las inferencias causales y la idea de conexión necesaria

las inferencias causales y la idea de conexión necesaria

1. cuestiones de hecho e inferencias causa-efecto

Los filósofos modernos se consideraban a sí mismos como revolucionarios científicos porque rechazaban la explicación aristotélica de la causalidad. Aun así, aceptaban la distinción tradicional entre conocimiento y creencia, epistéme y dóxa, y consideraban la inferencia causal como un ejercicio de la razón que buscaba demostrar la conexión necesaria entre una causa y su efecto. 

Cuando Hume entra en el debate, traduce la distinción tradicional entre conocimiento y creencia en sus propios términos, dividiendo "todos los objetos de la razón humana o la investigación" en dos categorías exclusivas y exhaustivas: relaciones de ideas y cuestiones de hecho.

Las proposiciones relacionadas con las relaciones de ideas son intuitiva o demostrativamente ciertas. Se conocen con independencia de la experiencia, por "la mera operación del pensamiento", por lo que su verdad no depende de nada que realmente exista. Que los ángulos interiores de un triángulo euclidiano suman 180 grados es cierto, ya sea que haya o no triángulos euclidianos que se encuentren en la naturaleza. Negar esa proposición es una contradicción, así como lo es contradictorio decir que 8x7=57.

En marcado contraste, la verdad de las proposiciones concernientes a cuestiones de hecho depende de cómo es el mundo. Sus contrarios siempre son posibles, sus negaciones nunca implican contradicciones, y no pueden ser establecidas por demostración. Afirmar que Sevilla está al norte de Madrid es falso, pero no contradictorio. Podemos entender lo que alguien que afirma esto está diciendo, incluso si nos preguntamos cómo podría estar tan equivocado respecto a los hechos.

Nuestro conocimiento de cuestiones de hecho descansa en la experiencia y depende de manera fundamental de la experiencia. Sin embargo, es fácil constatar que nuestras creencias acerca de cuestiones de hecho no se limitan a nuestra experiencia pasada o presente. Creemos que el sol saldrá mañana por el este, que todos los cuervos son negros o que toda molécula de agua consta de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, a pesar de que no tenemos experiencia directa del mañana, de todos los cuervos o de todos los átomos de hidrógeno.

¿Cómo podemos extender nuestras afirmaciones sobre cuestiones de hecho más allá de aquellos hechos de los que tenemos o hemos tenido experiencia directa? Es aquí donde las inferencias causales juegan un papel fundamental. 

2. El análisis de la inferencia causal

Las inferencias causales son conexiones que nuestro entendimiento realiza entre determinados hechos y otros que concebimos que se siguen necesariamente de ellos. De las distintas formas de asociación de ideas, la inferencia causal es la única que nos permite ir más allá de nuestras impresiones pasadas y presentes y proyectarnos al futuro. Por ejemplo, yo infiero que si empujase la botella que tengo al borde de mi escritorio, esta se caería al suelo, aunque no tenga ninguna impresión de la caída.

¿Cuál es el origen de nuestras inferencias causales? Si queremos anclar en ellas un conocimiento universal y necesario acerca del mundo sensible, lo primero será comprobar si podemos adscribirlas al entendimiento. Ahora bien, toda asociación operada por el entendimiento concierne a relaciones de ideas o a cuestiones de hecho:

La inferencia causal: dudas escépticas

En el pasado, tomar ibuprofeno ha aliviado mis dolores de cabeza, así que creo que tomar una pastilla de ibuprofeno aliviará el dolor de cabeza que tengo ahora. Pero las cualidades sensibles superficiales de la pastilla no tienen nada que ver con el alivio del dolor de cabeza. Incluso si asumo que el ibuprofeno tiene "poderes secretos" que están trabajando ocultamente para aliviar mi dolor de cabeza, estos poderes secretos no pueden ser la base de mi inferencia, pues me son desconocidos. Y sin embargo, «siempre presumimos, cuando vemos cualidades sensibles similares, que tienen poderes secretos similares, y esperamos que los efectos, similares a los que hemos experimentado, se sigan de ellos». Esta presunción debe basarse de alguna manera en nuestra experiencia. Pero nuestra experiencia pasada solo nos brinda información sobre objetos tal como eran cuando los experimentamos, y nuestra experiencia presente solo nos habla sobre objetos que estamos experimentando ahora. El problema es que las inferencias causales no solo registran nuestras experiencias pasadas y presentes, sino que extienden o proyectan lo que hemos recopilado de la experiencia a otros objetos no observados. Dado que no es necesariamente cierto que un objeto con las mismas cualidades sensibles tenga los mismos poderes secretos que los que tenían aquellos objetos pasados con cualidades sensibles semejantes, ¿cómo podemos proyectar esas experiencias previas a otros objetos basándonos únicamente en su similitud superficial con los que hemos experimentado previamente?

