Fernando Simón Soria (Zaragoza, 1963) es desde 2012 director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad. Es conocido por su actuación como portavoz del comité especial sobre la enfermedad del virus del ébola en España en 2014 y como portavoz del Ministerio de Sanidad en la lucha contra la pandemia de enfermedad por coronavirus en el Estado español. El epidemiólogo aragonés cuenta todas las claves para volver a una vida normal y afirma que "en verano, si todos seguimos respetando las medidas, estaremos ya en una vida muy parecida a la de antes de la pandemia".
—¿Usted estuvo en África durante varios años trabajando en Mozambique como director del Centro de Investigación en Enfermedades Tropicales y en Burundi como voluntario de Medicus Mundi en medio de una guerra civil. ¿Qué conocimientos adquiridos durante su estancia en estos lugares de África ha aplicado durante esta pandemia del coronavirus?
—Yo me fui de España en el año 1989 en dirección África y regresé en el año 2003 a España. Durante todo ese tiempo estuve o en África o en América Latina, aunque es cierto que estuve también un año y medio en Inglaterra y dos años en París, pero estuve fuera muchos años. Durante todo ese tiempo que estuve fuera de España mi trabajo estuvo muy relacionado con las epidemias. No eran pandemias en general, pero sí que fueron grandes epidemias que afectaban a países con muy pocos recursos. Luego estuve también muy relacionado con epidemias en países con más recursos, que suelen ser más pequeñas, pero siempre gestionando riesgos sanitarios. Durante un período estuve dedicándome a la investigación sobre la malaria; durante otro tiempo controlando riesgos asociados a situaciones de conflicto armado, como pudo ser en Somalia o en Burundi, pero siempre he estado en proyectos en los que el trabajo fundamental era prepararse para riesgos sanitarios graves a nivel local, a nivel regional o a nivel nacional. Todo eso, obviamente, te va preparando para poder ocupar puestos como el que yo estoy ocupando ahora.
Es verdad que nadie estaba muy preparado para una pandemia como la que estamos viviendo. Durante el proceso de formación, durante el proceso de preparación, durante el proceso de planificación de la respuesta ante riesgos sanitarios, siempre, una de las opciones es tener una pandemia como esta, pero las probabilidades que se le daban hasta hace bien poquito eran muy pequeñas; por lo tanto, era la parte final de la preparación. Es verdad que aunque habíamos discutido todo lo que podía pasar la mayor parte de los países del mundo, por no decir todos, no nos podíamos esperar que esta pandemia fuera de la magnitud que ha llegado a tener; y eso sí que nos pilló un poquito de sorpresa a todos. Pero tanto yo como mis otros colegas de otros países estamos más o menos formados para trabajar con situaciones de este calibre, lo que no quiere decir que podamos evitarlas; esa es otra cuestión. Podemos hacer que sean un poco menos graves, eso sí.
—Ha habido muchas especulaciones sobre el origen del virus. Usted es posiblemente de las personas que más datos tiene al respecto en España. ¿Nos puede comentar de primera mano cómo cree que se originó la pandemia y por qué se extendió tan rápidamente?
—Todavía no está confirmado del todo, pero lo más probable es que este coronavirus, que es un virus de origen animal, por estar esos animales infectados mucho tiempo en contacto con humanos y, tal vez, haya podido haber algún cambio genético, alguna mutación, que haya permitido que se transmita entre humanos. Una vez que se empieza a transmitir entre humanos, si esa capacidad de transmisión es muy alta genera una pandemia como esta. Es verdad que ha habido muchas teorías, pero una cosa son las teorías que alguna gente las saca por hacer broma, porque la ciencia ficción nos gusta un poco a todos, y otra cosa es la credibilidad que se le puede dar a esas teorías. Esto no es algo que ha fabricado alguien en algún laboratorio y eso se puede saber por el tipo de genes que tiene el virus, por el origen de esos genes. Esto se ha estudiado y [se ha visto que] no es algo que se haya desarrollado en un laboratorio. No es un patógeno que se haya producido por radiación de ningún tipo. Es un patógeno natural que se ha adaptado naturalmente a la transmisión entre humanos y ha generado esta pandemia.
Otra cosa es dónde empezó la pandemia, aunque prácticamente el consenso que hay en todo el mundo es que empezó en China porque el origen del virus en principio es chino. Pero los chinos, obviamente, también quieren abrir otras puertas a otras opciones, y dicen que el virus pudo introducirse en China en un momento determinado cuando todavía no era de mucho riesgo o muy transmisible y luego allí terminó de cambiar. Aún no conocemos muy bien cómo pudo llegar el virus desde el animal hasta el hombre, pero sí que es verdad que es un virus de origen animal que, en principio, la primera vez que hubo transmisión importante se produjo en China. Y luego hay todavía algunas dudas alrededor que podrían en algún momento llegar a aclararse y permitirnos conocer mejor el origen definitivo, pero todavía no tenemos información suficiente para eso. No sabemos si fue directamente del animal, si fue a través de un huésped del animal primero que tuvo el virus o a través de un huésped intermediario. Un huésped es un animal que pudo tener el virus durante un tiempo y luego pasarlo al humano.
Todos estos detalles todavía no los conocemos bien, pero yo creo que, aunque puedan ser muy divertidas y puedan hacer gracia para distraernos el pensar en teorías conspiranoicas un poco raras, que quedan muy bien en internet, cuando pensamos racionalmente tenemos que huir un poco de todo eso y ser un poquito más sensatos. Aquí no ha habido ni guerra biológica ni ataques ni nada que alguien haya querido que el resto del mundo tenga un virus nuevo. Nadie, por muy malvado que sea, plantearía una pandemia como esta con un resultado satisfactorio para nada. Una cosa es jugar, divertirse, y otra cosa es luego hacer que ese juego se convierta en la teoría más plausible y no lo es. Lo cierto es que viene de animales, que sufrió cambios, mutaciones, cambios genéticos que lo hicieron transmisible entre humanos y eso es lo que ahora mismo tenemos.
—Podría explicarnos un poco más esos cambios genéticos, esas mutaciones, ¿cómo ocurrieron para que el humano pudiera infectarse de un virus que viene de los animales?
