Hannah Arendt

Resumen Del Texto

La condición humana fue publicada en 1958. En esta obra, Arendt se preocupa por lo que la teología medieval denominaba la vita activa, en contraposición a la vita contemplativa. El proyecto consistirá en examinar las tres actividades que la autora distingue dentro de la vita activa—a saber, la labor, el trabajo y la acción.  Estas tres actividades—que responden a y a la vez son constitutivas de la condición humana—son sometidas a un análisis fenomenológico, pero también a un examen histórico. Según Arendt, la historia de occidente se ha caracterizado por una devaluación de la vita activa en favor de la vita contemplativa, que ha venido acompañada de un creciente desdibujamiento de las fronteras entre labor, trabajo y acción. Esto ha ido en detrimento de aquel tipo de actividad que abre la posibilidad de una vida política compartida genuinamente libre: la acción. El objetivo último de Arendt es explicar este proceso y, recuperando el concepto político de acción, poner las bases para revertirlo.

El capítulo propuesto para la EVAU es el capítulo primero que lleva el mismo título que la obra.

§1. Vita activa y la condición humana

a) Labor, trabajo y acción

En el primer apartado del capítulo, la autora comienza definiendo lo que es la “vita activa” a partir de tres actividades fundamentales: la labor, el trabajo y la acción.

 

b) Mortalidad y natalidad

Las tres actividades y sus correspondientes condiciones están relacionadas con la condición más general de la existencia, a saber, el nacimiento y la muerte:

c)  El concepto de condición humana

Todo lo que condiciona nuestra existencia pertenece a la condición humana. Esto abarca las condiciones bajo las que se nos da la vida, pero no solo ellas, pues el mundo, las cosas artificiales producidas por el hombre, también condicionan su existencia. Cualquier cosa que entra en contacto con la vida humana se convierte en condición de su existencia. Por eso los hombres somos, inevitablemente, seres condicionados.

d) Condición humana vs. naturaleza humana

La condición humana no es lo mismo que la naturaleza humana: el conjunto de actividades y capacidades de la condición humana no son características esenciales de la existencia humana, sin alguna de las cuales nuestra existencia dejaría de ser humana. Si, por establecer una hipótesis, los hombres emigraran a otro planeta, ninguna de las acciones humanas serían las mismas que son hoy en día, pero los hombres seguirían siendo seres condicionados (aunque su condición sería “autofabricada”).

e)  Negación de la naturaleza humana

Arendt considera improbable que podamos algún día determinar en qué consiste la naturaleza humana, y por ello mismo niega que tengamos derecho a dar por sentado que el ser humano tenga una naturaleza o esencia en el mismo sentido en el que lo tienen otras cosas. Si la tuviéramos, sólo un dios podría conocerla o definirla, y el primer requisito sería que hablara sobre un quién como si fuera un qué. Los modos de conocimiento humano aplicables a cosas con cualidades naturales, incluidos nosotros mismos, como seres orgánicos, fallan ante la pregunta ¿quiénes somos? Es por ello por lo que cualquier intento de definir la naturaleza humana termina creando una deidad—pues la idea filosófica de Dios, dice Arendt, no es sino una especie de idea platónica del hombre.

La opinión de la filosofía, frente a las ciencias (antropología, psicología, biología…) es que ninguna condición de la existencia humana (vida, natalidad, mortalidad, mundanidad, pluralidad o la Tierra) puede determinarnos o explicarnos de forma absoluta.

§2. La expresión Vita activa

a) El origen de la expresión

En el segundo apartado del capítulo, Arendt señala que la expresión vita activa es la traducción medieval modelo de la expresión aristotélica bíos politikós. Es, por tanto, una expresión que pertenece a la tradición occidental del pensamiento político, una tradición que hunde sus raíces en la experiencia griega del conflicto entre el filósofo y la pólis. Esta tradición filosófica ha considerado las actividades política y contemplativa como actividades mutuamente excluyentes.

b) Los modelos de vida en Aristóteles

Aristóteles distinguió tres modos de vida que podían elegir los hombres con libertad (es decir, más allá de aquellas formas de vida que, por andar entregadas a la mera supervivencia, impiden la libre disposición de los movimientos y las actividades): la vida del disfrute de los placeres, la vida dedicada a los asuntos de la pólis (bíos politikós) y, por último, la vida del filósofo (bíos theoretikós).

c)  La acción como actividad libre en el mundo griego

La diferencia fundamental entre el bíos politikós de Aristóteles y la vita activa medieval radica en que para el filósofo griego sólo la acción, la práxis, podía constituir un bíos politikós. La labor y el trabajo son serviles, están subordinados a las exigencias humanas y la producción de lo necesario, carecen de autonomía. La acción escapa a este veredicto por el modo especial que tenían los griegos de entender la actividad política.

