Vida y obra

platón (427 a.c. - 347 a.C.)

"Siendo yo joven, pasé por la misma experiencia que otros muchos; pensé dedicarme a la política tan pronto como fuera dueño de mis propios actos; y he aquí las vicisitudes de los asuntos públicos de mi patria a que hube de asistir. Siendo objeto de general censura el régimen político a la sazón imperante, se produjo una revolución; al frente de este movimiento revolucionario se instauraron como caudillos cincuenta y un hombres: diez en el Pireo y once en la capital... mientras que treinta se instauraron con plenos poderes al frente del gobierno en general. Se daba la circunstancia de que algunos de éstos eran allegados y conocidos míos y en consecuencia requirieron al punto mi colaboración, por entender que se trataba de actividades que me interesaban. La reacción mía no es de extrañar, dada mi juventud; yo pensé que ellos iban a gobernar la ciudad sacándola de un régimen de vida injusto y llevándola a un orden mejor, de suerte que les dediqué mi más apasionada atención, a ver si lo conseguían. Y vi que en poco tiempo hicieron aparecer bueno, como una edad de oro, el anterior régimen. Entre otras tropelías que cometieron estuvo la de enviar a mi amigo, el anciano Sócrates, de quien yo no tendría reparo en afirmar que fue el más justo de los hombres de su tiempo, a que en unión de otras personas prendiera a un ciudadano para conducirlo por la fuerza a ser ejecutado; orden dada con el fin de que Sócrates quedara, de grado o por fuerza, complicado en sus crímenes; por cierto que él no obedeció, y se arriesgó a sufrir toda clase de castigos antes de hacerse cómplice de sus iniquidades. Viendo, digo, todas estas cosas y otras semejantes de la mayor gravedad, lleno de indignación me inhibí de las torpezas de aquel período...

No mucho tiempo después cayó la tiranía de los Treinta y todo el sistema político imperante. De nuevo, aunque ya menos impetuosamente, me arrastró el deseo de ocuparme de los asuntos públicos de la ciudad. Pero dio también la casualidad de que algunos de los que estaban en el poder llevaron a los tribunales a mi amigo Sócrates a quien acabo de referirme, bajo la acusación más inicua y que menos le cuadraba... Al observar yo cosas como éstas y a los hombres que ejercían los poderes públicos, así como las leyes y las costumbres, cuanto con mayor atención lo examinaba, al mismo tiempo que mi edad iba adquiriendo madurez, tanto más difícil consideraba administrar los asuntos públicos con rectitud...

De esta suerte yo, que al principio estaba lleno de entusiasmo por dedicarme a la política, al volver mi atención a la vida pública y verla arrastrada en todas direcciones por toda clase de corrientes, terminé por verme atacado de vértigo, y si bien no prescindí de reflexionar sobre la manera de poder introducir una mejora en ella, si dejé, sin embargo, de esperar sucesivas oportunidades de intervenir activamente.

Y terminé por adquirir el convencimiento con respecto a todos los Estados actuales de que están, sin excepción, mal gobernados; en efecto, lo referente a su legislación no tiene remedio sin una extraordinaria reforma, acompañada además de suerte para implantarla.

Y me vi obligado a reconocer, en alabanza de la verdadera filosofía, que de ella depende el obtener una visión perfecta y total de lo que es justo, tanto en el terreno político como en el privado, y que no cesará en sus males el género humano hasta que los que son recta y verdaderamente filósofos ocupen los cargos públicos, o bien los que ejercen el poder en los Estados lleguen, por especial favor divino, a ser filósofos en el auténtico sentido de la palabra."

