La sociedad comunista

Hasta aquí hemos visto la vertiente teórica de la filosofía de Marx. Nos queda, para terminar, hablar de sus implicaciones revolucionarias.

El materialismo histórico y la lucha socialista

La última de las tesis sobre Feuerbach reza: «Los filósofos hasta el momento han tratado solamente de interpretar el mundo; de lo que se trata es de transformarlo». ¿Cómo puede el materialismo histórico transformar el mundo? Para Marx, no se trata de que la teoría se ponga al servicio de los intereses de la práctica revolucionaria, sino de que la propia actividad teórica sea revolucionaria. El materialismo histórico tiene poder transformador porque, al estudiar las leyes que rigen las formas históricas de la producción social, nos permite tomar conciencia sobre las injusticias que existen objetivamente en la sociedad, y nos arroja luz sobre las perspectivas de cambio que el propio desarrollo histórico abre ante nosotros. El papel de la teoría, por lo tanto, es propiciar una toma de conciencia por parte de las clases desfavorecidas de la situación de antagonismo y alienación en la que viven, facilitando así la transformación social.

Este aspecto de la teoría marxista entra un poco en contradicción con el resto de su pensamiento, pues supone afirmar que la revolución, el cambio social, no sucede en virtud de las leyes materiales de evolución de la sociedad sino en virtud de un cambio de conciencia. Por otra parte, si la revolución pasa por la toma del poder del Estado, parece que aquí hay una primacía de la política sobre la economía: aunque la base del desarrollo histórico es la infraestructura, los vuelcos revolucionarios se manifestarían, según esto en la superestructura.

El advenimiento de la sociedad comunista

Marx, ya lo hemos dicho, entendía la historia como un proceso dialéctico movilizado por la lucha de clases. Dado que toda formación histórica está atravesada por un antagonismo de clase, cada sistema de producción crea las condiciones para su propia superación. Fueron las contradicciones internas del feudalismo las que lo condenaron a ser barrido por la fuerza revolucionaria de la burguesía, y el régimen capitalista burgués, según Marx, correrá la misma suerte: la contradicción entre capital y trabajo, que es inherente al propio sistema, va haciéndose cada vez más intensa a medida que se desarrollan las fuerzas productivas. Ya hemos visto que el capital tiende a concentrarse cada vez en menos manos, mientras que la pequeña burguesía y los pequeños empresarios, arruinados en la dinámica implacable de la libre competencia, pasan a engrosar las filas del proletariado. La producción se va volviendo cada vez más organizada y tecnificada y, sin embargo, son cada vez menos los que acumulan toda la riqueza y más los que ya no tienen nada. Esta dinámica, nos dice Marx, tiene que llevar necesariamente a un punto de ruptura, en el que el proletariado, tomando conciencia de que con el capitalismo no tiene nada que ganar, y que con un cambio de sistema no tendría nada que perder, derrocará a la minoría capitalista del poder e instaurará unas nuevas relaciones de producción.

De la acción revolucionaria de la clase proletaria habrá de emerger la sociedad comunista. Marx nunca ofreció una exposición detallada de cómo creería que sería esta nueva sociedad, o los pasos concretos que llevarían a ella. En el Manifiesto Comunista hay ciertos apuntes sobre cómo el proletariado se hará con el poder, y explicita que podrá ser democrática o revolucionariamente, según lo impongan las circunstancias. En lo que sí que confiaba Marx es en que, en la sociedad por venir, al ser la inmensísima mayoría de la población la que tomaría el poder, no se instauraría un nuevo antagonismo de clases, sino que se pondría fin a las relaciones de propiedad y se eliminaría la división entre clases poseedoras y clases desposeídas.

Ahora bien, esta sociedad sin clases no podría llegar inmediatamente después del derrocamiento de la burguesía. El antagonismo estaría todavía muy arraigado tanto en la infraestructura como en la superestructura social, y haría falta una fase de transición en la cual el proletariado, mediante una «violación despótica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción», arrancase los medios de producción de manos privadas y los pusiera a disposición de los trabajadores. Esta fase inmediatamente posterior a la revolución es lo que se conoce como dictadura del proletariado, y en ella, según Marx, los proletarios han de hacer uso de las estructuras heredadas del Estado burgués para construir un nuevo sistema económico en el que la propiedad de los medios de producción sea plenamente colectiva.

La sociedad comunista

Una vez superada esta etapa, el Estado se volvería innecesario y sería suprimido. Emerge así la verdadera sociedad comunista, caracterizada por la abundancia de recursos (pues el comunismo sólo llega cuando las fuerzas productivas están desarrolladas al máximo), el trabajo libre y la propiedad colectiva de los medios de producción. Marx llama a este momento «el fin de la prehistoria humana y el comienzo de la auténtica Historia», porque sólo cuando el trabajo es libre los hombres se puedan realizar plenamente como tales:

Engels llamó al comunismo el periodo de la «libre administración de las cosas», porque en él no son necesarias las relaciones de dominio ni de desigualdad. No se trata, sin embargo, de que todos tengan lo mismo: la propiedad privada individual sigue existiendo, pero es fruto del trabajo. Los comunistas no critican la desigualdad de renta, sino su origen. Las desigualdades serán fruto de la libre decisión de los hombres, del esfuerzo y del mérito.