Alienación e ideología
Alienación e ideología
¿Por qué el proletariado no se revuelve contra las condiciones en las que se desarrolla su vida bajo el sistema capitalista? ¿Por qué el hombre sigue consintiendo ser explotado por el hombre? El análisis de la sociedad capitalista ha de concluir con un examen de los sistemas superestructurales que enmascaran la contradicción inherente al sistema y garantizan su reproducción.
La crítica de la alienación debe estudiar las causas por las que el hombre se siente desgraciado en la tierra con el objetivo de erradicarlas. Pero antes de analizar la alienación ideológica, clave para el sostenimiento del sistema, es preciso examinar su base estructural: la alienación económica. Porque—recordemos—para Marx no es la conciencia la que determina el ser social, sino el ser social el que determina la conciencia. La alienación principal es la económica, y las demás son derivadas de ella.
La alienación económica
La alienación ideológica
1. La alienación económica
Ya hemos visto más arriba que, a pesar de que el trabajo es esencial al hombre y constituye el instrumento de su emancipación, históricamente el hombre se ha visto alienado por el trabajo. En el modo de producción capitalista, esa alienación no parece sino acentuarse.
Según Marx, el proceso de producción capitalista aliena al trabajador en tres sentidos fundamentales[*]:
Alienación con respecto al producto de trabajo: el hombre, al producir, se proyecta en los productos de su trabajo, se objetiva en ellos. Lo que el trabajador produce debería aparecer ante el trabajador como objetivación de su propio trabajo, y por tanto, en cierta medida, como extensión de sí mismo: como bien que satisface alguna necesidad propia. Sin embargo, al ser el producto del trabajo sustraído inmediatamente por el capitalista para ser convertido en mercancía, aparece ante el trabajador como algo ajeno a él, opuesto a él incluso.
Alienación con respecto a la propia actividad: la enajenación de los frutos del trabajo tiene como efecto colateral que el trabajador considere el trabajo como algo extraño a su propia esencia. Esta alienación se agrava en la producción capitalista porque, con la división del trabajo, la actividad laboral tiende a reducirse movimientos maquinales, mecánicos y repetitivos, que impiden que el obrero otorgue sentido a lo que está haciendo. La consecuencia de todo esto es que el hombre no se realiza en el trabajo, sino fuera de él, y solo se encuentra satisfecho en lo que es propiamente animal (comer, dormir, procrear…). El obrero pasa de trabajar para vivir a vivir para trabajar, y siente que está consigo mismo cuando está libre de su trabajo, y separado de sí mismo cuando trabaja.
Alienación con respecto a los demás: el hombre, a diferencia de otros animales, es capaz de trabajar solidariamente por la propia especie, pero el trabajo alienado corta su relación con la humanidad y cada uno trabaja para sí mismo y sus propias necesidades. Además, en el sistema capitalista los hombres parece que solo pueden relacionarse entre sí en términos mercantiles. La propia posesión de mercancías es lo que determina la distinción de clase social.
La alienación es, por una parte, enajenación del trabajador con respecto a aquello que le es propio: el fruto de su trabajo. Por otra parte, esta enajenación implica un extrañamiento, en la medida en que actos que en origen van juntos—como la producción y el consumo—quedan divididos. Este hecho da lugar a un fenómeno curioso, que Marx analiza profusamente: en el capitalismo, los abundantes bienes producidos, en la medida en que son retirados de manos de los productores y puestos en circulación a través del mercado, son presentados como algo extraño a la propia vida productiva: en tanto que bienes de consumo, cuando aparecen ante nosotros en el escaparate parecen revestirse de un valor mágico. Es lo que Marx llama fetichismo de la mercancía.
Este fetichismo tiene un efecto correlativo, que es la cosificación del obrero: cuanto más produce, menos ha de consumir; cuanto más valor crea, más se desvaloriza; cuanto más civilizado el producto, más bárbaro el productor. La alienación implica, en definitiva, una deshumanización del obrero, cuyo fenómeno especular es la humanización fetichista de la mercancía.
[*] En los Manuscritos de economía y filosofía son cuatro los tipos de alienación señalados por Marx: hay también una alienación del hombre con respecto a la naturaleza, que le es enajenada en la medida en que el capitalista se adueña de los recursos y materias primas. La naturaleza aparece así bajo la forma de la propiedad.
2. La alienación ideológica
Marx llama ideología a las diversas formas de conciencia justificadoras de cada forma social. Es una forma de conciencia deformada, que ofrece una visión distorsionada de la realidad: la ideología disfraza las relaciones reales de producción que constituyen a la sociedad en su base, sustituyéndolas por unas relaciones imaginarias. Normalmente, el discurso ideológico presenta una situación de hecho como fundada en el derecho, un privilegio tradicional como una superioridad natural. En él, la clase dominante refleja y justifica espontáneamente su propia situación social de privilegio.
La vida alienada se sostiene gracias a la falsa conciencia que proporciona la ideología. Esto sucede porque la ideología de la clase dominante de una sociedad no suele ser sostenida tan solo por esa clase privilegiada, sino por toda la sociedad en conjunto. Si las clases oprimidas no toman conciencia de su situación, es precisamente porque abrazan la ideología dominante, haciéndose ciegos a las relaciones sociales reales. Las clases explotadas viven engañadas con respecto a su propia situación, y es eso precisamente lo que garantiza la reproducción del sistema.
Hay dos grandes tipos de ideología:
La ideología política: abarca todos aquellos sistemas ideológicos referidos a cómo la sociedad comprende y justifica sus instituciones jurídicas y políticas. Si nos centramos en el período capitalista, lo propio de sus Estados liberales es declarar al pueblo soberano y a todos los ciudadanos libres e iguales. El falseamiento consiste en que la soberanía, la libertad y la igualdad son puramente formales y no alcanzan al hombre real y concreto. En la práctica el Estado, teóricamente árbitro de las diferencias entre ciudadanos, no es el árbitro imparcial, sino el instrumento de la opresión en manos de la clase dominante. A pesar de todo, el Estado es una realidad tangible.
El derecho de las sociedades liberales disfraza relaciones de poder bajo la forma de la justicia. Se organiza para proteger y garantizar la propiedad privada y regular la forma de sus intercambios. Pero la propiedad está repartida con anterioridad al derecho, que no viene sino a sancionar un orden injusto previo. La justicia favorece al poderoso. Marx no niega utilidad a los ordenamientos jurídicos, pero señala que, bajo sociedades organizadas en torno al antagonismo de clase, las relaciones jurídicas se tornan opresivas e ideológicas.
El Estado, en las sociedades liberales, aunque formalmente se presenta como democrático, en la práctica no es sino un instrumento de la opresión en manos de la clase políticamente dominante. En momentos de crisis, las clases dominantes siempre se ven favorecidas por la acción de gobierno: como es el capital el que tiene la llave para bloquear el proceso de reproducción económica de la sociedad si las decisiones políticas no se pliegan a sus intereses, pues controla la producción y los flujos de la inversión, el Estado moderno, para sobrevivir, ha de favorecer el proceso de acumulación capitalista. No obstante, Marx considera necesario aprovechar las estructuras del Estado para subvertir el orden social.
La ideología filosófica y religiosa: filosofía y religión funcionan como construcciones especulativas, imaginarias e irreales, que sirven para justificar el estado de cosas de la sociedad. La ideología religiosa es más primitiva y persistente, y Marx le dedicó duras críticas. Afirmó que la religión es el opio del pueblo. Moraliza los sufrimientos, desvía la vista de su origen socio-económico, e invita a olvidar las penurias del cuerpo y centrarse en la vida del alma y la con-ciencia. Ofrece una promesa de salvación ultraterrena y adormece los dolores de este mundo. En este sentido, es la manifestación suprema de la falsa conciencia[†].
Si en las ideologías se manifiesta la falsa conciencia del hombre, la toma de conciencia sobre la verdad de las relaciones sociales habrá de venir de mano de la ciencia, que es la forma definitiva del saber. La ciencia no oculta la contradicción social, sino que la desenmascara, para lo cual tiene que emplear el método dialéctico —método que evita el conocimiento parcial de la realidad y conduce a su estudio como un todo a cuya base está la infraestructura económica—. El estudio científico de la sociedad es —ya lo hemos dicho— tarea del materialismo histórico.
[†] Feuerbach describió la alienación religiosa mediante la cual el hombre pone su esencia fuera de sí mismo, en Dios. Marx le contestaría que no basta con criticar el cielo para devolverlo a la tierra. Si la alienación religiosa se produce, es debido al desgarramiento que hay en la vida terrestre —si el hombre ha desarrollado sistemas religiosos en los que coloca la verdad y la razón de la existencia, se debe a que no está a gusto en este mundo, a que en este mundo se siente desgarrado—. La alienación económica es la base de la alienación religiosa: esto es lo que Feuerbach no supo apreciar.