—Ahora mismo seguro que habéis oído hablar de la variante británica, de la variante sudafricana o de la brasileña. La variante británica ahora mismo ya no es una variante que esté en Reino Unido; es una variante que está en todas partes, en casi todos los países europeos. En España casi todos los casos que tenemos ahora, alrededor del 70-80% son por la variante británica. La variante británica es el mismo virus que en una pequeña porción de su genoma, de su ARN, que es la parte que permite darles estructura a la llave con la que se engancha, con la que el virus abre las células para introducirse en ellas, ha producido una pequeña mutación en esa parte del virus, y esa mutación lo que hace es permitir que el enganche con la célula para abrirla sea mejor y más eficaz; es decir, que se engancha mejor, encuentra mejor la cerradura en las células humanas donde se tiene que enganchar y abre la superficie de las células mejor para introducirse y multiplicarse, y esto ha pasado con un virus que circula entre humanos, pero cuando tú tienes un virus en un animal y está en contacto muy estrecho con los humanos, al principio puede no transmitirse porque esa llave que tiene el virus del animal no tiene la forma adecuada para entrar en la cerradura de las células humanas. Sin embargo, poquito a poco, a base de intentarlo va cambiando su forma, va teniendo mutaciones genéticas que cambian la forma de esa parte de esa llave, de lo que llamamos espícula, en este virus, de forma que al final acaba pudiendo introducirse en los receptores, en la cerradura de la célula humana. Y eso se produce a base de mucho tiempo de estar en contacto el virus animal con el humano. Porque si tú convives muy estrechamente con los animales, igual que tú les puedes pasar tus virus a ellos, ellos te pueden pasar los suyos a ti. En general no producen enfermedad, pero si se produce el cambio adecuado, puede llegar a producirla. Los cambios no son cambios a propósito, es decir, que va a cambiar hasta que pueda entrar, sino que son cambios aleatorios, es decir, por azar hasta que, de pronto, se produce uno que funciona. Y ese que funciona hace que el virus que tiene la mutación sobreviva mejor que el resto y, al sobrevivir mejor o al multiplicarse mejor para que pueda entrar mejor en las células, acaba consiguiendo multiplicarse más, echando de la casa al resto de los virus y ocupando su espacio. Eso pasó en un momento determinado con el virus del animal cuando llegó al hombre y ahora, una vez que el virus circula entre los hombres, hay algunos cambios que se producen en algunos virus que afectan a algunos hombres ya que acaban ocupando más espacio porque funcionan mejor. Y eso ocurre por azar. Cuando hay uno que funciona mejor, ocupa espacio. Si ninguno de los cambios hace que el virus funcione mejor, esos virus que tienen el cambio acaban desapareciendo y eso es lo que ha pasado en el paso del virus del animal al humano.
Eso pasa con casi todos los virus y casi todas las especies, el ser humano no es exactamente igual a como era hace 10.000 o 20.000 años. Vamos teniendo pequeñas adaptaciones genéticas, ya sea por selección natural o, en caso de los animales, puede ser incluso por selección manipulada para adaptarlos al ambiente mejor de lo que estaban antes. Eso pasa entre los hombres, entre los animales más pequeños, entre las bacterias y pasa entre los virus. Es lo mismo, es por así decirlo, que la aplicación de la teoría de Darwin de la selección de las especies.
—¿Cuál fue el tipo de contacto que ocurrió con la COVID-19 en China y qué tipos de contactos pueden pasar el virus del animal al hombre?
—China tiene una forma de vida un poquito diferente a la nuestra. Aquí en los pueblos y en las granjas hay animales vivos pero en una ciudad, salvo las mascotas, no tienes ni gallinas ni animales que luego vayas a comer normalmente en tu casa. Pero en China es muy habitual que la gente los tenga y, además, es muy habitual lo que llaman mercados de animales vivos. Tú vas y no compras el pollo en una bandejita o el pollo troceado; tú compras una gallina viva, te la llevas viva a tu casa, la desplumas y la troceas en tu casa; o, como mucho, la compran viva y le dicen al que se la vende que se la mate y se la trocee. Entonces la relación entre los animales vivos y los humanos es mucho más cercana que la que tenemos aquí y eso obviamente puede favorecer el que, si un virus entra en esos animales, pueda llegar al hombre. En China tienen costumbres de hábitos de vida y de relación un poquito diferentes a las nuestras. Por ejemplo, hasta esta epidemia, ahora ya no porque lo han aprendido, era muy habitual ver a la gente escupiendo abiertamente por todas partes. Tienen una forma de relacionarse en la que los grupos sociales son mucho más cercanos y tienen una interacción, un intercambio de riesgo, al compartir vasos, platos, bandejas, sartenes o cazuelas, que es muy diferente a la nuestra. Y todo eso ha ido cambiando con esta epidemia. Por otro lado, tienen un régimen político que permite controlar a la población y sus movimientos mucho más fácilmente que en Europa y, por lo tanto, el control de su población cuando es necesario también lo pueden aplicar de una forma mucho más estricta. No vamos a entrar si es un régimen malo o bueno, esa es otra cuestión, cada uno que opine lo que quiera, pero sí que es cierto que pueden controlar muy rápidamente los movimientos de su población y esto hace que la transmisión sea diferente.
—Vemos que el avance de la enfermedad fue a peor muy rápido en sus inicios. ¿De qué modo se pudo haber evitado esta situación si desde el principio se hubiesen tomado medidas más duras y más pronto que las que se tomaron en marzo del año pasado?