Consideremos estas dos proposiciones:

(1) He encontrado en el pasado que el alivio del dolor de cabeza siempre ha seguido a la ingesta de una pastilla de ibuprofeno

(2) Tomar una pastilla de ibuprofeno similar a las que he tomado en el pasado aliviará el dolor de cabeza que siento ahora mismo.

Hume constata que solemos inferir (2) a partir de (1), y no pone en tela de juicio la legitimidad de esta inferencia. Sin embargo, enfatiza que la conexión entre ellas no es en absoluto intuitiva, y es por ello que nos desafía a reconstruir la cadena de razonamiento que nos lleva de proposiciones como (1) a proposiciones como (2).

(1) recapitula mi experiencia pasada, mientras que (2) predice lo que sucederá en el futuro inmediato. La cadena de razonamiento que buscamos debe mostrar cómo mi experiencia pasada resulta relevante para mi experiencia futura. Lo que buscamos es alguna proposición puente que establezca un vínculo o conexión apropiados entre el pasado y el futuro, que me lleve de (1) a (2) mediante razonamiento demostrativo, sobre relaciones de ideas, o razonamiento probable, sobre cuestiones de hecho.

Hume piensa que es evidente que el razonamiento demostrativo no puede salvar la brecha entre (1) y (2). Por muy improbable y peregrino que sea, siempre podemos concebir inteligiblemente un cambio en el curso de la naturaleza. Aunque el ibuprofeno alivió mis dolores de cabeza en el pasado, no hay contradicción en suponer que no aliviará el que tengo ahora; ni siquiera habría contradicción en suponer que lo empeorará. Esta suposición de un cambio en el curso de la naturaleza no puede ser refutada por ningún razonamiento sobre relaciones de ideas.

Ahora bien, esto no debería suponer problema alguno: parece obvio que la inferencia que me lleva de (1) a (2), si es un razonamiento, sólo puede ser un razonamiento probable.  Sin embargo, Hume va a sostener que tampoco hay razonamiento probable alguno que pueda producir una inferencia legítima del pasado al futuro. Su tesis es que cualquier intento de inferir (2) a partir de (1) mediante una inferencia probable implicará un círculo vicioso, una petición de principio. Veamos por qué. 

Como hemos dicho, cualquier razonamiento que nos lleve de (1) a (2) debe emplear algún principio puente que conecte el pasado con el futuro. El obstáculo que nos impide pasar directamente del pasado al futuro es la posibilidad de que el curso de la naturaleza pueda cambiar, como señalábamos más arriba. Así pues, parece que el principio puente que necesitamos sería uno que nos asegure que la naturaleza es uniforme, que el curso de la naturaleza no cambiará: 

Principio de Uniformidad (PU): la naturaleza se comporta de manera uniforme, así que el futuro será como el pasado.

Una vez adoptado PU, la inferencia de (1) a (2) se convierte en un argumento válido:

P1. He encontrado en el pasado que el alivio del dolor de cabeza siempre ha seguido a la ingesta de una pastilla de ibuprofeno (1).

P2. La naturaleza se comporta de manera uniforme, así que el futuro será como el pasado (PU).

C1. Tomar una pastilla de ibuprofeno similar a las que he tomado en el pasado aliviará el dolor de cabeza que siento ahora mismo (2).

