Hannah Arendt
Biografía
Hannah Arendt (Hannover 1906, Nueva York 1975).
Introducción a La condición humana
La condición humana fue publicada en 1958. Escrita en inglés, ha sido traducida a múltiples lenguas. En 1998 y con motivo del 40 aniversario de la primera edición, se publicó una segunda edición, con nueva introducción y prólogo.
La obra está organizada en seis capítulos y un prólogo de la propia autora. El primero de los capítulos, titulado como la obra completa, tiene carácter introductorio. Todos los capítulos están divididos en secciones, en total hay 45 secciones. El primer capítulo está dividido en tres secciones. Todos los fragmentos incluidos en esta página han sido extraídos de este primer capítulo, elegido para la prueba de EVAU por la comisión universitaria.
Objetivos y alcance de la obra
La condición humana es una obra ambiciosa: quiere abarcar la totalidad de actividades humanas, agrupándolas en tres clases: labores, trabajos y acciones. Arendt reflexiona sobre lo que los seres humanos somos analizando la evolución histórica de nuestras actividades, desde las más cercanas a la vida de otras especies animales (la labor) hasta las más propiamente humanas (el trabajo y la acción). Estas tres actividades condicionan la vida de los seres humanos, son las condiciones en las que se desarrolla nuestra existena. Pero no son condiciones estáticas sino cambiantes: los seres humanos modifican sus propias condiciones a lo largo de la historia.
La ambición de esta obra se muestra en el gran número de autores con los que dialoga para exponer sus ideas. Partiendo de los primeros filósofos como Sócrates o Protágoras, pero sobre todo Platón y Aristóteles, pasando por la filosofía medieval (Agustín de Hipona y Tomás de Aquino) y llegando hasta los periodos moderno y contemporáneo: Descartes, Locke, Montesquieu, Rousseau, Kant, Marx y Nietzsche.
Estas tres actividades y sus correspondientes contradicciones están íntimamente relacionadas con la condición más general de la existencia humana: nacimiento y muerte, natalidad y mortalidad. La labor no sólo asegura la supervivencia individual, sino también la vida de la especie. El trabajo y su producto artificial hecho por el hombre, concede una medida de permanencia y durabilidad a la futilidad de la vida mortal y al efímero carácter del tiempo humano. La acción, hasta donde se compromete en establecer y preservar los cuerpos políticos, crea la condición para el recuerdo, esto es, para la historia. Labor y trabajo, así como la acción, están también enraizados en la natalidad, ya que tienen la misión de proporcionar y preservar —prever y contar con— el constante aflujo de nuevos llegados que nacen en el mundo como extraños. Sin embargo, de las tres, la acción mantiene la más estrecha relación con la condición humana de la natalidad; el nuevo comienzo inherente al nacimiento se deja sentir en el mundo sólo porque el recién llegado posee la capacidad de empezar algo nuevo, es decir, de actuar.
La vita activa
El concepto de vita activa (vida activa) es presentado por Arendt en el primer capítulo de La condición humana y sirve como hilo conductor a todo su análisis. En una primera aproximación, puede entenderse que la vida activa se contrapone a la vida comtemplativa. De un lado la actividad en cualquiera de sus facetas, del otro la contemplación (de la verdad eterna, de la divinidad). A lo largo de la historia del pensamiento antiguo y medieval, la contemplación ha ido tomando más y más protagonismo en detrimento de la actividad, produciendo una comprensión del ser humano como un ser una esencia inmutable, un ser que tiende a un fin y cuando lo alcanza permanece estático en él.
La expresión vita activa está cargada de tradición. Es tan antigua (aunque no más) como nuestra tradición de pensamiento político. Y dicha tradición, lejos de abarcar y conceptualizar todas las experiencias políticas de la humanidad occidental, surgió de una concreta constelación histórica: el juicio a que se vio sometido Sócrates y el conflicto entre el filósofo y la polis. Esto eliminó muchas experiencias de un pasado próximo que eran inaplicables a sus inmediatos objetivos políticos y prosiguió hasta su final, en la obra de Karl Marx, de una manera altamente selectiva. La expresión misma —en la filosofía medieval, la traducción modelo de la aristotélica bios politikos— se encuentra ya en san Agustín, donde como vita negotiosa o actuosa, aún refleja su significado original: vida dedicada a los asuntos público-políticos.
