Esther Fontenla es médica a bordo del barco sanitario Esperanza del Mar, un buque que apoya a la flota pesquera española en aguas internacionales. Durante el último año ha tenido que enfrentarse a la pandemia en una situación especial y, además, ha sufrido a bordo la enfermedad después de darse un brote a través de alguien asintomático. La doctora Fontenla advierte que, para que no pase lo mismo en otras ocasiones similares, es importante no "bajar la guardia nunca, porque el brote que tuvimos a bordo fue un poquito por habernos confiado en ese grupo burbuja. Eran muchos días de estar en el mar y pensamos que estábamos ya libres de toda posibilidad de contagio; pero ahí están los asintomáticos, que no tienen síntomas y que contagian. En ese sentido es importante estar muchísimo más pendientes y atentos y pensar siempre en todas las posibilidades, incluso en esta, por rara que nos pueda parecer, que pueda darse en alta mar".
—¿Podría contarnos cómo ha sido la experiencia de sufrir la COVID en el barco?
— No sé si sabéis que nuestro barco es sanitario. Aparte de la tripulación normal que va a bordo, que son los que llevan el barco, los oficiales de puente, los de máquinas y los servicios, vamos un departamento que es sanitario. Consta de dos médicos, un enfermero/enfermera y un mozo/moza sanitaria. Nuestra función ,fundamentalmente, es atender pacientes que son marineros, que están trabajando en el mar. Normalmente son pescadores que están faenando en los caladeros y que, cuando tienen una enfermedad o un accidente, nos avisan y nosotros nos desplazamos a la zona donde ellos están y los atendemos de la enfermedad o el accidente. Nuestra función es devolver a esos trabajadores otra vez a su puesto de trabajo para que no pierdan, por así decirlo, la campaña o la marea. Cuando llegó la COVID, se complicó un poquito este tipo de existencia, porque, como ya sabéis, todo el mundo va aprendiendo, hasta los sanitarios de cómo se va desarrollando. Por lo tanto, nos complicó un poquito el trabajo durante estos meses que empezó, sobre todo porque el diagnóstico es clínico. Ahora ya tenemos una serie de pruebas: los test de antígenos y, previamente, los test de anticuerpos, pero es un poco complicado.
—¿De qué modo sufre alguna secuela, tanto psicológica como física, por haber padecido esta infección?
—En la clínica tuvimos un brote. Presentamos cefalea, tos, febrícula, cansancio, alguna alteración digestiva como la diarrea, conjuntivitis y, en casos graves, disnea o neumonía. Francamente tuvimos uno, el capitán, al que hubo que trasladarlo posteriormente al hospital, a ingresarlo en el Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo. Estuvo allí unos días hasta recuperarse un poquito y, posteriormente, le dieron el alta.
—¿De qué manera cree que la experiencia hubiera sido distinta de haber estado en ese momento en tierra firme?
—Somos un barco sanitario, tenemos unos medios a bordo que normalmente otros barcos no tienen. Por lo tanto, tenemos un poquito más de facilidad. También tenemos un pequeño laboratorio para hacer un test de antígenos, una hematología, un hemograma o una bioquímica sencilla. Eso nos ayuda mucho a la hora de establecer el diagnóstico. Por otro lado, tenemos toda una instalación un poco hospitalaria, de cuidados intermedios, dos camas de UCI y un camarote de aislamiento respiratorio para cuando tenemos un problema de este tipo poder aislar ahí a los pacientes. El aire de ese camarote tiene la presión negativa, con lo cual, no contamina al resto de las dependencias del hospital. Tenemos la posibilidad de administrarles oxígeno y una determinada serie de fármacos, limitados siempre a la farmacia a bordo. Como sabéis, los virus tienen un tratamiento sintomático, para lo cual necesitamos tratamiento.
—¿Podría contarnos un poco más sobre su experiencia personal al sufrir COVID?