Ahora bien, no podemos aceptar PU sin más. Primero, tenemos que preguntarnos qué fundamentos poseemos para asumir que PU es verdadero. Claramente, PU no es un principio intuitivo ni demostrable: podemos concebir perfectamente que la naturaleza no sea uniforme y el futuro no se parezca en nada al presente. Para establecer la verdad de PU, por tanto, necesitaríamos usar de argumentos probables. Y es aquí donde entraríamos en un círculo vicioso: pues todo argumento probable parte de la experiencia pasada y hace uso de la inferencia causal para sacar conclusiones acerca de lo inobservado. Si, por hipótesis, necesitamos de PU como principio puente para que cualquier razonamiento probable sea legítimo, ¡eso significa que necesitaríamos usar PU como premisa para probar PU!:

P1. He encontrado en el pasado que la naturaleza se comportaba de manera uniforme y lo que sucedía más tarde se asemejaba a lo que había sucedido con anterioridad(1).

P2. La naturaleza se comporta de manera uniforme, así que el futuro será como el pasado (PU).

C1. Lo que suceda ahora será como lo que sucedió en el pasado (2).

Este argumento es una petición de principio de manual: como razonamiento, no sería aceptable. Por lo tanto, no podemos aceptar PU como fundamento racional de nuestras inferencias causales, pues PU es un principio que carece, él mismo, de fundamentación racional.

En este punto, Hume ha agotado las formas en que la razón podría establecer una conexión entre causa y efecto. La conclusión negativa, escéptica, es que la razón no nos proporciona el fundamento de nuestras inferencias causales. Asumiendo que estas inferencias son legítimas (cosa que, como hemos dicho, Hume nunca cuestiona firmemente), habrá que buscar su fundamento en otra parte

La solución escéptica de Hume

Hume llama a su explicación de la inferencia causal una "solución escéptica" a las "dudas escépticas" que acabamos de examinar. Parece que estamos determinados por nuestra naturaleza a realizar inferencias causales. Por consiguiente, si no están determinadas por la razón, considera Hume que debe de haber «algún principio de igual peso y autoridad» que nos lleve a realizarlas. Este principio no es otro que la costumbre o el hábito:

cuando la repetición de cualquier acto u operación particular produce una propensión a renovar el mismo acto u operación [...] siempre decimos que esta propensión es el efecto de la costumbre. 

David Hume, Investigación sobre el Entendimiento Humano

Con esta solución escéptica que señala a la costumbre como fundamento de nuestras inferencias causales, Hume no está apelando a ningún principio nuevo que no haya empleado anteriormente en sus investigaciones sobre el entendimiento humano: 'costumbre' y 'hábito' son nombres generales para lo que, en la esfera del entendimiento, hemos llamado principios de asociación de ideas. Es la experiencia de múltiples sucesiones temporales de pares de eventos semejantes entre sí la que lleva a nuestra mente a conectarlos entre sí, de tal modo que la aparición de un evento nuevo semejante a uno de ellos empuja a la mente a imaginar la aparición de un evento semejante al otro. El hábito asociativo de la mente es la causa de esta propensión suya a transitar de la causa al efecto (y viceversa) tras haber vivido experiencias repetidas de la conjunción constante de los dos tipos de eventos. A fortiori, la costumbre, y no la razón, es la fuente del Principio de Uniformidad: es ella la que determina a la mente a suponer que el futuro será conforme al pasado. 

La inferencia causal como generadora de creencias

La inferencia causal no solo nos lleva a concebir la producción del efecto cuando experimentamos la causa, sino también a esperarlo. La ingesta de la pastilla de ibuprofeno no me lleva a considerar abstractamente la idea del alivio del dolor de cabeza: genera en mí la creencia de que mi dolor se aliviará. Para Hume, esta creencia resultante consiste en un sentimiento o sensación que se despierta en nosotros independientemente de nuestra voluntad, y que acompaña a las ideas que las constituyen. Es una manera particular o forma de concebir una idea que es generada por las circunstancias en las que nos encontramos.

Cuando me imagino ingiriendo la pastilla de ibuprofeno y, a partir de ahí, pienso en la remisión del dolor de cabeza que tendría lugar después, mi inferencia causal es hipotética: no genera creencia alguna acerca de lo que va a suceder. En cambio, cuando estoy tomando la pastilla, o recuerdo habérmela tomado hace unos segundos, se genera en mí la creencia de que mi dolor remitirá. Esta creencia, dice Hume, no es algo que elijamos: cuando el hábito asociativo se ha instalado en nuestra mente, creer que a la causa seguirá el efecto es un sentimiento tan inevitable como sentir afecto por un amigo cercano, o indignación ante una injusticia. «Todas estas operaciones son especies de instintos naturales, que ningún razonamiento [...] es capaz de producir o prevenir». 

