La metafísica de las tres sustancias

La metafísica de las tres sustancias

1. El Concepto Cartesiano de Sustancia

De las Meditaciones metafísicas de Descartes no sólo emerge una fundamentación del conocimiento, sino también una metafísica, una doctrina sobre la estructura ontológica de la realidad en la que esta queda dividida en tres sustancias.

Nos hemos topado ya con el concepto de sustancia en Aristóteles y en Santo Tomás. La noción de la sustancia que va a manejar Descartes va a heredar algunas de las notas con las que se la definía en la tradición aristotélica. Así, por ejemplo, en sus Respuestas a las objeciones a las Meditaciones dice Descartes que «Toda cosa en la que reside inmediatamente, como en su sujeto [...] alguna propiedad, cualidad o atributo del que tenemos en nosotros una idea real, se llama sustancia». Dicho de otro modo, la sustancia es también, para Descartes, el sujeto último de predicación al que atribuimos diferentes propiedades, cualidades o atributos.

Ahora bien, Descartes añade algunas características adicionales al concepto tradicional de sustancia que van a complicar su planteamiento. Veamos la definición que ofrece en el artículo 51 de Los principios de la filosofía


§51. Qué se entiende por 'sustancia'—un término que no se aplica de la misma manera a Dios y a sus criaturas

En relación con los elementos que clasificamos como 'cosas' o 'cualidades de las cosas', vale la pena examinarlos uno por uno. Todo lo que podemos entender por 'sustancia' es 'cosa que existe de tal manera que no depende de nada más para su existencia'. En realidad, solo hay una sustancia que se puede entender como que no depende de nada más, a saber, Dios. Podemos ver que todas las demás sustancias solo pueden existir con la ayuda de Dios. Por lo tanto, el término 'sustancia' no se aplica de la misma manera a Dios y a otras cosas, lo que significa que no hay un sentido claramente inteligible del término común a Dios y a las cosas que ha creado.

René Descartes, Los principios de la filosofía

En este texto Descartes hace su propio desarrollo de la tesis aristotélica de que la sustancia es aquello que es en sí, y no en otro, interpretándola en términos de existencia independiente: la sustancia es aquello que es en sí y por sí y que, por lo tanto, no necesita de ninguna otra cosa para existir. Esta definición, sin embargo, tiene una consecuencia inmediata de la que el propio Descartes es consciente y es que, puestas así las cosas, solo Dios sería una sustancia. Descartes bloquea esta consecuencia indeseada recurriendo a la lógica de la equivocidad: «tiene razón la Escuela cuando dice que el nombre de sustancia no es unívoco en relación con Dios y con las criaturas» dirá Descartes. 'Sustancia' no se dice en el mismo sentido de Dios y de las cosas creadas. En el caso de estas últimas, son llamadas sustancias aquellas que «no dependen de nada más que de Dios para su existencia».

Esta lógica permite atribuir equívocamente a ciertas criaturas la autosuficiencia que, en un sentido estricto, corresponde únicamente a Dios. En los dos artículos siguientes de Los principios de la filosofía Descartes desarrolla su teoría de las sustancias finitas:


§52. (1) El término 'sustancia' se aplica de la misma manera a la mente y al cuerpo. (2) Cómo se conoce una sustancia en sí misma.

… (2) […] no podemos llegar a ser conscientes inicialmente de una sustancia simplemente por ser algo que existe, porque el mero hecho de su existencia no tiene ningún efecto en nosotros. Pero podemos llegar fácilmente a saber que estamos en presencia de una sustancia por uno de sus atributos [...].

§53. Cada sustancia tiene un atributo principal; (1) para la mente, es el atributo del pensamiento, (2) para el cuerpo, es la extensión.

Una sustancia puede ser conocida a través de cualquier atributo; pero cada sustancia tiene una propiedad principal que constituye su naturaleza y esencia, siendo todas sus otras propiedades casos especiales de esa. (1) La naturaleza de la sustancia corpórea es la extensión […]; y cualquier otra propiedad que tenga un cuerpo presupone la extensión como simplemente un caso especial de ella. Por ejemplo, no podemos entender la forma excepto en una cosa extendida, o el movimiento excepto en un espacio extendido. (2) La naturaleza de la sustancia pensante es el pensamiento; y cualquier otra cosa que sea verdadera acerca de una mente es simplemente un caso especial de eso, una forma de pensamiento. Por ejemplo, podemos entender la imaginación, la sensación y la voluntad solo en una cosa pensante. Pero podemos entender la extensión sin considerar la forma o el movimiento, y entender el pensamiento sin considerar la imaginación, la sensación o cosas por el estilo. Cualquiera que reflexione detenidamente sobre estos asuntos verá que es así.

