Teoría del conocimiento

1. CONTRA EL REALISMO Y EL IDEALISMO

El realismo es la posición —típica de la filosofía antigua y medieval— según la cual el conocimiento tiene por objeto, directamente, la realidad misma. El idealismo —posición propia de la modernidad inaugurada por Descartes— entiende, en cambio, que lo que conocemos en primer término son las ideas de nuestra conciencia, y que estas tan sólo indirectamente nos remiten a la realidad. Según el realismo, la realidad nos es dada tal cual es, mientras que los idealistas reconocen que la realidad que conocemos ha tenido que pasar por el tamiz de nuestras peculiares facultades de conocimiento, y que por lo tanto ha sido en parte constituida por ellas: la realidad que conocemos no es del todo independiente de nuestra subjetividad.

La filosofía de Ortega intenta superar ambas actitudes. Por un lado, acepta la tesis idealista de que no se pueden conocer las cosas si no es a través del filtro que impone el sujeto: las cosas aparecen siempre como cosas para mí. Pero critica al idealismo por concebir al sujeto como una realidad independiente de las cosas. No puede haber cosas sin «yo», pero tampoco puede haber «yo» sin cosas, pues el «yo», la conciencia, es siempre conciencia de algo. Esta constatación la aprendió Ortega de Edmund Husserl (1859-1938), el padre de la fenomenología, quien defendía que la actividad de la conciencia es siempre intencional: toda conciencia es conciencia de algo, y sujeto y objeto están siempre interrelacionados.

La tesis de Ortega es que el fundamento absoluto de todo filosofar, el primer principio del que tenemos que partir, la auténtica realidad, no son las cosas ni la conciencia, sino la realidad radical del yo-con-las-cosas. A esta realidad, radical en el sentido de originaria, en la que el yo y las cosas se manifiestan como polos interrelacionados, lo llama también Ortega vida.

Esta concepción de la realidad radical como vida lleva a una nueva concepción del ser y de la verdad:

2. CONTRA EL RACIONALISMO Y EL IRRACIONALISMO

El mundo en el que el hombre vive es el mundo de las cualidades (colores, resistencias, sonidos). Sin embargo, la razón no es capaz de manejarse con las cualidades, así que reduce lo cualitativo a la geometría y al número (es decir, a lo cuantitativo). El carácter fundamental del racionalismo reside en que para buscar la verdad renuncia a lo cualitativo, a la vida, a la historia. Es fundamentalmente ahistórico y atemporal. Y al mismo tiempo rechaza el mundo inmediato en que vivimos. De este modo, invierte la perspectiva natural del hombre.

Como consecuencia de todo esto, el racionalismo introduce una escisión en la vida entre el mundo de los conceptos racionales—fijos, estables, precisos, eternos—y el mundo de la espontaneidad y de lo vital. Ortega se opone a la razón pura, que descuida lo vital, lo cambiante, lo histórico, lo temporal. Pero no por ello nos propone una filosofía irracionalista. Frente a ambas posiciones extremas, Ortega reivindica la necesidad de cultivar una razón vital.

3. EL RACIOVITALISMO COMO TEORÍA DEL CONOCIMIENTO: EL PERSPECTIVISMO

La oposición de Ortega a realismo e idealismo queda plasmada en su divisa: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo».

La circunstancia es el mundo en el que yo vivo y que me constituye como tal «yo». El yo y la circunstancia no son separables: no se puede indicar dónde acaba el mundo y dónde empieza el yo. A esta relación inicial yo-mundo es precisamente a la que llamamos vida, pues vivir es tratar con el mundo, actuar en él, ocuparse de él. Esta es la realidad radical a partir de la cual se fundamentan todas las demás. El punto del que ha de partir todo conocimiento es el yo viviente individual en su relación singular con su circunstancia, y por eso toda verdad parte necesariamente de un punto de vista histórico-cultural concreto. Ortega se opone a la tesis básica de la teoría del conocimiento tradicional, que rechaza el punto de vista del individual: cualquier punto de vista absoluto, supraindividual, es una quimera inalcanzable.

