La filosofía del mediodía: hacia una transvaloración de todos los valores

La filosofía del mediodía: hacia una transvaloración de todos los valores

Nietzsche se va a echar sobre las espaldas la tarea de una transvaloración de todos los valores: la organización de un nuevo sistema conceptual que no implique una desvalorización del mundo sensible ni de la voluntad del hombre, y que supere por tanto el nihilismo contemporáneo.

La filosofía positiva de Nietzsche, su «filosofía del mediodía», aparece plasmada sobre todo en Así habló Zaratustra. El Zaratustra histórico fue el primero en dar una interpretación moral del mundo, elevando «bueno» y «malo» al rango de categorías metafísicas. El Zaratustra ficticio de Nietzsche será el encargado de revertir este proceso, proponiendo una nueva moral que se situará «más allá del bien y el mal».

Nietzsche considera que la superación del nihilismo sólo podrá llegar mediante su propia radicalización: hay que llevarlo hasta sus últimas consecuencias para que se agote por sí mismo. A esto es a lo que quiere contribuir él con su filosofía crítica, cuyo objetivo último es derribar lo que aún está en pie de los valores tradicionales. Su filosofía positiva, en cambio, es un intento de constituir un nuevo sistema de valores y de describir al tipo humano capaz que será capaz de asumirlos: el superhombre.

1. La voluntad de poder

La filosofía afirmativa de Nietzsche no se entiende sin el concepto de voluntad de poder. Este concepto es también, de hecho, el trasfondo de su filosofía crítica, pues para nuestro autor la vida es, en esencia, voluntad de poder.

Nietzsche construye este concepto contra la noción schopenhaueriana de «voluntad de vivir». Para empezar, esta expresión es inadecuada: lo que está vivo no quiere vivir, sino que quiere más, quiere lo que aún no es. Pero es que además Schopenhauer hace una lectura metafísica de la voluntad que Nietzsche no puede aceptar: para Schopenhauer, existe una voluntad única que es el principio originario y el sustrato último de la realidad. Nietzsche, en cambio, se desprende del lastre metafísico (y de las consecuencias pesimistas) del concepto schopenhaueriano de voluntad afirmando que toda voluntad es compleja y plural, una suma de fuerzas múltiples que sólo adquiere una ilusoria unidad a través del fetichismo lingüístico y de la voluntad filosófica de generalizar. No existe la voluntad individual: si la tradición filosófica ha unificado ilusoriamente el acontecimiento plural de «la voluntad» y ha postulado una supuesta «libertad de la voluntad» no es sino por la exigencia moral y social de que exista una persona libre y responsable de sus actos y por lo tanto susceptible de ser juzgada y condenada.

¿Qué es la voluntad de poder? ¿Qué quiere esta voluntad? En principio, la voluntad de poder quiere su propio querer: es una «voluntad de autoafirmación». Pero esta autoafirmación nunca es simple, sino que implica una relación con lo otro, una apertura a la diferencia. El poder de una determinada voluntad depende de su capacidad para convertir su propio opuesto en ventaja para sí misma. La resistencia, el obstáculo y la amenaza son lo que mide la fuerza. Aquí hemos de comprender la relación de Nietzsche con su propia enfermedad: entiende su dolor no como una objeción para la vida, sino como un acicate para filosofar de otro modo y transformarse.

La voluntad de poder no quiere algo ya dado y representado llamado «el poder»: el fuerte no afirma su poder buscando el reconocimiento por parte de los débiles conforme a unos valores ya establecidos. Para Nietzsche, una voluntad fuerte, es una voluntad creativa: no sueña con hacerse atribuir valores ya en curso, sino que crea nuevos valores. El esclavo es el que no es capaz de comprender el poder como dimensión creativa, plástica y liberadora, y el señor es el que vive su propio querer afirmativa, creativa, libre y alegremente. El modelo de hombre superior es para Nietzsche el hombre que vive y construye su vida como una obra de arte.

2. El eterno retorno de lo mismo

La segunda gran idea de la filosofía positiva de Nietzsche es la de eterno de retorno de lo mismo.

La idea del eterno retorno es un simulacro de doctrina, un pensamiento hipotético, que admite una doble lectura ontológica y ética. En un sentido ontológico, esta doctrina apunta a que nuca ha existido una primera vez (un origen) y que nunca habrá una última vez (un fin de la historia). Pero la consecuencia moral de este pensamiento es una afirmación absoluta de la voluntad humana. La idea del eterno retorno vendría a decirle al hombre que cuando quiere algo, ese algo abarca todo el universo. Esto supone una afirmación inaudita.

En un sentido cosmológico, la hipótesis del eterno retorno consiste en lo siguiente: eliminada la hipótesis de la creación del mundo, un mundo finito que se desenvuelve en un tiempo infinito no podrá sino repetir todos los estados de cosas posibles que ya se han dado, y no sólo una vez sino infinitas veces. Pero, además, puesto que el tiempo mismo no es más que una relación entre cosas, si un estado de cosas se repite, entonces es el tiempo mismo el que se repite: cada instante es eterno.

Esta tesis introduce una concepción del ser dinámica, una síntesis de ser y devenir: cada instante, en tanto que es eterno, tiene las características de la concepción tradicional del ser, pero en tanto que las cosas pasan y retornan, el ser es dinámico, es devenir.