René Descartes, Los principios de la filosofía

Cada sustancia se concibe a partir de un atributo característico, inamovible, que la define como el tipo de sustancia que es. Este atributo se manifiesta a través de diferentes modificaciones o modos que lo presuponen. A través de la forma o el movimiento se nos manifiesta el atributo de la extensión, mediante el cual identificamos a la sustancia corpórea. Por su parte, imaginaciones, percepciones, deseos, juicios, etc. son modificaciones del pensamiento, que a través de ellas se nos manifiesta y por el cual identificamos a la sustancia pensante.

Este despliegue equívoco de la noción de sustancia nos lleva a reconocer una pluralidad de sustancias en el universo. Además, reconocemos dos clases de sustancias creadas con atributos incompatibles, contrapuestos: la mente, caracterizada por el atributo del pensamiento, y la materia corpórea, caracterizada por el atributo de la extensión.

2. Dios

Si las sustancias creadas las conocemos por las ideas de sus atributos, de Dios tenemos, como hemos visto, una idea que implica necesariamente su existencia, que juzgamos cierta gracias a los tres argumentos que vimos en la sección anterior. Dios se caracteriza por su infinitud y su perfección, cuya manifestación más evidente reside en la absoluta omnipotencia de su poder causal. Dios es absolutamente autosuficiente, mientras que ninguna realidad creada puede sostenerse en la existencia por sí sola. A este respecto, Descartes es bastante radical: entre la nómina de las creaciones divinas no cuenta sólo a ángeles, hombres, seres vivos y entes materiales, sino también la propia estructura lógica y moral del mundo. Dios, en su absoluta omnipotencia, es el creador de todo, incluidas las verdades necesarias: las verdades matemáticas, lógicas, físicas y morales han sido instituidas libremente por Dios, pues nada necesario puede existir fuera de Dios mismo. Afirmar que la necesidad de estas verdades es independiente de Dios sería tanto como negar su infinita majestad. 

Se suele decir, en este sentido, que Descartes sostiene una postura voluntarista, pues para él absolutamente todo lo que hay depende de la voluntad divina: todo, salvo Dios, es creación, criatura. Todo depende de Dios, totalmente, como causa eficiente suya.

En Dios, insistirá constantemente Descartes, son una misma cosa el querer, el entender y el crear. Dios es causa libre de todo lo real, en el sentido de que su voluntad creadora no está constreñida por ningún conjunto de normas necesarias. Muy al contrario, cuantas normas necesarias encontramos en este mundo en el que nos hallamos inmersos son fruto de esa libre voluntad creadora suya.

Siendo, pues, la potencia divina ilimitada, su naturaleza, su voluntad, nos resultan necesariamente incomprensibles. Dios no es irracional, pero es arracional, pues se halla más allá de la razón: hasta tal punto llega su absoluta trascendencia. 

Ahora bien, es necesario insistir en que, para Descartes, la afirmación de que Dios, siendo como es absolutamente libre, no ha sido constreñido por ninguna necesidad a la hora de crear las verdades lógicas, físicas, matemáticas y morales, no implica en absoluto que esas verdades por Él decretadas no sean «necesarias». El hecho de que Dios cree libremente estas verdades no quiere decir que estas puedan cambiar. La voluntad de Dios es inmutable y eterna. La omnipotencia divina, una vez ejercida, solo puede manifestarse como potencia ordenada, como orden de necesidad natural y racional. Solo un Dios engañador e imperfecto podría modificar arbitrariamente, irracionalmente, sus propios decretos.

Una consecuencia interesante de esta visión cartesiana de la sustancia divina es que lleva aparejada la negación de los milagros.  El milagro implica una suspensión de las verdades eternas, de las leyes racionales por las que la providencia gobierna el mundo. En el dibujo de Dios y de la creación que Descartes está proponiendo—un dibujo que garantiza la necesidad e inteligibilidad de las leyes naturales y, en esa medida, vendría a respaldar la nueva ciencia que él mismo está contribuyendo a forjar—los sucesos milagrosos no tienen cabida.

