En 1891 se crea en Londres el Teatro Independiente que se ve como un intento de trasladar a Inglaterra la experiencia del Teatro Libre de Antoine.
El dramaturgo del Teatro Independiente desde el primer momento fue Bernard Shaw (1856-1950) que estrenó en 1892 Casa de viudos, muy influenciado por Ibsen muestra ya el espíritu crítico a la burguesía inglesa que va a presidir toda su obra. Su obra más conocida es Pigmalión (1913), una comedia ingeniosa de diálogos ágiles, alejada del naturalismo. Le concedieron el Premio Nobel en 1925.
Por otra parte, Oscar Wilde (1856-1900) combina la escritura de obras simbólicas con dramas realistas, aunque sus preferencias siempre fueron el vodevil y las comedias de corte
costumbrista. Su personalidad extrovertida y extravagante, hizo de él un personaje frecuente en los salones de la burguesía a la que, por otra parte, fustigó en sus obras: El abanico de Lady Windermere (1892) y La importancia de llamarse Ernesto (1895). Sus diálogos teatrales muestran un lenguaje brillante y sutil, con abundantes recursos poéticos (paradojas, ironías...). Es también conocido su drama Salomé en el que la protagonista encarna la maldad envuelta en lazos de lujuria y obsesión. La escribió en francés para Sarah Berhardt, que la estrenó en París. A pesar de que los dos dramaturgos anteriores eran de origen irlandés, no son ellos los que llevan adelante la renovación del teatro en Irlanda sino que llega de la mano de dos autores de fondo nacionalista con el afán de mostrar la realida cultural irlandes y una expresión teñida de humor. Son el poeta William B. Yeats (1865-1939) y Lady Gregory (1852-1932). Juntos fundaron el Teatro Literario irlandés y el Abbey Theatra. Otros dramaturgos son John M. Synge (1871-1909) que recoge leyendas y mitos del folclore irlandés: Jinetes hacia el mar.Sean O´Casey (1884-1964) buscó retratar el modo más realista posible la vida de los barrios bajos dublineses y reivindicar la independencia irlandesa frente a la corona británica: La sombra de un pistolero.
El modelo es el teatro de Antoine con algunos rasgos propios: humor, poesía y costumbrismo sin evitar las reivindicaciones sociales y políticas, especialmente frente a la corona británica. Su estilo se puede resumir en el lema que adoptó Lady Gregory: «Pensar como un hombre sabio, expresarse como la gente corriente».
EL REALISMO EN LOS ESTADOS UNIDOS
El inicio del teatro autóctono estadounidense lo podemos situar en torno a la Guerra de Secesión (1861-1865). La popularidad del teatro hacia finales de siglo en EEUU se mide por la cantidad de salas que tenían actividad constante.
Un dato importante es que la Universidad se preocupa por el teatro y George Pierce Baker, profesor de Harvard, habla del escenario como el laboratorio de los dramas. Un alumno suyo, Eugene O’Neill (1888-1953) será el iniciador del teatro moderno americano.
O’Neill conocía perfectamente el mundo teatral y su público ya que su padre, James O’Neill era un actor de origen irlandés que llevaba a la familia allí donde trabajaba. Eugene O’Neill era un gran admirador del teatro clásico griego y eso, unido al profundo conocimiento de la sociedad que le rodeaba, da a muchas de sus obras un tinte trágico inconfundible. Un ejemplo es A Electra le sienta mal el luto (1931) en la que funde la historia del personaje clásico con la sociedad contemporánea.
El teatro de O’Neill evolucionó hacia el simbolismo y se vio muy influido por las teorías de Freud. Tras su muerte, su viuda publicó Largo viaje hacia la noche (1956), obra en la que O’Neill había incorporado experiencias, algunas trágicas, de su propia familia.
Es evidente la influencia que O’Neill tuvo en otros dos dramaturgos estadounidenses: Tennesse Williams (1911-1983) y Arthur Miller (1915-2005) este último, más cercano a la fórmula realista, nos ha dejado títulos memorables como Todos eran mis hijos (1947) o La muerte de un viajante (1949), una crítica al sueño americano en la figura de un viajante cuya frustración le conduce al suicidio.
Lee aquí un fragmento de la obra
En el desarrollo de la escena neoyorquina a partir de 1931 tiene mucho que ver el Group Theatre fundado, entre otros, por Lee Strasberg que adoptaron el método Stanislavski de la primera época. Cuando se disolvió el Groupe Theatre en 1941, Strasberg fundó el Actor’s Studio que aún mantiene el prestigio entre los actores de Nueva York y de Hollywood.
Arthur Miller
EL REALISMO EN ESPAÑA
En España a finales del siglo XIX no encontramos ninguna figura que se ocupara de la renovación del panorama teatral como había sucedido en el resto de Europa.
A principios del siglo XX la escena española está dominada por las grandes compañías cuyos propietarios eran, a la vez, directores, actores principales y programadores e imponían sus gustos a los “empresarios de paredes”. Puesto que ellos eran los dueños, las obras representadas servían para lucir sus habilidades, lejos del teatro como trabajo colectivo que hemos visto en otros países. Un ejemplo de ello es la compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza.
Se empiezan a dar algunos pasos hacia la renovación con Gregorio Martínez Sierra (1881-1941), empresario y director que probó algunos cambios entre 1917 y 1926 en el Teatro Eslava con la colaboración de la primera actriz Catalina Bárcena. En esta tarea tuvo un papel fundamental y oculto la esposa de Martínez Sierra, María Lejárraga (1874-1974). Ella fue la autora de todas las obras que firmó su marido, incluso después de separados.
Otros intentos de renovación vienen de la mano de la actriz Margarita Xirgu y del Teatro Escuela de Arte de Rivas Cherif. Benito Pérez Galdós nunca alcanzó la excelencia de sus novelas. Su obra más significativa es Electra, donde enfrenta las fuerzas conservadoras y las liberales a través de la protagonista.
En definitiva, a finales del siglo XIX el teatro en España ya no era el espectáculo donde se daban cita todo tipo de público, sino que estaba copado por la burguesía y estaba representado por la “alta comedia” con autores como el neorromántico José Echegaray (1832-1916) y Jacinto Benavente (1866-1954). Aunque este último sí hizo algunos esfuerzos por rebajar el tono melodramático de sus personajes para hacerlos más acordes a una representación realista, por lo general era un teatro de excesivo conservadurismo estético e ideológico.
Paralelamente se daba un teatro menor, más popular, el “teatro por horas” formado por piezas de un solo acto, con humor, moraleja y calidad desigual.