PLATÓN

Carta VII

Vida de platón

Platón, hijo de Aristón, nació en torno al 427 a.C. en Atenas. Sabemos de sus hermanos Glaucón y Adimanto a través del retrato que Platón hace de ellos en la República. Su madre, Perictione, se casó con su tío tras la muerte de Aristón—una práctica común en la época para mantener la propiedad de la familia. De este matrimonio nació Antifonte, que figura brevemente como personaje junto a Adimanto y Glaucón en la acción introductoria que enmarca el diálogo Parménides. Los dos padres de Platón pertenecían a familias aristocráticas y distinguidas: su madre estaba emparentada con el gran legislador Solón. De los miembros de familias como la suya se esperaba que tomaran un rol activo en la vida política de la ciudad. Sin embargo, Platón renunciaría a involucrarse en la vida política de Atenas.

La Grecia en la que nació Platón no constituía una unidad política, sino que estaba fragmentada en múltiples pólis o ciudades-estado independientes. Lo que mantenía cohesionado al mundo helénico era que todas estas ciudades poseían una lengua y un acervo cultural compartidos. A comienzos del siglo V a.C., las ciudades-estado griegas también se vieron forzadas a unirse para enfrentar una amenaza común: el imperio aqueménida de Persia, que después de expandirse por todo el Asia Menor y reprimir violentamente la rebelión de las ciudades griegas de Jonia había puesto sus ojos en el mar Egeo y la península griega. Tras una serie de enfrentamientos conocidos como Guerras médicas (490-449 a.C.), los griegos lograron repeler a los persas y mantener su independencia política. Atenas, cuya potencia naval había resultado crucial para que los griegos consiguieran la victoria, se convirtió en la ciudad-estado más poderosa de Grecia y empezó a ejercer un dominio imperial sobre sus ciudades vecinas. 

Además de ser la potencia hegemónica del mundo griego, la Atenas del siglo V a.C. gozaba además de otra peculiaridad. Como resultado de las reformas que Solón había introducido un siglo antes, Atenas era en este momento lo que podríamos denominar una democracia directa: todos los ciudadanos varones adultos se reunían periódicamente en asamblea en el ágora para decidir conjuntamente el rumbo político de la ciudad. Ahora bien, aunque todos ellos disfrutaban de igualdad de voz y voto, aquellos hombres que se mostraban más capaces de persuadir a sus  conciudadanos para apoyar sus propias propuestas en la asamblea ejercían de facto el liderazgo político. Y por mucho que Atenas fuera una ciudad democrática, muchos de sus líderes naturales procedían, de hecho, de familias de la antigua aristocracia. Este era el caso de Pericles, “primer ciudadano de Atenas” durante su época de mayor esplendor.

Aunque Platón retrata vivamente la sociedad ociosa e ilustrada de la Atenas del siglo V a.C. en obras como el Protágoras o el Cármides, para cuando compuso estos diálogos el antiguo esplendor de Atenas hacía tiempo que se había apagado. Pocos años antes de nacer Platón, en el 431 a.C., se había desatado la Guerra del Peloponeso entre la Liga de Delos, encabezada por Atenas, y la Liga del Peloponeso, liderada por una Esparta recelosa del poder que su enemiga había ido amasando en las décadas previas. Este conflicto se prolongó hasta el año 404 a.C., fecha en la que Atenas y sus aliados fueron derrotados. Como resultado, la ciudad perdió su flota, su imperio y su prestigio.

Hacia el final de la guerra, la democracia ateniense fue brevemente depuesta por un gobierno oligárquico conocido como el Gobierno de los Treinta Tiranos. Un pariente de Platón, Critias, se encontraba entre sus líderes. La experiencia fue todo un desengaño para aquellos que, como Platón, desconfiaban del sistema democrático y habían pensado que el gobierno de unos pocos podría ser la solución a los males que estaban llevando a Atenas a la perdición: los Treinta fueron depuestos tras un breve y violento lapso en el gobierno, durante el cual llevaron a cabo ejecuciones para quedarse con las tierras de algunos ciudadanos e intentaron implicar a otros, como Sócrates, en sus actos delictivos. Ahora bien, la democracia, una vez restaurada, tampoco demostró ser mejor: en 399 a.C., Ánito, Licón y Meleto acusaron a Sócrates—a ojos de Platón, el mejor ciudadano de Atenas—de adorar a falsos dioses y corromper a la juventud, y la asamblea de la ciudad terminó condenándolo a muerte.

