La teología racional

La teología Racional

1. razón y fe en Santo Tomás

La subordinación de la razón a la fe (y, por tanto, de la filosofía a la teología) fue una constante en todo el pensamiento medieval, tanto cristiano como judío e islámico. Desde los primeros tiempos, la escolástica concibió a la filosofía como ancilla theologiae, es decir, como sierva de la teología. El recurso a herramientas filosóficas (en especial a la lógica y la dialéctica) iba encaminado, ante todo, a esclarecer y apuntalar las verdades de la fe. Pero la filosofía, en principio, carecía de un ámbito autónomo en el que desplegar sus herramientas racionales en búsqueda de verdades independientes de la revelación.

Esta situación cambiaría con el redescubrimiento de las obras de Aristóteles, que confrontarán a los pensamientos medievales con un proyecto de investigación de la naturaleza totalmente autónomo con respecto a la revelación: las doctrinas que Aristóteles despliega en la Física, la Metafísica o el Acerca del alma se sostienen de manera totalmente independiente y sugieren la razón se sirve y se basta ella sola para intentar comprender el mundo natural, sin que resulte necesario recurrir a las Sagradas Escrituras para esclarecer su funcionamiento. La influencia de Aristóteles, pues, será la que obligue a los filósofos medievales a replantearse las relaciones entre razón y fe con mayor cuidado, sobre todo porque algunas de las tesis de la filosofía natural aristotélica parecían ser incompatibles con la revelación.

En este replanteamiento de las relaciones entre razón y fe, el filósofo islámico cordobés Averroes marca un punto de inflexión importante. Las contradicciones entre las verdades filosóficas y las de la fe se explican, según Averroes, porque la revelación (el Corán, en su caso) está escrita para hablar a todo el mundo, incluido el vulgo. Pero el vulgo sólo es capaz de conocer por la fe, mientras que los teólogos alcanzan el conocimiento mediante argumentos plausibles y los filósofos (los hombres más elevados espiritualmente) basan su conocimiento en argumentos demostrativos. Así, filosofía y fe no están necesariamente en contradicción, sino que sencillamente se expresan con lenguajes distintos. Y si encontramos una contradicción aparente entre ambas, Averroes nos dirá que debemos guiarnos por la opinión del filósofo y corregir la interpretación de la revelación para hallar una que esté en consonancia con el dictamen de aquellos que se guían por argumentos racionales.

Los seguidores cristianos de Averroes (conocidos como averroístas latinos) harían una interpretación muy aventurada del pensamiento del filósofo cordobés: entendieron que lo que este nos quería decir es que la filosofía, a través de la razón, nos conduce a un determinado tipo de verdades, mientras que la fe nos conduce a verdades de otro tipo, y ambas verdades—las de fe y las de razón—pueden ser igualmente verdaderas, aunque entren en contradicción entre sí. A esta doctrina se la conoce como teoría de la doble verdad.

Esta doctrina chocaba con la posición oficial de la Iglesia, por lo que muchos teólogos se vieron obligados a tomar posición ante ella e intentar refutarla. Este es un debate en el que Santo Tomás tomará partido, negando que pueda haber contradicción entre razón y fe.

Santo Tomás observa que fe y razón son distintas. Se distinguen, en primer lugar, por sus contenidos: la razón se dirige a las verdades naturales (por ejemplo, que todo ser moviente es movido por otro), mientras que la fe tiene por objeto los dogmas o artículos de fe (por ejemplo, que Dios es uno y trino). También sus métodos son diferentes: mientras que la razón se nutre de los datos que el entendimiento abstrae del mundo, la fe, en cambio, acude a la manifestación directa de la Verdad en la Revelación. La fe, como decía Agustín, nos ilumina.

Sin embargo, Tomás cree firmemente que fe y razón no se contradicen. Siendo Dios el autor de todo lo que hay, es también el autor de los contenidos de la fe y de los contenidos de la razón, así como de la fe y de la razón mismas. No tendría ningún sentido que Dios hubiese creado verdades contradictorias, ni que nos hubiese otorgado a los hombres dos fuentes de conocimiento que se contradicen entre sí. Así pues, cuando hallamos una contradicción entre lo que la fe y la razón nos dicen, esa contradicción ha de ser necesariamente aparente: o bien se deberá a un error de juicio en nuestro uso de la razón, o a un error en nuestra interpretación de la revelación.

