Los principios de la percepción

Los principios de la percepción

El proyecto filosófico de Hume pasa por investigar las operaciones de la mente humana para arrojar luz sobre las cuestiones filosóficas fundamentales. Como sus predecesores Descartes y Locke, Hume sostiene:

1. Distinciones básicas entre las percepciones

Mientras que sus predecesores emplean típicamente la palabra “idea” como el término más general para designar a las entidades mentales con capacidad de representación, Hume emplea en su lugar el término percepción, pues limita su uso de la palabra idea para referirse a un subconjunto particular de las percepciones.

Hume distingue dos tipos de percepciones: impresiones e ideas. Ambas las distingue, a su vez, en simples y complejas. Las impresiones, por su parte, pueden ser impresiones de la sensación o de la reflexión, y las ideas, ideas de la memoria e ideas de la imaginación.

Para Hume, las impresiones incluyen “todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones, tal y como hacen su primera aparición en el alma”, mientras que las ideas son “las imágenes débiles de estas en el pensamiento y el razonamiento”. Como veremos después, Hume diferencia entre 'sentimiento' y 'pensamiento' esencialmente por los diferentes grados de 'viveza', 'fuerza', 'vivacidad', 'solidez', 'firmeza' o 'estabilidad' que exhiben las percepciones de cada uno.

Hume subraya que la diferencia entre impresiones e ideas es una diferencia de grado, no una diferencia cualitativa. Por eso, aunque ambos tipos de percepción suelen ser fácilmente distinguibles, no es imposible en instancias particulares que se acerquen mucho las unas a otras. En el sueño, la fiebre o la locura, las ideas pueden aproximarse a las impresiones, mientras que algunas impresiones son tan débiles que parecen indistinguibles de ideas. 

En cualquier caso, la referencia de Hume a la “primera aparición en el alma” parece sugerir que impresiones e ideas no solo difieren en su viveza, sino también en su origen causal. Como veremos, impresiones e ideas parecen diferir también en las consecuencias que tiene su aparición en la mente.

En cuanto a la distinción entre percepciones simples y complejas, las primeras “son tales que no admiten distinción o separación”, mientras que las segundas “pueden ser distinguidas en partes”. 

La distinción entre impresiones de sensación y de reflexión sí que es enteramente causal. Las primeras, dice Hume, emergen de “causas desconocidas”, mientras que las impresiones de reflexión “se derivan en gran medida de nuestras ideas”. Las impresiones de reflexión son sentimientos que emergen como reacción a ideas previas, aunque Hume no descarta la posibilidad de que en alguna ocasión se produzcan como reacciones inmediatas a otras impresiones. Entre ellas se incluyen las varias pasiones (amor, odio, orgullo, humildad, alegría, dolor, miedo, deseo), así como sentimientos reactivos de volición, sentimientos morales de aprobación o desaprobación y, por último, la impresión de conexión necesaria que juega un papel prominente en los procesos de inferencia y juicio causal.

Aunque presupone que los objetos físicos son típicamente la causa externa de las impresiones de sensación, Hume caracteriza las mismas como poseyendo una causa desconocida por dos razones: primero, porque para Hume la palabra “conocimiento” tiene un sentido técnico muy restringido, y los estándares que exige para el conocimiento son bastante altos; segundo, porque las causas mecánicas y fisiológicas de las sensaciones son complejas, difíciles de penetrar, y pertenecen más al estudio del anatomista que al del filósofo.

Los diferentes grados de viveza también nos permiten distinguir dos tipos de ideas: las ideas de la memoria y las de la imaginación. Las primeras son más vivas y más rígidas en el arreglo espaciotemporal de sus elementos que las segundas. También las creencias son percepciones con un grado mayor de viveza que el que tendría una idea meramente sometida a consideración. Dentro de las ideas, por tanto, creencia y recuerdo son los dos tipos que gozan de una mayor viveza. Esto explica por qué creer algo es psicológicamente similar a verlo o percibirlo, y por qué la creencia tiene su fuente última en las impresiones. También nos explica por qué la creencia no siempre responde tan bien al razonamiento como esperaríamos.