3. La sustancia pensante

La sustancia pensante o res cogitans tiene como atributo propio el pensamiento. Este atributo se manifiesta en modos como las afecciones, los juicios o las ideas. En el ordo cognoscendi (es decir, desde un punto de vista epistemológico) es la primera sustancia que conocemos (mediante la certeza del cogito). 

La distinción real

Uno de los resultados que Descartes afirma haber establecido en sus Meditaciones metafísicas es el de la distinción real entre el alma humana y el cuerpo: la mente es una sustancia inmaterial, distinta del cuerpo. Descartes ofrece varios argumentos para la distinción real. He aquí, formalizado, el primero de ellos, que aparece en la Meditación segunda:

Primer argumento para la distinción real

P1. Puedo dudar racionalmente de la existencia de mi cuerpo (por la hipótesis del genio maligno).

P2. No puedo dudar de la existencia de mi mente (por la certeza del cogito).

P3. Dos objetos A y B son iguales, A=B, solo si tienen todas sus propiedades en común.

C1. Mi cuerpo tiene la propiedad de que su existencia es dudosa, mientras que mi mente carece de esa propiedad.

C2. Mi cuerpo y mi mente son distintos.

Este argumento presenta un problema obvio: la propiedad de tener una existencia dudosa no parece ser totalmente objetiva, sino que depende de manera crucial de la perspectiva del que la está atribuyendo. En su discusión con Arnauld, Descartes maneja un argumento similar pero más robusto:

Segundo argumento para la distinción real

P1. Puedo dudar racionalmente de la existencia de mi cuerpo (por la hipótesis del genio maligno).

P2. No puedo dudar de la existencia de mi mente (por la certeza del cogito).

C1. Puedo concebir mi mente existiendo en ausencia de mi cuerpo.

C2. Es posible que mi mente exista en ausencia de mi cuerpo.

C3. Mi cuerpo y mi mente son distintos.

Lo crucial en este argumento es el paso de C1 a C2. Según Descartes, la regla de la evidencia nos enseña que todo lo que percibimos clara y distintamente es, al menos, una naturaleza verdadera e inmutable, y por tanto una forma capaz de ser creada por Dios en correspondencia con la comprensión que tenemos de ella. Siendo esto así, el hecho de que pueda distinguir claramente dos cosas es suficiente para que tenga la certeza de que son distintas, pues pueden ser separadas, al menos por Dios. Dicho de otro modo: si algo es (clara y distintamente) concebible, sabemos a ciencia cierta que es posible. Así pues, simplemente sabiendo que existo y viendo al mismo tiempo que absolutamente nada más pertenece necesariamente a mi esencia excepto el pensamiento, puedo inferir correctamente que mi esencia consiste sólo en pensar. Por lo tanto, es cierto que soy distinto de mi cuerpo y puedo existir sin él.

Todavía encontramos un tercer argumento a favor de la distinción real en la Meditación sexta. Basándose en la divisibilidad de lo corpóreo y el carácter simple de las naturalezas mentales, este argumento da, además, razones para afirmar la inmortalidad del alma.

Tercer argumento para la distinción real

P1. Mi cuerpo tiene la propiedad de ser divisible en partes subsistentes que siguen siendo cuerpos materiales.

P2. Mi mente no tiene la propiedad de ser divisible en partes subsistentes que sigan siendo mentes.

C1. Mi cuerpo y mi mente son distintos

P3. Sólo las entidades constituidas por partes de su mismo tipo son susceptibles de ser destruidas.

C2. Mi mente, a diferencia de mi cuerpo, es indestructible; de lo cual se sigue que la mente es inmortal.

La Princesa Isabel de Bohemia y el problema mente-cuerpo

La distinción real como punto de partida para la comprensión de la naturaleza humana, sitúa a Descartes ante la dificultad de explicar la interacción entre la mente, que se define como pensamiento inextenso, y el cuerpo, que en el planteamiento cartesiano es un pedazo (complejísimamente estructurado, eso sí) de materia extensa impensante: ¿Cómo es posible que una sustancia inextensa y pensante, sede de nuestra voluntad, nuestro entendimiento y nuestra libertad personal, y otra sustancia extensa, que funciona mecánicamente y está desprovista de pensamiento, se comuniquen entre sí? ¿Y cuál es la naturaleza de esa comunicación? Esta cuestión le fue presentada a Descartes en correspondencia privada por la princesa Isabel de Bohemia, que fue la primera en percatarse en la profundidad del problema de la comunicación de las sustancias en la metafísica cartesiana. Reconstruimos aquí su argumento:

Problema de la comunicación de las sustancias

P1. Todo movimiento halla su causa en (a) el impulso propio, (b) el impulso de un cuerpo externo o (c) la cualidad o figura de su superficie (p.ej., la esfericidad de una canica).