—Los problemas que tuvimos con esta epidemia fueron varios. Primero, que era un virus nuevo y, por lo tanto, aunque se podía diagnosticar, porque a mediados de enero ya sabíamos cómo diagnosticarlo, no había suficientes pruebas de laboratorio disponibles para poder diagnosticar de forma amplia. Entonces, si los países tenían casos sospechosos, no podían diagnosticarlos a todos; solo podían diagnosticar a un número limitado.Segundo, esto sucedió cuando estábamos en época de gripe y el cuadro clínico inicial del coronavirus es un cuadro muy parecido al de la gripe. Las personas que tenían tos y fiebre lo primero que pensaban era que tenían gripe, pensaban que ya se les pasaría y se quedaban tres, cuatro, cinco días en casa esperando a ver si se les pasaba.Cuando no se les pasaba, iban al médico, que es lo que habitualmente hacemos con la gripe, y el médico les decía que probablemente tenían una gripe, que se tomasen un paracetamol, que bebiesen líquidos, que se cuidasen que se quedasen en casa y que si no se encontraban bien en dos o tres días, volvieran. El médico tardaba también dos o tres días en sospechar que esto podía ser un virus que estaba en oriente, en China, a 8000 kilómetros de aquí En Europa no había prácticamente casos; había habido unos poquitos en Alemania y habíamos tenido a final de enero un caso en España y a mediados de febrero un segundo caso, pero no había habido más. El médico tardaba en sospechar que un cuadro pudiera ser un coronavirus y, además de tardar en sospecharlo, luego tenía que decidir mandar hacer una prueba y los laboratorios no podían hacer la prueba porque todavía muchos no sabían cómo hacerla. Había pocos laboratorios que pudieran hacerla y había pocas pruebas de laboratorio, con lo cual, a veces, el laboratorio no daba el resultado en un día o, como máximo, dos, como pasa ahora, sino que tardaba hasta cuatro o cinco días y, en algunos casos, hasta una semana si había que mover la muestra desde un sitio muy lejano hasta un laboratorio que estaba a lo mejor a 200 o 500 kilómetros. Todo eso llevaba tiempo. Luego, el laboratorio tenía que comunicar los resultados para saber qué hacer con el paciente.
Todo esto ocurría al principio de la epidemia en España, en Italia, en Francia, en Reino Unido, en Estados Unidos, en Alemania, en todas partes. Cuando supimos cómo funcionaba todo esto, estimamos que desde que una persona iniciaba síntomas hasta que se le diagnosticaba podían llegar a pasar hasta 15 días; entre 10 y 15 días de retraso. Durante ese tiempo esa persona, que no estaba aislada, que se sospechaba que tenía gripe, podría estar transmitiendo y esto hace que hubiera una transmisión de fondo que no podíamos conocer ni controlar y que dificultaba la toma de decisiones, uno no puede tomar decisiones muy importantes que van a tener un impacto económico enorme; porque vas a restringir la libertad de las personas y les vas a prohibir salir de su casa, porque van a tener un impacto en las empresas, que van a tener que cerrar muchas de ellas y otras van a tener pérdidas muy importantes . Y el problema es que los datos venían con mucho retraso. Hubo un momento en el que hubo un cambio muy radical en la percepción del problema- y fue cuando Italia tuvo de pronto de un día para otro un incremento muy grande de casos: pasó de tener tres o cuatro casos diagnosticados al día a tener 263 casos de un día para otro. Y eso fue si no me equivoco, entre el día 24 y 25 de febrero. Ahí ya cambió radicalmente el problema porque ya no había casos en China y algún caso esporádico en Europa o en el resto del mundo, ya había transmisión local muy clara en Italia, que no está a 10.000 kilómetros, sino escasamente a 1000 km. y, además, con mucho intercambio entre nosotros y ellos o entre Italia y Francia o entre Italia y Alemania. En ese momento es cuando se empiezan a tomar medidas para evitar que desde Italia venga gente y también Italia empieza a tomar medidas para evitar que se salga de Italia. Entonces Italia prohibe que la gente viaje y que la gente salga, lo cierran todo, no dejan que la gente se mueva de allí y hacen una ley para ello. Los países piensan que Italia ha controlado el problema y evitan que se salga de Italia, hasta que, de pronto, nos damos cuenta que lo que pone en la ley es una cosa y lo que en realidad pasa es otra Nos damos cuenta que, aunque la ley italiana pone que no se puede salir, sigue saliendo gente del país; nos damos cuenta de que todos los erasmus que estaban en Italia en la zona de riesgo, cuando dicen que se va a cerrar Italia pasado mañana, todos vuelven a España o a Francia o a Alemania o a Suiza; y nos damos cuenta de que todo eso tiene un impacto importante en la transmisión en los otros países. Y eso es dos o tres días después, estamos hablando del 25 de febrero y a principios de marzo los países empezamos a implementar medidas, a prohibir eventos masivos, a restringir congresos internacionales, a evitar cualquier situación en la que pueda venir gente de riesgo a nuestro país o que se puedan movilizar entre comunidades, pero seguimos teniendo muy poquitos casos notificados hasta que, de pronto, de un día para otro pasamos de tener en dos sitios de España transmisión controlada, notificándose alrededor de 15-20 casos diarios con incidencias muy bajas en todo el territorio español, a tener 700 y pico casos en un sólo día, un cambio tremendo, . Ahí la cosa cambió radicalmente y fue cuando tuvimos ya que tomar decisiones porque teníamos transmisión y datos para justificar la toma de decisiones, que es lo más difícil habitualmente, y ya hubo que tomar todas las decisiones drásticas que se tomaron.
—En marzo del 2020, si en vez de confinarnos y declarar el estado de alarma hubieran puesto medidas como las de ahora, como mascarilla, distancia, lavarse las manos, ¿hubiera sido igual de efectivo?
—La mascarilla no se hubiera podido proponer porque no había mascarillas en todo el mundo. Desgraciadamente el sistema de producción que tenemos ahora mismo es que casi todo lo produce un solo país, China, que era el único productor mundial de mascarillas quirúrgicas y mascarillas FFP2. Además, el día 23 de enero ese país decidió que prohibía la exportación de cualquier tipo de material necesario para la pandemia. No había mascarillas en el mundo, había muy poquitas, y, por lo tanto, no podíamos proponerlas. Si las hubiéramos tenido, se hubieran propuesto. Lo que se hizo fue el establecer una norma y unos criterios de fabricación de mascarillas higiénicas, estas que utilizamos ahora muchos, que son muy cercanas a las quirúrgicas. Eso tardó un tiempito en gestionarse, pero creo que estuvo disponible a partir de la primera/segunda semana de abril y a partir de ahí ya se empezó a poder utilizar esas mascarillas, porque era muy difícil hacerlo antes. Lo que no sabíamos es que la enfermedad se podía transmitir antes de tener síntomas. La información que teníamos de los casos que se conocían era que se transmitía después de tener síntomas. Entonces era difícil aplicar medidas diferentes. Una vez que se supo la transmisión real que había en España los sistemas sanitarios se empezaron a saturar muy rápido y, por lo tanto, una medida de choque muy grave y muy fuerte como el confinamiento total la hubiéramos tenido que tomar para que nuestro sistema sanitario no se saturara y no llegará al límite. Y aún así estuvo al borde de llegar al límite. Pero si hubiéramos tenido más mascarillas al principio quizás alguna de las medidas podíamos haberla suavizado, pero al principio era imposible.
