Anotaciones sobre el cuerpo humano mujer, a propósito de la serie Santa Evita






Escrito de Frank D Bedoya M

Evita es deseada, amada, admirada, temida, idolatrada, embalsamada, santificada. Su cuerpo en vida y muerte se convierte en una deidad.


Es verdad que en la cultura se ejerce, por parte del hombre en contra de la mujer, una violencia sin límites, pero, no creo en la tesis de Carolina Sanín de que, “casi todos los hombres son enemigos de todas las mujeres”. El hombre por sí mismo, por su “naturaleza”, no es enemigo de la mujer. Solo que los hombres primarios, estropeados en su psiquis y excluidos de un equilibrio social, estos hombres convierten su deseo y su temor por la mujer en violencia. Y es tarea de la sociedad procurar un estado de cosas para que la agresividad primaria del macho humano desaparezca.


Es entendible que exista un odio de la mujer por el hombre. De hecho, algunas, feministas desdeñarán este escrito, no por sus argumentos, sino porque estas palabras las escribió un hombre. Tanto, el odio de la mujer hacia el hombre como el temor del hombre hacia a la mujer, son sentimientos irracionales. El germen de la violencia siempre es el temor. El hombre no es enemigo de la mujer. El hombre le tiene miedo a la mujer, de ese miedo puede salir una obra de arte (una novela, una pintura) o una agresión física que puede devenir en un asesinato. Lamentablemente, en la humanidad, ha predominado más la violencia que el arte.


Evita es amada.


El hombre desea el cuerpo de la mujer, pero un cuerpo, sea cuerpo hembra o macho, un cuerpo nunca se puede “poseer”. Se logran encuentros pasionales y desencuentros, acercamientos, movimientos, nada más. Nadie es dueño del cuerpo de nadie, porque nadie es dueño ni de su propio cuerpo. El cuerpo es movimiento, un sistema físico, químico y biológico con una voluntad de vivir, pero que, en el caso de un daño de sus órganos, por ejemplo, el cerebro o el corazón, en ese momento el cuerpo pierde la vida. Un cuerpo muerto, solo es una masa de carne, líquidos y huesos en descomposición, después: la nada. La muerte es la nada.


Un hombre puede pretender secuestrar una mujer, casarse con ella, tener una imagen de ella, puede amarrarla, puede embalsamarla y esa “posesión” siempre será una ilusión. Ni Evita, estando embalsamada, le perteneció al hombre frágil que por unos instantes tenía “dominio” sobre su cuerpo.


Se desean los cuerpos, pero no se poseen los cuerpos. Se puede convertir a un cuerpo en objeto de adoración, la auto exhibición en extremo de la belleza es también la cosificación de un cuerpo. Volverlo objeto, tanto quien se toma miles de autorretratos, como quien colecciona fotografías y está preso de ellas. Se desea la belleza, eso simplemente es así, no es un pecado este deseo. Quizá la filosofía es el intento de explicar qué es el deseo humano. El enredo es cuando, de una forma absurda, se cree que la belleza, la propia o la ajena, se puede “tener”, más absurdo aun, cuando se pretende “tener la belleza” eternamente.


Evita es temida.


Nosotros los hombres le tenemos miedo a la mujer. No voy a meterle psicoanálisis a estas notas, pero quizá el neurótico le teme más. Ya dije al principio que, de ese temor a la mujer, puede surgir: la vida convertida en arte o la muerte producto de la violencia.


¿Por qué se teme a la mujer? (Creo que, ya es hora de poner fin a este escrito que me puede poner en aprietos)


La mujer se teme porque el hombre la convierte en una deidad, una diosa, una santa. Volver a una mujer una diosa, también puede conllevar a la violencia, a la posesión, al dominio; a la mujer santa se le pide virginidad, se le exige irracionalmente la administración-dominación de su sexo; la mamá, la esposa, la mujer propiedad, primero se santifica, después se le quiere hasta embalsamar. Puede que una pequeña admiración, o la aceptación del enigma mujer no haga daño, pero el problema está cuando la deidad muestra su carácter terrenal, y el hombre se da cuenta que no tiene nada, que no puede poseer a la mujer, que no es dueño ni de sí mismo. ¡Con que facilidad olvidamos que vamos a morir!


¿Por qué el narrador de A la busca del tiempo perdido toma prisionera a Albertine? Porque la deseaba y la temía. Ella huye, muere en un accidente, el narrador la pierde para siempre, no la puede embalsamar como hicieron con Evita. Albertine entonces es novelada, otra forma de buscar la eternidad, otra forma de embalsamar.


¿Por qué se teme a la mujer? Porque es bella y porque es superior. No hemos salido de la santificación. Quizá lo más simple sería admitir que Evita no fue una santa, tan solo era una mujer terrenal; bella, por un tiempo determinado de su ciclo vital; y, política, embriagada con el amor del pueblo. “No quiero que me olviden, Juan, ¡por favor no dejes que me olviden!”



Frank David Bedoya Muñoz

4 de agosto de 2022