(Fragmentos de dos conferencias de Frank D Bedoya M presentadas en la casa Museo Otraparte el 22 de marzo de 2007 y en el Pequeño Teatro el 6 de octubre de 2008) (1)
Es muy conocida la última proclama del Libertador (que siempre es buena recordarla y ahora lo haremos) pero, existe una carta menos conocida que, en mi opinión, es el mejor documento político como conclusión y legado de Simón Bolívar, de hecho, tan solo esta carta sirve para aclarar los disparates de quienes sostenían que “al final, Bolívar quería ser un rey”.
Se trata de una carta (2) del Libertador Simón Bolívar al general Daniel Florencio O´Leary, fechada en Guayaquil, el 13 de septiembre de 1829.
En esta carta, Bolívar, a un año de su muerte, hacía un justo balance de las opciones políticas de Colombia. Observémosla en detalle.
“Consultemos la extensión de Colombia, su población, el espíritu que domina, la moda de las opiniones del día, el continente en que se halla situada, los estados que la rodean y la resistencia general a la composición de un orden estable. Encontraremos por resultado una serie de amenazas dolorosas que no nos es dable desconocer”.
Comenzaba criticando tajantemente la idea de establecer algún tipo de monarquía: “Yo no concibo que sea posible siquiera establecer un reino en un país que es constitutivamente democrático, porque las clases inferiores y las más numerosas reclaman esta prerrogativa con derechos incontestables, pues la igualdad legal es indispensable donde hay desigualdad física, para corregir en cierto modo la injusticia de la naturaleza. […] La pobreza del país no permite la erección de un gobierno fastuoso y que consagra todos los abusos del lujo y la disipación. […] Nadie sufriría sin impaciencia esta miserable aristocracia cubierta de pobreza e ignorancia y animada de pretensiones ridículas.... No hablemos más, por consiguiente, de esta quimera”.
Luego pasaba a la crítica del federalismo: “Todavía tengo menos inclinación a tratar del gobierno federal: semejante forma social es una anarquía regularizada, o más bien, es la ley que prescribe implícitamente la obligación de disociarse y arruinar el estado con todos sus individuos. Yo pienso que mejor sería para la América adoptar el Corán que el gobierno de los Estados Unidos”.
Y finalmente su designio: “No queda otro partido a Colombia que el de organizar, lo menos mal posible, un sistema central competentemente proporcionado a la extensión del territorio y a la especie de sus habitantes. […] Sí he de decir mi pensamiento, yo no he visto en Colombia nada que parezca gobierno ni administración ni orden siquiera. Es verdad que empezamos esta nueva carrera y que la guerra y la revolución han fijado toda nuestra atención en los negocios hostiles. Hemos estado como enajenados en la contemplación de nuestros riesgos y con el ansia de evitarlos. No sabíamos lo que era gobierno y no hemos tenido tiempo para aprender mientras nos hemos estado defendiendo. Mas ya es tiempo de pensar sólidamente en reparar tantas pérdidas y asegurar nuestra existencia nacional. […] La relajación de nuestro lazo social está muy lejos de uniformar, estrechar y unir las partes distantes del estado. Sufrimos, sin poderlo remediar, tal desconcierto, que sin una nueva organización el mal hará progresos peligrosos”.
Luego de este examen, Bolívar concluía que, a Colombia, sólo le quedaban en ese momento dos opciones: o la división de la Nueva Granada y Venezuela, o la creación de un gobierno vitalicio y fuerte. Ya sabemos que la primera opción le aterraba, y que la segunda era su predilección, pero ya a esas alturas no tenía esperanza alguna. "Yo no veo el modo de suavizar las antipatías locales y de abreviar las distancias enormes. […] ¡Ojalá pudiéramos conservar esta hermosa unión!.... Es preciso que Colombia se desengañe y que tome su partido, porque no la puedo mandar más".
La “gran” Colombia se derrumbó, el sueño de unión continental de Suramérica aún se esfumó más. Los pueblos recién liberados se sumergían en la anarquía y el desorden, los caudillos ambiciosos y hambrientos de poder, revoloteaban como gallinazos esperando la muerte del Libertador. En el año 1830 Bolívar le escribe a Mosquera: “Estoy resuelto a irme de Colombia, a morir de tristeza y de miseria en el extranjero. Ay, amigo, mi aflicción no tiene lugar porque la calumnia me ahoga”.