—¿Puede describirnos cómo fue el día en que decidieron confinarnos indefinidamente y qué razones les llevaron a hacerlo?
—Ya teníamos información suficiente para poder justificar medidas más duras y, sobre todo, una cosa que fue muy importante es que las comunidades autónomas que tenían capacidad para tomar decisiones empezaron a tomar decisiones que afectaban a las comunidades de alrededor. A partir de ese momento ya el Estado tiene que decidir cosas coordinadas que reduzcan el riesgo global. Eso fue, si no recuerdo mal, el día 12 de marzo, cuando ya se tomó una decisión que se aplicó el día 14 y fue una decisión muy dura. Fue una decisión el la que teníamos la seguridad de que para controlar la epidemia había que reducir la movilidad de las personas mucho, pero sabíamos que reducir la movilidad de las personas tenía implicaciones sociales y económicas muy graves. Son decisiones muy difíciles, pero no las tomo yo, las toma el gobierno. Nosotros simplemente proponemos lo que consideramos que se debe hacer y ofrecemos alternativas como que habría que hacer o esto, o esto, o esto, pero son ellos los que deciden cuál de esas opciones van a elegir. Lo cierto es que son momentos muy duros. Hay muchas empresas que han tenido que cerrar y ha habido mucha gente que ha tenido problemas de sociabilidad, ha habido un impacto importante en la salud mental de la población española. Los colegios se tuvieron que cerrar y cerrar los colegios implica que hay riesgo de que un grupo de nuestros alumnos ese año estén menos formados o peor formados que en años previos. Afortunadamente, la sociedad educativa consiguió hacer un trabajo ímprobo para conseguir suplementar vuestra formación con otros métodos y se consiguió que el impacto fuera lo menor posible. Pero el impacto de estas medidas es muy grande y decidir estas cosas es muy duro. Afortunadamente, la decisión final no es mía, pero es verdad que la propuesta sí y es muy difícil porque te sientes con una responsabilidad, con un peso en los hombros muy grande. dudas mucho qué proponer y cómo; no estás seguro de si lo que estás proponiendo va a tener un impacto muy grande; no estás seguro de que tenga el efecto que deseamos; hay muchas dudas de por medio. No es fácil, pero sí que ya teníamos suficiente información para saber que era necesario; si no lo que se hizo, algo parecido. Unos días más tarde nos dimos cuenta de que habíamos empezado a controlar la transmisión, pero necesitábamos que fuera más rápido y a partir de ahí se hizo la segunda fase del estado de alarma, en la que ya no fue una restricción de mucha movilidad entre comunidades sino que se establecieron, por así decirlo, unas “vacaciones” para todo el mundo con el fin de conseguir que la movilidad se restringiera aún más durante otros 15 días. Siguen siendo decisiones muy duras que yo espero que nunca os tengáis que ver en la posición de tener que proponerlas. Sin embargo, una vez que hemos visto lo que ha pasado, sabemos que fueron las que había que tomar, ya que evitamos muchas muertes. Aunque hubo muchas, evitamos muchísimas más; evitamos muchas UCIS y evitamos que el sistema de salud quebrara completamente. Pero, al mismo tiempo, hubo un impacto negativo social y económico que también lo llevamos sobre los hombros y, queramos o no, son decisiones muy duras que espero que nunca os tengáis que ver en una tesitura como esa.
—¿Qué destaca en las estadísticas españolas sobre la COVID-19 comparadas con las de otros lugares y qué gestionó España de forma diferente a la de otros países durante el último año de pandemia?
—Ha habido muy pocas diferencias entre la mayoría de los países, pero sí que es verdad que no todos lo hemos hecho todo igual. Primero, porque la evolución de la epidemia no ha sido igual en todos los países. Ha habido algunos países que tuvimos una primera ola muy grande y luego hemos tenido olas de menor impacto. Ha habido países que tuvieron una primera ola mucho más pequeña, pero que la segunda y tercera ola han sido de mucho más impacto. Si la situación epidemiológica es diferente, la gestión tampoco puede ser igual. Una cosa que sí que se hizo de forma igual en todas partes al principio fue el confinamiento: un poquito más duro o un poquito menos duro, un poquito antes o un poquito después, pero fue más o menos igual en todas partes. Se cerraron los colegios en casi todas partes, se prohibió la movilidad, se controló la salida y se promovió el teletrabajo. Fue muy parecido en todas partes, pero con pequeñas diferencias. A partir de ahí es cuando empezó a haber diferencias más importantes, ya que hubo países como el nuestro o como Italia que tuvimos una primera ola muy importante y que aprendimos muchísimo de ella. Aunque teníamos actividades que había que controlar en todo el territorio español, nos dimos cuenta que algunas medidas se podían adaptar a la situación específica de cada territorio, y también que muchas medidas que habíamos tomado había maneras alternativas de conseguir que se cumplieran y, por lo tanto, podíamos afinarlas mejor, adaptarlas mejor. Por ejemplo, cuando uno piensa en el riesgo que hay porque una persona salga él solo a correr por un campo, no supone ningún riesgo para nadie. Pero durante la primera ola se prohibió porque era muy difícil controlar si una persona salía de su casa para correr o para ir a ver al vecino o para ir a ver a su amigo o para ir a ver a su novia. Como eso era muy difícil de controlar, en una situación que no habíamos vivido nunca, ni nosotros, ni la policía, ni los que tienen que controlar todo esto, tuvimos que hacer medidas que a lo mejor no fueron tan finas como las que pudimos hacer luego. Ahora sabemos, como ya sabíamos entonces, que irte a correr tú sólo no supone riesgo, pero ahora también sabemos que si alguien no se va a correr solo se va a correr con una docena la gente que va a su alrededor le va a controlar, o los propios con los que se quiere ir a correr le van a decir que van a correr, pero con él no. Ahora sabemos que hay otras formas de hacer las cosas. hemos aprendido que cerrar los colegios no es lo que deseábamos. Tuvimos que hacerlo porque era necesario, pero queríamos evitarlo y España es uno de los pocos países que ha conseguido mantener los colegios abiertos durante la segunda y tercera ola sin que ello haya tenido un impacto en la transmisión en la comunidad. Eso es gracias a vosotros: a que lleváis las mascarillas; a que vuestros profesores se aseguran de que respetáis las normas; a que tenemos una buena detección de los posibles casos si se hacen las cuarentenas de forma adecuada en la comunidad escolar; a que vuestros coordinadores COVID os han enseñado cómo hay que trabajar con el coronavirus. Todo esto ha permitido que nosotros en España no hayamos tenido que cerrar los colegios durante la segunda y tercera ola. Ha habido alguno concreto, pero no se han tenido que cerrar todos, como en muchos países que sí los han cerrado. En Argentina han estado un año entero con los colegios cerrados; en Reino Unido han estado casi un año entero con los colegios cerrados; en Alemania han estado desde septiembre con los colegios casi cerrados y solo podía ir la mitad de los chavales un día y la otra mitad al día siguiente; en Italia también. Nosotros hemos conseguido no cerrarlos y eso es gracias a todo lo que aprendimos y todo lo que nos preparamos durante mayo, junio, julio y agosto para poder actuar bien en esta segunda ola.
Y hay muchas cosas que se han aprendido de forma diferente en los diferentes países. Cada uno hemos aprendido lo que más nos ha afectado y hemos sido capaces de mejorarlo. Nosotros hemos aprendido mucho y España ha demostrado que la segunda y la tercera ola ha sido capaz de gestionarlas relativamente bien. Las hemos tenido y eso no es bueno, pero hemos sido capaces de gestionarlas relativamente bien. Ahora bien, al mismo tiempo no hemos sido capaces de introducir el concepto ese de que el que esto empiece a bajar no implica que puedes irte de juerga o que puedas irte a juntar con tus padres, tus tíos o con tus hijos o tus nietos, sino que tienes que seguir manteniendo unas medidas personales de control y eso no ha acabado de calar y lo hemos visto en navidad., Vamos a ver qué pasa con la semana santa. Se vio con el fin de año, se vio con el puente de la constitución que, cuando las cosas empiezan a ir un poquito bien, nos creemos que podemos dejar de utilizar todas las medidas. Una cosa es rebajar algunas y otra cosa muy diferente es rebajarlas todas. Y eso a veces se nos va de las manos. Es entendible porque todo lo que estamos haciendo es muy duro y la gente quiere un poco de movilidad, de libertad y pasarlo bien, pero es lo que tenemos.
—Por otra parte, gracias al nuevo plan de vacunación, ¿de qué depende esta inmunidad colectiva? ¿Alcanzaremos ya la famosa inmunidad de rebaño en agosto?
— El número de reproducción, que se llama R es el número de casos secundarios que produce cada caso; es decir, si yo estoy infectado, voy a hacer que a partir de mí se infecten 1, 2, 3, 4, 5, o más.. Pero normalmente yo tengo más contactos con personas de la gente a la que voy a infectar. Si yo me relaciono con diez personas, voy a transmitir únicamente a entre uno y medio y tres cuando no aplico ninguna medida de control; no voy a transmitir a más. Por lo tanto, si evito que del máximo de tres a los que voy a transmitir se infecte uno, solo transmitiré a dos; si evito que se infecten dos, solo transmitiré a uno; si cada caso solo transmite a uno, ya no puede haber epidemias, porque nos mantenemos en el mismo número siempre. Si yo consigo que en lugar de transmitir a uno de promedio entre muchos casos transmitamos a un poquito menos de uno de promedio, la enfermedad va a ir bajando porque diez casos van a transmitir a 9, 9 a 8, 8 a 7, 7 a 6 y, al final, la enfermedad acaba. Con la vacuna lo que hacemos es que si una persona cuando no aplica medidas de control iba a transmitir a 3, si vacuno a dos de esos tres no van a poder infectarse, porque cada caso solo puede transmitirlo al otro, a uno, y, por lo tanto, ya no habrá epidemia.Si consigo vacunar a un poquito más de dos de cada tres , es decir, un 66%, o si consigo vacunar al 70%, más que vacunar, inmunizo porque la vacuna no es cien por cien eficaz. Así, cada caso va a transmitir a un poco menos de 1 y, por lo tanto, en ese momento la epidemia va a ir descendiendo y ya no habrá probabilidad de que suba. Podrá haber algún brotecito pequeño en alguna zona donde todavía no se haya vacunado nadie, pero, en general, en toda España irá bajando poco a poco.
Pero esta no es la única manera de evitar o de hacer que no se infecte la gente. El uso de las mascarillas también evita que a esos tres que tú vas a infectar en vez de a tres infectes a uno, a ninguno o a dos, pero nunca a tres. Entonces, si combinamos la vacunación con el uso de mascarillas, en muy poquito tiempo, en muy poquitas semanas, estaremos ya en una situación en la que habrá muy poca transmisión. Pero todavía estamos en riesgo y tenemos que conseguir todavía un poquito más de vacunación. Luego, tendremos que mantener la mascarilla hasta que consigamos vacunar a más del 70% de toda la población. Pero cada semana que pasa estamos más cerquita de ese punto y esa es la inmunidad de rebaño, ya que sin vacunar a todos, sin proteger a todos, protegiendo solo a una parte, el resto tampoco se infectan o, si se infectan, el riesgo disminuye cada vez más.
—Teniendo en cuenta que la vacuna AstraZeneca parece haber ocasionado más de 200 casos de trombosis en toda Europa, ¿por qué en España no se ha parado completamente la administración de la vacuna cuando en otros países sí lo han hecho?