Además de toda esta pléyade de percepciones, Hume reconoce que en nuestra mente existen una serie de disposiciones naturales estables a transitar de ciertas percepciones a otras. Ante una percepción iniciadora, la mente tiende a invocar ciertos recuerdos o creencias. Gran parte de lo que Hume intenta hacer en el libro I del Tratado y en la primera Investigación tiene que ver con el estudio del funcionamiento de estas disposiciones.

2. Los cuatro principios de la percepción

Las relaciones entre las percepciones de nuestra mente parecen estar gobernados por varios principios. 

Principio de la copia

Principio de la copia: todas nuestras ideas simples son, en su primera aparición, derivadas de impresiones simples con las que se corresponden y a las que representan adecuadamente.

Todas las representaciones mentales son percepciones, y la experiencia (entendida como algo distinto al pensamiento) consiste en tener impresiones. El principio de la copia es la piedra angular del empirismo conceptual de Hume: todo contenido mental tiene su origen en la experiencia, incluido el contenido del pensamiento. En este compromiso, Hume se opone frontalmente al pensamiento de Descartes, Malebranche, Spinoza o Leibniz.

Hume invoca continuamente el principio de la copia. En ocasiones, su función es aclaratoria: Hume nos indica que si remitimos las ideas con las que razonamos a las impresiones de las que estas se derivan, ganaremos mayor claridad en nuestro pensamiento. Otras veces, su despliegue cumple una función crítica: si sospechamos que una palabra está siendo empleada sin un significado claro, deberíamos buscar una impresión de la que la supuesta idea representada por dicha palabra pudiera haberse derivado. En caso de que fracasáramos en encontrar una impresión subyacente, veríamos confirmada nuestra sospecha de que tal idea no existe y estamos usando una palabra vacía de sentido.

Hume encuentra un fundamento firme en nuestra experiencia para el principio de la copia. Cuando poseemos una idea simple, a poco que investiguemos encontraremos el recuerdo de haber tenido la impresión correspondiente. Y cuando la impresión simple no se da, tampoco se dará la idea correspondiente: el sordo de nacimiento no puede tener la idea de una melodía armónica y el ciego congénito carece de la idea de color cálido.

Hume concede una posible excepción a este principio: si ante nosotros dispusieran la gama completa de los tonos de azul y retirasen uno de los matices intermedios, careceríamos de la impresión correspondiente a ese matiz de azul, pero probablemente podríamos construir la idea de ese tono ausente a partir de la percepción de los matices circundantes. Sin embargo, esta excepción no alarma a Hume: el principio no es más que una generalización empírica. No es una constricción a priori. Además, sus usos del principio requieren a lo sumo:

El tono perdido de azul no amenaza estos requerimientos. Lo que amenazaría el principio de la copia sería la existencia de ideas puramente intelectuales que no se parezcan, y cuyos elementos tampoco guarden semejanza, con ninguna impresión en absoluto.

Principio de separabilidad

Principio de separabilidad: cualesquiera objetos que sean diferentes son distinguibles, y cualesquiera objetos distinguibles son separables por el pensamiento y la imaginación.

Este principio es una consecuencia evidente de la división de las percepciones en simples y complejas. Los usos que Hume da a este principio son básicamente dos:

Principio de concebibilidad

Principio de concebibilidad: nada de lo cual podamos formar una idea clara o distinta es absurdo o imposible. Dicho de otro modo, todo aquello que podemos concebir es posible, en el sentido más general de 'posible'.

Este principio habilita para inferir que, si algo es posible en el pensamiento, también ha de ser posible en general. Hablamos, por supuesto, de una posibilidad metafísica, que requiere únicamente de la consistencia interna y ausencia de contradicción en aquello que concebimos como posible. Mucho más restringida sería la posibilidad causal, que requiere, además, que aquello que concebimos sea compatible con las leyes causales efectivamente de la naturaleza. No todo lo que concebimos es causalmente posible, pero sí que sería, sostiene Hume metafísicamente posible. Es solo cuando la inconcebibilidad emerge de  la contradictoriedad de lo que se intenta pensar que podemos estar seguro de hallarnos ante una imposibilidad metafísica.

Principio de asociación de ideas

Principio de asociación de ideas: la semejanza, la contigüidad en el espacio y/o en el tiempo y las relaciones causa-efecto generan una asociación entre nuestras ideas, de tal manera que al aparecer una en la mente la(s) otra(s) emerge(n) de manera espontánea y natural.

Hume apelará a la asociación de ideas para explicar múltiples rasgos de las operaciones de la mente, incluyendo la formación de ideas complejas en un instante dado, la formación de secuencias de ideas e incluso la formación de la identidad personal. Como veremos más adelante, este principio juega un rol explicativo fundamental en el sistema de Hume: es como la Ley de la Gravitación Universal de la ciencia de la naturaleza humana dibujada por el filósofo escocés.

3. Las Ideas complejas

Uno de los usos del principio de asociación de ideas es la explicación de por qué ciertas ideas simples se combinan naturalmente en ideas complejas. Algunas de esas ideas permiten pensar a la mente en cualidades complejas, mientras que otras le permiten pensar en las cosas que tendrían tales cualidades. Siguiendo a Locke, las primeras son denominadas modos mientras que las segundas se denominan sustancias.

Locke sostenía que las ideas de modos (como “bailar”) y las ideas de sustancias (como “bailarín”) se construyen ambas a partir de ideas de cualidades individuales. La diferencia entre ellas reside en un componente adicional que, afirma, poseen únicamente las sustancias. Ese componente adicional es, según él, la idea de sustancia en general: una idea confusa, oscura y relativa de un “no-sé-qué” en el que las cualidades, incapaces de existir solas, inhieren para tener soporte metafísico.

Armado con su principio de la copia, Hume pondrá en duda que exista esa idea de sustancia en general. Coincide con Locke en que nuestras ideas de modos y de sustancias son ideas complejas surgidas de la combinación de ideas simples. Esta combinación se ve guiada por el principio de asociación de ideas: son las relaciones de contigüidad, semejanza y relación causa-efecto las que llevan a la combinación de las ideas simples en ideas complejas. Ahora bien, nuestra tendencia natural a referir todas esas cualidades que se nos presentan juntas a un sustrato o soporte desconocido no se apoya en ninguna impresión previa, así que es fruto de una ficción. Tanto nuestras ideas de modos como nuestras ideas de sustancias son meros haces o conjuntos de cualidades que, en virtud del principio de asociación, se nos presentan siempre juntas. La diferencia ellas, nos dice Hume, reside en otra parte: lo que sucede es que, en el caso de las sustancias, las fuerzas asociativas que componen sus ideas en nuestra mente son lo suficientemente fuertes como para que no cambiemos la palabra que empleamos para referirnos a ellas cuando nuevas ideas simples vienen a a añadirse a la idea compleja. En el caso de las ideas de modos, en contraste, cualquier adición a la idea compleja trae consigo la aplicación de un término diferente. Esta diferencia en rol funcional es suficiente por sí sola, según Hume, para distinguir las ideas de modo y de sustancia.

Además de estos dos tipos de ideas complejas, Hume concibe como ideas complejas las relaciones. Hay tres relaciones naturales que ya hemos señalado: las de semejanza, contigüidad y causalidad, a las que la mente se ve arrastrada por la asociación entre las ideas que las componen. Pero en un sentido más amplio, cualquier aspecto con respecto al cual dos o más cosas puedan ser comparadas es una relación existente entre ellas. Hume llama a este tipo de relaciones más amplio relaciones filosóficas. La lista ampliada de relaciones incluye la identidad, las relaciones de cantidad o número, las relaciones espaciotemporales (más allá de la mera contigüidad), los grados de cualidad o la relación de contrariedad.

La existencia de ideas de relación permite asimismo la formación de ideas relativas. Así, por ejemplo, la idea de relación causal da lugar a la idea de la causa de nuestras impresiones de sensación, o del sustrato de las cualidades. Este último ejemplo muestra cómo a veces es dudoso que estas ideas sean legítimas, porque no hay una relación real que las apoye.

