En el prefacio de la biografía Borges una vida Edwin Williamson cita una repuesta que dio Borges en una entrevista, y que en mi concepto, es la mejor clave para descubrir su alma:

“Yo creo que como me pasé la vida pensando en mujeres, al escribir he tratado de pensar en otra cosa. […] Claro que esto es freudiano”.

Tales pensamientos no fueron precisamente de satisfacción sino de continuas frustraciones, puesto que a Borges le sería otorgada la felicidad del amor tardíamente en su vejez.

Los libros para Borges serían lo más esencial de su existencia, pero ellos desde el principio, fueron un refugio y una salvación, situación que no siempre fue muy cómoda, sobre todo al principio:

“Desde muy joven me avergonzó ser una persona dedicada a los libros y no a la vida de acción”.

Borges pasa su infancia en la biblioteca de su padre, el hecho capital de su vida, como él mismo lo expresó en su Autobiografía. Allí nació su sueño de ser escritor, luego saldría al mundo a estrellarse con la dura realidad, es decir, con el amor no correspondido de alguna mujer. Su biógrafo relata que Borges termina sus días de la juventud esperando a una mujer:

“Esperando descubrir si podría encontrar aún la salvación como escritor o se vería condenado para siempre a la nadería del yo”.

Finalmente Borges encuentra su salvación en la escritura, poco a poco, en su búsqueda de su identidad, en su preocupación por descubrir la esencia de Argentina, se va convirtiendo en el más grande escritor de su tierra. Ya publica, y es reconocido en el mundo literario, pero aún le sigue suplicando a una mujer:

“Puedo darte mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón; estoy tratando de sobornarte con incertidumbre, con peligro, con derrota”.

Borges ya está escribiendo y de qué manera, pero:

“Sin el amor de una mujer —pensaba— no podía haber esperanza de encontrar la salvación por la escritura”.

Muchos años después otra mujer lo dejó, era tal su turbación que en un poema expresó:

“Mis instrumentos de trabajo son la humillación y la angustia; / ojalá yo hubiera nacido muerto”.

Y más adelante en una entrevista en un tono menos dramático, expresó:

“Me han dado la desdicha esa tarde, y sin embargo eso no me convierte en un gran poeta”.

Sí lo era, su fama crecía proporcionalmente a medida que crecían sus frustraciones sentimentales, ya comenzaba a ser reconocido en muchas partes del mundo. En una ocasión —nos relata Williamson— Borges:

“había recibido la invitación de enseñar en la Universidad de Texas, había esperado que hubiera más chicas que muchachos en sus clases, pero «de inmediato me avergoncé de mis pensamientos, como si hubiera imaginado algo pecaminoso»; y sin embargo «es tan poderosa la magia femenina», observó, mientras se lanzaba a volcar alabanzas sobre el sexo opuesto: «¡Qué encanto las mujeres! ¡Qué agradable es escucharlas cuando hablan! ¡Qué misteriosa fuerza deben poseer para hacer interesante todo cuanto las rodea»”.

Pero su mala suerte con ellas no parecía cambiar —más adelante agrega Williamson—

“la historia de sus fracasos en el amor había seguido repitiéndose como burlas cada vez más crueles de manifestaciones anteriores”.

Borges se envejeció y se quedó ciego en estas circunstancias, ahora era un gigante de las letras. En mi opinión, después de Proust el escritor más importante del siglo XX, ya era reconocido por todo el mundo. Ya viejo, y aún su madre se interponía en su búsqueda de la felicidad con otras mujeres. Finalmente con gran resignación y sin amor, Borges se casó con una mujer que no quería, tan sólo por eludir la soledad. Como era de esperarse este matrimonio no duró.

Pero, por fin el azar de la existencia le deparó a Borges, después de tantos rechazos y sufrimientos, la felicidad: María Kodama una discípula “jovencita prolija, sobria, de blusa blanca y falda sencilla” que le ayudaba a leer y a descifrar sus textos anglosajones.

Borges se enamoró locamente y escribía para sí mismo:

“Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo. […] El nombre de una mujer me delata. / Me duele una mujer en todo el cuerpo”.