—Se han producido poco más de 204 trombosis en toda Europa por vacuna AstraZeneca, pero se han vacunado casi 40 millones de personas con esta vacuna; es decir, tenemos algo más de 200 casos entre más de 40 millones de personas vacunadas. La vacuna se sospecha que puede llegar a producir algún cuadro de trombosis, pero ese tipo de trombosis también se producen en personas no vacunadas, con lo cual, de esos 200, algunos serán por la vacuna, otros serán los que esa misma gente hubiera tenido aunque no se hubiera vacunado. Es decir, tenemos que tener mucho cuidado de identificar a quien le produce este cuadro la vacuna, para no vacunar a esos grupos. Y es lo que se está terminando de estudiar. Ya sabemos que a las personas mayores de 60 no se les produce el cuadro o, por lo menos, no se han identificado cuadros como esos hasta ahora. Además, sabemos ahora que la vacuna en los mayores de 60 es igual de eficaz que en los menores de 60, con lo cual, mientras no sepamos qué grupos menores de 60 pueden tener ese riesgo de trombosis un poquito más alto, vamos a utilizar la vacuna que no les produce apenas ningún riesgo y sí que les produce mucho beneficio. En los menores se seguirá utilizando más adelante, pero estamos esperando a definir a quién en concreto de los menores de 60 o de 50 les puede producir un cuadro con más frecuencia que a los que no se vacuna. Esto se está estudiando y se tendrán resultados en muy breve tiempo. La vacuna es buena y produce mucha inmunidad y, además, en general, no produce ningún otro problema. Pero sí que es verdad que en una cantidad muy pequeña de vacunados se puede producir trombosis. Lo que tenemos que poner en la balanza es si ese riesgo pequeñísimo de sufrir una trombosis es más importante que el riesgo que te produce el coronavirus si te infectas. Entonces, tenemos que aplicar la vacuna a los grupos en los que ese riesgo es muy pequeño y el beneficio de vacunarse es muy grande; y eso es lo que estamos haciendo. La vacuna es igual de buena que las demás, lo único que hay que hacer es identificar el grupo correcto a quien hay que dársela. Sobre algunos grupos ya tenemos información suficiente y ya se está haciendo; para otros tenemos que esperar algunos estudios que nos confirmen si es bueno o no darla.
—¿Por qué todos los laboratorios del mundo no fabrican la misma vacuna y así tendríamos muchas más dosis, de modo que los laboratorios que aún no han desarrollado su propia vacuna puedan ayudar a esos laboratorios que sí lo han hecho?
—Esto es una cosa que en este mundo de los fármacos se llama liberar las patentes. Las empresas cuando invierten en la investigación y el desarrollo de un producto invierten dinero. Luego tienen que recuperar ese dinero que han invertido. Ellos arriesgan para hacer unas investigaciones y, obviamente, tienen que recuperarlo. Pero es verdad que cuando hablamos de salud, de cuestiones de medicamentos, de vacunas, muchísima gente, entre ellos yo, consideramos que las empresas que se dedican al campo de la salud no son empresas normales y que se tienen que regir por unos principios morales diferentes a los que se rigen en otras empresas cuyo único objetivo es ganar dinero. En este caso el objetivo de la empresa es ganar dinero, pero la sociedad tiene que ser capaz de poner unos controles para que el dinero no se gane a costa de la salud, sino que los beneficios sean razonables para que las empresas tengan interés por trabajar en ese campo, pero que no hagan que un exceso de beneficios impida el acceso a los medicamentos, a las vacunas o a los servicios sanitarios. Y tenemos que tener eso muy controlado. Eso es lo que yo opino. Hay gente que opina que las farmacéuticas, las empresas que se dedican a la salud, son como cualquier otra empresa, pero yo personalmente creo que no, aunque hay gente que opina eso. Las patentes de las vacunas se pueden trabajar de varias maneras y tú puedes por ley liberar una patente por lo que cualquier laboratorio podría producir esa vacuna. Pero la producción de vacunas es difícil. No es lo mismo producir una vacuna en un país con muchos recursos que en un país con menos recursos y el control de calidad de la vacuna para reducir los riesgos de que te la inyecten son más importantes en unos países que en otros. La liberación de la vacuna tiene que ir asociada a una capacidad tecnológica importante de esos otros laboratorios que pudieran producirla y eso no se puede garantizar siempre. Además, tenemos que tener el concepto de que hay muchos aspectos de la investigación que es necesario desarrollarlos. Por lo tanto, no podemos estandarizar, hacer una vacuna y que sea esa la única, porque tenemos vacunas muy buenas ahora, pero si podemos tenerlas mejores dentro de 6 meses no queremos evitar esa posibilidad. Para que sean mejores tenemos que mantener más investigación. Queremos también que las vacunas sean más fáciles de producir y para eso tenemos que utilizar tecnologías diferentes de las que se utilizaban hace 20, 30 o 40 años. Queremos que esas tecnologías nuevas de desarrollo de vacunas se produzcan, se desarrollen, se investiguen y para eso tiene que haber un incentivo en las empresas.
Pero no es fácil. Yo creo que siempre se puede liberar la patente después de un tiempo en que el fármaco o la vacuna esté en el mercado, creo que se puede negociar con las empresas de forma que, sin liberar la patente, el precio del producto sea razonable y, por lo tanto, no sea ya necesario liberalizar la patente; es decir, que la empresa siga teniendo su beneficio y que, por lo tanto, siga investigando. Pero si las empresas no quieren en un momento determinado reducir los precios y se estima que ya han recuperado de sobra las inversiones que habían realizado, yo estoy totalmente a favor de que se liberalicen las patentes. Pero se trata de un juego de equilibrios que no es fácil y eso cuesta mucho. Por lo tanto, hay que tener muchos datos, mucha información y saber muy bien qué vamos a necesitar en el futuro para ver en qué momento puede o no ser adecuado dar ese paso.
—A veces, la gente, cuando recibe indicaciones que cambian mucho, se cansa de la situación. Es lo que se llama “fatiga pandémica”. ¿Qué efecto tiene este cansancio en la evolución de la situación sanitaria y también en las decisiones que ustedes toman?
—La fatiga pandémica se produce por lo que tú has dicho, pero también porque llevamos ya un año de pandemia. El tiempo también influye, aunque no se cambiaran o aunque no se modificaran mucho las cosas. Después de un año de aguantar todo lo que estamos aguantando es lógico que la gente se canse. Esto tiene mucho peso en cómo se toman las decisiones y tiene mucho peso en la estrategia de cómo se aplica. El efecto de la fatiga pandémica en España se ha tratado de combatir de varias maneras y yo creo que hasta cierto punto hemos tenido efecto. Pero, desde luego, no hemos conseguido acabar con la fatiga. Hay gente que está harta y van a estar hartos de aquí hasta que esto se acabe. Pero por ejemplo, el adaptar las medidas, una vez que hicimos una primera acción de choque muy dura en marzo y abril del año pasado, el ir a partir de ahí progresivamente adaptando las medidas a la situación epidemiológica hace que la población de una zona donde se han portado muy bien y han visto que el portarse bien tiene efectos, tenga también luego una recompensa. Si yo hago un esfuerzo por portarme bien, cumplir con todas las normas, no salir de casa cuando no debo, utilizar la mascarilla cuando debo, mantener las distancias, tratar de hacer teletrabajo, tratar de portarme bien cuando estoy en el colegio para evitar riesgos, si tú haces todo eso muy bien y consigues que la incidencia baje y que la evolución de la epidemia sea buena, luego se tiene que reflejar en una relajación de esas medidas para que tú puedas sentir que te has portado bien y ahora hay un período en el que se puede estar más tranquilo, se puede mover uno un poco más, puede haber más reuniones o se puede volver a ver a los amigos. Eso ayuda a que la fatiga pandémica se reduzca un poco. El problema es que cuando empiezas a abrir esas medidas y las abres un poquito más de la cuenta o la gente se piensa que abrir un poco las medidas implica abrirlas del todo, luego vuelve una siguiente ola y de nuevo tienes que volver a implementar medidas. En España hemos conseguido que la fatiga pandémica exista, pero que exista de una forma más moderada que en otros países. En otros países lo han hecho incluso mejor que nosotros, pero la lucha contra las medidas que se proponen o el no cumplimiento de las medidas que se producen en países vecinos nuestros han sido en las últimas olas mucho mayores de lo que ha pasado en España. Probablemente es porque, aunque es verdad que dificulta la comprensión cuando en una comunidad se hace una cosa y en otra se hace otra o cuando a medida que evoluciona la epidemia se van modificando las medidas, al mismo tiempo ayuda a que la gente tenga esos períodos de descanso en los que la fatiga pandémica se reduce un poquito. Por eso es muy difícil saber cuál es el equilibrio justo entre una cosa y otra. Tenemos que conseguir que la gente cumpla las medidas y para eso se tiene que reducir la fatiga pandémica. Pero para reducir la fatiga pandémica tenemos también que dar períodos con una reducción de las medidas más estrictas y eso hace que la epidemia vuelva a subir. Por lo tanto, el equilibrio es muy difícil y esto hace que haya una sucesión de medidas que, según evoluciona la epidemia, se tienen que ir cambiando y, según las comunidades autónomas, se apliquen unas u otras de acuerdo con su situación específica. En Galicia, por ejemplo, normalmente habéis tenido una evolución de la epidemia muy buena comparada con otras comunidades autónomas. Habéis sido capaces de controlar las tendencias ascendentes muy rápido y eso ha hecho que hayáis tenido en total menos casos por población y menos fallecidos. Pero habéis tenido también que aplicar en algunos períodos medidas muy estrictas; lo que pasa es que habéis sido capaces de hacerlo en las zonas donde realmente había que hacerlo. No sé si recordáis cuando hubo que cerrar la zona de Burela o cuando hubo que cerrar Ourense o cuando hubo que cerrar algún otro municipio. Son medidas muy duras, pero que permitieron que el resto de la población entendiera que, si conseguimos controlar la transmisión, tendremos una situación mejor. Esa es una de las formas eficaces de controlar la fatiga pandémica.
—¿Qué valoración hace de su trabajo durante el último año y cuáles fueron sus mayores aciertos y sus mayores errores vistos desde ahora?
—Hablar a posteriori siempre es muy fácil y en mi profesión, en biología, en la salud pública nos gusta mucho evaluarnos. En salud pública el objetivo es aprender de lo que ha pasado para no hacerlo igual la siguiente vez o hacerlo mejor la siguiente vez. A posteriori hemos hecho muchas valoraciones de lo que se ha hecho o no se ha hecho o lo que se podría haber hecho o no se podría haber hecho. No es tanto lo que hemos hecho durante la epidemia lo que mejoraría, sino lo que no habíamos hecho antes de la epidemia. Hay muchos aspectos de preparación que, si bien estaban puestos en los planes y estaban en proceso de realizarse, es cierto que los sistemas sanitarios, la salud, en la mayor parte de las comunidades y a nivel central no es una prioridad. En el Ministerio de Sanidad somos de los ministerios con menos recursos. Lo que creo es que teníamos que haber peleado mucho más antes de esta epidemia para que todo lo que teníamos previsto en los planes estuviera previsto antes. Íbamos en proceso y durante ese proceso nos pilló la epidemia sin haber llegado a conseguir lo que pretendíamos. Teníamos que haber sido más duros, teníamos que haber conseguido convencer más y puede ser que no fuéramos capaces de dar la información adecuada para convencer a los que tenían que poner los recursos. Durante la epidemia es muy difícil pensar que hubieras actuado de otra manera. Una cosa que sí que teníamos que haber mejorado más rápido, pero tampoco era fácil, eran los sistemas de información de mejor calidad y mucho antes, para que la toma de decisiones se pudiera justificar mejor y antes. Es verdad que si no tienes información, si la información que íbamos a tener fuese la misma que tuvimos, creo que las acciones que se hicieron, siempre quieres haberlas tomado uno o dos días antes, o incluso una semana antes, o incluso un mes antes. Porque si las hubiéramos aplicado en enero, no hubiéramos tenido tantos casos en la primera ola, pero no sabemos lo que hubiera pasado en la segunda o tercera. Pero sí que es verdad que en enero no podíamos justificar, no había manera de decir que íbamos a hundir a miles de empresas para que, a lo mejor, no haya una epidemia en marzo o abril. Eso no lo podíamos hacer. Los sistemas de información mejores nos hubieran ayudado a adelantar un poquito, tal vez, por lo que creo que es una de las cosas en las que tenemos que trabajar mucho; no solo nosotros, todo el mundo. Pero en España sí que vamos con un poquito de retraso respecto a otros países en la digitalización, en la tecnificación de todos nuestros sistemas de información, tenemos todavía muchos procesos que se pueden automatizar más; tenemos procesos que se pueden facilitar mucho más; tenemos análisis que se pueden automatizar y presentar de forma mucho más clara, sencilla y rápida a los que tienen que tomar decisiones y ahí tenemos todavía mucho margen de mejora. Yo creo que eso teníamos que haberlo hecho. Y una cosa que hemos aprendido es que tenemos que poner mucho más cerca a nuestros investigadores, que son de lo mejorcito que hay en el mundo, con nuestros productores y nuestras empresas. Tenemos que conseguir que todo lo que nuestros investigadores encuentran, aprenden y consiguen desarrollar luego se aplique para la población de forma rápida y masiva. Y eso no lo hacemos todavía bien en España. Tenemos grandes investigadores, tenemos grandes productores, pero nuestros investigadores no consiguen llevar sus productos a las empresas y las empresas no se fijan en nuestros investigadores, se fijan en investigadores de fuera y eso tenemos que mejorarlo mucho. Creo que ahí tenemos mucho que aprender. También hemos aprendido muchas cosas que difícilmente podíamos haber aplicado antes porque lo hemos aprendido a medida que se ha vivido y eso nos ha permitido mejorar las siguientes olas pero no nos hubiera permitido actuar antes para prevenir la primera. Sí que hubiéramos querido actuar algunos días antes, pero lo cierto es que no sé si hubiéramos podido llegar a justificarlo.
—Para ir terminando queríamos preguntarle sobre la evolución del virus en el futuro y las acciones que se deben tomar. ¿Cuáles cree que serán las claves para volver otra vez a la vida que teníamos antes de la COVID-19?
—Yo creo que las claves para volver a la vida anterior es lo que os he comentado antes con la R, conseguir vacunar a la mayoría de la población española. Pero, cuidado; aunque nosotros nos vacunemos, el virus seguirá existiendo y puede entrar y afectar a los no vacunados. Con lo cual tenemos que ser solidarios con todo el mundo y nuestro objetivo no tiene que ser sólo vacunarnos a nosotros. Obviamente, a nosotros nos interesa vacunarnos primero, pero luego tenemos que colaborar con los 7.600 millones de habitantes del planeta para conseguir que se vacune a casi todos. Ese tiene que ser el objetivo final y eso nos permitirá volver a una normalidad total.
Cuidado, hemos vivido una situación muy complicada, muy compleja, con un impacto sanitario, social y económico muy grave, pero, aunque volvamos a una vida muy parecida a la de antes, tenemos que aprender cosas. Con la epidemia de gripe de 1918 aprendimos muchas cosas relacionadas con la ventilación de las casas y abrir las ventanas para que haya corriente, con toser en tu brazo y no toserle a la gente a la cara, con no compartir vasos, bebidas. Todo esto se ha aprendido con las pandemias que hemos tenido en los últimos siglos. Con esta hemos aprendido una cosa: que no pasa nada por llevar mascarilla cuando tienes tos;que, si el año que viene o el otro, cuando ya no haya coronavirus, hay una persona con tos y fiebre, no tiene que irse a trabajar a transmitir el virus a los demás, sino que tiene que quedarse en casa y, como mínimo utilizar mascarilla. Todo eso antes nos parecía una cosa que solo los japoneses podían hacer, pero ahora podemos aprender cambios de comportamiento y que, si enfermamos, tenemos que ser conscientes del riesgo al que exponemos a los demás y, por lo tanto, debemos tratar de evitar ese riesgo. Y eso cambiará algunas de nuestras costumbres y algunos de nuestros hábitos en el futuro, pero yo creo que si conseguimos vacunar a ese 80-70% de la población a lo largo del verano como muy tarde, nuestra situación será muy cercana a lo que conocíamos antes de la epidemia; no igual, porque todavía habrá que mantener medidas, pero será muy cercana. Nos quedará por saber qué pasa con los recién nacidos; nos faltará saber qué pasa con los que vienen de otros países a nuestro país; nos faltará por saber qué pasa con variantes nuevas que puedan surgir que se escapen de la vacuna, pero ya estaremos en una situación muy favorable hacia el verano.
—En marzo del 2020, si en vez de confinarnos y declarar el estado de alarma hubieran puesto medidas como las de ahora, como mascarilla, distancia, lavarse las manos, ¿hubiera sido igual de efectivo?
—La mascarilla no se hubiera podido proponer porque no había mascarillas en todo el mundo. Desgraciadamente el sistema de producción que tenemos ahora mismo en el mundo es que casi todo lo produce un sólo país, casi todo lo produce China y China era el único país del mundo que en marzo y en abril del año pasado, ahora ya no ya hemos aprendido, hacía mascarillas quirúrgicas y mascarillas FFP2 .Y China el día 23 de enero decidió que prohibía la exportación de cualquier tipo de material necesario para la pandemia, No había mascarillas en el mundo, había muy poquitas, y, por lo tanto, no podíamos proponerlas. Si las hubiéramos tenido, se hubieran propuesto. Lo que se hizo fue el establecer una norma y unos criterios de fabricación de mascarillas higiénicas, estas que utilizamos ahora muchos, que son muy cercanas a las quirúrgicas. Eso tardó un tiempito en gestionarse, pero creo que estuvo disponible a partir de la primera/segunda semana de abril y a partir de ahí ya se empezó a poder utilizar esas mascarillas, porque era muy difícil hacerlo antes. Lo que no sabíamos es que la enfermedad se podía transmitir antes de tener síntomas. La información que teníamos de los casos que se conocían era que se transmitía después de tener síntomas. Entonces era difícil aplicar medidas diferentes. Una vez que se supo la transmisión real que había en España los sistemas sanitarios se empezaron a saturar muy rápido y, por lo tanto, una medida muy grave, muy fuerte, de choque como el confinamiento total lo hubiéramos tenido que hacer para que nuestro sistema sanitario no se saturara y no llegará al límite. Y aún así estuvo al borde de llegar al límite. Pero si hubiéramos tenido más mascarillas al principio quizás alguna de las medidas podíamos haberla suavizado, pero al principio era imposible.