Pero a pesar de todo, hay un ámbito en el que razón y fe confluyen: las verdades que nos ofrecen razón y fe son, en su gran mayoría, independientes entre sí: los artículos de fe caen fuera del dominio de la razón, y la fe nada puede aportarnos sobre las verdades naturales. Sin embargo, hay un tercer tipo de verdades que es accesible por ambas: son los denominados preámbulos de la fe, verdades que la revelación nos ofrece y que, además pueden ser demostradas por la razón. Tres ejemplos relevantes de preámbulos de la fe son:

Según Santo Tomás, estos preámbulos son verdades racionalmente demostrables que, aun así, Dios ha preferido revelarnos. Esta decisión divina se explica por el hecho de que estas verdades no sólo tienen valor teórico, sino también práctico: conocer que Dios existe, que nuestra alma es inmortal y saber cómo tenemos que comportarnos nos ayuda sustancialmente a lograr nuestra salvación. Además, llegar a estas verdades mediante la razón es una labor compleja y trabajosa que no está al alcance de todas las personas. Por eso, para facilitar la salvación de los hombres, Dios nos las ha revelado.

Puestas así las cosas, Santo Tomás establece una distinción entre dos disciplinas dentro de la teología: una teología sobrenatural, que parte de la revelación contenida en las Escrituras y busca interpretarlas para comprender su sentido—cosa que debe realizar la Iglesia, y no cada creyente individualmente—; y una teología natural, enfocada a la demostración racional de los preámbulos de la fe.

La Summa Theologiae, obra cumbre de Santo Tomás, desarrolla una teología filosófica que aplica razón a revelación. El análisis de las distintas cuestiones que se plantean en ella es racional, si bien al abordar aquellas verdades que no son demostrables por la razón (como por ejemplo, la Trinidad) acepta proposiciones reveladas como presupuestos.

2. La existencia de Dios como preámbulo de la fe

La teología natural tiene por objeto las verdades acerca de Dios y la creación que pueden ser des-cubiertas por la razón al margen de la fe. La primera y fundamental de ellas es que Dios existe. Después de dedicar la primera cuestión de la Summa Theologiae a la elucidación de la naturaleza y propósito de la doctrina sagrada (i.e., de la teología), Santo Tomás aborda la existencia de Dios en la cuestión segunda a través de tres preguntas sucesivas:

La primera pregunta va a recibir por parte de Tomás una respuesta matizada: la existencia de Dios es evidente por sí misma, pero no lo es para nosotros. Para Tomás, son evidentes en sí mismas aquellas proposiciones cuyo predicado está incluido en la noción del sujeto. Que Dios existe es evidente en sí mismo porque la existencia está incluida en la noción de Dios: Dios es su propia existencia. Sin embargo, esta proposición nunca podría haber sido evidente para nosotros, ya que el conocimiento de la esencia de Dios excede nuestras capacidades finitas.

En esta última afirmación, Santo Tomás se sitúa en confrontación abierta con San Anselmo de Canterbury (1033-1109), quien en su Proslogion (c.1078) había ofrecido un argumento a favor de la existencia de Dios que terminaría volviéndose célebre y que se conoce a día de hoy como argumento ontológico:

Así pues, Señor, tú que das entendimiento a la fe, concédeme a mí, en la medida en que tú sabes es útil, entender que tú eres, como creemos, y que eres eso que creemos. Y, sin duda, creemos que tú eres algo mayor que lo cual nada puede pensarse. 

Pero, ¿y si no hay una tal naturaleza, puesto que «dijo el insensato en su corazón: no hay Dios»? [Salmos 13, 1 y 52, 1]. Pero, ciertamente, ese mismo insensato, cuando oye esto mismo que digo: «algo mayor que lo cual nada puede pensarse», entiende lo que oye; y lo que entiende está en su entendimiento, aun cuando no entienda que aquello es. En efecto, que una cosa sea en el entendimiento es algo diferente de entender que la cosa es. Pues cuando un pintor piensa de antemano lo que va a hacer, lo tiene, ciertamente, en el entendimiento, pero aún no entiende que sea lo que aún no ha hecho. Pero cuando él ya ha pintado, entonces, a la vez, lo tiene en el entendimiento y entiende que es lo que ya ha hecho.

