La crítica de la metafísica
La dialéctica trascendental y la crítica del uso constitutivo de la razón teórica
La dialéctica trascendental es la parte de la lógica trascendental que critica las contradicciones en las que el entendimiento y la razón incurren cuando son usados más allá de la experiencia posible, formulando juicios sobre objetos que no nos son dados por ella. Su objetivo es la crítica de las infundadas pretensiones de nuestra razón de ampliar su conocimiento más allá de toda experiencia posible.
Si el entendimiento es aquella facultad que genera conocimiento aplicando conceptos a los fenómenos, la razón es la facultad que unifica el conocimiento según principios cada vez más generales. Dice Kant que nuestra razón, guiada por el interés teórico, busca siempre remontarse desde lo particular a lo general, de lo condicionado a lo incondicionado. Para ello hace uso de los razonamientos, en los cuales nuestros juicios se enlazan entre sí dando lugar a una unificación del conocimiento sobre principios cada vez más generales. El producto último de esta unificación de la experiencia son las tres ideas de la razón pura (llamadas también por Kant conceptos puros de la razón):
Cualquier conocimiento relativo a la experiencia interna va acompañado siempre por un «yo pienso». Por ello, nuestra razón tiene la tendencia a vincular todas nuestras percepciones y experiencias como si fueran accidentes inherentes a un yo que actuaría como sustancia y que las dotaría de unidad. Esta tendencia a unificar todas nuestras experiencias internas en función del «yo pienso» que las acompaña es el origen de la idea de alma como unidad absoluta de los fenómenos de la experiencia interna.
El conocimiento científico sobre los fenómenos de la experiencia externa opera mediante razonamientos causales. Cuando intentamos unificar todos esos fenómenos en una concatenación causal completa, que los abarque a todos, originamos la idea de mundo como conjunto y unidad absoluta de los fenómenos de la experiencia externa.
Alma y mundo son principios últimos en su propio nivel, fundamentos, respectivamente, del conjunto de la experiencia interna y del conjunto de la experiencia externa. Pero la razón humana busca llegar a un fundamento absolutamente último de todo lo pensable. De aquí surge la idea de Dios, suprema condición de posibilidad de todo lo que puede ser pensado.
Dios, alma y mundo son conceptos a priori que actúan como principios bajo los cuales unificamos los conocimientos que elabora nuestro entendimiento. Sin embargo, su realidad no está dada por la experiencia: ninguna intuición los ofrece a nuestra sensibilidad; se hallan más allá de toda experiencia posible. Aun así, estas ideas pueden tener un uso regulativo, servir como normas que regulan la unificación de nuestro conocimiento, señalando a la actividad de la razón la dirección que debe tomar y contribuyendo así a la sistematización de las ciencias. El problema, dice Kant, se da cuando intentamos hacer un uso constitutivo de estas ideas—es decir, cuando, a falta de una intuición sensible que determine su contenido, la razón intenta determinar esas ideas ella sola, desde sí misma, y conocerlas científicamente sin ayuda de la experiencia—. Cuando esto sucede, la razón incurre inevitablemente en contradicciones y se enreda en esperanzas vanas:
El intento de conocer el alma con independencia de la experiencia da lugar al paralogismo de la razón pura: los razonamientos acerca del alma son paralogismos porque aplican las categorías del entendimiento al «yo pienso» como si éste fuera un objeto de experiencia. Pero dado que el «yo pienso» es la condición de posibilidad de toda experiencia, no puede ser, él mismo, objeto de experiencia: el «yo pienso» es lo que piensa todo lo demás, pero nunca puede ser pensado. No podemos aplicar la categoría de «sustancia» al sujeto, y por tanto no podemos, como hacía Descartes, pasar del «yo pienso» al «yo soy una cosa que piensa».
El intento de conocer la totalidad del mundo, más allá de los fenómenos que nos son dados, da lugar a las antinomias de la razón pura, afirmaciones contradictorias acerca del mundo que, sin embargo, pueden ser demostradas con igual verosimilitud por la razón:
Según Kant, las antinomias emergen por no haber demarcado bien los límites del conocimiento y no haber distinguido entre fenómeno y noúmeno.
La existencia de Dios, el ideal de la razón pura, no puede demostrarse por vía racional:
La prueba ontológica se construye sobre la definición de Dios como ser necesariamente existente. Además de implicar una petición de principio, Kant señala que la existencia no es una propiedad que forme parte del contenido objetivo de un concepto: cien táleros posibles tienen el mismo contenido objetivo que cien táleros existentes.
Las prueba cosmológicas y teleológicas, como las de Santo Tomás, se basan en la aplicación ilegítima de la categoría de causa-efecto más allá del ámbito de los fenómenos.
Kant señaló que la Razón no puede evitar tomar como principios objetivos, reales, unas ideas que en verdad surgen de su necesidad subjetiva de otorgar unidad a nuestros conceptos: el uso constitutivo de las ideas es connatural a la razón humana. Kant llama a esto la ilusión trascendental, y la tarea de la dialéctica trascendental ha sido someterla a crítica, señalando a la razón humana verdaderas capacidades y sus límites. De los resultados de esta crítica se desprenden consecuencias bastante negativas para las pretensiones científicas de la metafísica: aunque la metafísica general de Wolff sobrevive, reconvertida en filosofía del sujeto trascendental, la metafísica especial queda desacreditada como ciencia. La razón teórica no puede determinar el contenido de las ideas de Dios, el alma y el mundo, pues están más allá de toda experiencia.
Sin embargo, Kant hallará una consecuencia positiva en estos resultados cuando se los mira desde el interés práctico de la razón. Alma, mundo y Dios no son objetos de conocimiento porque no hay ningún fenómeno que les corresponda, pero sí pueden ser pensados como noúmenos. Le corresponderá a la razón práctica, desde el terreno de la moral, determinar el contenido de estas ideas.