Oda a Mauricio Ospina

- Oda a Mauricio Ospina -

Han matado a un ser infinitamente hermoso en Medellín.

Yo, por ser criado en una sociedad machista hasta los tuétanos, reprimí la parte homosexual de la bisexualidad que Freud reclamaba para todos los seres humanos. Pero, como ya estoy viejo y no me importa “el qué dirán”, quiero cantarle una oda de amor a Mauricio Ospina.

Desde su absurda muerte, muchas veces sollozo y me atrapa una extraña tristeza que nunca antes había sentido. “No llore sea machito”, dirán muchos. No confieso esta congoja tampoco para hacer alarde de las “nuevas masculinidades”, lo que ocurre es que hoy, caminando por las calles de Carlos E, sentí que Mauricio se me aparecía en un chico parecido a él. Ahí volví a llorar. Y decidí escribir una oda de amor para él. Pero él ya no está, no la leerá, no la escuchará. Y yo soy ateo, y me duele mucho hoy ser ateo, porque si no lo fuera, y fuera creyente, creería que Mauricio está en el cielo y escucharía mis plegarias. Pero soy ateo, cada vez más. Y sé que él desapareció, su conciencia, su serena mirada.

Era muy bello. No porque todos los muertos son buenos y bellos, sino porque en verdad lo era. Y más allá de su belleza física tenía una belleza interior más acentuada. Ya sé que estoy escribiendo como una muchacha de quince años, pero es que la tristeza me ha puesto frágil. El historiador aguerrido está guardado. Hoy soy más Proust o Cortázar que Bolívar o Nietzsche. Lloro y declaro un sentimiento a un amigo que me han matado.

Yo alcancé en vida decirle a Mauricio que lo quería mucho y que estaba agradecido por su amistad. No le decía cosas bonitas, porque somos machitos, pero si le dije que me alegraba su amistad. Tomamos la costumbre de regalarnos libros leídos. Nos encontrábamos a conversar. Él iba a mis conferencias, leía con interés cuanta carajada yo escribía. Recuerdo un día que me citó en la Casa Museo Otraparte, para presentarme otro amigo que estaba leyendo mis escritos. Mauricio era un puente. Un ángel que unía a los seres sensibles. Estaba muy feliz cuando se fue a vivir a Carlos E. Restrepo. Yo lo felicité por estar viviendo en el mejor vividero de Medellín. Estaba radiante.

Era bello y calmado. Siempre sereno, nunca lo vi enojado. Sí preocupado por el mundo, pero con una calma infinita. Yo era el apasionado, el loco impulsivo, el radical. Él leía a Lenin con una tranquilidad estremecedora. Me escuchaba con mucha atención mis aventuras políticas, como cuando un niño escucha emocionado los cuentos de un abuelo. Yo quise proponerle que se fuera conmigo a Bogotá, para que él también fuera asesor en el congreso y jefe de prensa de un congresista de izquierda, existía la posibilidad. Me dijo que no, que me lo agradecía mucho, pero que prefería su actual tranquilidad. Creo que ya intuía el caos donde me metí yo.

Se suponía que yo iba a ganar mucha plata, y le iba a prestar plata a él, pero nunca le presté nada. Era él quien me prestaba a mí, cada vez que yo me metía en un nuevo problema. Luego le pagaba y de interés le daba un libro viejo y leído. A lo último yo le prometí que lo iba a incluir en mis memorias, él como un “Engels” y yo como un “Marx”, no por narcisismo, sino él por generoso, y yo por desordenado.

Me explicó cómo viajar a Cuba. Desde la compra del tiquete, hasta los consejos más prácticos para sacarle el mejor provecho a la isla. Mauricio no era arrogante, pero era siempre superior. Era generoso por naturaleza. Era un ángel terrenal.

La mayor alegría me la dió cuando me invitó a presentar mi libro: “En lo alto de un barranco hay un caminito” en la biblioteca donde trabajaba. Él me presentó al auditorio y moderó una amena conversación. Él artista, yo escritor, hicimos esa tarde una danza con la palabra. Ahora, el ejemplar de mi librito que le regalé, no sé dónde estará. Mauricio ya no me puede leer. Perdí un lector. Uno de los mejores lectores que se pueda conseguir un escritor que anda buscando lectores. Porque conseguir lectores es muy difícil. Y más aún como él.

Mauricio era dibujante. Pero también escribía, uno de sus relatos narraba la historia de un joven que se fue a vender revistas viejas de SoHo a los jubilados del parque de Itagüí. Sólo Kafka me había hecho reír tanto, como me reí con ese relato de Mauricio. Ahora no pude saber si ese relato era ficción o era autobiográfico. No importa. Al pensar en ese texto vuelvo a sonreír y ya no hay más lágrimas.

Una oda para Mauricio Ospina:

Ven muchacho bonito, con tus dibujos y tus grandes sueños. Ahora estás pintado aquella carita feliz -que creaste, que tanto te gustaba- en el firmamento. Ven, Mauricio amado, que este mundo está muy verraco y necesitamos la calma de tus miradas.

Para ti, Mauricio una oda de amor. No es una canción de una muchacha, es una oda de tu incorregible amigo, el aventurero historiador.

Frank David Bedoya Muñoz

Enero 22 de 2019.