El método cartesiano

El Método Cartesiano

1. En busca de una ciencia Universal

Recordando sus años de formación en el colegio de La Flèche, Descartes escribió en el Discurso del método que, a pesar de que la educación que le dieron era sin duda la mejor posible en la Francia de su época, al culminar sus estudios le embargaban «tantas dudas y errores que, procurando instruirme, no había conseguido más provecho que el reconocer más y más mi ignorancia».

La insatisfacción de Descartes ante el saber heredado no es una mera anécdota biográfica: es un signo de su época. La filosofía escolástica en la que le instruyeron los jesuitas venía languideciendo desde hacía ya largo tiempo, y los estudios humanísticos, que desde siglo y medio antes habían intentado erigirse en alternativa pedagógica para la formación de las élites europeas, se revelan insuficientes. En el curso de poco más de un siglo Europa había sido testigo del descubrimiento y la exploración de un nuevo continente, de convulsiones religiosas que habían provocado la escisión de la Cristiandad y devastadoras guerras fratricidas (especialmente en Francia), de la consolidación del Estado-Nación como nueva forma de organización política, y del surgimiento de una Nueva Ciencia cuyos resultados empezaban a minar los cimientos de todo el saber previo. El siglo XVI había sido un período de crisis, de derrumbamiento de las viejas certezas que habían guiado la vida de los europeos desde tiempos inmemoriales. El siglo XVII buscará un nuevo comienzo, que en el ámbito del conocimiento y de la ciencia se traducirá en la búsqueda de un nuevo ars inveniendi, un método nuevo que sirviera para encauzar definitivamente el conocimiento humano, que había andado errado durante mucho tiempo, a fin de que nunca más volviera a perder el rumbo que conduce a la verdad. En Inglaterra, Francis Bacon (1561-1626) formulará su método basado en la observación y la inducción. Descartes, en cambio, tomará como canon de toda ciencia a la única disciplina de entre todas las que estudió en La Flèche que nunca logró defraudarle, la única cuyo cultivo le granjeó siempre la seguridad de estar tocando verdades ciertas e indubitables: la matemática.

Gustaba, sobre todo, de las matemáticas por la certeza y evidencia de sus razones; pero aún no conocía su verdadero uso, y al pensar que sólo servían para las artes mecánicas, me extrañaba de que, siendo sus cimientos tan firmes y sólidos, no se hubiese construido sobre ellos nada más elevado.

René Descartes, Discurso del Método

El proyecto cartesiano consistirá, precisamente, en construir sobre el modelo de la matemática el edificio entero de la ciencia. La certeza que alcanzamos en ella será tomada por nuestro autor como criterio de verdad con respecto al cual hemos de medir nuestros juicios en cualquier ámbito del saber.

Con esta decisión, la filosofía cartesiana da un giro al sujeto. Si en la filosofía antigua y medieval eran las cosas las que dictaban el modo en el que podían ser conocidas, dando así origen a múltiples ciencias que se definían por su objeto de estudio, Descartes considera que las ciencias no son «otra cosa que la sabiduría humana, que permanece siempre una y la misma, aunque aplicada a diferentes objetos». Para Descartes la clave para lograr el conocimiento no reside en atenerse a lo que el objeto nos ofrece, sino en usar bien de nuestra razón:

…la facultad de juzgar bien y de distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que llamamos buen sentido o razón, es por naturaleza igual en todos los hombres; y por lo tanto, […] la diversidad de nuestras opiniones no procede de que unos sean más racionales que otros, sino tan sólo de que dirigimos nuestros pensamientos por caminos distintos y no consideramos las mismas cosas. No basta, ciertamente, tener un buen entendimiento: lo principal es aplicarlo bien.

René Descartes, Discurso del Método

Por eso su filosofía se traduce en una reforma del entendimiento, como leemos en la primera de sus Reglas para la dirección del espíritu:

El fin de los estudios debe ser la dirección del espíritu para que emita juicios sólidos y verdaderos de todo lo que se le presente

René Descartes, Reglas para la dirección del espíritu, "Regla I"

Este es el giro que da Descartes a la filosofía: antes de estudiar cómo son las cosas, es necesario examinar cómo accedemos nosotros a ellas. Para Descartes nada puede ser conocido antes que el entendimiento, pues de él depende el conocimiento de todas las cosas. Este proyecto apunta a la construcción de una scientia universalis, pues siendo universal la razón humana, única la norma de evidencia por la que ella se rige, y único, por tanto, su método, también el saber humano habrá de ser unitario. No niega Descartes que existan ciencias distintas, pero su diferencia no es esencial: son todas partes de una única ciencia universal.

2. Las reglas del Método

Para que la razón juzgue bien y adquiera conocimiento en todas las materias que se proponga, sin restricciones en función de su objeto, es preciso que se guíe por una serie de reglas fáciles que la ayuden a evitar el error. A esas reglas es a lo que llamamos método, y en él se cifra el buen uso del entendimiento.