—La verdad es que genera un poquito de ansiedad y de angustia porque, al no saber cómo va a evolucionar esta enfermedad, genera ansiedad y preocupación por ti y por los demás compañeros. Además, te encuentras en el mar a unos cuantos días de tierra, sin poder ser trasladado a una UCI. Al ser el barco una comunidad tan cerrada y estar navegando por aguas frías hacia Gran Sol y las Azores, el tiempo no ayuda para estar en el exterior del barco. Estamos compartiendo espacios y es más fácil el contagio al no poder mantener las distancias de seguridad.
—¿Podría contarnos cómo se vive la cuarentena en un barco?
—Nosotros tenemos suerte y poseemos camarotes individuales, con lo cual podemos estar dentro de él sin utilizar mascarilla. Eso ya es algo muy importante. Después, en los espacios comunes nos vemos obligados a ponernos la mascarilla y mantener las distancias. Cuando hay un brote, los espacios en el barco se ven reducidos a pesar de que, vuelvo a repetir, nuestro barco tiene casi cien metros de eslora. Posee varias cubiertas, donde podemos estar separados. Hay una cubierta de oficiales, la de marinería y después está la del hospital, así como algunas más. Somos treinta tripulantes y tenemos relativa comodidad. Al estar en el mar, el problema más importante lo tienen los pesqueros pequeños, donde las tripulaciones tienen que compartir camarote y habitabilidad; y tampoco tienen portillos que ventilen mucho hacia el exterior por lo que ellos lo tienen un poquito más complicado. Como digo, nosotros, dentro de lo que cabe, estamos bastante cómodos, entre comillas.
—Usted está acostumbrada a pasar largas temporadas lejos de su familia. Dada la situación actual, ¿de qué manera es diferente esta situación a la anterior a la pandemia?
—Sí, solemos estar lejos de la familia, de los amigos y lejos de todo. Normalmente, hablo de nuestro barco, estamos un mes, más o menos, fuera, en alta mar, siguiendo a los pesqueros para prestarles la asistencia. Ese mes se hace algo duro. Cuando yo empecé, las comunicaciones con el exterior eran por fonía y toda la flota estaba pendiente de un día, de una hora concreta, para poder comunicarse con la familia a través de ella. Toda la flota se enteraba un poco de lo que hablabas con los tuyos porque estaban todos a la escucha. Todo esto fue evolucionando, por suerte, pues ahora con los nuevos sistemas de comunicación está mucho mejor. Actualmente tenemos comunicaciones vía satélite, con lo cual podemos establecer conexión telefónica perfectamente y funciona muy bien; además, también tenemos acceso a internet y a las redes sociales. Lo que no hay es posibilidad de establecer videoconferencias. Pero estamos bastante bien en ese sentido. La comunicación con la familia y con el exterior ha mejorado mucho. Por supuesto, falta el contacto físico, pero con la situación COVID tampoco lo podemos establecer mucho. Nosotros estamos tan acostumbrados a esa falta de contacto con la familia, que lo llevamos un poquito mejor en la situación actual.
—Usted se encuentra en una profesión, a bordo de un barco, generalmente masculina. ¿De qué manera ha sentido alguna diferencia de trato al tratar con pacientes COVID?
—Sí, tienes razón; este sector marítimo es un sector predominantemente masculino. Está cambiando un poquito la tendencia. De hecho, el año pasado, la organización marítima internacional, dedicó el día especial del trabajo en el mar, al empoderamiento de la mujer en el mundo del mar. Ahora, sobre todo a nivel de oficiales de puente, e incluso de oficiales de máquinas, está empezando a ver muchas mujeres. En concreto, en nuestro barco, tenemos entre cuatro y cinco oficialas de puente, dos mujeres en máquinas y, en el sector de servicios suele haber otras dos más. En el hospital, de cuatro médicos fijos solo estoy yo como mujer y, a veces, dos enfermeras y enfermeros. Está empezando a cambiar un poco la tendencia en alta mar a pesar de que la pesca sigue siendo mayoritariamente masculina.
—En el barco donde trabaja, ¿cómo era el ambiente y la sensación de sus compañeros ante la COVID?
