El concepto aristotélico de sustancia

el concepto aristotélico de sustancia

1. La homonimia de "ser", la ciencia de lo que es en tanto que algo que es y la primacía de la sustancia

Hemos visto que Aristóteles concibe las ciencias como cuerpos de conocimiento organizados en torno a unos principios firmes e incontrovertibles, a partir de los cuales el resto de verdades del campo científico en cuestión se explican de manera demostrativa. Una constricción que Aristóteles adscribe a las ciencias particulares es que estas se tienen circunscribir a una esfera concreta de la realidad. Cada ciencia estudia un género de cosas en particular: la zoología, los animales; la astronomía, los cuerpos celestes; la geometría, las formas geométricas; etc. Sin embargo, en el libro IV de la Metafísica Aristóteles nos va a decir que hay una ciencia que no está sometida a esta limitación: 

Hay una ciencia que estudia lo que es, en tanto que algo que es, y los atributos que, por sí mismo, le pertenecen. Esta ciencia, por lo demás, no se identifica con ninguna de las denominadas particulares. Ninguna de las otras <ciencias>, en efecto, se ocupa universalmente de lo que es, en tanto que algo que es, sino que tras seccionar de ello una parte, estudia los atributos de ésta: así, por ejemplo, las ciencias matemáticas.

Aristóteles, Metafísica, 1003a20-26

Esta ciencia que Aristóteles anuncia (y que se corresponde con lo que va a llamar filosofía primera) tiene por objeto a todo lo que es, y es, por tanto, la más omniabarcante de todas las ciencias. 'Ser' es aquello en lo que coinciden todas las cosas: todas las cosas 'son'. De ello se podría concluir que 'ser' es el género supremo en el que se subsumen todas las cosas, del mismo modo que 'animal' es el género en el que se subsumen conejos, gatos, insectos palo, cachalotes y abejarucos. Sin embargo, Aristóteles va a defender que esto no es así, porque ser no es un término unívoco. 'Animal' significa lo mismo cuando decimos 'Un gato es un animal' o 'Una araña es un animal', pero no decimos 'ser' en el mismo sentido cuando nos referimos a un trozo de metal, a un color o a lo bueno. Esta es la gran innovación de Aristóteles frente a toda la línea de pensamiento que va desde Parménides a Platón: 'ser' se dice de muchas maneras y, por lo tanto, no acota un género único.  

Ahora bien, si 'ser' es un término equívoco, parecería que Aristóteles, al afirmar que una ciencia sobre el ser es posible, estaría violando su propia constricción de que no puede haber ciencia de aquello de lo que no hay género. ¿Cómo podría ser viable una ciencia sobre lo que es en tanto que algo que es, si el concepto generalísimo de 'ser' no acota un género único? La respuesta la avanzamos ya en el apartado anterior: aunque 'ser' se dice de muchas maneras, todas estas maneras se refieren a algo uno, a un único arché o principio que las unifica: la sustancia.

La expresión ‘algo que es’ se dice en muchos sentidos, pero en relación con una sola cosa y una sola naturaleza y no por mera homonimia, sino que, al igual que ‘sano’ se dice en todos los casos en relación con la salud—de lo uno porque la conserva, de lo otro porque la produce, de lo otro porque es signo de salud, de lo otro porque ésta se da en ello—y ‘médico’ <se dice> en relación con la ciencia médica (se llama médico a lo uno porque posee la ciencia médica, a lo otro porque sus propiedades naturales son adecuadas a ella, a lo otro porque es el resultado de la ciencia médica), y podríamos encontrar cosas que se dicen de modo semejante a éstas, así también ‘algo que es’ se dice en muchos sentidos, pero en todos los casos en relación con un único principio: de unas cosas <se dice que son> por ser sustancias, de otras por ser afecciones de la sustancia, de otras por ser un proceso hacia la sustancia, o bien corrupciones o privaciones o cualidades o agentes productivos o agentes generadores ya de la sustancia ya de aquellas cosas que se dicen en relación con la sustancia, o bien por ser negaciones ya de alguna de estas cosas ya de la sustancia […]. Corresponde, en efecto, a una única ciencia estudiar, no solamente aquellas cosas que se denominan según un solo significado, sino también las que se denominan en relación con una sola naturaleza […]. Es, pues, evidente que el estudio de las cosas que son, en tanto que son, corresponde también a una sola <ciencia>.

Aristóteles, Metafísica, 1003a34-b16

Así pues, es evidente que corresponde a una sola ciencia estudiar lo que es, en tanto que algo que es, y los atributos que le pertenecen en tanto que algo que es; y es evidente que tal ciencia estudia no sólo las sustancias, sino también los atributos que a éstas pertenecen, los ya mencionados y también acerca de <nociones como> las de Anterior – Posterior; Género – Especie, Todo – Parte, y demás de este tipo. 