La oposición al racionalismo y el irracionalismo queda plasmada en la doctrina del perspectivismo. El irracionalismo había respondido siempre al olvido racionalista de lo vital mediante el relativismo: dado que los fenómenos vitales son cambiantes, mudables, perecederos, se niega todo tipo de verdad absoluta, haciendo de la verdad un problema subjetivo. Sin embargo, esto conduce al escepticismo. Frente a las dos opciones históricamente dadas (dogmatismo o escepticismo), el raciovitalismo orteguiano postula un nuevo tipo de enfrentamiento con la realidad que no tenga forzosamente que decantarse o por la razón o por la vida, sino que pueda conservarlas a ambas, y que no tenga que renunciar al conocimiento de los fenómenos vitales.

Ortega constata que el yo viviente no experimenta de la realidad otra cosa que sus «aspectos». Estos aspectos son el referente último de nuestros conocimientos. Nuestros conceptos e ideas de las cosas resultan de las distintas maneras de experimentar y de integrar los aspectos de la perspectiva individual. Si contemplo un paisaje, lo veo de una determinada forma. Ahora bien, si cambio mi posición, camino una distancia en una u otra dirección y vuelvo a ver el mismo paisaje, no lo veré sin embargo igual que antes. La realidad es de tal forma, tiene tal estructura, que hemos de verla, conocerla, siempre desde un punto de vista. Este punto de vista es espacial en el caso del paisaje mencionado, pero será histórico en el caso de otro tipo de realidades.

Ortega, en ¿Qué es la filosofía?, distingue entre las verdades en sí y las verdades descubiertas por el hombre. Las verdades en sí mismas son atemporales. Las verdades humanas (incluidas las científicas), son descubiertas por el hombre en un momento histórico concreto, y tienen un alcance histórico determinado. El hombre no podrá decir nunca la última palabra sobre la materia, sobre el arte, sobre el derecho, ni sobre nada, siempre se podrán añadir nuevas perspectivas. La verdad, por tanto, es la perspectiva histórica sobre el universo que tiene la vida en un momento dado. Por eso, la visión del mundo de cualquier civilización y período histórico tiene sentido y tiene parte de verdad: porque la verdad humana es estructuralmente es histórica. Ahora bien, esto no quiere decir que Ortega acepte el relativismo cultural. Pues, lejos de ser inconmensurables, las culturas se pueden comparar en función del nivel de desarrollo histórico de su verdad. La verdad alcanza, en cada cultura, distintos niveles históricos de desarrollo, y en cada momento histórico hay una «altura de los tiempos» que no todas las culturas alcanzan.

Debido a su propia naturaleza, la realidad no podrá ser vista siempre de la misma manera. Pero eso no quiere decir que no exista un mundo real, cognoscible por nosotros. Tendría más visos de ser irreal, de hecho, un mundo que fuese siempre el mismo cualquiera que fuese el sujeto o la época histórica que lo contemplase. La existencia de perspectivas diversas nos informa de un mundo real independiente de nuestra subjetividad. Y en el conocimiento de esta realidad las perspectivas no se excluyen, sino que se complementan.

El perspectivismo ha de ir acompañado de un nuevo modelo de racionalidad. La razón lógico-matemática ha permitido un extraordinario avance de las ciencias de la naturaleza, pero es inapropiada para el conocimiento de la realidad humana. Frente a las ciencias de la naturaleza, las ciencias humanas aparecen como poco precisas y rigurosas, incapaces de describir su objeto de estudio. Esto se debe a que, frente a las regularidades naturales, los asuntos humanos están en permanente cambio: son de naturaleza temporal, histórica.

Dado que los asuntos humanos se escapan a la capacidad de comprensión lógico-matemática, si no queremos incurrir en el irracionalismo, hay que replantearse qentendemos por razón. Y Ortega nos propone considerar a la razón lógico-matemática como un caso particular de una forma más amplia y radical de razón denominada razón vital. No hay que defender la razón por encima de la vida ni la vida por encima de la razón, sino comprender que la razón es un instrumento de la misma vida. Esto nos proporciona una comprensión de la razón más amplia que la de los racionalistas.