El significado dado por filósofos antiguos a la vita activa queda expuesto por Aristóteles, quien considera que:
La vida activa es la del ciudadano libre de obligaciones y dispuesto a dedicar su tiempo a actividades propias de los seres humanos, las más apropiadas para llevar una vida feliz. La condición de estar libre de obligaciones excluye a quienes tienen que laborar (agricultura, ganadería, etc.) o ganarse la vida trabajando (artesanos, artistas, constructores, etc.).
Entre estas actividades tendentes a la felicidad, Aristóteles distingue tres, en orden de menor a mayor dignidad:
La vida dedicada al disfrute de la belleza y al deleite de los placeres.
La vida dedicada a los asuntos públicos, al gobierno de la ciudad en calidad de magistrado, consejero, etc.
La vida dedicada a la contemplación de la verdad eterna.
La principal diferencia entre el empleo de la expresión en Aristóteles y en el medioevo radica en que el bios politikos denotaba de manera explícita sólo el reino de los asuntos humanos, acentuando la acción, praxis, necesaria para establecerlo y mantenerlo. Ni la labor ni el trabajo se consideraba que poseyera suficiente dignidad para constituir un bios, una autónoma y auténticamente humana forma de vida; puesto que servían y producían lo necesario y útil, no podían ser libres, independientes de las necesidades y exigencias humanas. La forma de vida política escapaba a este veredicto debido al modo de entender los griegos la vida de la polis, que para ellos indicaba una forma muy especial y libremente elegida de organización política, y en modo alguno sólo una manera de acción necesaria para mantener unidos a los hombres dentro de un orden. No es que los griegos o Aristóteles ignoraran que la vida humana exige siempre alguna forma de organización política y que gobernar constituyera una distinta manera de vida, sino que la forma de vida del déspota, puesto que era «meramente» una necesidad, no podía considerarse libre y carecía de relación con el bios politikos.
Con la desaparición de la antigua ciudad-estado —parece que San Agustín fue el último en conocer al menos lo que significó en otro tiempo ser ciudadano—, la expresión vita activa perdió su específico significado político y denotó toda clase de activo compromiso con las cosas de este mundo. Ni que decir tiene que de esto no se sigue que labor y trabajo se elevaran en la jerarquía de las actividades humanas y alcanzaran la misma dignidad que una vida dedicada a la política. Fue, más bien, lo contrario: a la acción se la consideró también entre las necesidades de la vida terrena, y la contemplación (el bios theôrêtikos, traducido por vita contemplativa) se dejó como el único modo de vida verdaderamente libre.
Labor
Arendt agrupa bajo el concepto de labor todas las actividades humanas directamente relacionadas con la supervivencia, con la producción de todo aquello que requiere el mantenimiento de la vida y el cuidado de las nuevas generaciones. Las labores se caracterizan por:
Ser cíclicas, siguen los ritmos naturales (p.ej. la agricultura) y aprovechan la fertilidad natural para obtener los alimentos necesarios para subsistir.
No requerir una especialización o una elaborada división del trabajo. Son tareas sencillas.
La labor se desarrolla en dos fases: produción y consumo. Ambas fases son recurrentes (cíclicas) y necesitan repetirse generación tras generación para mantener a la especie viva.
En la antigüedad (p.ej. Grecia o Roma) las labores son tareas encargadas a los esclavos. Sin esclavos, son los miembros de la familia los encargados de laborar.
Los productos de la labor son percederos, no permamentes, destinados al consumo.
El lugar propio de la labor es la naturaleza, de la que salen nuestros alimentos y a la que vuelven los desechos para reintegrarse al ciclo de la vida (p.ej. como abono).
Si reducimos la actividad humana a la labor, el ser humano es un animal que labora (animal laborans).
Con el desarrollo tecnológico, las actividades de labor se ven facilitadas por utensilios primero y por máquinas después. Se logra así aumentar la productividad y reducir el tiempo y esfuerzo necesarios para obtener y preparar alimentos.