Por tanto, también el insensato está obligado a reconocer que, al menos en el entendimiento, es algo mayor que lo cual nada puede pensarse, porque cuando oye esto, lo entiende; y todo lo que se entiende es en el entendimiento.

Y, ciertamente, aquello mayor que lo cual nada puede pensarse no puede ser sólo en el entendimiento. Pues si es sólo en el entendimiento, puede pensarse que es también en la realidad, lo cual es mayor. Por tanto, si aquello mayor que lo cual nada puede pensarse es sólo en el entendimiento, entonces eso mismo, aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, es aquello mayor que lo cual puede pensarse algo. Pero, ciertamente, esto no puede ser. Luego existe, sin duda, algo mayor que lo cual nada puede pensarse, tanto en el entendimiento como en la realidad.

[…] Y esto eres tú, Señor Dios nuestro. Por tanto, de manera tan verdadera eres, Señor Dios mío, que ni puede pensarse que no seas.

San Anselmo, Proslogion, caps. 2-3 

Podemos reconstruir formalmente el argumento de San Anselmo de la manera siguiente:

Argumento ontológico de San Anselmo de Canterbury:

P1. Dios es algo mayor que lo cual nada puede ser pensado (definición).

P2. Incluso el insensato entiende el concepto de “Algo mayor que lo cual nada puede ser pensado”.

P3. Lo entendido existe en el entendimiento.

C1. “Algo mayor que lo cual nada puede ser pensado” existe en el entendimiento.

P4. Incluso si “Algo mayor que lo cual nada puede ser pensado” existe solo en el entendimiento, se puede concebir que exista en la realidad.

C2. Se puede concebir que “Algo mayor que lo cual nada puede ser pensado” exista en la realidad.

P5. “Algo mayor que lo cual nada puede ser pensado” sería mayor si existiera en la realidad que si existiera únicamente en el pensamiento.

P6. O “Algo mayor que lo cual nada puede ser pensado” existe únicamente en el entendimiento, o existe tanto en el entendimiento como en la realidad.

C3. Si “Algo mayor que lo cual nada puede ser pensado” existe únicamente en el entendimiento, sería posible concebir algo mayor que “Algo mayor que lo cual nada puede ser pensado” (por C2 y P5).

C4. “Algo mayor que lo cual nada puede ser pensado” no existe únicamente en el entendimiento (por ser C3 absurdo).

C5. “Algo mayor que lo cual nada puede ser pensado” existe en la realidad (por P6 y C4)

C6. Dios existe (por sustitución en C5, a partir de la definición en P1).

Este argumento se construye sobre la suposición de que sabemos qué es lo que entendemos por Dios, y de que nuestra noción de Dios es tal que, por su misma definición, no podemos pensarlo como no existente, de tal modo que hemos de concluir que existe necesariamente. Santo Tomás, sin embargo, no acepta el argumento anselmiano, porque entiende que sus premisas no son evidentes para nosotros, con lo cual su conclusión tampoco puede serlo. Para empezar, no todo el mundo ha entendido Dios como el ser más inmenso que se pueda pensar (P1), pues algunos, como Tertuliano, pensaron que Dios era corporal (y siempre podemos pensar en un cuerpo mayor que cualquier cuerpo dado). Pero es que, además, tampoco es evidente que en el concepto de "algo mayor que lo cual nada puede ser pensado" se incluya la existencia en la realidad, y asumir que el ser mayor que el cual ningún otro puede ser pensado ha de existir realmente implica pedir el principio contra aquellos que niegan que Dios existe. En definitiva, Santo Tomás concluirá que la existencia de Dios no es evidente para nosotros y, por lo tanto, para conocerla debemos demostrarla:

Por consiguiente, digo: La proposición Dios existe, considerada en sí misma, es evidente por sí misma, ya que en ella sujeto y predicado son lo mismo, pues Dios es su mismo ser, como veremos (q.3 a.4). Pero, puesto que no sabemos en qué consiste Dios, para nosotros no es evidente, sino que necesitamos demostrarlo a través de aquello que es más evidente para nosotros y menos por su naturaleza, esto es, por los efectos.

Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q.2, a.1

La respuesta de Tomás a la pregunta sobre si la existencia de Dios es demostrable va a ser afirmativa: podemos demostrar que Dios existe. Ahora bien, la demostración de la existencia de Dios no puede ser una demostración a priori, es decir, una demostración que, partiendo de las causas como premisas, concluya la existencia de los efectos, sino que habrá de ser necesariamente una demostración a posteriori: una demostración que, a partir de los efectos, concluya la necesaria existencia de su causa. Para demostrar la existencia de Dios, que no es evidente para nosotros, debemos partir de aquellas cosas que para nosotros son más conocidas, aunque sean menos cognoscibles por naturaleza: los efectos de Dios, que no son otros que las criaturas. Para demostrar la existencia de Dios, por lo tanto, hay que partir del conocimiento del mundo sensible.

La respuesta a la tercera pregunta (i.e., ¿Existe o no existe Dios?) va a ser, por tanto, también afirmativa: Dios existe, y su existencia es demostrable por cinco vías. Estas cinco vías son demostraciones a posteriori y exhiben, hasta cierto punto, una estructura común:

Siendo las cinco vías demostraciones a posteriori, Santo Tomás insiste en que, aunque nos permiten constatar que Dios existe, no nos permiten conocer plenamente la esencia divina: semejante conocimiento está vetado en esta vida para nosotros. Las vías nos permitirán conocer únicamente aquellos atributos de Dios que están fundamentados en sus efectos:

Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q.2, a.2

Las cinco vías están recogidas en el artículo 3 de la cuestión segunda de la primera parte de la Summa en forma breve y resumida. Santo Tomás las desarrolla por extenso en otros lugares de su obra como, por ejemplo, la Summa contra Gentiles. El hecho de que hoy en día sean conocidas por muchos exclusivamente a través de esta exposición condensada ha llevado a que sean frecuentemente malinterpretadas. En los apartados siguientes, vamos a dar algunas claves para su interpretación.

3. La primera vía: el Movimiento

La primera y más clara es la que se deduce del movimiento. Pues es cierto, y lo perciben los sentidos, que en este mundo hay movimiento. Y todo lo que se mueve es movido por otro. De hecho, nada se mueve a no ser que en cuanto potencia esté orientado a aquello para lo que se mueve. Por su parte, quien mueve está en acto. Pues mover no es más que pasar de la potencia al acto. La potencia no puede pasar a acto más que por quien está en acto. Ejemplo: el fuego, en acto caliente, hace que la madera, en potencia caliente, pase a caliente en acto. De este modo la mueve y cambia. Pero no es posible que una cosa sea lo mismo simultáneamente en potencia y en acto; sólo lo puede ser respecto a algo distinto. Ejemplo: Lo que es caliente en acto, no puede ser al mismo tiempo caliente en potencia, pero sí puede ser en potencia frío. Igualmente, es imposible que algo mueva y sea movido al mismo tiempo, o que se mueva a sí mismo. Todo lo que se mueve necesita ser movido por otro. Pero si lo que es movido por otro se mueve, necesita ser movido por otro, y éste por otro. Este proceder no se puede llevar indefinidamente, porque no se llegaría al primero que mueve, y así no habría motor alguno pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el primer motor. Ejemplo: Un bastón no mueve nada si no es movido por la mano. Por lo tanto, es necesario llegar a aquel primer motor al que nadie mueve. En éste, todos reconocen a Dios.

Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q.2, a.3

Resumen

Tomando como dato la existencia del movimiento en el mundo, y sabiendo que todo lo que se mueve es movido por otra cosa, concluimos la existencia de un Primer Motor Inmóvil al que llamamos Dios.

Reconstrucción formal

P1. Sabemos por experiencia que hay cosas sometidas a movimiento.

P2. Moverse es pasar de estar en potencia a estar en acto. 

P3. Nada puede pasar de estar en potencia a estar en acto salvo por la acción de algo que esté ya en acto.

P4. Si algo se moviese a sí mismo, tendría que estar en potencia y en acto a la vez y en el mismo sentido.

P5. Nada puede estar en potencia y en acto a la vez y en el mismo sentido.

C1. Nada puede moverse a sí mismo (i.e., ninguna entidad puede ser al mismo tiempo y en el mismo sentido aquello que mueve y aquello que es movido).

C2. Todo lo que se mueve es movido por otro.

P6. Si B mueve a A y B está en movimiento, entonces B debe ser movido por otra cosa, C. Si C está en movimiento, entonces debe ser movido por otra cosa, D; etc.

P7. Si esta serie siguiera hasta el infinito, no habría un primer motor.

P8. Si no hubiera un primer motor, no podría haber segundos motores: los motores subsiguientes pueden mover únicamente porque han sido puestos en movimiento por el primer motor, del mismo modo que la vara se mueve únicamente porque la mueve la mano.

C3. Hay un Primer Motor Inmóvil.

C4. El Primer Motor Inmóvil es lo que todo el mundo llama Dios.

Apuntes interpretativos

Para entender lo que Tomás hace en la primera vía hay que distinguir dos tipos de series causales: hay series ordenadas per accidens y series ordenadas per se. En una serie ordenada accidentalmente, la actividad causal de cada miembro no es esencialmente dependiente de la del miembro anterior de la serie. Pensemos en un linaje humano como, por ejemplo, el de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob y Jacob engendró a José. Isaac no habría existido sin Abraham, pero una vez traído a la vida, la capacidad de Isaac de engendrar no depende para nada de Abraham. La muerte de Abraham no eliminaría la capacidad de Isaac de convertirse en padre.

En cambio, en una serie causal ordenada per se o esencialmente, el poder causal de cada miembro de la serie depende esencialmente del poder causal del miembro anterior. Imaginemos una mano moviendo una vara para empujar una piedra que, a su vez, está arrastrando una hoja: la hoja no podría moverse sin el movimiento de la piedra; ni la piedra sin el movimiento de la vara; ni la vara sin el movimiento de la mano. Si uno de los miembros que van antes en la serie causal detuviera su movimiento, todos los miembros posteriores se pararían. Y lo que es crucial: en una serie per se, todos los miembros derivan su capacidad de movimiento del primer miembro de la serie causal.

Las series ordenadas per accidens son lineales y se extienden en el tiempo. En cambio, las series ordenadas per se son jerárquicas y sus miembros actúan de manera simultánea. Tomás considera posible, al menos en teoría, que una serie ordenada per accidens regrese hasta el infinito y no tenga un punto de inicio (por eso es imposible dar prueba filosófica de que el mundo tuvo un principio). En las series ordenadas per se, en cambio, es imposible regresar al infinito, pues aquello que transmite movimiento como mera causa instrumental—es decir, como miembro intermedio de la serie—no podría ejercer su poder causal a menos que hubiera una causa primera del movimiento. Sin un primer miembro que ejerza como fuente del poder causal del resto de miembros, la serie no existiría. Volviendo a nuestra analogía: el movimiento de la hoja, la piedra y la vara no se produciría sin el movimiento de la mano.

Lo que Tomás nos está queriendo decir es que a la naturaleza misma de las series causales ordenadas per se le corresponde el tener un primer miembro, precisamente porque el resto de los miembros de la serie solo existen y cuentan como tales en relación con la acción motora del primer miembro. La idea de que una serie semejante pudiera regresar al infinito es ininteligible.

Dado su carácter esencialmente instrumental, todos los miembros de la serie que no sean el primer motor son lo que Tomás denomina «causas segundas»: sin haberlo recibido de la primera causa, no tendrían poder causal alguno.

De todo esto se deduce que cualquier serie causal per se que exista aquí y ahora, en cualquier momento que lo consideremos, necesariamente tiene que remontarse a un primer miembro.

4. La segunda vía: Las causas eficientes

La segunda es la que se deduce de la causa eficiente. Pues nos encontramos que en el mundo sensible hay un orden de causas eficientes. Sin embargo, no encontramos, ni es posible, que algo sea causa eficiente de sí mismo, pues sería anterior a sí mismo, cosa imposible. En las causas eficientes no es posible proceder indefinidamente porque en todas las causas eficientes hay orden: la primera es causa de la intermedia; y ésta, sea una o múltiple, lo es de la última. Puesto que, si se quita la causa, desaparece el efecto, si en el orden de las causas eficientes no existiera la primera, no se daría tampoco ni la última ni la intermedia. Si en las causas eficientes llevásemos hasta el infinito este proceder, no existiría la primera causa eficiente; en consecuencia no habría efecto último ni causa intermedia; y esto es absolutamente falso. Por lo tanto, es necesario admitir una causa eficiente primera. Todos la llaman Dios.

Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q.2, a.3

Resumen

Al constatar que nada de lo que existe en el mundo sensible es causa de sí mismo, y sabiendo que todo lo que existe, existe por alguna causa, concluimos que ha de haber una Primera causa eficiente incausada, a la que denominamos Dios.

Reconstrucción formal

P1. Nuestros sentidos nos muestran un orden de causas eficientes.

P2. Necesariamente, si X es causa eficiente de Y, X es anterior a Y.

C1. Necesariamente, si X es causa eficiente de X, X es anterior a X.

P3. No es posible que X sea anterior a X.

C2. Nada puede ser causa de sí mismo.

P4. En una serie de causas eficientes, la primera causa es la causa de las causas intermedias, que son a su vez causa de la causa última.

P5. Si eliminásemos una causa de una serie ordenada de causas eficientes, los efectos que suceden a esa causa se verían eliminados también.

C3. Si no hubiera primera causa, no habría causas intermedias o últimas ni efectos subsiguientes como los que observamos mediante nuestros sentidos.

P6. Si una serie ordenada de causas eficientes pudiera regresar infinitamente,  no habría primera causa.

C4. Si una serie ordenada de causas eficientes pudiera regresar infinitamente, no habría causas intermedias o últimas ni efectos subsiguientes como los que observamos mediante nuestros sentidos.

P7. Pero hay efectos subsiguientes.

C5. Una serie ordenada de causas eficientes no puede regresar infinitamente.

P8. Una serie ordenada de causas eficientes, o regresa infinitamente, o termina en una causa que se causa a sí misma, o termina en una causa incausada.

C6. Una serie ordenada de causas eficientes debe terminar en una causa primera incausada.

C7. Esa causa primera incausada es lo que todo el mundo llama Dios. 

Apuntes interpretativos

Santo Tomás ya desarrolló un argumento muy similar a este en el capítulo 4 de su De Ente et Essentia:

P1. En las cosas que captamos mediante los sentidos esencia y existencia son distintas.

P2. ¿Cómo pueden las cosas llegar a existir? No puede ser que el acto de existencia sea causado por la propia esencia de la cosa, pues entonces las cosas serían causa de sí mismas, lo cual es imposible. Considerada en sí misma, una esencia es meramente potencial, y no puede ser causa de la existencia de nada. Para que una esencia cause algo primero tiene que estar en acto, es decir, tiene que existir. Si las cosas se causaran a sí mismas, existirían antes de existir, lo cual es absurdo.

C1. Por lo tanto, es necesario que toda cosa que existe y cuyo acto de existencia sea distinto de su esencia haya recibido la existencia de otro.

P3. Ahora bien, una serie de cosas cuyo acto de existencia se deriva de la acción de otra cosa no puede regresar infinitamente.

C2. Por tanto, necesariamente todo lo que existe a causa de otra cosa ha de ser puesto en la existencia, en última instancia, por obra de algo que existe por sí mismo—un ser en el que esencia y existencia son idénticos, y al cual llamamos Dios.

5. La tercera vía: la necesidad y la contingencia

La tercera es la que se deduce a partir de lo posible y de lo necesario. Y dice: Encontramos que las cosas pueden existir o no existir, pues pueden ser producidas o destruidas, y consecuentemente es posible que existan o que no existan. Es imposible que las cosas sometidas a tal posibilidad existan siempre, pues lo que lleva en sí mismo la posibilidad de no existir, en un tiempo no existió. Si, pues, todas las cosas llevan en sí mismas la posibilidad de no existir, hubo un tiempo en que nada existió. Pero si esto es verdad, tampoco ahora existiría nada, puesto que lo que no existe no empieza a existir más que por algo que ya existe. Si, pues, nada existía, es imposible que algo empezara a existir; en consecuencia, nada existiría; y esto es absolutamente falso. Luego no todos los seres son sólo posibilidad; sino que es preciso algún ser necesario. Todo ser necesario encuentra su necesidad en otro, o no la tiene. Por otra parte, no es posible que en los seres necesarios se busque la causa de su necesidad llevando este proceder indefinidamente, como quedó probado al tratar las causas eficientes (núm. 2). Por lo tanto, es preciso admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa de su necesidad no esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de los demás. Todos le dicen Dios.

Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q.2, a.3

Resumen

La experiencia nos enseña que todos los seres del mundo son contingentes: existen, pero podrían no existir. Es imposible que lo que es contingente exista siempre, pues aquello que lleva en sí mismo la posibilidad de no existir, dado un tiempo infinito, habrá algún momento en el que no exista. Siendo esto así, supuesto ese tiempo infinito, debe de haber habido un momento en el pasado en el cual nada existió. Eso implicaría que todas las cosas contingentes surgieron por acción de la nada, lo cual es absurdo. Concluimos de ello que debe existir un ser necesario, algún ser que no pueda no existir. Además, tiene que ser un ser cuya necesidad le venga dada por sí mismo, pues en caso contrario nos encontraríamos ante una nueva serie infinita. Ese Ser absolutamente necesario por sí mismo no es otro que Dios.

Reconstrucción formal

P1. Hay cosas que se generan y se corrompen. 

P2. Si hay cosas que se generan y se corrompen, es posible, para esas cosas, existir o no existir.

C1. Hay cosas para las que es posible existir o no existir (i.e., cosas contingentes).

P3. Si a todas las cosas les fuera posible el no existir (i.e., si todo lo que existe es contingente), entonces en algún momento del tiempo no existieron.

C2. Si todas las cosas son tales que en algún momento del tiempo no existieron, entonces en algún momento del tiempo nada existía

P4. Si en algún momento del tiempo nada existía, entonces en aquel momento no había nada que pudiera causar que otra cosa existiera.

P5. Si nada hubiera podido venir a la existencia, entonces nada existiría ahora.

P6. Pero existen cosas.

C3. Algo pudo venir a la existencia.

C4. Tuvo que haber algo que causara que otra cosa existiera.

C5. No hubo ningún tiempo en el que nada existiera.

C6. No es cierto que todas las cosas sean tales que no existieron en algún momento.

C7. Debe haber algo para lo que no es posible no existir (i.e., algún ser necesario).

P7. Un ser necesario, o tiene la causa de su necesidad en otra cosa, o no tiene la causa de su necesidad en otra cosa.

P8. Es imposible una serie infinita de seres que reciban su necesidad de otra cosa.

C8. Debe haber algún ser necesario cuya necesidad no proceda de otra cosa.

C9. A ese ser absolutamente necesario, cuya necesidad no viene de otra cosa, lo llamamos Dios.

Apuntes interpretativos

6. La cuarta vía: Los grados de perfección

La cuarta vía se toma de los grados que se encuentran en las cosas. Pues se encuentra en las cosas algo más y menos bueno, y verdadero, y noble, y así otras cosas semejantes. Pero este más y este menos se dice de las cosas en cuanto que se aproximan más o menos a lo máximo. Así, caliente se dice de aquello que se aproxima más al máximo calor. Hay algo, por tanto, que es verísimo y óptimo y nobilísimo; y, en consecuencia, es el máximo ser; pues las cosas que son máximamente verdaderas, son máximamente seres, como se dice en II Metaphys.. Pero lo que es máximamente tal en algún género es la causa de todas las cosas que son de ese género, como el fuego, que es el máximo calor, es causa de todos los calores, como se explica en el mismo libro —, del mismo modo hay algo que en todos los seres es causa de su ser, de su bondad, de cualquier otra perfección, y a éste le llamamos Dios.

Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q.2, a.3

Resumen

En este caso partimos de que en el mundo hay cosas más o menos buenas, más o menos perfectas. Si cada ser poseyera la perfección que tiene por esencia, entonces la tendría en grado completo, y no constataríamos una gradación de perfecciones. Se deduce que todo ser recibe su perfección por participación de otro ser más perfecto que él. Y dado que la cadena no puede extenderse al infinito, ha de existir un Ser absolutamente perfecto, cuya perfección pertenezca a su propia esencia. Ese ser es Dios.

Reconstrucción formal

P1. Entre las cosas que existen las hay más y menos buenas, verdaderas o nobles.

P2. Las cosas se ordenan según el más y el menos en la medida en que se asemejan a algún máximo.

C1. Hay algo máximamente bueno, algo máximamente verdadero y algo máximamente noble.

C2. Hay algo máximamente verdadero.

P3. Si algo es máximamente verdadero, tiene ser en grado máximo.

