Las facultades de la mente

Las Facultades de la mente

Hume somete a un escrutinio preciso de los poderes y facultades de la naturaleza humana. Este escrutinio involucra dos niveles. Primero, una 'geografía mental': la clasificación de las facultades de la mente de acuerdo con distinciones claras y perspicuas. Las facultades que busca distinguir incluyen la imaginación, la memoria, la razón o entendimiento, los sentidos, las pasiones, el gusto y la voluntad. En segundo lugar, buscará explicaciones causales bien apoyadas de su naturaleza, origen y maneras características de operar—es decir, explicaciones de lo que denomina “sus resortes y principios secretos”, que a menudo implican múltiples subprocesos y están sujetos a múltiples influencias.

Dedicamos esta sección a las facultades cognoscitivas de la mente humana, dejando para las secciones dedicadas a la ética las pasiones, el gusto y la voluntad. 

1. La mente y la conciencia

Muchos pensadores modernos, incluyendo Descartes, pensaron que las propiedades y las ideas no pueden existir independientemente, sino que deben inherir en una sustancia pensante. Hume, en cambio, sostiene que las cualidades y percepciones son todas diferentes entre sí y por tanto, por el principio de separabilidad, concebibles separadamente. El principio de concebibilidad implica la posibilidad de su existencia separada sin necesidad de relación de soporte metafísico—relación de la que, además, no encontramos impresión alguna, como tampoco la encontramos de ese sustrato sustancial al que denominamos yo. Si aplicamos el principio de la copia, debemos dudar de la realidad de tales ideas. Hume será consistente a este respecto: Hume afirma que no tenemos una noción diferenciada del yo. Y por  supuesto, en ausencia de ningún sustrato sustancial perceptible para ese yo, rechaza como ininteligible la pregunta sobre la materialidad o inmaterialidad del alma.

En lugar de tratar a la mente, la persona o el yo como algo cualitativamente distinto de las percepciones, Hume lo caracteriza simplemente como un haz de percepciones que se suceden las unas a las otras con increíble rapidez y que están en perpetuo flujo y movimiento. Algunas de estas percepciones (las del tacto y la vista) están dispuestas espacialmente y son capaces de conjunción local, mientras que otras solo admiten relaciones de sucesión. Entre ellas habría, además, relaciones de causalidad que habría que intentar discernir: cuando "la mente" actúa, lo hace en gran medida en virtud de la actividad causal de las propias percepciones que la componen. La mente humana, en principio, no es menos predecible que otros aspectos de la naturaleza a este respecto, y la necesidad causal involucrada ha de ser precisamente de la misma clase en ambos casos.

Precisamente porque cree que las relaciones causales que las percepciones establecen entre sí responden a una cierta regularidad natural, Hume está comprometido con la existencia de lo que llamaríamos estructuras generales de la mente, además de con la existencia de percepciones. Estas estructuras quizás se produzcan o se vean influidas por las percepciones mismas, y deben a su vez servir de influencia y facilitar las operaciones mentales.

Con respecto a la conciencia, como Hume concibe a la mente como un mero haz de percepciones, no puede entenderla, al modo en el que lo haría un Descartes, como una relación de introspección entre el sujeto pensante y sus percepciones. Más bien, la conciencia de la mente de sus propias percepciones consiste simplemente en la inclusión de tales percepciones dentro del haz causalmente relacionado de las mismas; los distintos grados de conciencia relativos a percepciones individuales se corresponden, plausiblemente, con los grados de poder causal o actividad de tales percepciones en el seno de este haz. La reflexión autoconsciente, en cambio, sí que involucra la formación de una idea de una percepción, y este proceso puede involucrar oscuridad o mala representación debido a la dificultad de recordar o de reconstruir percepciones que son fluctuantes, volátiles y carentes de vivacidad.

2. La Imaginación y la memoria

Un rasgo característico del empirismo de Hume es su rechazo de la distinción, habitual en el siglo XVII, entre el entendimiento y la imaginación como dos facultades de representación mental distintas. Las ideas de la imaginación solían entenderse como derivadas de experiencias previas y semejantes a ellas en carácter, como implica su descripción como facultad de las “imágenes”. Para Hume, sin embargo, todas las ideas tienen un mismo origen en la experiencia. El entendimiento, cuando se lo contrasta con la imaginación, es para él meramente la supuesta facultad de poseer “ideas espirituales y refinadas” postulada en primera instancia por los matemáticos para explicar sus destacables éxitos, pero la cual es también en seguida defendida por los filósofos que buscan encubrir muchas de sus absurdeces apelando a una fuente especial y elevada de conocimiento.

Al eliminar todo espacio para un entendimiento separado de la imaginación, Hume delinea una distinción diferente entre dos facultades de generación de ideas. La primera de ellas es la imaginación, que es la facultad de tener ideas—copiadas, al menos en sus partes más simples, de las impresiones—que generalmente poseen algo menos que el grado más elevado de viveza que les son posibles a las ideas. La segunda es la memoria, facultad de poseer ideas que, además de ser capaces del grado más elevado de viveza, se mantienen fijas e invariables en lo que respecta a su orden. Un recuerdo particular siempre implica, para él, una sucesión de ideas mediante la cual representamos un objeto o evento como pasado. Además, el orden de su sucesión, fijado por el orden de las impresiones de las que son copia, no puede alterarse sin perder la viveza que los caracteriza.

Todas las operaciones medaiante las cuales la mente genera o modifica ideas distintas a los recuerdos se calificarían como operaciones de la imaginación. Esto incluye las operaciones de lo que luego llamará razón.

3. La razón o entendimiento

Hume llama razón a la facultad de razonar. Reconoce dos tipos de razonamiento, el probable y el demostrativo. El razonamiento demostrativo siempre genera conocimiento en sentido estricto, y su objeto son las relaciones de ideas. El razonamiento probable tan sólo es capaz de generar meras creencias, y su objeto es lo que denomina cuestiones de hecho. Esta distinción es denominada a menudo la horqueta de Hume.

Hume parece emplear los términos ‘razón’ y ‘entendimiento’ de manera intercambiable en muchos pasajes, pero no hay una distinción clara entre ambos términos en su pensamiento (como sí la habrá más tarde, por ejemplo, en Kant). A veces, sin embargo, hace un uso más amplio del término 'entendimiento'. Por ejemplo, en los títulos del libro I del Tratado de la Naturaleza Humana y de su Investigación sobre el entendimiento humano, la palabra 'entendimiento' parece abarcar tanto el razonamiento como la percepción de impresiones e ideas.

4. El Razonamiento demostrativo y el razonamiento probable

El razonamiento demostrativo y las relaciones de ideas

Hume considera el razonamiento demostrativo como algo que requiere de una serie sucesiva de intuiciones, cada una de las cuales depende de la conciencia de una relación entre ideas. Hume entiende la intuición y la demostración como únicas fuentes de conocimiento en el sentido más estricto. Para él, sólo cuatro tipos invariables de relación son capaces de generar un conocimiento estricto: la semejanza, la contrariedad, los grados en una cualidad y las proporciones en cantidad y número. Además, sólo las proporciones de cantidad y número requieren de la realización de demostraciones, mientras que el resto resultan intuitivamente evidentes a la mente.

La conciencia más rudimentaria de estas relaciones de ideas yace, presumiblemente, en la existencia conjunta de las ideas relevantes en la mente de un modo que sea capaz de afectar, a través de su relación, a las percepciones futuras de la mente. Como Hume no parece atribuir la capacidad de razonamiento demostrativo a los animales, todo parece sugerir que piensa que el razonamiento demostrativo exitoso típicamente implica el reconocimiento de relaciones entre ideas abstractas a través de esfuerzos de operaciones de inclusión, exclusión, combinación e intersección entre las mismas.

El razonamiento probable y las cuestiones de hecho

La contribución más original de la teoría del conocimiento de Hume, sin embargo, reside en su tratamiento de los razonamientos probables sobre cuestiones de hecho. Hume considera que todo razonamiento sobre cuestiones de hecho tiene como fundamento únicamente la experiencia presente y pasada. Ahora bien, cuando razonamos sobre cuestiones de hecho no tomamos como premisas todas nuestras experiencias pasadas. Como veremos en más detalle en la próxima sección, Hume considera que estas experiencias pasadas tienen la capacidad de generar asociaciones habituales en la mente, de tal modo que no tenemos necesidad de invocarlas en el momento de hacer inferencias probables.

Más específicamente, para Hume toda inferencia probable requiere la percepción pasada de una “conjunción constante” de dos tipos de eventos u objetos, experiencias en las cuales un evento u objeto (llamémoslo C) se ve seguido siempre inmediatamente por otro evento u objeto (llamémoslo E). Después de que una serie de experiencias tales haya establecido una asociación, la ocurrencia en la mente de una percepción de algo semejante a uno de los dos objetos u eventos (llamémosla percepción iniciadora) llevará a la mente inmediatamente a formar la idea de algo semejante al otro objeto u evento. Al hacerlo, la mente trata al evento u objeto del primer tipo como causa y al de segundo tipo como efecto. Además, cuando esta percepción iniciadora tiene un grado elevado de viveza (porque es una impresión, recuerdo, o creencia producida por una instancia previa de razonamiento probable) la idea que le sigue por asociación adquirirá la viveza suficiente para generar una creencia. Esto explica cómo las inferencias generadoras de creencia pueden ir de la causa al efecto o del efecto a la causa. Para Hume, todo razonamiento probable es en última instancia “causal” en este sentido.

Cuando, por contraste, la percepción iniciadora es una "mera" idea en vez de una impresión, recuerdo o creencia, la idea asociada que le sigue será también una mera idea, y la conclusión será meramente hipotética. En cualquier caso, la operación de inferencia es una instancia del principio psicológico más general que Hume denomina "costumbre" o "hábito".

Aunque Hume llama razonamiento probable a todo razonamiento sobre cuestiones de hecho, distingue, dentro de estos razonamientos, los que llama "pruebas" y los que llama "razonamientos de probabilidad" en un sentido más estricto. 

5. Los sentidos

Los cinco sentidos externos son facultades que nos permiten recibir impresiones de sensación mediante la estimulación de los órganos sensoriales. Como ninguna percepción es inherentemente representacional, Hume tiene que explicar cómo las impresiones de sensación son tomadas como portadoras de información acerca de cuerpos externos. Su intricada explicación empieza con un análisis de qué es lo que creemos, exactamente, cuando creemos en la existencia de los cuerpos. 

Mientras que Locke había apelado a una oscura idea de lo “real” o de “existencia externa” y Berkeley había negado que los cuerpos pudieran ser concebidos como otra cosa que conjuntos de ideas en nuestra mente, Hume sostiene que nuestra creencia en la existencia de cuerpos es la creencia de que hay cosas que tienen una existencia distinta y continuada:

Hume distingue dos versiones de esta creencia en la existencia independiente de los cuerpos. En primer lugar tendríamos la creencia vulgar, que emerge en un estadio temprano del desarrollo de toda mente humana y que se caracteriza por no establecer ninguna distinción entre nuestras impresiones de sensación y los cuerpos; más bien, esta creencia atribuye existencia distinta y continuada a algunas de aquellas impresiones de las que somos inmediatamente conscientes. 

La creencia vulgar en la existencia independiente de los cuerpos, dice Hume, tiene su origen en que, a veces, tomamos como idénticas impresiones que son muy similares entre sí, pero que no son exactamente iguales. Nuestras impresiones de sensación suelen caracterizarse por su constancia y su coherencia. Llama Hume constancia a la tendencia de las impresiones de sensación a verse seguidas por impresiones que son cualitativamente casi idénticas después de producirse una interrupción. Cuando aparto la vista de un objeto, mi percepción visual se interrumpe momentáneamente, pero cuando vuelvo a redirigir la mirada hacia él, lo que veía antes y lo que veo después aparece en mi mente como idéntico. En cuanto a la coherencia, se trata de la tendencia de las impresiones sensibles a ejemplificar, incluso con interrupciones, patrones recurrentes de sucesos estrechamente relacionados: vemos que alguien enciende la leña y, si interrumpimos la visión, veremos luego la leña reducida a rescoldos, y esto nos ha sucedido muchas veces. Pues bien, son esta constancia y coherencia de las impresiones las que nos hace confundir su sucesión con ejemplos de identidad, y al atribuirles identidad les atribuimos también una existencia continua y distinta. Hume adscribe a la imaginación, más que al razonamiento irregular, la operación mental que resulta en la creencia en la existencia continuada y distinta de los cuerpos externos.

Mientras que esta creencia vulgar no es contradictoria, Hume cree que se puede mostrar su falsedad fácilmente a través de experimentos acerca de las operaciones de la percepción sensible. Cuando presionamos un globo ocular, empezamos a ver doble; variando la distancia del objeto, variamos su tamaño aparente; otras impresiones varían con la salud o los desórdenes de los órganos. Estas experiencias parecen dejar claro que los órganos sensitivos no nos proporcionan una conciencia inmediata de objetos externos e independientes de la mente, sino de percepciones que son internas y dependientes de ella. Y si las percepciones no son causalmente independientes de la mente (es decir, si no son existencias distintas en el sentido de Hume), tampoco pueden tener existencia continuada.

Una respuesta posible a este descubrimiento de la falsedad de la posición vulgar sería negar, como hace Berkeley, que existan los entes corpóreos. Sin embargo, Hume señala que nuestra mente está demasiado firmemente comprometida con la existencia de entidades corpóreas distintas y continuadas como para que esta propuesta suscite y mantenga en nosotros un grado significativo de creencia. En su lugar, lo que los filósofos suelen hacer es postular que hay unas entidades que existen con independencia de la mente, que son causas de nuestras impresiones de sensación y que se asemejan hasta cierto punto a ellas.

Hume argumenta que esta creencia filosófica en una doble existencia de las impresiones sensibles, por un lado, y de las entidades corpóreas independientes, por otro, no tiene asiento ni en el razonamiento ni en la imaginación. No la recomienda la razón porque no es asunto de razonamiento demostrativo, y la conjunción constante de causa y efecto necesaria para el razonamiento probable es imposible en este caso porque la mente sólo tiene conciencia inmediata de sus percepciones, pero no de los presuntos cuerpos que supuestamente operan como sus causas. Y la creencia filosófica tampoco viene recomendada por la imaginación, porque esta facultad da lugar naturalmente a la creencia vulgar que hemos comentado al principio. 

La creencia filosófica en los cuerpos externos, por lo tanto, es tan infundada como la visión vulgar, con la salvedad de que la creencia filosófica no puede demostrarse falsa a través de aquellos sencillos experimentos que nos mostraban que la creencia vulgar está equivocada. En todo caso, es difícil evitar la conclusión de que la propia posición que Hume maneja en su filosofía es una instancia de esta infundada visión filosófica, si bien nuestro filósofo reconoce que él, como todo hijo de vecino, se deja guiar por la creencia vulgar en su vida cotidiana.