Aristóteles, Metafísica, 1005a13-18

Hay cosas que son porque son sustancias, otras porque son afecciones de la sustancia, otras porque son vías hacia la sustancia o privaciones o destrucciones o acciones de la sustancia, o producen o generan la sustancia, etc. La centralidad de la sustancia parece, pues, justificar por sí sola la existencia de una ciencia de lo que es en tanto que algo que es. Como todo lo que es tiene ser por su relación con la sustancia, pareciera que una explicación completa de la sustancia agotaría todo lo que puede decirse sobre lo que es en tanto que algo que es. Al caracterizar a las sustancias de manera completa, uno capturaría el núcleo de lo que significa 'ser'. La filosofía primera, la ciencia de lo que es en tanto que algo que es, se configuraría, por tanto, en primera instancia, como un estudio acerca de la sustancia.

¿Pero qué es una sustancia, y por qué le atribuye Aristóteles semejante centralidad? Para responder a esta pregunta primero debemos explorar cuáles son los distintos sentidos de 'ser', y qué lugar ocupa la sustancia entre ellos.

2. las categorías y la concepción temprana de sustancia

La falta de univocidad de 'ser' es abordada por Aristóteles ya desde muy temprano, en una brevísima obra cuya redacción la crítica especializada coincide en fechar en tiempos en los que Aristóteles todavía estaba en la Academia bajo el auspicio de Platón: las Categorías.

El propósito de las Categorías no es otro que el de determinar qué clases básicas de cosas hay en el universo. La tesis que maneja aquí Aristóteles es que hay distintos géneros o categorías de 'ser' que son irreducibles entre sí.

Pese a haber sido compuesto cuando todavía estaba en la Academia, Categorías es un texto resueltamente antiplatónico. Aristóteles se muestra insatisfecho con algunas de las consecuencias que comporta la doctrina platónica de las Formas. Para ver por qué, comparemos las dos frases siguientes:

A nivel superficial, las dos oraciones exhiben una misma forma sintáctica. ¿Pero qué hay de su estructura lógica? Para Platón, también esta sería idéntica. En ambos casos tenemos una relación binaria entre un particular (Sócrates) y una Forma universal (la Palidez en un caso, la Humanidad en otro). Esta relación, recordemos, Platón la analiza en términos de participación. Podríamos, pues, simbolizar el análisis platónico de estas predicaciones de la siguiente manera: 

En Platón la relación de participación es la misma en ambos casos: las Formas se manifiestan en las cosas porque las cosas participan de ellas, y no parece haber diferenciación alguna entre los distintos tipos de universal de los que las cosas participan. Aristóteles, sin embargo, tendrá algo que objetar: por ponerlo en términos que Aristóteles acuñará en obras posteriores, la segunda oración adscribe un rasgo esencial a Sócrates, mientras que la primera predica de Sócrates una propiedad puramente accidental. He aquí, pues, una primera distinción entre sentidos de ser que Platón no capta, porque entiende el ser y la participación como conceptos unívocos: no es lo mismo ser F esencialmente que ser F accidentalmente. En Categorías, Aristóteles expresará esta distinción diciendo que un término F puede ser dicho de un objeto (i.e., puede ser predicado esencialmente de él) o puede estar en un objeto (i.e., puede ser predicado accidentalmente de él). 

De las cosas que existen, unas se dicen de un sujeto, sin que estén en sujeto alguno, v.g.: hombre se dice del hombre individual tomado como sujeto, pero no está en sujeto alguno; otras están en un sujeto, sin que se digan de sujeto alguno—digo que está en un sujeto lo que se da en alguna cosa sin ser parte suya, no pudiendo existir fuera de la cosa en la que está—, v.g.: el conocimiento gramatical concreto está en el alma como en un sujeto, pero no se dice de sujeto alguno, y el color blanco concreto está en el cuerpo como en un sujeto—pues todo color se halla en algún cuerpo—, pero no se dice de sujeto alguno; otras se dicen de un sujeto y están en un sujeto, v.g.: el conocimiento está en el alma como en un sujeto, y se dice del saber leer y escribir como de un sujeto; otras, ni están en un sujeto, ni se dicen de un sujeto, v.g.: el hombre individual o el caballo individual—pues ninguna de tales cosas está en un sujeto ni se dice de un sujeto—; las cosas individuales y numéricamente singulares, en general, no se dicen de ningún sujeto, pero nada impide que algunas estén en un sujeto: en efecto, el concreto saber leer y escribir es de las cosas que están en un sujeto.

Aristóteles, Categorías, 1a20-1b6

Este pasaje nos indica ya una distinción entre cuatro tipos de ser:

Estos cuatro tipos de ser son irreducibles entre sí: 

Así pues, ya desde esta obra temprana Aristóteles pone en tela de juicio los compromisos fundamentales de la filosofía Platónica: el ser no es unívoco, sino que se dice de muchas maneras, y lo primero en el orden del ser no son las Formas universales, sino las sustancias individuales. 