Con esta idea, Nietzsche aboga por una nueva concepción del tiempo aferrada a la inmanencia y no apoyada en ningún horizonte o meta ideal: no hay un mundo trascendente más allá del terrestre, así que el tiempo terrenal deja de entenderse bajo el esquema judeocristiano de la redención. La hipótesis del eterno retorno nos ofrece una nueva concepción de la temporalidad (en realidad, se trata de la recuperación de una idea muy antigua) que asume la radical contingencia de la realidad, que constata que el mundo es un caos eterno cuyo fluir carece de racionalidad y de sentido. No existe ningún plan ni objetivo, toda vez que la realidad ya no se orienta a ningún fin, a ninguna culminación.

Con todo, el sentido más profundo de esta doctrina ha de buscarse en sus implicaciones éticas. Asumir esta hipótesis obliga a adoptar una nueva actitud a la hora de valorar nuestra relación con la existencia. Así, el pensamiento del eterno retorno ha de entenderse como una idea hipotética que nos da una regla práctica a la voluntad, una regla tan rigurosa como el imperativo kantiano: «lo que quieras, has de quererlo de tal manera que quieras también su eterno retorno». Es lo que Nietzsche llama el amor fati, o amor al destino.

La repetición eterna de lo que es o amor fati no ha de entenderse como aceptación resignada de la necesidad, sino como piedra de toque de una nueva voluntad de poder no esclava del espíritu del resentimiento frente a la vida. Sólo quien asume totalmente la vida en esta tierra, quien es capaz de amar sin ambages este mundo y asumir el carácter trágico de la existencia, es capaz de soportar la idea del Eterno Retorno. Por lo tanto, esta idea divide en dos a la humanidad:

Si pensamos en la posibilidad de que cada instante de nuestra vida se hiciera eterno y se repitiera hasta el infinito, tendríamos un criterio de juicio sumamente exigente: sólo un ser totalmente feliz podría querer tal repetición eterna. Sólo en un mundo que ya no se pensara en el marco de una temporalidad lineal sería posible tal felicidad plena. En la temporalidad lineal, cada momento tiene sentido sólo en función de los otros en la línea del tiempo. En esta estructura edípica del tiempo, no es posible la felicidad porque ningún momento puede, de veras, tener en sí una plenitud de sentido. Cada momento cobra sentido por su relación con otros. Esto liga el sentido moral con el cosmológico: instantes de existencia plenos solo son posibles a condición de una radical transformación que suprima la distinción entre mundo verdadero y mundo aparente y todas sus implicaciones.

La idea del eterno retorno es el eje de la «nueva moral» propugnada por Nietzsche: «Puedes hacer lo que quieras, pero lo que hagas has de quererlo de verdad, porque retornará infinitamente». El valor de tu acción será siempre absoluto. No podrás excusar cualquier bajeza con el pretexto de «una vez y no más». El eterno retorno se nutre de la radicalización extrema del nihilismo, pero hace de ella la nueva condición de la felicidad del hombre.

3. El superhombre

Lejos de deducir que la muerte de Dios desemboca necesariamente en el pesimismo o la resignación, Nietzsche considera que solo esta pérdida puede abrir un nuevo horizonte filosófico y un nuevo tipo «sobrehumano». Desaparecido Dios, el antiguo blanco al que orientar la flecha del arco, el hombre tiene en un primer momento la falsa y apresurada impresión de que cualquier otra tensión es inútil. El hombre cae tanto más bajo cuanto más alto y elevado era el ideal al que apuntaba el antiguo Dios. Pero esta postración provisional o «enfermedad de la voluntad» no es más que la consecuencia de un exceso que solo ahora empezamos a advertir como tal. Nietzsche percibe la necesidad de ir más allá del cristianismo: la humanidad que ha sobrevivido a Dios debe darse a sí misma nuevos objetivos, tensar de nuevo el arco. Esta tarea no puede recaer en el «último hombre», sino en un nuevo modelo humano capaz de decir un «» rotundo a la vida con toda su carga trágica: el superhombre (Übermensch).

El superhombre está más allá del hombre porque ha dejado atrás la miseria humana, el nihilismo, el resentimiento, la mezquindad. Vive la vida de un modo absolutamente afirmativo. Ha superado toda visión moral del mundo, y comprende que lo que mueve el mundo es la voluntad de poder. Todo es voluntad de poder, y la moral y la verdad son solo las formas corruptas, deshonestas, deliberadamente mentirosas que ha adquirido una voluntad debilitada. La moral ha ocultado tras el velo de la verdad el sentido mismo de las posiciones de valor, o sea, su arraigo en la voluntad de poder. De ahí su «deshonestidad». La misma moral metafísica es voluntad de poder que se escuda tras la verdad, así como la misma voluntad de verdad es voluntad de poder encubierta.

El advenimiento del superhombre es anunciado por Zaratustra, quien afirma que «el hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre». Su llegada se habrá de producir tras tres transformaciones del espíritu:

Nietzsche es consciente de que la Humanidad se encuentra ante una terrible encrucijada con el nihilismo. El superhombre no tiene nada que ver con la exaltación aristocrática de la fuerza, ni con la defensa de un comportamiento inmoral o irracional hasta ahora vilipendiado y reprimido, sino con una conciencia moderada de lo que significa asumir el poder humano tras el proceso de aniquilación de los valores supremos. Más fiel al «sentido de la tierra» y al desafío que impone el problema de la vida que el hombre cristiano-moral, el superhombre apunta a un horizonte en el que el centro de gravedad existencial ya no está ubicado en ninguna estructura ideal o trascendente.