d) Hundimiento de la pólis y resignificación de la vita activa

Fue tras la desaparición de la ciudad-estado que la expresión vita activa perdió su significado político y pasó a denotar toda clase de interacción activa con el mundo, por contraposición al bíos theoretikós—la vita contemplativa, que pasa ahora a considerarse como el único modo de vida verdaderamente libre. La actividad política, en contraste, pasa a considerarse, junto a la labor y la acción, como una de las necesidades de la vida terrena.

e)  El encumbramiento de la vita contemplativa

La vida contemplativa ya había sido encumbrada en la filosofía política de Platón. Allí, el filósofo es el encargado de organizar la vida política—que tiene, además, por objetivo permitir la contemplación del filósofo. Incluso Aristóteles pondrá el bíos theoretikós en la cúspide en su jerarquía de las formas de vida libre. La posterior actitud cristiana de menosprecio a los asuntos mundanos se origina en esta filosofía “apolítica” de la antigüedad.

f)   La vita activa vista desde la vita contemplativa

Así pues, la vita activa, definida desde el punto de vista de la vita contemplativa, se comprende como askholia, nec-otium, falta de ocio y de quietud. Hasta el comienzo de la Edad Moderna, la expresión no perdió esa connotación negativa.

La distinción vita contemplativa/vita activa se coordinó, además, con la distinción phýsis/nómos. La actividad humana crea cosas que son por nómos, no por phýsis, y nada que sea por nómos puede igualarse en belleza y verdad al kósmos físico cuya inmutabilidad y eternidad se revela únicamente a los ojos descansados de la contemplación.

Además, en el deleite de la contemplación se anuncia el más allá prometido por la revelación cristiana, lo que confiere respaldo religioso a la subordinación de la vita activa a la vita contemplativa. En cualquier caso, la superioridad jerárquica de la vita contemplativa es algo que se establece ya en la tradición socrática.

g) Efectos perniciosos de la subordinación de la vita activa a la vita contemplativa

El peso que la tradición occidental ha otorgado a la contemplación ha borrado las distinciones y articulaciones dentro de la vita activa. Más allá de lo que pueda parecer, esta distorsión ha sobrevivido a la inversión del orden jerárquico entre actividad y contemplación que encontramos en las obras de Marx y Nietzsche. El marco conceptual se deja intacto y no se cuestiona el supuesto de que la misma preocupación fundamental prevalece en todas las actividades de los hombres. Pero dicho supuesto no es evidente por sí mismo: al distinguir entre labor, trabajo y acción, Arendt sostiene que el interés que sostiene a estas actividades no es el mismo y que no es inferior ni superior al interés fundamental de la vita contemplativa.

§3. Eternidad e Inmortalidad

En el último apartado, Arendt distingue la inmortalidad de la eternidad y considera que esta oposición está asociada a la separación tradicional entre la vida activa y la contemplativa y sus preocupaciones correspondientes.

a) Inmortalidad de los dioses y la naturaleza, mortalidad humana.

Inmortalidad es vida sin muerte en esta Tierra y este mundo. La mortalidad de los hombres contrasta con la inmortalidad de los dioses olímpicos y la de una naturaleza que funciona de manera cíclica. Metidos en un cosmos en el que todo es inmortal, la mortalidad pasa a ser la marca de contraste de la existencia humana: solo los humanos somos mortales, porque además de miembros de nuestra especie somos individuos con una biografía singular e irrepetible. Si la vida biológica sigue un movimiento circular, la vida individual se distingue por el curso rectilíneo de su movimiento.

b) El anhelo humano de inmortalidad

La preocupación griega por la inmortalidad nada tiene que ver con la búsqueda de la vida eterna. Los mortales buscan la inmortalidad produciendo cosas y realizando acciones que merezcan ser imperecederas. Los hombres, a pesar de su mortalidad individual, muestran su naturaleza divina dejando huellas imborrables en el mundo. Sólo los mejores, los que prefieren la fama inmortal a las cosas mortales, son verdaderamente humanos, dirá Heráclito.

c)  Eternidad y contemplación.

La preocupación por lo eterno, “verdadero centro del pensamiento estrictamente metafísico”, pudo haber aparecido ya con Sócrates (que se despreocupó de su inmortalidad al no dejar sus pensamientos por escrito), pero se percibe claramente en Platón, quien constata que la preocupación filosófica por lo eterno es inherentemente contradictoria por la preocupación del ciudadano por dejar huella inmortal. La experiencia del filósofo sobre lo eterno sólo se da al margen de los asuntos humanos y no puede transformarse en actividad alguna, pues incluso la actividad de pensar es inadecuada para traducirla: interrumpiría y arruinaría a la propia experiencia. Theoria, “contemplación”, es la palabra que designa la experiencia de lo eterno, que está inherentemente asociada a la vita contemplativa.

d) El triunfo del anhelo de eternidad

Los filósofos, escépticos sobre las posibilidades de la vida política para granjearnos una verdadera inmortalidad, despreciarían tal pretensión una vez descubrieron la experiencia de la eternidad. Sin embargo, será la religión cristiana la que haga triunfar verdaderamente este anhelo de eternidad, una vez que la caída del Imperio Romano ha dejado claro que nada salido de manos de los mortales puede ser inmortal. Y de este modo, la vita activa se subordinó con tal eficacia a la vita contemplativa, que ni siquiera la secularización moderna ha bastado para salvar del olvido la pugna de los antiguos por inmortalizarse a través  de sus acciones.

 

SELECCIÓN DE TEXTOS:

TEXTO 1

Con la expresión vita activa me propongo designar tres actividades fundamentales: labor, trabajo y acción. Son fundamentales porque cada una corresponde a una de las condiciones básicas bajo las que se ha dado al hombre la vida en la tierra. 

Labor es la actividad correspondiente al proceso biológico del cuerpo humano, cuyo espontáneo crecimiento, metabolismo y decadencia final están ligados a las necesidades vitales producidas y alimentadas por la labor en el proceso de la vida. La condición humana de la labor es la misma vida.

Trabajo es la actividad que corresponde a lo no natural de la exigencia del hombre, que no está inmerso en el constantemente repetido ciclo vital de la especie, ni cuya mortalidad queda compensada por dicho ciclo. El trabajo proporciona un «artificial» mundo de cosas, claramente distintas de todas las circunstancias naturales. Dentro de sus límites se alberga cada una de las vidas individuales, mientras que este mundo sobrevive y trasciende a todas ellas. La condición humana del trabajo es la mundanidad.

La acción, única actividad que se da entre los hombres sin la mediación de cosas o materia, corresponde a la condición humana de la pluralidad, al hecho de que los hombres, no el Hombre, vivan en la Tierra y habiten en el mundo. Mientras que todos los aspectos de la condición humana están de algún modo relacionados con la política, esta pluralidad es específicamente la condición—no sólo la conditio sine qua non, sino la conditio per quam—de toda vida política.

TEXTO 2

La acción sería un lujo innecesario, una caprichosa interferencia en las leyes generales de la conducta, si los hombres fueran de manera interminable repeticiones reproducibles del mismo modelo, cuya naturaleza o esencia fuera la misma para todos y tan predecible como la naturaleza o esencia de cualquier otra cosa. La pluralidad es la condición de la acción humana debido a que todos somos lo mismo, es decir, humanos, y por tanto nadie es igual a cualquier otro que haya vivido, viva o vivirá.


TEXTO 3

Estas tres actividades y sus correspondientes condiciones están íntimamente relacionadas con la condición más general de la existencia humana: nacimiento y muerte, natalidad y mortalidad. La labor no sólo asegura la supervivencia individual, sino también la vida de la especie. El trabajo y su producto artificial hecho por el hombre, concede una medida de permanencia y durabilidad a la futilidad de la vida mortal y al efímero carácter del tiempo humano. La acción, hasta donde se compromete en establecer y preservar los cuerpos políticos, crea la condición para el recuerdo, esto es, para la historia. Labor y trabajo, así como la acción, están también enraizados en la natalidad, ya que tienen la misión de proporcionar y preservar—prever y contar con—el constante aflujo de nuevos llegados que nacen en el mundo como extraños. Sin embargo, de las tres, la acción mantiene la más estrecha relación con la condición humana de la natalidad; el nuevo comienzo inherente al nacimiento se deja sentir en el mundo sólo porque el recién llegado posee la capacidad de empezar algo nuevo, es decir, de actuar. En este sentido de iniciativa, un elemento de acción, y por lo tanto de natalidad, es inherente a todas las actividades humanas. Más aún, ya que la acción es la actividad política por excelencia, la natalidad, y no la mortalidad, puede ser la categoría central del pensamiento político diferenciado del metafísico.


TEXTO 4

Para evitar el malentendido: la condición humana no es lo mismo que la naturaleza humana, y la suma total de actividades y capacidades que corresponden a la condición humana no constituye nada semejante a la naturaleza humana. [...]

Por otra parte, las condiciones de la existencia humana—la propia vida, natalidad y mortalidad, mundanidad, pluralidad y la Tierra—nunca pueden «explicar» lo que somos o responder a la pregunta de quiénes somos por la sencilla razón de que jamás nos condicionan absolutamente.

TEXTO 5

Resulta muy improbable que nosotros, que podemos saber, determinar, definir las esencias naturales de todas las cosas que nos rodean, seamos capaces de hacer lo mismo con nosotros mismos, ya que eso supondría saltar de nuestra propia sombra. Más aún, nada nos da derecho a dar por sentado que el hombre tiene una naturaleza o esencia en el mismo sentido que otras cosas. Dicho con otras palabras: si tenemos una naturaleza o esencia, sólo un dios puede conocerla y definirla, y el primer requisito sería que hablara sobre un «quién» como si fuera un «qué». La perplejidad radica en que los modos de la cognición humana aplicable a cosas con cualidades «naturales», incluyendo a nosotros mismos en el limitado grado en que somos especímenes de la especie más desarrollada de vida orgánica, falla cuando planteamos la siguiente pregunta: «¿Y quiénes somos?». A esto se debe que los intentos de definir la naturaleza humana terminan casi invariablemente en la creación de una deidad, es decir, en el dios de los filósofos que, desde Platón, se ha revelado tras estudio más atento como una especie de idea platónica del hombre.


TEXTO 6

Con la desaparición de la antigua ciudad-estado—parece que san Agustín fue el último en conocer al menos lo que significó en otro tiempo ser ciudadano—, la expresión vita activa perdió su específico significado político y denotó toda clase de activo compromiso con las cosas de este mundo. Ni que decir tiene que de esto no se sigue que labor y trabajo se elevaran en la jerarquía de las actividades humanas y alcanzaran la misma dignidad que una vida dedicada a la política. Fue, más bien, lo contrario: a la acción se la consideró también entre las necesidades de la vida terrena, y la contemplación (el bios theórétikos, traducido por vita contemplativa) se dejó como el único modo de vida verdaderamente libre.


TEXTO 7

Sin embargo, la enorme superioridad de la contemplación sobre la actividad de cualquier clase, sin excluir a la acción, no es de origen cristiano. La encontramos en la filosofía política de Platón, en donde toda la utópica reorganización de la vida "de la polis no sólo está dirigida por el superior discernimiento, del filósofo, sino que no tiene más objetivo que hacer posible la forma de vida de éste. La misma articulación aristotélica de las diferentes formas de vida, en cuyo orden la vida del placer desempeña un papel menor, se guía claramente por el ideal de contemplación (theória). A la antigua libertad con respecto a las necesidades de la vida y a la coacción de los demás, los filósofos añadieron el cese de la actividad política (skholé); por lo tanto, la posterior actitud cristiana de liberarse de la complicación de los asuntos mundanos, de todos los negocios de este mundo, se originó en la filosofía apolitia de la antigüedad. Lo que fue exigido sólo por unos pocos se consideró en la era cristiana como derecho de todos. 


TEXTO 8

La mortalidad del hombre radica en el hecho de que la vida individual, con una reconocible historia desde el nacimiento hasta la muerte, surge de la biológica. Esta vida individual se distingue de todas las demás cosas por el curso rectilíneo de su movimiento, que, por decirlo así, corta el movimiento circular de la vida biológica. La mortalidad es, pues, seguir una línea rectilínea en un universo donde todo lo que se mueve lo hace en orden cíclico. 

La tarea y potencial grandeza de los mortales radica en su habilidad en producir cosas—trabajo, actos y palabras—que merezcan ser, y al menos en cierto grado lo sean, imperecederas con el fin de que, a través de dichas cosas, los mortales encuentren su lugar en un cosmos donde todo es inmortal a excepción de ellos mismos. Por su capacidad en realizar actos inmortales, por su habilidad en dejar huellas imborrables, los hombres, a pesar de su mortalidad individual, alcanzan su propia inmortalidad y demuestran ser de naturaleza «divina». 

TEXTO 9

No obstante, resulta decisivo que la experiencia de lo eterno, en contradicción con la de lo inmortal, carece de correspondencia y no puede transformarse en uña actividad, puesto que incluso la actividad de pensar, que prosigue dentro de uno mismo por medio de palabras, está claro que no sólo es inadecuada para traducirla, sino que interrumpiría y arruinaría a la propia experiencia.

Theória o «contemplación» es la palabra dada a la experiencia de lo eterno, para distinguirla de las demás actitudes, que como máximo pueden atañer a la inmortalidad.