En definitiva, los años de formación de Platón estuvieron marcados por una serie de desastres para su patria ateniense. No es de extrañar que una persona con una conciencia cívica profunda como él se preguntara por las causas de semejante debacle. Los líderes más prometedores de la generación que lo antecedió no habían estado a la altura de lo que prometían y habían llevado a la ciudad a la perdición. Un caso paradigmático era el de Alcibíades. Guardia de Pericles y campeón de la democracia, Alcibíades persuadió a la asamblea de Atenas de embarcarse en una temeraria expedición para conquistar la isla de Sicilia. Cuando la expedición fracasó, Alcibíades traicionó a Atenas y huyó a Esparta, tan solo para acabar siendo asesinado poco tiempo después. Critias y Cármides, aristócratas respetados, parientes de Platón, también fueron asesinados tras el derrocamiento del gobierno de los Treinta, del que ambos formaron parte. En la hora crucial, tanto el partido demócrata como el partido oligárquico demostraron no estar a la altura de las expectativas.

En semejante contexto de degradación cívica, Platón y otros jóvenes de su generación como Jenofonte encontraron en la figura de Sócrates un mentor y una guía. Sócrates era un ciudadano de Atenas que se había destacado como hoplita en las primeras batallas de la guerra y que más tarde, en su vejez, había adquirido notoriedad por su costumbre de cuestionar a los hombres notables de la ciudad acerca de la areté (es decir, de la excelencia o virtud cívica, de aquello que nos permite vivir bien), poniendo en evidencia que aquellos mismos que se jactaban de ser maestros de virtud distaban mucho de saber en qué consistía una vida buena. De Sócrates aprende Platón que no hay tarea más importante que descubrir en qué consiste la areté, pues es imposible que vivamos una vida virtuosa y justa sin antes conocer qué son la virtud y la justicia. De este modo, el joven hijo de Aristón y Perictione, cuyas primeras vocaciones fueron la poesía y la vida política, tomó conciencia de que era la filosofía la que marcaba la senda por la que se ha de buscar la buena vida. La filosofía es necesaria para identificar en qué consiste una buena vida y ayudarnos a vivir conforme a ella.

Así pues, Platón abraza la investigación filosófica como resultado de su asociación juvenil con Sócrates. Es posible, sin embargo, que también conociera a otros filósofos en su juventud. Aristóteles menciona entre ellos a Crátilo, un discípulo de Heráclito que sostenía que todo está en perpetuo flujo. Tras la muerte de Sócrates, es probable que Platón viajara a diversos puntos de Grecia y sus colonias—muy especialmente Italia y Sicilia, conocidas como la Magna Grecia, donde se especula que entabló relaciones con los círculos de los seguidores de Pitágoras. Aunque fuera tan sólo a través de textos, Platón tenía un conocimiento profundo del pensamiento de los pitagóricos, de Parménides y Zenón de Elea, y de la filosofía natural de Anaxágoras de Clazomene.

Los viajes de Platón a Sicilia le llevaron a entablar una relación apasionada con Dion, cuñado del tirano Dionisio I de Siracusa. Aparentemente, Platón y Dión intentaron influenciar al hijo de aquel, Dionisio II, para que se convirtiera en un gobernante sabio y virtuoso, pero fracasaron en el intento: Platón fue sucesivamente encarcelado y vendido como esclavo por Dionisio II.  En su experimento siciliano, Platón tomó conciencia de la extrema dificultad de lograr que la política se deje guiar por la filosofía.