P2. Descartes define la res cogitans como inextensa e inmaterial.

P3. Si una cosa se mueve a causa de (a) el impulso propio o (b) de un cuerpo externo, se requiere contacto.

P4. Las cosas inextensas e inmateriales no pueden hacer contacto con nada.

C1. Las cosas inextensas e inmateriales no pueden moverse por impulso propio y no pueden mover nada por impulso externo.

P5. Para que haya movimiento a causa de (c) la cualidad o figura de la superficie de un objeto, el objeto tiene que tener extensión.

P6. Las cosas inextensas e inmateriales no tienen extensión.

C2. Las cosas inextensas e inmateriales no pueden moverse por la cualidad o figura de su superfice.

P7. Si (C1) y (C2) son ciertas, entonces la res cogitans no puede causar el movimiento del cuerpo.

C3. Las cosas inextensas e inmateriales no pueden moverse a sí mismas por impulso propio o por la cualidad o figura de su superficie, y no pueden mover nada por impulso externo.

C4. La res cogitans no puede causar los movimientos del cuerpo.

El dualismo cartesiano es interaccionista: según Descartes, no sólo el alma influye en el cuerpo, sino que la influencia se da también en la dirección inversa. Hay entre ambas una codeterminación. En su última obra, Las pasiones del alma, Descartes estudiaba cómo las afecciones del cuerpo (cuyo funcionamiento, no lo olvidemos, es mecánico), influyen en la actividad del alma determinando sus sentimientos y pasiones. El alma, por su parte, influye en el cuerpo a través de la voluntad, ordenando los movimientos voluntarios. El problema lo encontramos al intentar explicar el funcionamiento de esta interacción: Descartes sostiene que cuerpo y alma se comunican a través de la glándula pineal, pero esto es un contrasentido. ¿Cómo podría estar el alma situada en una glándula, siendo como es inextensa por definición? La Princesa Isabel pone el dedo en la llaga de un problema con el que todos los herederos intelectuales de Descartes tendrán que habérselas y que sigue discutiéndose hoy en día.


El alma humana, creada a semejanza del alma divina

En tanto que creadas y finitas, la sustancia pensante y la extensa se definen como contradistintas a la sustancia divina. Sin embargo, entre ellas encontramos implícita una jerarquía en la medida en que el alma, y no el cuerpo, es en cierto modo análoga a Dios: ha sido creada a imagen y semejanza suya. Al igual que Dios, poseemos un entendimiento y una voluntad, si bien es cierto que Dios posee en acto y elevadas al infinito aquellas perfecciones que en nosotros se hallan en potencia y que solo podemos aspirar a actualizar imperfectamente. Con todo, en su explicación de las causas del error humano, Descartes afirma que, aunque nuestro entendimiento es finito, nuestra voluntad es sin embargo infinita: siempre desea obtener más y más rápido. Esta infinitud suya es la fuente del error tanto en el ámbito teórico (de ahí surge la «precipitación» de la que Descartes habla en la primera regla de su método) como en el ámbito práctico. En ambos casos, el alma sólo puede ganar su libertad si logra someter la voluntad al entendimiento, pues en caso contrario se verá sometida a las pasiones y nos convertiremos en esclavos de nuestras inclinaciones naturales.

Al crearnos, Dios imprime en nosotros las verdades eternas, que son innatas a nuestra conciencia. Las verdades eternas que Dios crea son inherentes tanto al orden natural como a la conciencia humana. Como estas verdades configuran la estructura racional de la naturaleza, eso significa que el alma humana está connaturalmente dotada para lograr un conocimiento de las verdades naturales cuando hace buen uso de la luz natural de su entendimiento.

4. La sustancia extensa: La física cartesiana

La sustancia corpórea o res extensa tiene como atributo propio la extensión, que se manifiesta en modos como la figura, la posición, o el movimiento. Descartes sostiene firmemente que la materia es pura extensión, espacialidad infinitamente divisible, con todas las consecuencias que ello acarrea. Entre ellas, podemos enumerar las siguientes: