El materialismo histórico

La concepción marxista de la historia: El materialismo Histórico

1. El materialismo histórico como ciencia marxista de la historia

Para explicar, criticar y buscar soluciones a la alienación humana es preciso analizar científicamente las leyes que han regido históricamente el funcionamiento de la producción social. La herramienta que Marx nos ofrece para ello es el materialismo histórico.

El materialismo histórico es la ciencia marxista de la historia, que supone una «vuelta del revés» de la filosofía de la historia hegeliana. Hegel era un filósofo idealista, que interpretaba la historia a partir del desarrollo dialéctico de la conciencia. Marx también considera que el desarrollo de la historia es dialéctico, pero sostiene que la base de este desarrollo es material, y no espiritual: lo que moviliza la historia son las condiciones materiales de existencia del ser humano. Marx toma como punto de partida la producción, es decir, «la actividad material del hombre tendente a satisfacer sus necesidades». La historia avanza, no porque cambie la conciencia de los hombres, sino porque cambia el modo en que el hombre produce materialmente su realidad social: la producción, distribución, intercambio y consumo de bienes para la satisfacción de las necesidades humanas es la razón última de que los hombres desarrollen tal o cual mentalidad, que elaboren tales o cuales leyes, que se gobiernen de tal o cual modo. Todo el desarrollo de la sociedad se explica desde lo económico: son las transformaciones materiales las que explican los cambios espirituales, y no a la inversa.

Si la historiografía tradicional se centra en las grandes figuras políticas, militares o intelectuales, Marx sitúa al hombre de a pie, al productor, como protagonista de la historia. Sin embargo, también nos recuerda que «[l]os seres humanos hacen la historia, pero no bajo condiciones creadas por ellos»: cada época está definida por un modo de producción concreto, que determina y limita las posibilidades de acción del hombre.

Según Marx, estos modos de producción van cambiando históricamente, pero su evolución no es progresiva y gradual, sino que se produce mediante saltos abruptos. Esto sucede así porque el desarrollo histórico es dialéctico: el motor de la historia es la contradicción, que anida en todas las formaciones sociales registradas históricamente, las vuelve inestables, y conlleva que, una vez que se alcanza un punto crítico, se produzca una revolución violenta que las sustituya por otras formaciones sociales nuevas.

¿Qué significa que la contradicción anide en las formaciones sociales? Con esto Marx quiere señalar que las sociedades conocidas han estado siempre divididas en clases sociales con intereses antagónicos. Aunque en determinados momentos del desarrollo histórico el antagonismo de clase esté latente, siempre termina por aflorar y explotar, y es entonces cuando se abre la ventana para la transformación social. Así, en términos marxistas, decir que el desarrollo de la historia es dialéctico, que su motor es la contradicción, es equivalente a decir —como dicen Marx y Engels en el Manifiesto comunista— que «[l]a historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases»

Marx pretendía convertir a la Historia en una ciencia rigurosa y objetiva. Para ello quiso, en primer lugar, descubrir la estructura de la sociedad y, en segundo lugar, el mecanismo dialéctico que explica su desarrollo histórico. Veamos ahora cómo acomete estas dos tareas.

2. La estructura de la sociedad

Cada formación social histórica viene determinada, según Marx, por un modo de producción concreto. Estos modos configuran su base económica, llamada también infraestructura.

Cada modo de producción se caracteriza por contar con unos determinados medios de producción y configurar unas particulares relaciones de producción:

Esta infraestructura es el sostén de lo que Marx denomina la superestructura de la sociedad, com-puesta por la ideología y las instituciones. Recordemos que para Marx «no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino que es el ser social —la sociedad— el que determina la conciencia del hombre»: la vida económica determina los sistemas ideológicos, y esto se traduce en que las formas de conciencia predominantes en una sociedad (el arte, la literatura, la filosofía, la religión) suelen reflejar los intereses de la clase dominante, y su entramado institucional jurídico y político está construido para servir a esos mismos intereses.

3. Las leyes del desarrollo histórico

La historia es, para Marx, la historia de la sucesión de los modos de producción.

En Marx parece ser clave la idea de que las relaciones de producción están marcadas por el estado de desarrollo de los medios de producción. Esto se acerca a un determinismo tecnológico: las formaciones económicas vienen marcadas por el grado de desarrollo tecnológico, de tal modo que cuando las relaciones de producción son insuficientes para explotar el potencial tecnológico disponible, el modo de producción entraría en crisis, el antagonismo de clase inherente a la sociedad se radicalizaría, y comenzaría un período revolucionario del cual emergerían unas nuevas relaciones de producción y un nuevo modelo productivo [*].

El momento de ruptura, el momento de la suma contradicción, acaece cuando las fuerzas productivas materiales encuentran en las relaciones de producción existentes, no ya una forma de desarrollo, sino una traba para el mismo. Se entra entonces en una época de revolución social. La lucha de clases se hace evidente. Sin embargo, Marx consideraba que hasta que la clase dominante no haya alcanzado el máximo de su poder, el antagonismo no alcanzará su punto álgido y la revolución no podrá producirse. Además, hace falta que se desarrolle una conciencia de clase que confronte a la ideología de la clase dominante. Estas razones explican su convicción de que la revolución comunista habría de comenzar en los países tecnológicamente más desarrollados, como Inglaterra, y no (como, de hecho, terminó sucediendo) en una nación atrasada como Rusia.

El cambio en las relaciones de producción, una vez logrado, arrastraría consigo a las formas de conciencia ideológica imperantes. En este desarrollo Marx da más importancia a la base material que a la conciencia ideológica a la hora de explicar los cambios sociales, aunque concede que la superestructura también influye sobre la infraestructura.

Históricamente, estos cambios revolucionarios no han llevado nunca a la eliminación del antagonismo, sino a su reproducción bajo un nuevo sistema de clases: una clase dominante es sustituida por otra, pero la división entre opresores y oprimidos es constante. Sin embargo, Marx piensa que en el futuro se llegará a un punto en el que queden abolidas todas las clases sociales, poniendo fin al que ha sido hasta ahora el motor del desarrollo histórico. Este estadio, en el que ya no habrá lucha de clases, es el comunismo.

[*] Este esquema hay que matizarlo. El propio Marx pone mucho el acento en la importancia de las relaciones de producción como marco que propicia o dificulta la incorporación de determinadas tecnologías. Perry Anderson, un historiador marxista británico, señala cómo el molino de agua, a pesar de que fue inventado en el siglo I d.C., no pudo ser incorpo-rado sistemáticamente a la producción económica hasta el advenimiento del feudalismo, porque el modo de producción esclavista —que dependía de la anexión del trabajo del esclavo, y no de la explotación de la tierra o la acumulación de capital— carecía del ímpetu suficiente para el avance tecnológico.

4. Los modos de producción históricos en occidente