Esta primacía asignada a la sustancia individual se ve reflejada en la lista de las categorías del ser ofrecida por Aristóteles. Lo que esta lista recoge son los géneros supremos en los que se clasifican las distintas realidades a las que atribuimos ser. En efecto, Aristóteles se percata de que 'ser' no se dice de la misma manera cuando decimos 'Sócrates es un hombre' que cuando decimos 'Sócrates es pálido'. Sin embargo, 'ser' comparte un mismo sentido en 'ser pálido' y en 'ser moreno', del mismo modo que decimos 'ser' en el mismo sentido cuando hablamos de 'ser alto' o 'ser bajo', o de 'ser perseguido' y 'ser alabado'. Abundando en esta idea, Aristóteles distinguirá diez categorías, predicamentos o géneros supremos del ser:

Cada una de las cosas que se dicen fuera de toda combinación, o bien significa una sustancia, o bien un cuanto, o un cual, o un respecto a algo, o un donde, o un cuando, o un hallarse situado, o un estar, o un hacer, o un padecer. Es sustancia—para decirlo con un ejemplo—: hombre, caballo; es cuanto: de dos codos, de tres codos; es cual: blanco, letrado; es respecto a algo: doble, mitad, mayor; es donde: en el Liceo, en la plaza del mercado; es cuando: ayer, el año pasado; es hallarse situado: yace, está sentado; es estar: va calzado, va armado; es hacer: cortar, quemar; es padecer: ser cortado, ser quemado. Ninguna de estas expresiones, por sí misma, da lugar a afirmación alguna; pero de su mutua combinación surge la afirmación: en efecto, toda afirmación es, al parecer, verdadera o falsa, mientras que ninguna de las cosas dichas al margen de toda combinación es verdadera ni falsa, como, por ejemplo, hombre, blanco, corre, vence.

Aristóteles, Categorías, 1b25-27

'Ser' se dice, pues, de estas diez maneras. La unidad de todas ellas tiene que ver con que, aunque todo lo que cae bajo alguna categoría 'es', todo 'es' siempre por referencia a la sustancia. Algo puede 'ser' en el sentido de la cualidad, pero la cualidad sólo es en tanto que cualidad de una sustancia. La tesis de la primacía de la sustancia es, por tanto, una tesis acerca de las relaciones entre las diversas categorías: todas las categorías dependen de la sustancia para su existencia, mientras que la sustancia no depende para su existencia de ninguna de las demás. Las sustancias primeras son los sujetos de los cuales predicamos las diversas propiedades, mientras que ellas no son predicadas de cosa alguna. Sólo las sustancias son en sí mismas y por sí mismas, mientras que el resto de categorías son siempre en otra cosa (en la sustancia) y por otra cosa (por la sustancia).

Es importante recordar que sustancia traduce la palabra griega ousía, que es la misma palabra que traducimos por esencia. Por eso la esencia (la forma sustancial compartida por todos los individuos de la misma clase) se llama, también, sustancia: es la sustancia segunda. Pero es la sustancia individual, la sustancia primera o prôtê ousía, lo que tiene ser en sentido básico.

Una sustancia individual es, por tanto, lo que existe en un sentido básico, no derivado e independiente: es lo que algo es. Si nos topamos con Sócrates, pálido y sentado en el ágora y nos preguntamos qué es, puede parecer que hay varias respuestas disponibles: 'Es algo pálido'; 'Es algo que está sentado'; 'Es algo que está en la plaza'; 'Es un ser humano'; 'Es Sócrates'. Aunque hay algo verdadero en cada una de estas respuestas, sólo las dos últimas constituyen respuestas adecuadas a la pregunta '¿Qué es?': sólo ellas nos dicen qué es la cosa en cuestión de una manera debidamente explicativa.

La sustancia primera exhibe, pues, cierta asimetría con respecto a lo que se predica de ella. El resto de cosas se dicen de las sustancias primeras o suceden en ellas como sustrato. Si no hubiera sustancias primeras, sería imposible que ninguna otra cosa existiera. Las sustancias primeras son primeras porque todo lo demás depende de ellas, mientras que ellas no dependen de nada. En esto, Aristóteles se sitúa en diametral oposición a Platón, quien defendía que la independencia de las Formas hasta el punto de sugerir que existen Formas no instanciadas. Recordemos, por ejemplo, cómo Platón estudia la Justicia en una ciudad ideal ficticia porque la Justicia, como tal, no se manifiesta plenamente en ninguno de los regímenes políticos existentes. Aristóteles, en cambio, defiende que los universales existen únicamente en las cosas. En el orden del ser, las sustancias individuales son para él lo primero.

3. La sustancia en la metafísica

La naturaleza de las sustancias es el principal objeto de estudio de los libros centrales de la Metafísica. Allí, la investigación acerca de la sustancia se introduce mediante el anuncio de que existe una ciencia de lo que es en tanto que algo que es. Esta ciencia, decíamos, es posible porque, aunque 'ser' se dice de muchas maneras, todas refieren al ser de la sustancia como unidad de referencia. La centralidad de la sustancia en el esquema de las categorías parece justificar por sí sola la existencia de una ciencia de lo que es en tanto que algo que es, pues parece que una explicación completa de la sustancia agotaría todo lo que puede decirse a este respecto.

