un leve movimiento de cabeza, hinchado de orgullo y les digo con la mente, “Sí…. es Fidel”.

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A mí en la política siempre me ha ido mal

No pocas veces me han dicho: “…hombre, ¿qué sería de vos tan inteligente en un partido de derecha?… pero no, vos siempre en esa política de izquierda, cada vez más loco, más arruinado y metiéndote en nuevos problemas….¿cuándo será que dejas esa política”.

Y yo sigo ahí en mi camino “revolucionario”, siempre apasionado, obstinado, terco como una mula. En mi cuarto, siempre con mis libros, una pinturas de Bolívar y otra de Fidel, que también pinté yo. Algún rato a descansar y luego…. - Hasta luego, que voy para una reunión…. “¿otra reunión?”, pregunta desconsolada mi bella mujer.

Capítulo 1

En el año 2002 nació en Colombia el PDI. Lucho Garzón, mucho antes de volverse santista, era candidato a la presidencia. Yo me metí entusiasmado al nuevo partido de izquierda. En ese entonces yo era profesor de sociales en el colegio San Ignacio de Loyola de los jesuitas en Medellín; en ese colegio todos eran uribistas menos yo, en muchos salones habían pegado afiches de Álvaro Uribe Vélez con la mano en el corazón y mirando al firmamento; yo pegué en mi salón mi afiche de Jaime Garzón, ahí si se armó Troya. El coordinador de convivencia me citó a su oficina, me llamó la atención y me ordenó que quitara el afiche de Garzón, yo, rebelde le contesté, que yo quitaba mi afiche cuando quitaran de los otros salones todos los afiches de Álvaro Uribe Vélez. Y así fue. Una pequeña victoria que no duró mucho, porque al año siguiente me echaron de la institución, claro está, por comunista y ateo.

Yo era conocido en Itagüí por mi pasión por la historia, tenía mi apartamento de soltero en el Parque Obrero, mi hábitat era asombrosa, libros, pinturas de Bolívar y botellas de licor, vivía solo, y mi apartamento parecía un bar. Tenía veinte años, no era bello pero sí era un negrito agraciado y no me faltaban las novias. Estaba en mis años dorados.

Un muchacho, líder político del municipio, del cual no quiero recordar su nombre, me propuso que yo fuera el candidato al consejo por los jóvenes de la coalición Frente Social y PDI. Yo acepté entusiasmado, así comenzaba mi vida política, me tenía tanta confianza como un Napoleón. Me dijo el hombre, “yo tengo asegurado 500 votos, vos con tu verbo te conseguís otros 500”… y empezó la campaña. Aún tengo uno de los volantes de la campaña, mi silueta, no tenía la mano en el corazón, pero también estaba mirando al firmamento.

Acá mi primera desilusión, el tipo este que era mi jefe de campaña, el de los 500 votos, me dijo: “Frank, nos están haciendo una buena oferta, pero tenemos que cambiarnos la camiseta amarilla del polo por la del partido liberal”, traducción: que traicionáramos a nuestro candidato de la coalición de izquierda y votáramos por el candidato a la alcaldía de Cesar Pérez García. Yo le dije al tipo, - no seas tan hijueputa, ándate de mi casa, y ojalá no te vuelva a ver en la vida. Efectivamente el sinvergüenza se fue con su gente, se cambió su camiseta de revolucionario y se puso la del partido liberal y me dejó tirado.

Yo seguí solo los últimos días de la campaña, pero con mi dignidad y mis principios de izquierda sólidos, obviamente el hombre se llevó sus quinientos votos, y yo con mi verbo sólo saqué ochenta y seis, la mitad fueron votos de mi familia y la otra mitad de mis amigos.

Yo quería conquistar el mundo, pero no me alcanzó ni para pagar las deudas adquiridas en la campaña. El día de las elecciones sólo me quería mi mamá.