Trabajo
Herramientas y máquinas son dos de los resultados más destacados de lo que Arendt denomina trabajo. Labor y trabajo son dos actividades distintas como lo demuestran las características propias del trabajo:
Los productos del trabajo no son perecederos sino permanentes. No están destinados a ser consumidos sino usados.
El trabajo también se desarrolla en dos fases: 1) invención y diseño (creación de planos o modelos) y 2) fabricación de los objetos.
Las actividades del trabajo no son cíclicas sino lineales: se inician con la invención y el diseño, y finalizan cuando ha terminado la fabricación.
En la antigüedad y el medievo, los distintos trabajos son llevados a cabo por distintos artesanos, organizados en gremios.
La especialización y división del trabajo aumentan hasta llegar a la infinidad de profesiones actuales.
El trabajo produce un mundo de objetos que nos rodean y entre los que vivimos: viviendas, ciudades y fortificaciones, carreteras, parques y jardines, medios de transporte y de comunicaciones, etc.
El trabajo extrae de la naturaleza las materia primas, las transforma y produce bienes y residuos (que no renuevan la naturaleza).
El trabajo sigue la lógica de medios (materias primas, trabajadores) y fines (productos elaborados) que podrán ser a su vez medios para ulteriores fines.
Si reducimos la actividad humana al trabajo, el ser humano es un animal que fabrica (homo faber).
No todos los productos del trabajo son utilitarios (como las herramientas y las máquinas) sino que también hay productos para nuestro deleite (las obras de arte) y para el recuerdo y la conmemoración de las acciones más meritorias: poemas épicos, pinturas y esculturas sirven con frecuencia para representar hazañas y gestas heroicas, monumentos que conmemoral los logros de la ciudad o la nación.
Arendt critica a los pensadores del siglo anterior como Adam Smith y Karl Marx el no haber diferenciado labor y trabajo. Para ambos pensadores, las dos actividades crean productos sujetos a leyes económicas, pero para Arendt son actividades muy diferentes.
Acción
Si el trabajo ayuda a la labor fabricando herramientas, también ayuda a la acción creando obras que sirven para plasmar en el mundo las acciones humanas. Pero la acción tiene rasgos propios que la diferencian tanto del trabajo como de la labor:
La motivación para la acción no es la supervivencia (labor) ni la creación de un mundo de objetos que nos faciliten la vida (trabajo) sino la necesidad de convivir con otros seres humanos.
Si no fuésemos animales sociales, seres que vivimos en comunidad, seguiríamos necesitando laborar o incluso trabajar para subsistir y construir viviendas y utensilios, pero no necesitariamos la acción.
Si no fuésemos diferentes, plurales en ideas, convicciones, objetivos, tampoco necesitaríamos la acción.
Si alguno de entre nosotros fuese capaz (por tener mucha mayor fuerza o inteligencia) de dominar y dirigir al resto, sin necesidad de acordar ni debatir, tampoco necesitaríamos de la acción.
Por tanto, la acción surge de la sociabilidad y la pluralidad humana. Surge de las diferencias de opinión entre nosotros y de la igualdad aproximada de nuestras capacidades físicas e intelectuales.
La acción por antonomasia es la acción política. En la antigüedad, el gobierno de la polis democrática es una de las actividades más importantes a las que puede dedicarse un ciudadano. A diferencia de otras formas de organización política, la democracia sustituye la violencia, la amenza y la coacción por el diálogo y el acuerdo pacíficos.
El discurso ante el resto de la ciudadanía y la comunicación hablada, el diálogo, son las herramientas necesarias para la acción. A diferencia de la labor y el trabajo, actividades físicas, manuales, la acción es una actividad puramente lingüística, basada en la comunicación hablada.
A diferencia de la labor (repetitiva, cíclicla) y del trabajo (fabricación planificada), los resultados de la acción son más impredecibles porque entre su comienzo y su terminación puede pasar mucho tiempo e intervenir muchas personas. Además, las acciones tienen repercusiones e interacciones dentro de la sociedad, contribuyendo así a hacerlas más impredecibles.
La acción única actividad que se da entre los hombres sin la mediación de cosas o materia, corresponde a la condición humana de la pluralidad, al hecho de que los hombres, no el Hombre, vivan en la Tierra y habiten en el mundo. Mientras que todos los aspectos de la condición humana están de algún modo relacionados con la política, esta pluralidad es específicamente la condición —no sólo la conditio sine qua non, sino la conditio per quam— de toda vida política.