De vuelta en Atenas, en el 387 a.C., Platón compró un terreno en el jardín de Academo, en las cercanías de la ciudad de Atenas. Allí fijó su residencia y dedicó un templo a las Musas. Este paraje se convirtió en centro de visita obligada para aquellos que compartían los intereses de Platón, quien en empezó a amasar una biblioteca, ofrecer lecciones en un vestíbulo y acoger a discípulos que se trasladaban a aprender con él. De este modo nació la Academia, primera institución de estudio y enseñanza filosófica de Occidente. La Academia no era un centro de enseñanzas reglada como los que tenemos hoy en día, sino un lugar al que acudían investigadores que trabajaban codo con codo con Platón. Aristóteles, por ejemplo, permaneció allí durante veinte años, y sólo la abandonaría tras la muerte de Platón en torno al 347 a.C. No fue Aristóteles, sino el sobrino de Platón Espeusipo el que lo sucedió al frente de la Academia, que permanecería abierta hasta que el emperador bizantino Justiniano cerró todas las escuelas filosóficas de Atenas en el 529 d.C.

obras de platón

La obra que conservamos de Platón está compuesta por varias decenas de diálogos y un puñado de cartas. La mayoría de los diálogos escritos por Platón están protagonizados por Sócrates y ambientados en diversos momentos de la segunda mitad del siglo V a.C. Por ellos transitan algunas figuras históricas, como Parménides, los sofistas Protágoras y Gorgias, o los ya mencionados hermanos de Platón, así como personajes que se presume inventados, tales como Calicles. Estos diálogos son obras exotéricas, que se ponían a disposición del gran público. La enseñanza de Platón en la Academia era enteramente oral, con lo cual no conservamos ningún escrito que nos informe directamente de lo que el filósofo trasladaba allí a sus discípulos.

Hay razones para pensar que ninguna de las obras originales de Platón se ha perdido: todas las composiciones mencionadas en fuentes antiguas nos han llegado completas. Junto a ellas, existe una serie de obras cuya autenticidad se cuestiona o directamente se descarta.

No conocemos las fechas de composición de cada obra de Platón, y no es fácil agruparlos por tema, pues muchas consideran una variedad de asuntos de manera interconectada. Se ha convertido en estándar dividir los diálogos de Platón en tres grupos, aunque la atribución de alguna obra a uno u otro grupo es controvertida.

El primer grupo está compuesto por diálogos que Platón habría escrito en su juventud, y que suelen denominarse diálogos socráticos. La razón para esta denominación no es que Sócrates protagonice todos estos diálogos (ya que también protagoniza casi todos los diálogos de madurez), sino que el Sócrates que aparece en ellos se presume mucho más próximo al Sócrates histórico que el que protagoniza los diálogos más tardíos, en cuya boca Platón empezará a poner sus propias doctrinas originales. En contraste, los diálogos socráticos nos muestran a un Sócrates que se dedica fundamentalmente a cuestionar a otros individuos que se presentan como presuntos expertos acerca de cuestiones éticas y políticas fundamentales, pero que a lo largo del diálogo acaban evidenciando su ignorancia. A este primer grupo pertenecen, entre otras obras, las siguientes:

Dentro de este primer grupo, podemos identificar una serie de obras de transición, en la que empiezan a aparecer desarrollos teóricos que parecen ir más allá de lo que el Sócrates histórico plausiblemente sostuvo. Entre ellas, destacamos las siguientes:

El segundo grupo está conformado por una serie de diálogos en los que Platón enuncia, por boca de Sócrates, sus propias doctrinas positivas sobre cuestiones éticas, políticas y metafísicas. Aparece en ellos por primera vez esbozada la doctrina platónica de las Formas, que tradicionalmente se ha considerado ajena a las enseñanzas del Sócrates histórico. A este segundo grupo pertenecen las siguientes obras fundamentales:

El último grupo está compuesto por una serie de obras de considerable longitud y complejidad, que en ocasiones vuelven a temas tratados en diálogos anteriores y revisan las posiciones que Platón había sostenido previamente. Entre ellas, destacan: