El modo de producción capitalista

Como no podía ser de otra manera, Marx dedica una especial atención al estudio del modo de producción capitalista. La más voluminosa y elaborada de sus obras, El capital, fue fruto de prolongados años de estudio de la economía política, e introduce toda una serie de categorías novedosas para el análisis de un sistema que en el siglo XIX todavía estaba consolidándose.

Mercancías, valor de uso y valor de cambio

Según Marx, en el modo de producción capitalista la riqueza se define como acumulación de mercancías, y es por ello por lo que El capital comienza con un análisis de la mercancía.

Marx define la mercancía como un objeto cualquiera que por sus cualidades satisfaga necesidades humanas de cualquier tipo. En virtud de esas cualidades, las mercancías tienen un valor de uso. Pero las mercancías son también intercambiables entre sí en los mercados, y ahí no es su valor de uso el que hay que tener en cuenta, sino su valor de cambio.

El valor de cambio es un valor que tienen en común diversos tipos de mercancías, y que permite cambiar unas por otras. Este valor es puramente cuantitativo, y según Marx se establece a partir del tiempo de trabajo necesario para producción. A este respecto, el tiempo relevante no es el que empleen de hecho los trabajadores, sino el tiempo necesario para producirlo en virtud del desarrollo social de las fuerzas productivas en el momento dado. Es decir, si un panadero con medios artesanales tarda una hora en hacer un pan de medio kilo, pero otro panadero con los medios adecuados tarda diez minutos, el valor social del pan viene dado por este último.

Aquí, en el trabajo, hallamos el fundamento de la equivalencia entre bienes que hace posible su intercambio. Pero para que los intercambios no estén supeditados a intereses puntuales y se generalicen hace falta una mercancía que sirva de mediador universal, cuyo valor de uso se reduzca a su propio valor de cambio: hablamos del dinero, cuya existencia permite que el valor de cambio de las mercancías se establezca en términos monetarios.

Mercado, intercambios y beneficios

Desde la invención del dinero, el esquema de los intercambios en las sociedades precapitalistas era M1>D>M2: una persona llevaba una mercancía al mercado (M1), la vendía a cambio de dinero (D), y usaba el dinero ganado con la venta para comprar otras mercancías que le resultasen necesarias (M2). Ahora bien, en esta forma de intercambio no se produce ningún tipo de valor, no se acumula capital. El capitalismo arranca cuando los intercambios mercantiles empiezan a generar valor y a permitir la acumulación continua de capital. Esto se traduce en una inversión del sistema de circulación de dinero y mercancías, que pasa a tomar la forma D1>M>D2: el capitalista realiza una inversión inicial (D1) que le permite hacerse con unos medios (maquinaria y fuerza de trabajo) para la producción de mercancías (M). Esas mercancías son llevadas luego al mercado, donde su venta reportará al capitalista un dinero (D2). Pero este dinero no será equivalente al dinero invertido, sino que incluirá un beneficio: la suma de dinero es más grande, y por tanto hay un incremento de valor: D2=D1+ΔD.

Explotación y plusvalía

Para que esto fuera posible, fue preciso hallar una mercancía capaz de producir valor. Esa mercancía no es otra que el trabajo, que en el modo de producción capitalista está mercantilizado bajo la forma del trabajo asalariado. En el trabajo asalariado la fuerza de trabajo es una mercancía que el obrero vende al empresario capitalista a cambio de un sueldo en dinero. Se trata de un intercambio mercantil en toda regla.

La clave del mecanismo de producción de beneficios está en la ley de hierro de los sueldos: si bien el precio de una mercancía equivale al trabajo social invertido en su producción, el obrero, sin embargo, no recibe como salario más que lo estrictamente necesario para su subsistencia. Hay una diferencia entre el valor que el obrero produce para el empresario y el valor que éste recibe en forma de salario. A esta diferencia, que el empresario sustrae al obrero, la denomina Marx plusvalía. El empresario capitalista trata al trabajador como una mercancía de la cual puede extraer más valor del que ha pagado por ella. Así, el beneficio que el empresario obtiene en el mercado no es sino el reflejo de la plusvalía que ha extraído antes, al nivel de la producción, del trabajo del proletario.

Grandeza y miseria del capitalismo

Marx halla grandes virtudes en el capitalismo: es el primer sistema que ha logrado someter la producción al principio de racionalidad objetiva; el primero que ha logrado un desarrollo continuado (y espectacular) de las fuerzas productivas. Sin embargo, todo esto tiene lugar mediante la explotación del trabajo proletario. Además, el sistema necesita para reproducirse del mecanismo ciego del mercado—un mecanismo espontáneo, ingobernable, con sus propias exigencias internas de reproducción, ante las cuales las personas nada pueden oponer—. El empresario no puede recoger sus ganancias sin reinvertirlas, no puede dejar de explotar a sus obreros, porque si lo hace sus precios dejarán de ser competitivos y será devorado por la rueda implacable de la competencia.

Explotación, sobreproducción e intensificación del antagonismo de clase

Marx llamaba tasa de explotación a la cantidad de plusvalía que el capitalista se adueña en proporción a la cantidad total de valor producido. Con la acumulación de capital y el consecuente desarrollo tecnológico de las maquinarias disponibles, el trabajo socialmente necesario para producir mercancías (es decir, la cantidad de horas que es necesario invertir para producirlas) disminuye. Con esto, en teoría, la tasa de explotación también debería disminuir. Sin embargo, esto no sucede: el proletario está sometido al chantaje del empresario: tiene que venderle su fuerza de trabajo si no quiere morir de hambre; y el capitalista, obligado a incrementar su productividad para seguir siendo competitivo en el mercado, se aprovechará de las ventajas que le otorga el sistema para mantener inalterable la jornada laboral: lo que hará el proletario no será trabajar menos horas para producir lo mismo, sino trabajar las mismas horas para producir más. Así pues, con el desarrollo de las fuerzas productivas la tasa de explotación no hace más que incrementarse.

De este modo, el desarrollo de las fuerzas productivas incrementa el antagonismo de clase entre capital y trabajo. La dinámica de acumulación del capital aboca al sistema a crisis cíclicas de superproducción, pues el sistema produce más de lo que la sociedad, que él mismo ha empobrecido, puede asimilar. El exceso de producción lleva a que los obreros se queden sin trabajo, con el consiguiente descenso del consumo y cierre de empresas. El capital se concentra cada vez en menos manos, mientras que la «masa de los desposeídos» aumenta, pues comerciantes y pequeñoburgueses terminan por sumarse también a las filas del proletariado. Estas crisis, según Marx, no hacen sino empeorar a medida que siguen creciendo las fuerzas productivas y las masas proletarizadas tienen más difícil vivir por sus propios medios.

Marx nos enseña que la espectacular producción de bienes del capitalismo se sostiene sobre el trabajo del proletariado, que a pesar de ser—por primera vez, y frente a esclavos y siervos—una clase de individuos libres, como carece de medios de subsistencia propios, se ve obligado a permitir que el empresario capitalista le sustraiga parte de los réditos de su trabajo, pues sin el salario que el capitalista le da estaría condenado a muerte. Al igual que en todos los modos de producción anteriores, la producción bajo condiciones sociales se sostiene en una contradicción, en un antagonismo de clase. Ahora bien, esta contradicción interna, que es el motor de la acumulación capitalista, habrá de ser también la que ponga fin a su existencia: la burguesía, dice Marx, ha producido las condiciones para su propio entierro, y ha producido también a su sepulturero: el proletariado, la clase universal, llamada a acabar con la explotación humana y traer, por fin, una sociedad sin clases.