Dios y la creación
Dios y la creación
La existencia de Dios
La esencia divina
Dios y la creación
1. LA EXISTENCIA DE DIOS
No encontramos en las obras de San Agustín un afán sistemático por demostrar racionalmente la existencia de Dios. En concordancia con el sentido común de su época, San Agustín considera evidente que ha de existir Dios: la mayoría de los hombres cree en algún tipo de divinidad y, además, el orden, la belleza y la armonía del universo atestiguan que este no ha surgido espontáneamente, sino que tiene que haber sido obra de alguna inteligencia superior. Lo que sí constituye una novedad en el pensamiento agustiniano es la insistencia en la vía de la interioridad como medio por el cual descubrimos a Dios en nosotros mismos.
2. La Esencia divina
En la comprensión agustiniana de la realidad, Dios juega un papel análogo al Bien platónico o al Uno plotiniano: Dios es el fundamento de la realidad toda, y por tanto fuente de todo ser, todo bien y toda verdad. El nombre que más conviene a Dios es el que él mismo se da cuando se revela ante Moisés en el monte Sinaí: «Yo soy el que soy» (Éxodo, 3, 74). Dios es el ipsum esse, el Ser mismo, la pura esencia (essentia) inmutable, necesaria, única e idéntica a sí misma.
En suma, a Dios le atribuimos los siguientes atributos:
Es necesario, frente a las criaturas, que serían contingentes. Dicho de otro modo, mientras nosotros podríamos no haber existido (fuimos creados a partir de la nada, fruto de su voluntad), Dios existe necesariamente.
Es uno y único, si bien en su unicidad es, a la vez, trino. El misterio de la Trinidad nos enseña que Dios es a la vez una única sustancia y tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Es perfecto, verísimo (máximamente verdadero) y sumamente bueno.
Es absolutamente simple: sus perfecciones son diversas expresiones de una misma esencia en la que no hay composición ni partes.
Es inmutable y siempre idéntico a sí mismo, como corresponde a un ser al que, en su perfección, no le falta nada.
Es eterno: esto no significa que exista todo el tiempo, sino que existe más allá del tiempo.
Es absolutamente trascendente: existe más allá de las cosas creadas. De ahí que, desde nuestra insignificancia de criaturas contingentes, nos resulte incomprensible.
Es el ipsum esse, el Ser mismo, la pura esencia, fuente de todo lo real.
3. Dios y la creación
En el esquema neoplatónico la realidad aparece ordenada y jerarquizada en una gran cadena del ser, en cuya cúspide encontramos al Uno—fuente y principio de todo lo real. El noûs y las Formas, el alma del mundo y la realidad material proceden todas ellas del Uno por emanación.
Agustín amolda este esquema neoplatónico al dogma judeocristiano de la creación ex nihilo (i.e., creación a partir de la nada), concepto este que supone una novedad frente al pensamiento grecolatino clásico, para el que el mundo carecía de un principio absoluto. Así, en vez de emanar del Uno, la realidad es creada por Dios a partir de la nada.
La filosofía natural de Agustín es en gran medida, pues, una teoría de la creación basada en una exégesis de los primeros capítulos del Génesis, sobre los cuales escribió cinco comentarios extendidos. El más largo y importante de ellos es el De Genesi ad litteram.
Siguiendo su epistemología de la iluminación y su teoría de los signos verbales, Agustín toma el relato bíblico de la creación como una "advertencia" que lo lleva a idear, con la ayuda del "maestro interno", una cosmología teísta racional basada en la teología trinitaria. La intención autoral del texto bíblico, o de hecho de cualquier texto, no puede ser recuperada, por lo que, dado que la veracidad de las Escrituras puede darse por sentada, lecturas diferentes e incluso incompatibles deben considerarse como adecuadas si concuerdan con lo que el texto dice y si están avaladas por la verdad a la que accedemos interiormente a través de la razón.
Las características básicas y recurrentes del pensamiento cosmológico de Agustín son las siguientes:
Dios crea el tiempo junto con el ser cambiable mientras descansa en la eternidad atemporal.
Las Formas platónicas tienen su lugar en esta explicación, pero debidamente reinterpretadas: ya no serán entidades subsistentes en una realidad propia, sino que se conciben como ideas ejemplares en la mente de Dios.
La creación ocurre instantáneamente; los siete días de la creación no deben tomarse literalmente, sino que son un medio didáctico para mostrar el orden intrínseco de la realidad. De una sola vez, Dios ha hecho existir la totalidad de lo que ha sido, de lo que es y de lo que será en el futuro. Su Providencia ha dispuesto el orden y las leyes que habrán de regir el despliegue de la historia de la naturaleza—un despliegue que, en la medida en que ha sido dictado por Su Providencia, será racional y llevará su huella. De ahí que podamos afirmar que toda criatura lleva en sí la huella de su creador—si bien es el hombre el que, en concreto, ha sido creado a imagen y semejanza de la esencia divina.
La doctrina de la creación instantánea se complementa con la teoría de las razones seminales. Dios creó el mundo con principios o "semillas" que contenían potencialidades para el desarrollo futuro de diversas formas de vida. Estos principios seminales están presentes en toda la creación y son activadas en el tiempo según el plan divino, permitiendo que las cosas evolucionen y se desarrollen hacia su forma final. San Agustín utilizó esta doctrina para reconciliar la afirmación de que todo lo que hay en el universo ha sido creado por Dios con la evidencia de un universo sometido a un constante cambio y desarrollo espontáneo. Esa espontaneidad es aparente: el desarrollo del universo está gobernado por la providencia divina a través de estas razones seminales.
El acto de creación divina es un acto libre de su voluntad: en su omnipotencia, Dios podría haber decidido no crear el mundo, pero lo hace guiado por su amor y su sabiduría. Para crearlo, Dios no ha tenido más que quererlo. Así pues, como el demiurgo en el Timeo, Dios crea por bondad, es decir, por su buena voluntad y su amor gratuito por su creación.
En la creación, las tres personas de la Trinidad están activas, siendo, en líneas generales, el Padre responsable de la existencia, el Hijo (a quien, según la lectura de Agustín, se refieren las palabras iniciales del Génesis, "en el principio") responsable de la forma o esencia, y el Espíritu Santo responsable de la bondad y el orden de cada ser creado.
El ser cambiable no es generado por Dios (lo cual, según el Credo de Nicea, es cierto solo del Hijo), sino creado de la nada, un hecho que explica en parte su susceptibilidad al mal. Más precisamente, Dios "primero" crea la materia informe de la nada (por lo cual la materia en Agustín, a diferencia de los neoplatónicos, tiene un estatus ontológico mínimo) y "luego" la forma transmitiendo a ella los principios racionales (rationes) que existen eternamente en su mente o, como prefiere ponerlo Agustín, en su Palabra, es decir, la Segunda Persona de la Trinidad. Este proceso formativo es la exégesis de Agustín sobre la "palabra" bíblica de Dios.
Los seres incorpóreos y puramente intelectuales, es decir, los ángeles, son creados a partir de la materia inteligible que es creada de la nada y convertida al creador para ser formada mediante la "audición" de la palabra de Dios, es decir, por su contemplación de las Formas contenidas en Dios.
El ser corpóreo es creado cuando las Formas o principios racionales contenidos en Dios y contemplados por los ángeles se externalizan aún más para informar no solo la materia inteligible sino también la materia física.