[...]
La acción sería un lujo innecesario, una caprichosa interferencia en las leyes generales de la conducta, si los hombres fueran de manera interminable repeticiones reproducibles del mismo modelo, cuya naturaleza o esencia fuera la misma para todos y tan predecible como la naturaleza o esencia de cualquier otra cosa. La pluralidad es la condición de la acción humana debido a que todos somos Lo mismo, es decir, humanos, y por tanto nadie es igual a cualquier otro que haya vivido, viva o vivirá.
Evolución histórica de la acción
Antigüedad
En las culturas griega y romana, la acción política es una de las más prestigiosas actividades sino la más. A diferencia de la labor y del trabajo, actividades que realizamos por necesidad, ocuparse de asuntos públicos es un privilegio de ciudadanos libres y una oportunidad de lograr la admiración de nuestros iguales e incluso el paso a la posteridad.
Sin embargo, la condena de Sócrates por parte de sus conciudadanos inició el declive de la actividad política en favor de la actividad puramente intelectual. Tanto Platón como después Aristóteles ponen a la contemplación de la verdad en el culmen de las actividades humanas, relegando a la acción política a un segundo, aunque necesario, plano.
Edad Media
Con el auge del cristianismo, la desvalorización de la acción frente a la vida contemplativa se hizo más patente. Ante la perspectiva de la inmortalidad, el interés por los asuntos terrenales era algo secundario, que debía estar al servicio de la salvación del alma.
Modernidad
La modernidad, la época en la que se produce el despegue de la ciencia, la tecnología y la industrialización, relega aún más la acción y también la vida contemplativa favorecida por Aristóteles y los filósofos medievales. En su lugar, el trabajo, la fabricación de nuevos objetos, primero artesanalmente y luego industrialmente, ocupa el lugar privilegiado entre las actividades humanas. También en el espacio público es el mercado de intercambio el que desplaza al ágora y al foro: es en el mercado donde se asigna valor económico a los bienes y servicios.
Theōria o «contemplación» es la palabra dada a la experiencia de lo eterno, para distinguirla de las demás actitudes, que como máximo pueden atañer a la inmortalidad. [...] Sin embargo, la victoria final de la preocupación por la eternidad sobre toda clase de aspiraciones hacia la inmortalidad no se debe al pensamiento filosófico. La caída del Imperio Romano demostró visiblemente que ninguna obra salida de manos mortales puede ser inmortal, y dicha caída fue acompañada del crecimiento del evangelio cristiano, que predicaba una vida individual imperecedera y que pasó a ocupar el puesto de religión exclusiva de la humanidad occidental. Ambos hicieron fútil e innecesaria toda lucha por una inmortalidad terrena. Y lograron tan eficazmente convertir a la vita activa y al bios politikos en asistentes de la contemplación, que ni siquiera el surgimiento de lo secular en la Edad Moderna y la concomitante inversión de la jerarquía tradicional entre acción y contemplación bastó para salvar del olvido la lucha por la inmortalidad, que originalmente había sido fuente y centro de la vita activa.
En el siglo XIX, filósofos como Marx o Nietzsche critican a la sociedad de su tiempo, poniendo el acento en actividades humanas muy alejadas de la contemplación:
Marx hace del trabajo (al que no distingue de la labor) el centro de la sociedad y la historia humanas. La infraestructura económica es la base de la superestructura cultural, en la que se incluyen actividades como la legislación y la política.
Nietzsche propone recuperar la vida, los valores más arraigados en la vida y los instintivos. Los impulsos vitales, las pasiones e instintos, son los motores de la cultura y la civilización.
Ninguno de los dos propone recuperar la acción, y en particular la acción política de ciudadanos libres e iguales, como la actividad más elevada del ser humano.
En el siglo XX, la creciente automatización de los procesos de labor y trabajo ha aumentado considerablemente la productividad de ambas actividades con consecuencias como:
La fabricación cada vez requiere menos especialización y los trabajadores son ahora servidores de las máquinas. Herramientas y máquinas, antes ayuda al trabajo y a la labor, son ahora las que dirigen el proceso y los trabajadores se convierten en apéndices suyos. Sólo en las tareas más creativas (diseño y planificación, arte) el trabajo mantiene su carácter creativo.
Los productos del trabajo son cada vez más perecederos, son objetos de consumo, y se asimilan a los productos de la labor.
La reducción del tiempo de trabajo y el consiguiente aumento del tiempo de ocio, que es habitualmente tiempo dedicado al consumo y no a actividades como la creación, la reflexión y la acción políticas.
Desvalorización de la acción, pues los asuntos públicos están cada vez más alejados de los ciudadanos y dejados a cargo de una casta política. Esto no significa que hayamos perdido la capacidad de proponer y llevar a cabo acciones transformadoras de la sociedad. Pero quienes han tomado ese papel no son ya los encargados de los asuntos públicos (los políticos) sino los científicos y los artistas. Son ellos los que se anticipan a los problemas y proponen soluciones, los que crean nuevas tendencias y lanzan nuevas ideas.
Mi argumento es sencillamente que el enorme peso de la contemplación en la jerarquía tradicional ha borrado las distinciones y articulaciones dentro de la vita activa y que, a pesar de las apariencias, esta condición no ha sufrido cambio esencial por la moderna ruptura con la tradición y la inversión final de su orden jerárquico en Marx y Nietzsche.
[...]
La moderna inversión comparte con la jerarquía tradicional el supuesto de que la misma preocupación fundamental humana ha de prevalecer en todas las actividades de los hombres, ya que sin un principio comprensivo no podría establecerse orden alguno. Dicho supuesto no es algo evidente, y mi empleo de la expresión vita activa presupone que el interés que sostiene todas estas actividades no es el mismo y que no es superior ni inferior al interés fundamental de la vita contemplativa.
Resumen
En La condición humana Hannah Arendt traza la evolución histórica del concepto de acción. La acción es una de las tres actividades, junto con la labor y el trabajo, englobadas bajo el concepto más general de vita activa. En la cultura griega antigua, la acción es principalmente la actividad política de los hombres libres. Pero ya en las filosofías de Platón y sobre todo Aristóteles, la acción política ocupa un segundo puesto ante la vida contemplativa, dedicada al conocimiento puro. En la Edad Media se agudiza este énfasis en la contemplación, ahora entendida como contemplación de Dios.
En la Edad Moderna, la acción y la contemplación pasan a ser secundarias frente al trabajo. La actividad creadora de fabricación y dominación de la naturaleza es ahora vista como la actividad más propiamente humana. El desarrollo industrial más reciente ha completado la inversión clásica, pues el trabajo toma las características de la labor: repetitivo, indiferenciado y productor de bienes de consumo.
En el siglo XX, la acción transformadora ya no nace de las iniciativas de los políticos profesionales sino, a juicio de Arendt, de las ideas de los científicos y de las creaciones artísticas.
"La condición humana abarca más que las condiciones bajo las que se ha dado la vida al hombre. Los hombres son seres condicionados, ya que todas las cosas con las que entran en contacto se convierten de inmediato en una condición de su existencia. El mundo en el que la vita activa se consume, está formado de cosas producidas por las actividades humanas; pero las cosas que deben su existencia exclusivamente a los hombres condicionan de manera constante a sus productos humanos."
"Resulta muy improbable que nosotros, que podemos saber, determinar, definir las esencias naturales de todas las cosas que nos rodean, seamos capaces de hacer lo mismo con nosotros mismos, ya que eso supondría saltar de nuestra propia sombra. Más aún, nada nos da derecho a dar por sentado que el hombre tiene una naturaleza o esencia en el mismo sentido que otras cosas. Dicho con otras palabras: si tenemos una naturaleza o esencia, sólo un dios puede conocerla y definirla, y el primer requisito sería que hablara sobre un "quién" como si fuera un "qué". La perplejidad radica en que los modos de la cognición humana aplicable a cosas con cualidades "naturales", incluyendo a nosotros mismos en el limitado grado en que somos especímenes de la especie más desarrollada de vida orgánica, falla cuando planteamos la siguiente pregunta: "¿Y quiénes somos?"."