Después de la noche del 10 de noviembre de 1619, en la que se le revelaron en sueños «los fundamentos de una ciencia maravillosa», Descartes emprendería un primer esbozo de su método en el inacabado Studium Bonae Mentis. Casi diez años más tarde, en 1628, redacta las Reglas para la dirección del espíritu, que también quedaron inconclusas y no se publicaron hasta después de su muerte. Así pues, la versión del método que Descartes dio a conocer al gran público es la que aparece en el Discurso del método, publicado en 1637 como introducción a sus tratados sobre Geometría, Meteorología y Dióptricos. Allí el método aparece condensado en cuatro reglas, que ponen en juego dos facultades del entendimiento: la intuición y la deducción.

La primera regla, conocida como regla de la evidencia, exhorta a

no admitir jamás como verdadera cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención y no comprender, en mis juicios, nada más que lo que se presentase a mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda.

René Descartes, Discurso del Método

Esta primera regla es la más importante, y la que determina el sentido del método y de la filosofía cartesiana en su conjunto. Con ella, Descartes quiere depurar el ámbito del conocimiento de todo aquello que sea meramente probable y no esté provisto de una evidencia absoluta. Al juzgar, hemos de evitar los vicios opuestos de la prevención y la precipitación, y no hemos de contentarnos con apelaciones al criterio de autoridad ni con meras conjeturas. Sólo debemos admitir como verdadero aquello que se nos presente como evidente.

La evidencia es la cualidad de ser indubitable, que se cifra, según Descartes, en dos características: la claridad y la distinción. Es claro aquello que resulta inmediatamente manifiesto e inteligible, mientras que es distinto aquello que está bien delimitado y que es fácilmente discernible de otras nociones. Una noción que no es clara es oscura, y una noción que no es distinta es confusa.

La segunda regla, o regla del análisis, ordena

dividir cada una de las dificultades que examinare en tantas partes como fuese posible y en cuantas requiriese su mejor solución. 

René Descartes, Discurso del Método

El método se inicia con el análisis de las cuestiones hasta dar con sus partes simples, pues son estas las únicas que pueden ser conocidas con evidencia de una manera inmediata. A la aprehensión inmediata de una noción simple la denominaba Descartes en las Reglas intuición.

Tanto las Reglas como el Discurso aseveran que el conocimiento en todos los campos comienza con ciertas «naturalezas simples» que se conocen con claridad y evidencia matemática. En la regla XII se dan ejemplos de tres tipos de naturalezas simples: 

Esto sugiere una división básica de las naturalezas simples en lo mental y lo material. Pero en este trabajo Descartes no afirma, como hará después, que los cuerpos tienen únicamente las propiedades de la extensión espacial.

Descartes tenía la esperanza de extender la claridad y certeza de las matemáticas a otros ámbitos, y esto dependía de la posibilidad de encontrar constituyentes simples por doquier. Si las cosas complejas están constituidas por combinación de entidades básicas, podremos comprender esas cosas aislando en nuestro pensamiento las ideas simples de tales entidades y combinándolas. Es un buen método, siempre y cuando podamos encontrar esas ideas simples, y siempre que su combinación se ajuste al modo en el que se presenta el mundo.

La tercera regla, o regla de la síntesis, consiste

en conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos; y suponiendo un orden aun entre aquellos que no se preceden naturalmente unos a otros.

René Descartes, Discurso del Método

Una vez analizados los problemas y conocidas las naturalezas simples, comienza el proceso de reconstrucción. La operación de la mente que guíe este proceso no ha de ser ni el impulso ni la conjetura, sino la estricta deducción, que consiste en el encadenamiento y conexión de las intuiciones en el razonamiento. Este encadenamiento ha de conservar la evidencia de las intuiciones primeras, para lo cual no ha de seguir obligatoriamente un orden natural, sino que puede suponer el que sea más adecuado a los designios del entendimiento. El ordo cognoscendi, el orden del conocimiento, no tiene por qué solaparse de manera perfecta con el orden de las cosas u ordo essendi; pero, en cualquier caso, en la deducción hemos de seguir el orden que nos dicta el entendimiento.

Por último, la cuarta regla, o regla de la enumeración, recomienda

hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que estuviera seguro de no omitir nada.

René Descartes, Discurso del Método

La filiación matemática del método cartesiano es más que evidente. La matemática es la única ciencia que se desarrolla en esta forma científica de una rigurosa deducción a partir de principios evidentes, siguiendo el orden de las nociones simples en su relación. En ella, la razón determina su propio criterio de verdad y el orden adecuado de su proceder. Lo que nos propone Descartes es una universalización del proceder de los geómetras, que pasa a aplicarse a cualquier asunto sobre el que la razón humana quiera investigar. Sobre el modelo de la matemática, Descartes postula una mathesis universalis, que será el asiento de la ciencia unitaria.