La centralidad de la sustancia para la filosofía primera viene reforzada por la defensa aristotélica de la importancia del Principio de No Contradicción (PNC). Como la ciencia de lo que es en tanto que algo que es es la más general de todas las ciencias, dice Aristóteles que a ella le corresponderá también estudiar los más generales de todos los principios. En concreto, esta ciencia tiene como principio supremo el más seguro y conocido de todos los principios, aquel acerca del cual es imposible equivocarse:

Es evidente, pues, que al filósofo—es decir, al que estudia lo que es en cuanto tal—le corresponde también investigar acerca de los principios de los razonamientos.

Por otra parte, lo conveniente es que quien más sabe acerca de cada género sea capaz de establecer los principios más firmes del asunto de que se ocupa y, por tanto, que aquel cuyo conocimiento recae sobre las cosas que son, en tanto que cosas que son, <sea capaz de establecer> los principios más firmes de todas las cosas. Éste es el filósofo.

El principio más firme de todos es, a su vez, aquel acerca del cual es imposible el error. Y tal principio es, necesariamente el más conocido [….] y no es hipotético. No es, desde luego una hipótesis aquel principio que ha de poseer quien conozca cualquiera de las cosas que son. Y aquello que necesariamente ha de conocer el que conoce cualquier cosa es, a su vez, algo que uno ha de poseer necesariamente cuando viene a conocerla. Es pues, evidente que un principio tal es el más firme de todos.

Digamos a continuación cuál es este principio: es imposible que lo mismo se dé y no se dé en lo mismo a la vez y en el mismo sentido (y cuantas precisiones habríamos de añadir, dense por añadidas frente a las dificultades dialécticas).

Aristóteles, Metafísica, 1005b5-20

Aunque Aristóteles dice que este principio es el más seguro y cierto, es consciente de que existen filósofos que niegan su veracidad. Por eso, en el libro IV de la Metafísica intenta dar una prueba de su veracidad. Pero como estamos hablando de un principio, esta prueba no puede ser una demostración directa: si pudiéramos demostrar la validez del PNC a partir de otros principios, el PNC ya no sería un principio, sino un teorema. La prueba que da Aristóteles es, por tanto, indirecta. Lo que va a sostener Aristóteles es que cualquiera que hable y pretenda, al hablar, decir algo significativo con sus palabras, tiene que aceptar implícitamente el PNC. El lenguaje es significativo cuando dice algo determinado, y decir algo determinado implica siempre negar lo contrario de lo que decimos. Si yo digo que hoy es lunes, y pretendo que lo que diga tenga significado, tengo que comprometerme con la falsedad de la proposición 'Hoy no es lunes'. Decir a la vez una cosa y su contraria, nos sugiere Aristóteles, es lo mismo que renunciar al lógos, es decir, a la racionalidad y al discurso. Es situarnos al nivel de un vegetal. A continuación transcribimos y formalizamos su argumento:

Hay, como decíamos, algunos que afirman que lo mismo puede ser y no ser y que es posible, además, creerlo. A esta forma de pensar recurren también muchos filósofos de la naturaleza. Por nuestra parte, acabamos de aceptar que es imposible ser y no ser a la vez y, basándonos en ello, hemos mostrado que se trata del más firme de todos los principios. Algunos, por ignorancia, piden que este principio sea demostrado.

Es, en efecto, ignorancia el desconocer de qué cosas es preciso y de qué cosas no es preciso buscar una demostración. Y es que, en suma, es imposible que haya demostración de todas las cosas […], y si no es preciso buscar demostración de ciertas cosas, tales individuos no serían capaces de decir qué principio es el que postulan que se considere mayormente tal.

Pero también acerca de este principio cabe una demostración refutativa de que es imposible, con sólo que el que lo cuestiona diga algo. Si no dice nada, sería ridículo buscar algo que decir frente al que nada tiene que decir, en la medida en que no tiene <nada que decir>. Un individuo así, en tanto que tal, sería ya como un vegetal. Por lo demás, digo que «demostrar refutativamente» es algo distinto de «demostrar», ya que, si uno intentara demostrarlo, se juzgaría que comete una petición de principio, mientras que si el que la comete es el otro, sería refutación y no demostración.

En relación con todos los casos de este tipo el punto de partida consiste, no en pedir al otro que diga que algo es o no es (tal proceder se consideraría inmediatamente como petición de principio), sino que diga algo que tenga significado para sí mismo y para el otro. Esto ocurriría necesariamente con tal de que diga algo pues, en caso contrario, un individuo tal no diría realmente nada ni para sí mismo ni para el otro. Ahora bien, si accede a ello, habrá demostración, pues habrá ya algo determinado. Pero el responsable no será el que demuestra, sino el que mantiene <lo dicho>, ya que, por más que intente destruir el lenguaje significativo, sigue manteniendo el lenguaje significativo. Además, quien concede esto ha concedido ya que algo es verdad independientemente de la demostración.

Aristóteles, Metafísica, 1005b35-1006a26

Argumento indirecto a favor de la validez del Principio de No Contradicción

P1. Negar el Principio de No Contradicción sólo es posible cuando uno habla, es decir, cuando intentamos decir algo significativo para uno mismo y para los demás.