4. Las Ideas abstractas

Siguiendo, nuevamente, a Locke, Hume llama ideas generales o abstractas a las representaciones mentales que nos permiten pensar con generalidad: la idea de GATO en general, la idea de TRIÁNGULO en general, etc. Locke decía que estas ideas eran abstractas porque, en su opinión, su formación respondía a un proceso de abstracción: sostenía que la mente forma ideas abstractas separando partes de una idea compleja dada en la experiencia, dando como resultado una representación mental caracterizada por cierta indeterminación. Ya antes que Hume, Berkeley había criticado esta manera de concebir las ideas abstractas: los contenidos de la mente, nos dice Berkeley, son siempre determinados. Yo no puedo representarme en mi imaginación un triángulo que no sea ni equilátero, ni isósceles ni escaleno. Las representaciones mentales, nos dice Berkeley, son siempre particulares, y Hume va a seguirle a este respecto, alegando razones como las siguientes:

La conclusión negativa de Hume le deja con la tarea positiva de explicar cómo ideas que son enteramente determinadas y particulares por naturaleza pueden sin embargo ser generales en lo que representan y en cómo lo representan. Berkeley se limitó a decir que la mente puede “atender” selectivamente a algunos rasgos particulares de ideas enteramente determinadas y así emplearlas para representar a todas las cosas que tienen esos rasgos seleccionados en el razonamiento. Hume intenta explicar este proceso más en profundidad, sin apelar a una actividad mental primitiva de “atender”. Lo hace apelando a:

Cuando un número suficiente de objetos o de cualidades razonablemente semejantes son percibidos en un período de tiempo, ellos y sus ideas tienden a elicitar una respuesta verbal común, con la que se acaban vinculando por la operación del hábito. Y así, cualquier nueva ocurrencia de esa respuesta verbal tenderá a elicitar una de esas ideas determinadas, al tiempo que reaviva la costumbre o hábito de formar las otras ideas que son semejantes a ella. De este modo, un número elevado de ideas se vuelve potencialmente, aunque no actualmente, presente a la mente, y lo que es más, la mente se vuelve capaz de “revivir” cualquiera de estas ideas sin necesidad de razonar o discurrir. De este modo, con la mediación de un término lingüístico general (por ejemplo, el nombre común "gato"), una idea particular y determinada (por ejemplo, mi recuerdo almacenado del gato de mi vecina, aunque mañana puede servir igualmente mi recuerdo de la gata de mi pareja) pasa a servir como una "idea general o abstracta" capaz, “de esta imperfecta manera”, de representar una clase entera de objetos semejantes (a saber, a todos los gatos).

Usando una terminología ajena a Hume, podríamos llamar al conjunto de ideas que nos vemos dispuestos a reavivar 'conjunto de reavivación' de una idea abstracta, y a la idea que es inicialmente suscitada por el término lingüístico general, 'idea ejemplar'. Pues bien, diferentes miembros del mismo conjunto de reavivación pueden servir como ideas ejemplares para las mentes de los diferentes usuarios del término lingüístico, o incluso para el mismo usuario en momentos distintos. Es más, dos ocurrencias diferentes de lo que es cualitativamente la misma idea pueden servir como ejemplares de dos conjuntos de reavivación distintos (así, por ejemplo, la idea del gato de mi vecina puede ser la idea ejemplar que me viene a la mente cuando oigo o pienso en la palabra "gato", pero también cuando oigo o pienso en la palabra "felino" o en la palabra "animal").

5. las Ideas de Espacio y Tiempo

Entre las siete relaciones filosóficas que Hume distingue, dedica particular atención a las de espacio y tiempo, que son relevantes tanto para entender la mente como para entender el mundo material,

Espacio y tiempo no son 'cosas' por derecho propio, sino modos en los que las percepciones y otros objetos pueden disponerse los unos en relación a los otros. El modo temporal de disposición se aplica a las percepciones y cosas en general, mientras que el modo espacial de disposición se aplica estrictamente a las percepciones y cualidades visuales y táctiles. Esta concepción de espacio y tiempo se basa en dos tesis:

Del cualitativismo Hume concluye la imposibilidad de concebir el vacío o la duración sin sucesión. El minimismo, por su parte, lo compromete con la tesis de que el espacio y el tiempo no son un continuo infinitamente divisible, sino que estarían compuestos por partes elementales indivisibles. Hume defiende el minimismo basándose en dos lemas:

El tiempo está compuesto de partes en sucesión, que no coexisten y son totalmente distintas. En cuanto a las partes mínimas del espacio, para ser simples e indivisibles, deben carecer de derecha e izquierda, de parte superior e inferior, de figura. Deben ser, literalmente, inextensas: podemos disponerlas espacialmente, pero ellas mismas carecen de extensión espacial. La extensión resulta de la combinación de estos mínimos en complejos de partes contiguas. Dos simples contiguos formarían la mínima línea posible. Los mínimos son, por tanto, el término medio entre los puntos físicos y los matemáticos. 