Continuará……

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La cabeza de un cerdo y 41 años embolatados

Venía leyendo «Sin remedio», (caminando, porque leo caminando también, hasta que me caiga en un hueco) la novela de Antonio Caballero, que trata de un poeta fracasado de 31 años. Y venía pensando: ¡ese muchacho, Ignacio Escobar, el personaje de la novela, por lo menos tenía 31 años embolatados... pero, yo, el lector caminante, tengo 41, peor! ¡41 años embolatados!

Tengo un par de amigos que me quieren mucho, pero sus vidas se me han vuelto una carga pesada, no por culpa de ellos, que son bien generosos, nobles y pacientes conmigo; al igual que me pesa la vida de mi hermano mayor, él también noble y paciente conmigo. Sus vidas son un espejo hiriente porque los tres han logrado la estabilidad económica, los tres han conseguido sus apartamentos, sus trabajos estables y exitosos, viven holgadamente y han progresado según los parámetros de la clase media colombiana, que a pesar de este país, unos muchachos juiciosos trabajadores después de sus 40 años, han logrado una estabilidad. (Iba a decir estabilidad pequeñoburguesa, pero me arrepentí, porque se me empieza a salir el panfletario y quiero es escribir otra cosa hoy).

Yo soy otro Ignacio Escobar, que no sé hacia dónde se dirige mi vida. Él cree que va a escribir un poema y lleva escribiéndolo toda la vida (31 años) y no lo logra terminar, para desespero de sus amigos, de su mujer y de su mamá. Y mientras que escribe el poema va por el mundo en un desorden y en un caos de cosas, situaciones surrealistas, muy parecidas a las que me han sucedido a mí. Yo podría escribir una nueva versión de «Sin remedio», tan sólo cambiando las anécdotas trágicas y cómicas de una vida errante, sólo cambiando al poeta por un historiador.

Tengo 41 años y aún a estas alturas no sé cuál será mi porvenir. Tengo un cartón con un título de Historiador que en Colombia no sirve para nada. Estoy según mis amigos y mi esposa, «en el peor y más fracasado partido político» del país. «A lo mejor si no fueras tan izquierdista te fuera bien en la vida», y hoy estoy pensando que tienen razón. Escribí algunos libros que me han dado satisfacción «espiritual», pero, también descalabros económicos; y los lectores que tengo, pues si los tengo tampoco me voy a quejar, no seré famoso, pero tengo lectores, pero, con narcisismo literario nadie compra mercado.

«¡Qué 41 años tan embolatados Frank David! ¡Tus aventuras políticas, no dan para nada! Quizá para escribir un libro como «Sin remedio», pero, no lo has escrito tampoco», pero, ya lo empecé. «Como el poema de Ignacio Escobar que en 31 años no lo ha terminado. Tú estás con el cuento de un libro y ya llevas 41 años embolatados, la mitad haciendo nada, la otra mitad leyendo».

En eso iba pensando yo, mientras que leía y caminaba por las feas calles de Itagüí, «¡fracasado, narcisista o loco; otro, Ignacio Escobar, Frank David¡», cuando de repente me crucé de frente con un camión repartidor de carne, y adentro del camión, un carnicero fornido con un cuchillo aterrador le cortó la cabeza a un cerdo que ya estaba colgado sin tripas, el corte fue tan fácil y tan «natural», que el cuchillo parecía cortando mantequilla, y la cabeza del cerdo, o lo que quedaba de ella, cayó casi a mis pies. Y yo pensé: tantas vueltas en esta vida, para terminar como este cerdo, que un día vivió y hoy le cortan la cabeza, como si la vida no tuviera trascendencia.

No importa, Ignacio Escobar, no importa hermanos triunfadores. No importa el narcisismo, o el fracaso o el triunfo, no importa nada. Ya vendrá el carnicero que vendrá a por mi cabeza y todo habrá terminado, no habrá nada más que reprochar. No importa si son 31 o 41 años los embolatados, igual esta cabeza rodará. O a lo mejor no habrá falta el carnicero, porque por estar leyendo caminando un día de estos en la calle una volqueta me atropellará.

Ahora pienso, a propósito, que mi abuelo también era carnicero..., pero, también era político.... «¡Ay Frank David!