P2. Intentar decir algo significativo solo es posible si el discurso significativo es posible.

P3. El discurso significativo es posible solo si significar algo determinado es posible.

P4. Significar algo determinado es posible solo si el Principio de No Contradicción es cierto.

C1. Para negar significativamente el Principio de No Contradicción, es condición necesaria que el Principio de No Contradicción sea verdadero.

Una vez ofrecido este argumento, Aristóteles intenta hacernos ver que la validez del PNC implica necesariamente la existencia de las sustancias, y que su negación arrastra consigo la negación de las sustancias y de las esencias. Recordemos que quienes niegan el PNC aceptan que algo puede ser, a la vez, F y no-F. Al defender que esto es posible, sostiene Aristóteles, convierten toda predicación en predicación accidental. Si algo es esencialmente F, es imposible que sea no-F. En cambio, si algo es accidentalmente F, puede ser no-F. Aunque Sócrates es un ser humano y es pálido, parece cierto que Sócrates podría no haber sido pálido y, en cambio, no podría no haber sido un ser humano sin dejar de ser Sócrates. Si aceptamos que Sócrates puede ser y a la vez no ser un ser humano, estamos negando que la esencia exista. Y como la sustancia requiere de la predicación esencial, la negación del PNC implica la negación de la sustancia. Al demostrar de manera indirecta la validez del PNC, también estamos, por tanto, demostrando la existencia y la centralidad de las sustancias en el orden del ser.

En Categorías, Aristóteles había ofrecido un test sencillo para identificar las sustancias primeras: es sustancia, en un sentido primero, aquello que no se puede predicar ni esencialmente ni accidentalmente de nada, pero de lo que el resto de cosas se predican. En Metafísica, la cosa se complica porque el pensamiento de Aristóteles había evolucionado desde que escribió las Categorías. Muy en especial, sus intentos de resolver el problema del movimiento en la Física habían llevado a Aristóteles a introducir la distinción entre materia y forma como principios presentes en todos los objetos naturales. Esta distinción jugará un papel crucial en la Metafísica, donde Aristóteles se preguntará por sus implicaciones para nuestra comprensión de las sustancias primeras. ¿Qué es lo que hace que las sustancias primeras sean primeras? ¿La forma, la materia o el compuesto? ¿Dónde reside primariamente el ser de las sustancias individuales? 

La sustancia se dice, si no en más sentidos, al menos fundamentalmente en cuatro: en efecto, la sustancia de cada cosa parece ser la esencia, el universal, el género y, en cuarto lugar, el sujeto.

El sujeto, por su parte, es aquello de lo cual se dicen las demás cosas sin que ello mismo <se diga>, a su vez, de ninguna otra. Por eso debemos hacer, en primer lugar, las distinciones oportunas acerca de él: porque parece que sustancia es, en sumo grado, el sujeto primero. Y se dice que es tal, en un sentido, la materia, en otro sentido la forma, y en un tercer sentido el compuesto de ambas (llamo materia, por ejemplo, al bronce, forma a la configuración, y compuesto de ambos a la estatua), de modo que si la forma específica es anterior a la materia y es en mayor grado que ella, por la misma razón será también anterior al compuesto.

Aristóteles, Metafísica,1028b36-1029a30

Aristóteles va a dar una respuesta un tanto ambigua a este problema. Por un lado, va a afirmar que las sustancias primeras son, constitutivamente, compuestos hilemórficos, y que materia y forma son ambas constituyentes necesarios de lo que esas sustancias son. Pero, por otro lado, también va a defender que es la forma, en última instancia, la que constituye a las sustancias en un sentido más genuino. 

Para defender esta posición, Aristóteles tiene primero que demostrar que la materia no es un candidato adecuado para ser la sustancia (i.e., aquello de lo que predicamos el 'ser' en un sentido primero). Puede parecer (y hay quienes han defendido) que la materia es previa a la forma, que esta última se predica de la materia, y que por lo tanto la materia es lo realmente sustancial. Uno podría adscribir esta postura a los atomistas, que entendían que la realidad fundamental residía en los átomos, y que las formas que exhiben las cosas son mero resultado accidental de la agregación azarosa de estas partículas elementales. Aristóteles menciona también como defensor de estas tesis a Antifonte, poniendo en su boca el siguiente argumento: si alguien enterrara una cama y ésta se pudriera y tuviera la capacidad de germinar de algún modo, lo que se generaría no sería jamás una cama, sino madera. Esto se explicaría porque es la madera el constituyente original y natural de la cama: lo que permanece a través de todo cambio es la materia de la que están hechas las cosas, mientras que la forma es un mero accidente transitorio. Como la sustancia es aquello que persiste en los cambios, la materia sería lo primero, y sería sustancia.

Aristóteles responderá a estas consideraciones apuntando a que, si las tomamos por ciertas, la conclusión inevitable es que la sustancia sólo puede residir en una materia primera indeterminada y desprovista de toda forma. Pensemos que la distinción materia-forma es una distinción relativa: cuando hablamos de una casa, los ladrillos constituyen la materia con la que la casa está construida. Pero los ladrillos son, a su vez, compuestos hilemórficos, en los que la forma del ladrillo inhiere en una materia de orden inferior (el barro del que el ladrillo está hecho). Los ladrillos son la materia de la casa en un sentido proximal, y el barro lo es en un sentido distal. Ahora bien, si analizamos los objetos ordinarios y vamos abstrayendo las formas que los configuran en sucesivos niveles de complejidad, en el límite nos encontraremos con una pura materia informe, próte hýle o materia primera, pura potencialidad capaz de convertirse en cualquier cosa pero (y esto es lo crucial) que no es nada determinado en sí misma. Si aceptamos el argumento de Antifonte, habremos de aceptar que esa materia es la sustancia.

El test de Categorías nos sugería que las sustancias son los sujetos últimos de predicación, es decir, aquellas entidades de las que todo se puede predicar pero que no se pueden predicar, ellas mismas, de nada más básico. Al confrontar el argumento de Antifonte, Aristóteles llega a la conclusión de que hace falta algo más para ser una sustancia. Una sustancia tiene que existir de manera separada y ser algo definido. Si nos apoyamos exclusivamente en la idea de que la sustancia ha de ser recipiente de predicados sin ser predicada de nada, parece que sólo la materia primera puede ser sustancia. Pero la materia primera es nada, pura potencialidad indeterminada. La sustancia, en cambio, es algo determinado, actual y dependiente. Por lo tanto, la materia no es sustancia, y la sustancia no puede ser el objeto último de la predicación.

Queda esquemáticamente dicho, por el momento, qué es la sustancia: aquello que no <se dice> de un sujeto, pero de ello <se dicen> las demás cosas. No obstante, conviene no quedarse solamente en esto, puesto que es insuficiente. Y es que esto es, en sí mismo, oscuro y, además, la materia viene a ser sustancia: en efecto, si ella no es sustancia, se nos escapa qué otra cosa pueda serlo, ya que si se suprimen todas las demás cosas, no parece que quede ningún <otro> sustrato. Ciertamente, las demás cosas son acciones, afecciones y potencias de los cuerpos, y la longitud, la anchura y la profundidad son, por su parte, tipos de cantidad, pero no sustancias (la cantidad no es, desde luego, sustancia): sustancia es, más bien, aquello en que primeramente se dan estas cosas. Ahora bien, si se abstraen la longitud, la anchura y la profundidad, no vemos que quede nada, excepto lo limitado por ellas, si es que es algo. De modo que a quienes adopten este punto de vista la materia les ha de parecer necesariamente la única sustancia. Y llamo materia a la que, por sí misma, no cabe decir ni que es algo determinado, ni que es de cierta cantidad, ni ninguna otra de las determinaciones por las que se delimita lo que es. Se trata de algo de lo cual se predica cada una de éstas y cuyo ser es otro que el de cada una de las cosas que se predican (las demás, en efecto, se predican de la sustancia y ésta, a su vez, de la materia), de modo que el <sujeto> último no es, por sí mismo, ni algo determinado ni de cierta cantidad ni ninguna otra cosa. Ni tampoco es las negaciones de éstas, puesto que las negaciones se dan también accidentalmente <en el sujeto>.

A quienes parten de estas consideraciones les sucede, ciertamente, que la materia es sustancia. Pero esto es imposible. En efecto, el ser capaz de existencia separada y el ser algo determinado parecen pertenecer en grado sumo a la sustancia; por lo cual la forma específica y el compuesto de ambas habría que considerarlos entidad en mayor grado que la materia.

Aristóteles, Metafísica,1028b36-1029a30

Argumento contra el carácter sustancial de la materia

P1. Supongamos que la sustancia es el objeto último de la predicación.

P2. La materia primera es el sujeto último de la predicación.

P3. Bajo el supuesto de P1, la materia primera es sustancia.

P4. La materia primera no es nada determinado: no tiene cantidad, cualidad, longitud, ni ninguna otra forma precisable.

C1. La materia primera es indeterminada, potencial, y depende de la forma para ser algo determinado.

P5. La sustancia es algo determinado, actual e independiente.

C2. La materia primera no es sustancia.

C2. La sustancia no es el sujeto último de la predicación.

Las sustancias, en su sentido primero, tienen que ser aquellas entidades a las que atribuimos ser en un sentido básico. Pero entonces, las sustancias tienen que ser algo, y serlo de manera independiente. La materia primera carece de características: propiamente, no es nada, y depende de la forma para existir como algo determinado, actual e independiente. Por lo tanto, no puede ser sustancia. Es la presencia de una forma lo que hace que las cosas sean, en acto, algo determinado e independiente. No hay ser, no hay entidad, sin forma, y en ese sentido Aristóteles defenderá que, pese a lo que pudiera parecer, la forma es primaria y, en aspectos fundamentales, previa a la materia de la que es forma. La forma es actualidad, y la materia es potencialidad: por ello, la materia debe ser vista como dependiente de la forma.

Aristóteles va a reforzar esta conclusión mediante un argumento que se basa en cómo, en las sustancia compuestas, las partes se unifican conformando un todo:

Puesto que lo que es compuesto de algo de tal modo que el todo constituye una unidad, no como un montón, sino como una sílaba, y la sílaba no es, sin más, las letras—«b» y «a» no es lo mismo que «ba»—, y tampoco la carne es, sin más, fuego y tierra (cuando se produce su descomposición hay algo que no permanece, en el ejemplo, la carne y la sílaba, pero las letras permanecen, así como el fuego y la tierra); la sílaba es, ciertamente, algo, no es sólo las letras, la vocal y la consonante, sino además algo distinto, y la carne no es sólo fuego y tierra, o bien, lo caliente y lo frío, sino además algo distinto. Ahora bien, puesto que «ese algo distinto» ha de ser necesariamente o un elemento o algo compuesto de elementos, si es elemento, valdrá de nuevo el mismo razonamiento (en efecto, la carne estará compuesta de ese algo y de fuego y tierra, y, además, de otro algo, conque se cae en un proceso infinito): si, por el contrario, es compuesto de elementos, evidentemente no constará de uno solo (si así fuera se identificaría con él), sino de varios, de modo que acerca de él repetiremos el mismo razonamiento que acerca de la carne o la sílaba. Parecería, pues, que se trata de algo, y que no es un elemento, y que es la causa de que esto sea carne y esto sea una sílaba, y lo mismo en los demás casos. Pues bien, esto es la sustancia de cada cosa (ya que esto es la causa primera de su ser). Y puesto que algunas cosas no son sustancias y, por su parte, las que son sustancias están constituidas según la naturaleza y por naturaleza, parecería que la sustancia es esta naturaleza que no es elemento, sino principio. Elemento es, por su parte, aquello que en la cosa se descompone y que es inmanente a ella como materia, por ejemplo, de la sílaba, la «a» y la «b».

Aristóteles, Metafísica,1041b11-31

Argumento a favor de la prioridad de las formas

P1. Sea O un objeto y <e1, e2, …, en> los elementos materiales que lo componen. Pues bien, aunque O exista en el instante t1, es posible que en el instante t2 existan e1, e2, …, esin que O exista (dicho de otro modo, los elementos de un todo pueden existir sin que el todo exista).

P2. Si P1 es cierto, entonces en t1 existe algún x cuya presencia unifica a <e1, e2, …, en> haciendo que O exista.

P3. Si x es otro elemento de O, al mismo nivel que e1, e2, …, en , entonces habría que preguntarse qué es lo que unifica a <e1, e2, …, en, x>, y caeríamos en un regreso al infinito.

C1. En t1 existe algún x que no es un elemento, sino un principio en virtud de cuya presencia O es un todo unificado.

P4. Si x fuera algo compuesto, tendríamos que preguntarnos qué principio lo unifica, y volveríamos a incurrir en un regreso al infinito.

C2. x es un principio simple que, además, no es un elemento material.

La conclusión inevitable, piensa Aristóteles, es que la forma ha de ser ese principio simple en virtud de cuya presencia una suma de elementos puede contar como un objeto unificado. La sustancia no puede ser idéntica al conjunto de los elementos que la conforman, pues estos pueden existir sin que la sustancia exista: una casa no es idéntica a los ladrillos que la constituyen, pues esos mismos ladrillos podrían existir sin que la casa existiera. ¿Qué es lo que los unifica? ¿Podría ser un elemento material adicional? ¡El cemento, por ejemplo! Pero si aceptamos que el cemento es lo que unifica a los ladrillos conformando la casa, nos encontramos con una repetición de la misma pregunta: los ladrillos y el cemento podrían existir sin que la casa existiera. ¿Qué unifica a los ladrillos y el cemento para que todos ellos juntos conformen esa unidad que es la casa? El proceso no puede prolongarse al infinito, y sólo podemos romper el regreso si apelamos a un principio que no sea material. Ese principio es la forma. 

Esto se aprecia incluso mejor cuando pensamos no en un artefacto como una casa, que no cambia salvo que alguien le provoque cambios, sino en un ser vivo, sometido a cambio y crecimiento espontáneos. ¿Qué hace que un ser vivo sea el mismo a través de sus múltiples cambios materiales? ¿Qué hace que su cuerpo sea siempre su cuerpo a pesar de que la materia que lo compone esté constantemente reemplazándose? La materia que compone ahora mismo nuestro cuerpo podría existir sin estar conformando nuestro cuerpo. Para que una porción de materia sea un cuerpo vivo debe ser la materia de una forma concreta. Los límites del cuerpo, así como su estructuración y organización interna, vienen dados por la forma. Aristóteles concluye, pues, que la materia depende de la forma para sus condiciones de identidad: para ser algo, la materia necesita de la forma. La forma, como causa de que las cosas sean algo determinado (de que sean lo que son), es previa a la materia. Y como aquello que es primero en el orden del ser es esencia o sustancia, la forma será sustancia:

Argumento a favor del carácter sustancial de la forma

P1. Lo que es causa primera de que un x sea F, eso es la sustancia.

P2. La forma es la causa primera de que todo x sea F.

C1. La forma es la sustancia.

El hilemorfismo le permite a Aristóteles solucionar el problema de la unidad. Supongamos que Calias tiene 452393288 átomos. Para que Calias exista, tiene que haber un principio de unificación de esos átomos que no sea sencillamente otro átomo. En concreto, se necesita una forma unificadora.

Esta acción unificadora de la forma emerge del hecho de que la forma hace que los elementos materiales existan, en acto, como un F determinado. La forma actualiza la materia. Antes de adquirir una forma, la materia solo es F potencialmente, y solo hay un F en acto una vez que la forma se ha impreso en la materia. El compuesto hilemórfico resultante es, para Aristóteles, una unidad. En él, la materia próxima y la forma son una y la misma (la una en potencia, la otra en acto). No hay más cuestión acerca de la unidad del compuesto: forma y materia no son entidades separables. La forma es el principio que actualiza a la materia próxima como potencialidad, haciendo que sea un F en acto

4. La sustancia perfecta: Dios

La filosofía primera es, en primer lugar, ontología: ciencia de lo que es en tanto que algo que es. Aunque 'ser' se dice en muchos sentidos, todo lo que es tiene 'ser' por relación a la sustancia, asi´que la ontología se despliega como ciencia de la sustancia y de los atributos que le corresponden por esencia. 

Hemos visto cómo, para Aristóteles, materia y forma son principios constitutivos de los objetos ordinarios que nos encontramos en la naturaleza. En la medida en que son materiales y encierran potencia, estos objetos ordinarios están sometidos a cambio y movimiento, y esto los sitúa bajo el foco de la física, que es la ciencia que estudia aquellas sustancias que encierran en sí mismas el principio interno de su movimiento. Ahora bien, Aristóteles distingue netamente entre la física y la filosofía primera, y esto nos indica que nuestro filósofo no pensaba que todas las sustancias fueran compuestos hilemórficos. Hemos terminado nuestro examen de la concepción aristotélica de la sustancia examinando la primacía que Aristóteles adscribe a la forma sobre la materia y, correlativamente, al acto sobre la potencia. Esta primacía se va a ver apuntalada por la tesis aristotélica de que existe una sustancia simple, inmaterial, que es acto puro sin residuo de potencia precisamente porque es puramente formal. Esa sustancia no es otra que la sustancia perfecta: Dios

¿Cómo argumenta Aristóteles a favor de la existencia de Dios? Como hemos visto, Aristóteles define el movimiento como paso de la potencia al acto. Pero como la potencia es algo meramente pasivo, ese paso debe ser producido por algo que esté ya en acto. Esto implica que en el mundo natural hay una cadena causal, tal que si 'esto' es movido por 'esto otro', 'esto otro' es a su vez movido por 'aquello otro'. Si la cadena se prolongase al infinito, habría que pasar por un número infinito de cambios antes de que se diera un movimiento en el presente. Pero una sucesión infinita no acaba de pasar nunca, por definición. Por tanto, si la cadena causal fuese infinita, nada se movería. Como podemos observar fácilmente que eso no es así, tiene que haber un Primer Motor Inmóvil que sea causa primera de todo movimiento.

Ese Primer Motor es Dios, que es preciso que sea Acto Puro, carente de toda potencialidad (y por lo tanto puramente inmaterial, pues la materia es potencia). En tanto que tal, es absolutamente perfecto, y no puede faltarle nada en el orden del ser.

En tanto que acto puro inmaterial, Dios ha de ser trascendente al mundo, y no puede ni siquiera conocerlo. ¿Cómo lo mueve, entonces? «Del mismo modo que el ser amado es causa de la pasión del que ama, por deseo de él». Dios es, por tanto, la causa final del mundo. Todo movimiento tiene como finalidad ideal el ser acto y nada más que acto, pues en ser acto radica la perfección de cualquier cosa.

Un acto puro y perfecto, sin rastro de potencia, ha de ser pensamiento. ¿Pero qué piensa este pensamiento? Dado que no se mueve, no puede dirigir sus pensamientos hacia otros objetos: piensa el pensamiento en cuanto que pensamiento. El Dios de Aristóteles se dedica solamente a conocerse a sí mismo, y no conoce ni siquiera el mundo al que pone en movimiento.

El Dios aristotélico no crea voluntariamente el mundo, sino que lo mueve sin darse cuenta, pues está pensando en sí mismo. Dios es eterno, como el mundo, es motor inmóvil, es incorpóreo, es pensamiento puro y es plenamente feliz en la medida en la que su pensamiento no está sujeto a las desventuras del movimiento, el cambio y la fortuna.

La ciencia que trata de Dios es la teología. Por eso la filosofía primera, en tanto que trata de la sustancia en general, es ontología; pero en tanto que trata de la sustancia perfecta, es teología.