—Esa es una buena pregunta, porque cada uno responde como puede. En ese momento, cuando nos enteramos del brote, que fue ya casi al finalizar la marea, es muy importante que tengamos en cuenta la importancia que tiene la gente asintomática,Lo que nos pasó a nosotros es que antes de embarcar hicimos una prueba de PCR, pero tardamos unos cuantos días en salir, con lo cual estuvimos en tierra haciendo la vida que hacemos todos. En ese sentido, embarcamos y, a los pocos días, después del período de incubación de la enfermedad, empieza el contagio. Lo que ocurrió es que el foco inicial fue asintomático y no nos enteramos. Así fue como se creó el brote. No nos enteramos. En el mar hacemos burbuja de convivencia, pero empezamos a relajarnos un poquito al cabo de unos días porque vemos que todo está tranquilo y que no pasa nada. La guardia no hay que bajarla nunca, ni ahora que estamos empezando con las campañas de las vacunas. Hay que tener mucho cuidado, porque hasta que no estemos inmunizados la mayor parte de la población, el riesgo está ahí. Hay que seguir manteniendo las distancias de seguridad, utilización de mascarilla y todas las medidas que hay de prevención.
—¿Cómo ha afectado la situación actual de pandemia a su trabajo habitual?
—Cuando surgió el brote, todos los que dimos positivo en el test de antígenos, que es al único que tenemos acceso en el barco, ya que no podemos hacer la PCR porque tiene que hacerse en un laboratorio de microbiología o en un hospital preparado. Nos aislamos en la cubierta del hospital, que es completamente independiente del resto del barco, para así evitar contagiar a los compañeros que todavía no se habían contagiado. Tuvimos un camarote individual para cada uno de los que estábamos ingresados. Tenemos capacidad para quince pacientes y cuatro habitaciones para el personal de enfermería y de mozos sanitarios, por lo que nos arreglamos bastante bien en la cubierta del hospital. En ese sentido, nos aislamos y estuvimos ahí realizando la cuarentena.
—Cómo médica, ¿cuál fue su experiencia más impactante en tiempos de pandemia?
—La experiencia más impactante en estos tiempos de pandemia es la cantidad de muertos que se producen, sobre todo en unas determinadas edades, como los ancianos y los abuelitos. Eso te entristece mucho y te da mucho coraje. Para mí eso fue lo más impactante: los viejitos, sobre todo en las residencias de ancianos, que quedaron solos, sin ver a la familia, muriendo aislados, con los hospitales saturados, con la atención no todo lo idónea que debiera de ser por la aglomeración de enfermos.
—Mirando hacia atrás, ¿qué habría hecho usted de modo diferente como médica ante la llegada de la pandemia?
—La pandemia llegó de golpe y se extendió por todo el mundo. En este momento las comunicaciones son muy buenas y es muy difícil controlar un virus. Lo mejor que podemos aprender de esta situación es que nunca podemos bajar la guardia, como lo hicimos. La pandemia empezó en Asia y creemos que lo que pasa en esa parte del mundo no va a afectar a la otra; quizá fue ahí donde nos relajamos un poco en la zona occidental e ignoramos lo que significaba la pandemia en esa parte del mundo. Recuerdo que cuando empezó y nos ponían en la televisión las imágenes de los chinos construyendo un macro hospital de campaña en diez días, y nos ponían las imágenes de los médicos y del personal sanitario atendiendo a los enfermos, en torno a enero del año pasado, a mí eso, al verlo en la televisión, me impactó. Pensé yo que eso no era normal, que algo pasaba, y eso nos lo preguntábamos mucha gente. Las autoridades y los gobiernos prescindieron un poquito de esa imagen impactante que nos querían transmitir los chinos. Ahí fue donde nos relajamos un poco. Personalmente, es lo único que critico un poco, no haber estado algo más alerta al principio. Del resto, no se puede hacer mucho, más que aprender de todos los errores para que en un futuro, si se vuelve a producir, intentemos hacer las cosas lo mejor posible.