Acompañado de un reducido número de amigos emprendió su último viaje en un lento ascenso por el río Magdalena. Y como si el dolor no fuera poco, el 1 de julio de 1830, recibió la noticia del asesinato del general Sucre, los traidores habían matado a su más fiel colaborador y amigo; qué se podía esperar de esta tierra de infieles y asesinos, el escenario de Colombia plagado de asesinatos políticos, comenzaba su función. Bolívar indignado exclamó: “Se ha derramado la sangre del inocente Abel”.
Su última morada fue la quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta, allí exclamó la conmovedora frase: “Los tres más grandes majaderos de la Humanidad hemos sido, Jesucristo, Don Quijote y yo”.
Luego escribe su última proclama:
“Colombianos: Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono. Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales. ¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro. Simón Bolívar. Hacienda de San Pedro, en Santa Marta, a 10 de diciembre de 1830”. (3)
Faltaban pocos días para su fin. Pero antes de su muerte, ¿cómo fue la soledad de sus últimos días? En este punto, quiero realizar un sentido homenaje a Gabriel García Márquez y en especial a su obra literaria El general en su laberinto. (4)
Esta novela histórica que ha sido reconocida como una de las mejores de su género en todo el mundo, es la creación artística más fiel a la psiquis de nuestro Libertador, los que nos hemos pasado la vida leyendo libros sobre Bolívar, sabemos y reconocemos que El general en su laberinto es la mejor fuente para conocer al gran hombre de Suramérica. Observemos unos fragmentos:
“[…] Era el fin. El general Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios e iba para siempre. Había arrebatado al dominio español un imperio cinco veces más vasto que las Europas, había dirigido veinte años de guerra para mantenerlo libre y unido, y lo había gobernado con pulso firme hasta la semana anterior, pero a la hora de irse no se llevaba ni siquiera el consuelo de que se lo creyeran. El único que tuvo bastante lucidez para saber que en realidad se iba, y para donde se iba, fue el diplomático inglés que escribió en un informe oficial a su gobierno: «El tiempo que le queda le alcanzará a duras penas para llegar a la tumba».
[…] El general amaneció tan mal el 10 de diciembre, que llamaron de urgencia al obispo Estévez, por si quería confesarse. El obispo acudió de inmediato, y fue tanta la importancia que le dio a la entrevista que se vistió de pontifical. Pero fue a puerta cerrada y sin testigos, por disposición del general, y sólo duró catorce minutos. Nunca se supo una palabra de lo que hablaron. El obispo salió de prisa y descompuesto, subió a su carroza sin despedirse, y no ofició los funerales a pesar de los muchos llamados que le hicieron, ni asistió al entierro. El general quedó en tal mal estado, que no pudo levantarse solo de la hamaca, y el médico tuvo que alzarlo en brazos, como a un recién nacido, y lo sentó en la cama apoyado en las almohadas para que no lo ahogara la tos. Cuando por fin recobró el aliento hizo salir a todos para hablar a solas con el médico. «No me imaginé que esta vaina fuera tan grave como para pensar en los santos óleos», le dijo. «Yo no tengo la felicidad de creer en la vida del otro mundo». «No se trata de eso», dijo Révérend «Lo que está demostrado es que el arreglo de los asuntos de la conciencia le infunde al enfermo un estado de ánimo que facilita mucho la tarea del médico». El general no le prestó atención a la maestría de la respuesta, porque lo estremeció la revelación deslumbrante de que la loca carrera entre sus males y sus sueños llegaba en aquel instante a la meta final. El resto eran las tinieblas. «Carajos», suspiró. «¡Cómo voy a salir de este laberinto!»”.
El 17 de diciembre de 1830, en la hora 1:oo pm el Libertador murió. Como bien lo dijo Mario Hernández (5), a partir de ese momento, Simón Bolívar entraría en los vastos espacios de la Historia y de la Gloria eterna.
Frank D Bedoya M
(1)
https://www.otraparte.org/agenda-cultural/literatura/zaratustra-2007/
https://sites.google.com/site/bolivarynietzsche/p%C3%A1gina-principal/todo-bol%C3%ADvar
(2)
https://archivodellibertador.gob.ve/archlib/web/index.php/site/documento?id=2903
(3) Vicente Lecuna, Proclamas y discursos del libertador, Gobierno de Venezuela, 1939.
(4) Gabriel García Márquez, El general en su laberinto, Editorial Oveja Negra, 1989.
(5) Mario Hernández Sánchez-Barba, Simón Bolívar una pasión política, Ariel, 2004.
Pintura portada:
José María Espinosa. Simón Bolívar. Lápiz sobre papel, 0,15 x 0,10. Bogotá, 1830