Aunque Hume describe sus conclusiones a este respecto como escépticas, pues debilitan la confianza con que los filósofos suelen apoyarse en nuestra facultad de razonamiento, la lectura que hace de ellas es marcadamente naturalista. Como no poseemos ningún acceso privilegiado a los poderes causales que poseen las cosas, hemos de agradecer, dice Hume, que haya «una especie de armonía preestablecida entre el curso de la naturaleza y la sucesión de nuestras ideas». La costumbre, el hábito, «es ese principio por el cual se ha logrado esta correspondencia; tan necesaria para la subsistencia de nuestra especie y la regulación de nuestra conducta, en todas las circunstancias de la vida humana». En este sentido, nos recomienda que confiemos en «la sabiduría ordinaria de la naturaleza», que nos lleva a formar creencias acerca del mundo que nos rodea de manera mecánica e instintiva, en lugar de confiar en «las deducciones falaces de nuestra razón».

3. El análisis de la idea de conexión necesaria

Las consideraciones sobre la naturaleza y el fundamento de nuestras inferencias causales que acabamos de examinar llevarán a Hume a plantearse cuál es el origen y la legitimidad de nuestra idea de poder causal o de conexión necesaria. El Principio de la Copia exige que, para realizar esta labor, determinemos qué impresión o impresiones pueden ser la fuente de semejante idea. Hume identifica varias posibles fuentes y las rechaza una detrás de otra:

Dado que estas opciones parecen cubrir todo el espectro de posibles explicaciones del origen de nuestra idea de conexión necesaria, uno podría verse tentado a concluir que en realidad carecemos de tal idea: que cuando hablamos de 'conexión necesaria' o de 'poder causal', estas palabras están realmente vacías de significado. Sin embargo, Hume advierte que esta conclusión es demasiado precipitada. El análisis de la inferencia causal nos ha revelado que cuando descubrimos que un tipo de evento está constantemente unido a otro, nuestra mente comienza a esperar que uno ocurra cuando ocurre el otro. Suponemos que hay alguna conexión entre ellos, y no dudamos en llamar al primero 'causa' y al segundo, 'efecto'. 

Si examinamos nuestras impresiones, constatamos que no hay nada diferente en la repetición de casos constantemente unidos con respecto al caso único exactamente similar, excepto que después de haber experimentado su conjunción constante, el hábito o la costumbre nos compele a esperar el efecto cuando ocurre la causa. Hume concluye que es precisamente esta determinación sentida por la mente, nuestra conciencia de esta transición habitual de un objeto asociado a otro, la que constituye la fuente de nuestra idea de conexión necesaria. Esta idea, por tanto, no es copia de una impresión de sensación, sino de una impresión de reflexión: del sentimiento que acompaña al tránsito de la mente de la percepción de la causa a la creencia en que se producirá el efecto. Cuando decimos que un objeto está necesariamente conectado con otro, realmente queremos decir que los objetos han adquirido una conexión asociativa en nuestro pensamiento que da lugar a esta inferencia.

Con estos ingredientes, Hume se siente preparado para ofrecer una definición de causa. De hecho, nos dará dos. Según la primera, podemos definir 'causa' como

un objeto seguido de otro, cuando todos los objetos similares al primero son seguidos por objetos similares al segundo. 

Esta primera definición de "causa" se sustenta en las impresiones de sensación que subyacen a la conformación de la idea de conexión necesaria en nuestra mente. La segunda, en cambio, captura la impresión de reflexión sobre la que se sostiene esta conexión. Según esta segunda definición, una causa es

un objeto seguido por otro y cuya aparición siempre conduce al pensamiento a aquel otro

Aunque ambas son, según Hume, definiciones de causa, es sólo cuando las tomamos conjuntamente que capturamos todas las impresiones relevantes involucradas en la generación de la idea de causa.

Con este análisis, Hume sitúa la fuente de la idea de conexión necesaria en nosotros, no en los objetos mismos. Al hacerlo, cambia completamente el curso del debate sobre la causalidad, revirtiendo lo que todos los demás pensaban sobre la idea de conexión necesaria. Las discusiones posteriores sobre la causalidad debieron enfrentar los desafíos que Hume planteó para las formas tradicionales, más metafísicas, de comprender esta idea.