No voy a narrar la historia de este gran amor entre María Kodama y Borges, sería absurdo, para eso está la última parte de la biografía que realizó Williamson que con gran acierto la tituló El amor recobrado. Basta decir que Borges fue correspondido y de la menara más sublime por María Kodama, quien le hizo sentir a Borges en los últimos años de su vida el placer que quiere eternidad.

Williamson en este capítulo nos hace el recuento del periplo amoroso de Borges, veamos: “En la mitología personal que había inventado [Borges] a lo largo de los años, Norah Lange representaba la Beatriz original para su Dante; era ella quien en 1925-26 había sido su encarnación del Aleph, el principio unificador supremo, el número que abarcaba a todos los demás. Y fue entonces cuando había concebido la idea de la salvación por la escritura: la creación de una obra maestra que destilaría la esencia de su vida y así justificaría su existencia. Después de que Norah lo rechazara por Oliviero Girondo, experimentó las agonías del infierno personal, pero en 1940 se había enamorado de Haydée lange, la «nueva Beatriz» que le ofrecería la salvación que Norah le había negado. Ése fue el período que bajo la influencia de Dante, empezó a componer El Congreso, la obra maestra que había esperado que pudiera salvarlo como escritor. Haydée Lange, sin embargo, también había rechazado a Borges, así que trató de encontrar otras mujeres que desempeñaran el papel salvador de su «nueva Beatriz». Había buscado llenar ese rol con Estela Canto, Cecilia Ingenieros, Margarita Guerrero, y sin duda otras, también, pero falló con todas ellas; su vida en consecuencia, se había cerrado sobre él, y hasta su tardío casamiento con Elsa Astete terminaba en fracaso. Sin embargo, la separación inminente de Elsa abría una vez más la perspectiva de realizar el proyecto dantesco de la salvación, aun cuando todavía no había descubierto si su nuevo amor, María Kodama, aceptaría convertirse en la «nueva Beatriz» en su vida”.

En esos días, Borges escribió su Autobiografía y terminó el texto con estas palabras:

“Ya no considero inalcanzable la felicidad como me sucedía hace tiempo. Ahora sé que puede ocurrir en cualquier momento, pero no hay que buscarla. […] Lo que quiero ahora es la paz, el placer del pensamiento y de la amistad. Y aunque parezca demasiado ambicioso, la sensación de amar y ser amado”.

Pues bien, digamos que por justicia ′terrenal’ más no ′divina’ así fue. Pudo amar a María Kodama y ella lo amó.

Williamson nos relata el pasaje apasionante cuando Borges y María estaban juntos en Islandia.

Borges “reunió el coraje de declararle sus sentimientos a María, y ella contestó a su vez reconociendo que lo de ella era más que una amistad, era amor. Borges entonces le confesó a María que se sentía como si hubiera estado esperándola toda la vida, y fue en el contexto de un sueño de larga data hecha realidad donde concibió la idea para un cuento que, como le dijo a María en Islandia en esa época, se proponía dedicarle alguna vez. El germen de ese cuento era un encuentro entre un hombre mayor y una mujer joven que le recuerda a una muchacha que lo había rechazado en la juventud; mientras le hace el amor a la mujer, siente que el recuerdo del amor anterior, no correspondido, por fin queda borrado”.

Después en un poema de 1971 Borges declaró:

“Una sola mujer es tu cuidado, / igual a las demás, pero que es ella”.

Y aun así, cuando por fin encontró a su “Beatriz” y le dejó a la humanidad, en su obra, la más alta y más grande creación literaria, le dijo a un amigo, estas desoladoras palabras:

“Pasamos la vida esperando nuestro libro y nunca llega”.

Frank David Bedoya Muñoz

Notas

Foto de Jorge Luis Borges, 1943, © Gisèle Freund

(1) Esta reseña es un Fragmento de mi libro: “Tras los espíritus libres”.

https://sites.google.com/site/bolivarynietzsche/home/los-espiritus-libres

(2) Edwin Williamson, Borges una vida, Seix Barral, 2006. (En adelante todas las citas de esta misma fuente)