—¿Cómo piensa que ha cambiado la percepción de los médicos y de la salud debido la situación actual?
—La pandemia afecta a muchísimas personas y en muy poco tiempo, con lo cual a nivel de atención primaria y a nivel hospitalario se pueden llegar a relegar un poquito al segundo plano del resto de las patologías. Es ahí donde tenemos que hacer también un punto de inflexión y no abandonar lo que son el resto de las enfermedades, que también existen. Entonces ahí tenemos que hacer un sobreesfuerzo para poder compatibilizar la atención a la COVID, que es muy importante, sin abandonar el resto de las patologías.
—¿Cómo cree que cambiará su vida y su profesión en el futuro debido a esta pandemia, particularmente como médica a bordo de un barco?
— Mi vida, de momento,y tras haber contraído la COVID, sigo en fase de recuperación. Me encuentro muy bien, cada día mejor, pero, como es una enfermedad desconocida y que vamos descubriendo cómo evoluciona, tampoco podemos saber qué consecuencias puede traer al medio a largo plazo. Tenemos que estar a la expectativa. Esperemos que no tenga más consecuencias. Por otro lado, a nivel del trabajo en el barco, desde luego no bajar la guardia nunca, porque el brote que tuvimos a bordo fue un poquito por habernos confiado en ese grupo burbuja, como comenté antes, eran muchos días de estar en el mar y pensamos que estábamos ya libres de toda posibilidad de contagio; pero, ahí están los asintomáticos, que no tienen síntomas y que contagian. En ese sentido estar muchísimo más pendiente y atentos y pensar siempre en todas las posibilidades, incluso en esta, por rara que nos pueda parecer, que pueda darse en alta mar y estando lejos de tierra y no contaminandose con nadie del exterior.
—¿Cómo pudo atender a los compañeros en el barco aunque tuviera la enfermedad?
—Nosotros utilizamos medidas de protección buenas, los EPI. Estamos protegidos nosotros de los pescadores y evitamos pasárselo a ellos. El problema estuvo dentro del barco, en nuestra relajación como grupo burbuja. De cara a atender a nuestros tripulantes enfermos, como nos aislamos en el hospital, les presté yo la atención, ya que todavía no me encontraba excesivamente mal. Tuve posibilidades de poder atenderlos. Somos dos médicos, una enfermera y un mozo sanitario. El otro médico no se contagió, por lo que prestó la asistencia a la gente que la necesitaba.
—¿Tenía miedo a no poder curar a pacientes con los síntomas de la COVID y que fallecieran?
—Tampoco es miedo. En nuestro mundo sanitario tienes que convivir con esa posibilidad. Nosotros tenemos a bordo una serie de medios para poder diagnosticar y prestar la primera atención a este tipo de enfermos. Normalmente, la COVID empieza con una clínica ligera que se puede ir complicando. Hasta que aparece la neumonía, que precisa oxígeno y tratamiento con corticoides, con antiinflamatorios potentes, pasa un tiempo. Durante ese tiempo vamos viendo cómo va evolucionando el paciente y tenemos la posibilidad de poder evacuar a tierra. Si estamos cerca de un puerto lo podemos evacuar nosotros a través de nuestro barco; nos acercamos al puerto y lo trasladamos para que lo ingresen en el hospital o, si estamos muy lejos, podemos acercarnos al radio de acción de un helicóptero y trasladar al enfermo a un puerto de tierra donde lo pueden atender de una forma más intensa en un hospital.
—Dijo que estaba un mes fuera. Dado que contrajeron la enfermedad en el barco, ¿estuvieron mucho más tiempo?
—Sí, porque la enfermedad la contrajimos ya casi finalizando la marea, finalizando casi el mes. Con lo cual nos acercamos a puerto y posteriormente tuvimos que quedarnos a bordo, entre diez y quince días más, atracados en puerto, en cuarentena. Si había alguna complicación, teníamos el hospital cerca.