El rico Orgón está seducido por la palabrería del santurrón Tartufo hasta el punto de cederle todas sus riquezas ya que cree ver en él un ejemplo de honestidad sin igual. Además quiere casarle con su propia hija que le detesta. Las intenciones del Tartufo son otras: seducir a la bella y joven mujer de Orgón, quedarse con todo y echarles de casa. Solo la intervención del Rey impide que sus deseos se cumplan.
ACTO III. ESCENA II
TARTUFO, DORINA (criada de Orgón)
TARTUFO (Se dirige a su criado en cuanto ve a DORINA): Guardad, Lorenzo, mi disciplina y cilicio y orad porque el Cielo os ilumine siempre. Decid, si alguien me busca, que he ido a repartir limosnas entre los presos.
DORINA: ¡Cuánta afectación y cháchara!
TARTUFO (A DORINA): ¿Qué queréis?
DORINA: Deciros ...
TARTUFO: (Sacando un pañuelo del bolsillo) ¡Oh Dios mío! Hacedme la merced, Dorina, de tomar este pañuelo antes de hablarme.
DORINA: ¿Para qué?
TARTUFO: Para cubriros ese seno, cuya vista no puedo soportar. Cosas así lesionan las almas y hacen nacer culpables pensamientos.
DORINA: Fácil sois a las tentaciones. ¿Tanta impresión causa la carne sobre vuestros sentidos? Ya, veo que os sube no sé qué calor a la cara. Mas yo no soy tan pronta en anhelar y podría veros desnudo de arriba abajo sin que me tentase vuestra piel.
TARTUFO: Hablad con un tanto más de recato si no queréis que me aleje.
DORINA: Yo soy quien os dejo tranquilo, que sólo he de deciros dos palabras. La señora va a descender a esta sala y os pide la gracia de una conversación.
TARTUFO: Muy de mi agrado.
DORINA :(Aparte.) ¡Cómo se ablanda! A fe que sigo pensando lo que siempre.
TARTUFO: ¿Vendrá pronto?
DORINA: Ya me parece oírla. Sí, ella es os dejo.
ESCENA III
ELMIRA (mujer de Orgón) , TARTUFO
TARTUFO: El Cielo os sea siempre propicio, os dé salud de cuerpo y de alma y bendiga vuestros días tanto como lo desea el más humilde de aquellos que viven inspirados por el celestial amor.
ELMIRA: Muy agradecida quedo a ese piadoso deseo. Pero tomemos una silla para estar mejor.
TARTUFO: ¿Os sentís repuesta de vuestro mal?
ELMIRA: Del todo. La fiebre pasó muy pronto.
TARTUFO: No tienen mis plegarias el mérito que es menester para haber atraído esa gracia de lo alto; mas dígoos que no he hecho al Cielo ninguna devota instancia que no haya tenido por objetivo vuestra convalecencia.
ELMIRA: Ciertamente vuestro celo se ha interesado en exceso por mí.
TARTUFO: Nunca hay exceso en anhelar vuestra cara salud y por restablecerla gustoso hubiese dado la mía.
ELMIRA: Eso es llevar muy lejos la caridad cristiana. Mucho os agradezco tantas bondades.
TARTUFO: Harto menos hago por vos de lo que merecéis.
ELMIRA: He querido hablaros en secreto de un negocio y me contenta en extremo que nadie nos aceche.
TARTUFO: La misma cosa me contenta a mí; que me es muy dulce verme solo con vos, señora. Ocasión era esta que había pedido con ahínco al Cielo sin que hasta ahora me fuera concedida.
ELMIRA: Lo que por mi deseo es que me abráis vuestro corazón sin ocultarme nada.
TARTUFO: Tampoco quiero yo otra cosa, y por gracia singular tengo mostrar a vuestros ojos toda mi alma. Y os juro que las demostraciones que he hecho sobre las visitas que vuestros encantos aquí reciben, no son efecto alguno hacia vos, sino de un transporte de celo que me impulsa, y de un puro movimiento de..
ELMIRA: Así lo entiendo, y creo que por mi salvación os tomáis ese cuidado.
TARTUFO: (Apretando la punta del dedo de ELMIRA) Sin duda, señora; y tal es mi fervor...
ELMIRA: ¡Uf, Cuánto me apretáis!
TARTUFO: Hágolo por exceso de celo, no por causaros otro daño. Antes bien... (Le apoya la mano en la rodilla.)
ELMIRA: ¿Qué hace vuestra mano ahí?
TARTUFO: Tocaba vuestro vestido, que es de tela muy suave.
ELMIRA: Dejadme, os lo ruego; que soy muy cosquillera.
TARTUFO: ¡Dios mío, que labor tan maravillosa la de este punto! En verdad que se trabaja hoy milagrosamente; nunca se ha visto hacer tan bien todas las cosas.