C3. Hay algo que es el máximo ser.

P4. Todo lo que es máximo en su género es la causa de aquello que existe en ese género.

C4. Debe haber algo que sea la causa del ser, el bien, la verdad y toda otra perfección.

C5. A ese Ser Sumamente Perfecto lo denominamos Dios.

Apuntes interpretativos

7. La quinta vía: La finalidad

La quinta se deduce a partir del ordenamiento de las cosas. Pues vemos que hay cosas que no tienen conocimiento, como son los cuerpos naturales, y que obran por un fin. Esto se puede comprobar observando cómo siempre o a menudo obran igual para conseguir lo mejor. De donde se deduce que, para alcanzar su objetivo, no obran al azar, sino intencionadamente. Las cosas que no tienen conocimiento no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con conocimiento e inteligencia, como la flecha por el arquero. Por lo tanto, hay alguien inteligente por el que todas las cosas son dirigidas al fin. Le llamamos Dios.

Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q.2, a.3

Resumen

Constatamos que todos los seres del mundo, incluso aquellos carentes de conocimiento, se orientan hacia algún fin. Algunos seres, por tanto, se orientan a un fin que no pueden conocer. Es necesario que ese fin se lo haya dado algún ser inteligente. Concluimos que ha de haber una Inteligencia ordenadora del universo; y esa es Dios.

Reconstrucción formal

P1. Si algo siempre o casi siempre actúa del mismo modo con vistas a lograr el mejor resultado, decimos que actúa con vistas a un fin.

P2. Los entes naturales, a pesar de carecer de inteligencia, actúan siempre o casi siempre del mismo modo con vistas a lograr el mejor resultado.

C1. Los entes naturales actúan con vistas a un fin.

P3. Si los entes naturales actúan con vistas a un fin, entonces los entes naturales están dirigidos por algo que tiene cognición e inteligencia.

C2. Los entes naturales están dirigidos por algo que tiene cognición e inteligencia.

C3. A la inteligencia que dirige a los entes naturales la llamamos Dios.

Apuntes interpretativos

8. la esencia de Dios: Los atributos Divinos

Aunque para Santo Tomás la existencia de Dios es racionalmente demostrable, considera que conocer racionalmente su esencia de manera plena es imposible para nosotros, seres humanos, en esta vida mortal. Con todo, esa imposibilidad no implica que no podamos vislumbrar algún resquicio de la esencia divina. Las cinco vías ya nos han arrojado varios atributos pertenecientes a la divinidadformalidades específicamente diversas, pero materialmente idénticas, pues todas se refieren a Dios. Sabemos ya que  Dios es Primer Motor Inmóvil, Acto Puro, Primera Causa Incausada en la que esencia y existencia confluyen (es, por tanto, el Ipsum Esse del que hablaba San Agustín), Ser Necesario, Ser Sumamente Perfecto e Inteligencia Suprema. Según Tomás, mediante análisis puramente racional y sin recurso a la revelación divina podemos establecer la necesidad de que un ser que exhibe estas cualidades posea también algunos de los otros atributos comúnmente adscritos a Dios. Siguiendo al Pseudo-Dionisio, Tomás identifica tres vías de acceso al conocimiento de la esencia divina:

Examinemos ahora, para terminar, cuáles son algunos de estos atributos adscribibles a Dios:

En definitiva, hay muchas cosas que podemos conocer de Dios a través del mero razonamiento filosófico. Sin embargo, existe un sentido en el que Santo Tomás afirma que, en última instancia, nos es imposible conocer la esencia de Dios. En sentido estricto, nuestra capacidad de conocer esencias pasa por definir las cosas en términos de su género y diferencia específica. Pero no existe género alguno bajo el que podamos subsumir a Dios, y tampoco podemos diferenciarlo de otros miembros de su género, porque Dios no tiene privaciones y no hay ningún ser que se pueda equiparar a Dios. Es en este sentido que podemos decir que no hay manera de conocer lo que es Dios—y esta es la razón principal por la que Santo Tomás rechaza el argumento ontológico de San Anselmo. Anselmo pretende tomar como punto de partida de su argumento una definición de la esencia de Dios. Pero no podemos conocer enteramente la esencia divina: toda demostración de la existencia de Dios ha de ser a posteriori.