Hume afirma que el Principio de la Copia nos lleva a reconocer que cuando remitimos las ideas de espacio y tiempo a impresiones, constatamos que (i) no hay impresiones de espacio y tiempo que sean “separadas o distintas” de las impresiones de cosas ordenadas espaciotemporalmente, y que, por esta misma razón, (ii) las ideas de espacio y tiempo son ideas abstractas. En la percepción de cosas ordenadas espaciotemporalmente, por una distinción de razón, percibimos el espacio y el tiempo. Ambas ideas consisten de una idea ejemplar que es, respectivamente, espacial o temporalmente compleja, asociada con un término general, y de este modo asociada con conjuntos de reavivación que incluyen otras ideas espaciotemporalmente complejas.

Una ausencia de percepciones espacialmente ordenadas no es la percepción del espacio. Por tanto, no puede haber percepción del vacío. Similarmente, una ausencia de percepciones sucesivamente cambiantes no es una percepción del tiempo. Los newtonianos afirmaban la existencia del espacio y el tiempo absolutos como entidades metafísicamente reales, capaces de contener objetos pero también capaces de subsistir en su ausencia. Hume, por contraste, niega que podamos siquiera concebir tales espacio y tiempo absolutos como cosas de pleno derecho.

6. La Representación Mental

Descartes distinguía entre la realidad formal y la realidad objetiva de las ideas. Las ideas tienen intencionalidad: son inherentemente capaces de contener la realidad de otras cosas. Aunque Locke no emplea la terminología de Descartes, a veces contrasta la existencia real con la existencia en la mente de una manera similar a como lo hacía el filósofo francés. Parece sostener, como Descartes, que al menos algunas ideas pueden representar cualidades particulares, no ejemplificándolas, sino conteniéndolas de una manera intencional, representacional.

Hume aquí se aparta de Descartes y Locke y se acerca más a Berkeley, que afirmaba que las percepciones visuales y táctiles de la figura y el tamaño de las cosas no representan su tamaño y su figura, sino que la ejemplifican: esas percepciones son literalmente extensas. Esto explica que el vulgo no suela distinguir entre sus impresiones de sensación y los cuerpos extensos mismos. 

Hume comparte con Berkeley esta doctrina de que las percepciones visuales y táctiles complejas son ellas mismas, de manera literal, espacialmente extendidas. Más en general, Hume rechazará la distinción cartesiana entre realidad formal y realidad objetiva de las ideas, junto con la doctrina de que las ideas tienen una naturaleza inherentemente representacional. Para Hume sólo hay un tipo de realidad, un tipo de existencia, y decir que una idea representa o se refiere a un objeto es una denominación extraña, pues la idea no porta ninguna marca o carácter de esa relación de representación. No tenemos impresión alguna de esa distinción entre continente y contenido en nuestras ideas.

Para Hume, por tanto, la capacidad representacional de las ideas tiene una explicación distinta que en Descartes. Las percepciones adquieren un carácter representativo en virtud de la función que cumplen en cada momento en nuestra economía cognitiva. Un elemento representacional representa porque  está por lo representado, produciendo efectos mentales específicos como ideas, sentimientos, pasiones o voliciones.

En algunos casos, la representación indica fiablemente la presencia de lo representado, actuando como intermediario fiable en la producción de efectos mentales que responden a ello. Podemos llamar a esto representación por indicación. En otros casos, la representación replica parte de la función del objeto representado, produciendo efectos en la mente que son paralelos a los que serían producidos por el objeto representado mismo. Podemos llamar a esto representación por modelado.

Hume explica cómo el lenguaje permite que ideas complejas representen sustancias o modos, y cómo las ideas abstractas permiten que ideas ejemplares particulares modelen a muchas cosas a la vez. Con todo, Hume no desarrolla una teoría general de la representación mental—tarea ímproba incluso a día de hoy.