La educación: el Emilio

En 1762 Rousseau publica Emilio o sobre la educación. A pesar de su subtítulo, el objetivo fundamental de la obra es convencernos de que, a pesar de todos los obstáculos en contra, no resulta del todo imposible que un individuo desarrolle su personalidad en concordancia con la bondad natural del hombre, y de una manera que no resulte incompatible con su existencia en sociedad. A través de su narración de los diferentes estadios de la educación del joven Emilio, Rousseau intenta demostrarnos que el espíritu humano es susceptible de un proceso de formación en el que se sorteen las influencias nocivas del entorno social para culminar en la cristalización de una conciencia moral en la que prevalezcan nuestros sentimientos de compasión hacia los demás y nuestro amor propio, debidamente moldeado, se contente con buscar el mismo respeto con el que debemos tratar a nuestros congéneres.

El Emilio avanza la idea de "educación negativa", que es una forma de educación "centrada en el niño". Su idea esencial es que la educación debe llevarse a cabo, en la medida de lo posible, en armonía con el desarrollo de las capacidades naturales del niño mediante un proceso de descubrimiento aparentemente autónomo. Esto contrasta con un modelo de educación en el que el maestro es una figura de autoridad que transmite conocimientos y habilidades de acuerdo con un plan de estudios preestablecido. Al igual que en el Discurso sobre la igualdad, Rousseau vuelve a afirmar aquí que el hombre es bueno por naturaleza. Su esquema educativo implica la protección y el desarrollo de la bondad natural del niño a través de varias etapas, junto con el aislamiento del niño de las voluntades dominantes de los demás. Hasta la adolescencia al menos, el programa educativo comprende una secuencia de manipulaciones del entorno por parte del tutor. No se le dice al niño qué hacer o pensar, sino que se le lleva a sacar sus propias conclusiones como resultado de sus propias exploraciones, cuyo contexto ha sido cuidadosamente organizado. 

Las etapas por las que transcurre la educación de Emilio son, a grandes rasgos, las siguientes:0

Una vez que el adolescente ha alcanzado conciencia de sí mismo como ser social, también se vuelve posible la moralidad. La pitié equilibra o limita el interés propio, pero es algo meramente instintivo: carece, para Rousseau, de una calidad genuinamente moral. La moralidad genuina, por otro lado, consiste en la aplicación de la razón a los asuntos y la conducta humanos. Esto requiere la facultad mental que es la fuente de una motivación genuinamente moral, a saber, la conciencia

En un mundo dominado por un amour propre inflamado, el patrón normal no es que una moralidad de la razón complemente o suplante a la compasión natural. El curso habitual de eventos en la sociedad civil es que la razón y la simpatía sean desplazadas mientras la capacidad mejorada de razonamiento de los humanos se pone al servicio, no de la moralidad, sino del impulso a dominar, oprimir y explotar. Sin embargo, cuando el individuo se ha educado adecuadamente en sus fases previas, el amour propre puede adoptar un cariz muy distinto, que no derive necesariamente en una dinámica competitiva de agresividad y dominación. Cómo se vea satisfecho el amor propio del individuo dependerá de su comprensión de la posición que tiene entre el resto de los hombres. Si al joven Emilio no se le hubieran puesto los límites adecuados de la manera adecuada en su educación temprana, su voluntad tiránica buscaría imponerse sobre la de los demás. Pero Emilio comprende que hay una condición humana compartida por todos, y que las competiciones por prevalecer en sociedad traen tan sólo ganancias ilusorias. Su amor propio, por lo tanto, no precisa de la adulación servil de los demás: nuestro deseo de recibir el debido reconocimiento y respeto por parte de otra gente puede verse satisfecho si se nos garantiza una posición entre los hombres de respeto mutuo, reconociendo nuestra igualdad como seres humanos. Este reconocimiento tiene una implicación crucial, y es que, bien comprendidas, las demandas del amor propio de cualquier individuo pueden verse satisfechas sin que ello vaya en detrimento del amor propio de ningún otro. Para sentirme reconocido y valorado, no es necesario dominar a los demás y someterlos a un trato de inferioridad. Cuando cultivamos relaciones recíprocas de respeto mutuo, todos nos sentimos suficientemente valorados y reconocidos, y nadie queda con su amor propio insatisfecho.