ELMIRA: Verdad es. Pero hablemos de nuestro asunto. Se afirma que mi marido quiere retractarse de su palabra y casar a su hija con vos. ¿Es cierto?
TARTUFO: Algo me ha dicho de ello, mas, en verdad, señora, no es ésa la felicidad porque suspiro, sino que veo en otra parte los maravillosos atractivos de la dicha que anhelo.
ELMIRA: Como no amáis las cosas terrenales...
TARTUFO: Pero el corazón que encierra mi pecho no es de piedra.
ELMIRA: Pues yo creía que todos vuestros suspiros tienden al Cielo y que nada atrae, aquí abajo, vuestros afanes.
TARTUFO: El amor que nos inclina a las cosas eternas no ahoga en nosotros el amor de las temporales. Fácil es que nuestros sentidos se hechicen ante las obras perfectas que el Cielo ha formado. En las personas de vuestro sexo refléjanse los atractivos del Cielo, mas éste ha expuesto en vos sus maravillas más raras, derramando sobre vuestra faz bellezas que sorprenden los ojos y transportan los corazones. Sí, ¡oh perfecta criatura!, no he podido veros sin admirar en vos al autor de la naturaleza y sentir mi corazón herido de ardiente amor hacia la más bella de las imágenes en que él se ha pintado. Pensé primero que este secreto ardor pudiera ser astucia del Malo y resolví huir de vuestros ojos creyéndoos obstáculo a mi salvación. Pero luego he conocido, ¡oh amabilísima beldad!, que esta pasión puede no ser culpable, y que cabe ajustarla con el pudor; y ello me ha llevado a rendiros, mi corazón. Reconozco ser gran audacia haceros la ofrenda de ése corazón, mas mis votos lo esperan todo de vuestra bondad y nada de los vanos esfuerzos de mi flaqueza. En vos tengo mi esperanza, mi quietud, y mi bien, de vos dependen mi pena o mi felicidad, y por vuestro decreto seré, si queréis, dichoso; desgraciado, si os place.
ELMIRA: ¡Galante declaración, sí que un tanto sorprendente, a la verdad! Me parece que debiérais armar mejor vuestro corazón y razonar un poco sobre semejante designio, porque un devoto como vos, y de quien se habla por doquier...
TARTUFO: No por devoto tengo menos, de hombre, y cuando se contemplan vuestros celestes encantos el corazón déjase prender en ellos y no razona. Bien sé que tal discurso parece extraño en mí; pero al cabo, señora, no soy un ángel, y si condonáis la confesión que os he hecho, a vuestros hechiceros atractivos debéis acusar. Desde que vi brillar vuestro sobrehumano esplendor, os hice soberana de mi ánimo. La inefable dulzura de vuestras miradas divinas forzó la resistencia en que mi corazón se obstinaba, venciendo ayunos, lágrimas y plegarias, y dirigiendo todos mis votos a vuestros encantos. Mil veces os lo han dicho mis ojos y mis suspiros, mas, para mejor explicarme, empleo la voz ahora y os digo que si contempláis con alma benigna las tribulaciones de vuestro indigno esclavo, si queréis con vuestras bondades consolarme y hasta mi nulidad descender, yo tendré siempre hacia vos, ¡oh suave maravilla!, una devoción sin posible par. Ningún riesgo corre vuestro honor conmigo ni desgracia alguna debéis temer de mi parte. Porque todos esos galanes cortesanos que enloquecen a las mujeres son ruidosos en sus hechos y vanos en, sus, palabras; véseles jactarse sin cesar de sus progresos; no reciben favores que no divulguen, y su lengua indiscreta deshonra el altar de su corazón sacrifica. Empero, los hombres como yo ardemos con fuego discreto; se está con nosotros siempre en certidumbre de secreto grande; el cuidado, que tenemos de nuestro nombre responde de todo a la persona amada, y por ello se encuentra en nosotros, aceptando nuestro corazón, amor sin escándalo y placer sin miedo.
ELMIRA: Os oigo, vuestra retórica se explica a mi ánimo en términos harto vivos. ¿No teméis que vaya a instruir a mi marido de vuestro galante ardor y que el aviso de un amor tal altere la amistad que os dedica?
TARTUFO: -Sé cuán benigna sois y que daréis indulgencia a mi temeridad, imputando a la flaqueza humana estos violentos transportes de un amor que os ofende. A más, considerad vuestro porte y pensad que no estoy ciego y que el hombre es carnal.
ELMIRA: Quizás otras tomasen esto de distinta manera; pero quiero ser discreta y no diré el asunto a mi esposo. Pido en desquite una cosa de vos, y es que aconsejéis con franqueza y sin buscar argucias la unión de Valerio con Mariana; que renunciéis a usar el injusto poder que con el bien de otro pretende enriquecer vuestra esperanza, y que...
(entra DAMIS del cuarto donde estaba escondido y empieza la escena IV)