David Hume

Introducción

Continuador del empirismo inglés del siglo XVII, cuyo máximo representante fue John Locke, David Hume comparte con su antecesor los siguientes puntos de partida:

Aportaciones de Hume al empirismo

A partir de los principios generales del empirismo, Hume realiza importantes aportaciones que lo convierten en el máximo exponente del empirismo moderno:

Análisis de la mente

Como primer paso en su teoría del conocimiento , Hume realiza un análisis de la mente humana en términos de sus contenidos y leyes de funcionamiento.

Percepciones: impresiones e ideas

Descartes propuso una clasificación de los contenidos de la mente (ideas) basada en su origen:

Locke añadió al criterio del origen un segundo criterio: la complejidad

Además, Locke reformuló el criterio cartesiano del origen de nuestras ideas dando lugar a una nueva clasificación:

A los dos criterios de Locke, Hume añade un tercer criterio, la intensidad o fuerza:

Estos tres criterios pueden aplicarse conjuntamente para clasificar cualquier contenido mental, cualquier percepción, término que emplea Hume para agrupar tanto a impresiones como a ideas. Crucialmente, las ideas son copias, reproducciones atenuadas de las impresiones. Más exactamente, Hume afirma que toda idea simple es una copia, un recuerdo de una impresión igualmente simple. La mente humana no tiene la capacidad de crear ideas simples originales, distintas de todas las impresiones que hemos experimentado previamente.

Clasificación de las percepciones

Impresiones (fuertes, intensas):

Ideas (débiles, apagadas, copia de impresiones):

Leyes de asociación de ideas

A diferencia de las impresiones, las ideas están bajo el control de la mente. Las ideas complejas pueden ser analizadas por la mente, descompuestas en sus ideas componentes. Nuevas ideas resultan de unir, de asociar ideas. La asociación de ideas está sometida a leyes psicológicas análogas a las leyes que unen las partículas materiales (la ley de gravitación):

Modos de conocimiento

Descartes admitió como únicas formas de conocimiento la deducción y la intuición. La primera es una forma de conocimiento mediada pues el nuevo conocimiento se adquiere gracias a otros conocimientos que son medios para lograrlo. En el caso de las matemáticas, estos medios son los axiomas que se aceptan sin demostración pero sirven de puntos de partida para demostrar todos los teoremas.

Por el contrario, la intuición es una forma de conocimiento inmediata pues el nuevo conocimiento no se apoya en ningún otro conocimiento previo. Al rechazar los datos brutos de los sentidos, Descartes rechazó la intuición sensible, el conocimiento que procede inmediatamente de los sentidos. Sin embargo, aceptó la intuición intelectual, el conocimiento que la razón adquiere de forma inmediata por ella misma, sin requerir de los sentidos. "Pienso luego soy" es el mejor ejemplo de intuición intelectual. 

Tras demostrar la existencia de Dios, un ser infinitamente bueno y sabio, Descartes recupera la deducción como método de conocimiento pues la verdad de los axiomas (antes puesta en duda con la hipótesis del "genio maligno") está ahora garantizada.

Desde Aristóteles a Francis Bacon, los filósofos anteriores a Descartes habían admitido una tercera forma de adquirir conocimiento, la inducción: la obtención de afirmaciones generales ("Los volcanes expulsan lava violentamente") a partir de la observación de casos particulares ("El Etna, el Stromboli y el Vesubio expulsan lava violentamente") . Si en la deducción la conclusión se logra por medio de las premisas, en la inducción la conclusión se alcanza por medio de las observaciones particulares. Ambas son formas de conocimiento mediado. La diferencia clave entre ambas es la certeza de sus resultados: mientras que en una deducción la conclusión es necesariamente cierta si lo son sus premisas, en una inducción la conclusión es sólo probablemente cierta si lo son sus observaciones de partida. Esta diferencia es crucial para entender el rechazo de Descartes a la inducción como forma de conocimiento.

Adquisición inmediata de conocimiento:

Adquisición mediada de conocimiento:

Admitir la inducción como forma de conocimiento válido nunca fue un problema ni para Aristóteles ni para Francis Bacon, pues ninguno de ellos hizo de la búsqueda de la certeza absoluta el objetivo central de su filosofía. Sin embargo, la inducción es un problema para el empirismo moderno porque:

Admitiendo estas dos premisas, ¿es posible admitir la inducción como una forma de conocimiento válido? La respuesta de Hume es negativa: la experiencia nunca nos permitirá conocer más allá de toda duda una afirmación universal referida a un conjunto potencialmente infinito de individuos o situaciones si todo nuestro apoyo es un conjunto finito de observaciones. Las afirmaciones universales, generales, sobre cuestiones de hecho, nunca podrán ser verificadas conclusivamente, no importa cuántas observaciones acumulemos en su favor.

La aportación de nuevas observaciones aumentará nuestra confianza en la verdad de una afirmación general, aumentará nuestra creencia en su verdad. Pero la confianza o la creencia son cualidades subjetivas. La aportación de observaciones, por muchas que sean, nunca nos permitirá afirmar objetivamente más allá de toda duda, una ley universal . Sí pueden ser conocidas con certeza las cuestiones de hecho que afirmen algo concreto, particular. Para ellas, la información aportada por los sentidos (intuición sensible) es prueba suficiente de su verdad.

La inducción como forma de conocimiento del mundo natural es problemática para el empirismo moderno pues:

Conocimiento: relaciones entre ideas y cuestiones de hecho

Tras analizar los contenidos de nuestra mente (percepciones), las leyes de asociación de sus ideas y las limitaciones a nuestra capacidad de adquirir conocimiento basado en la experiencia, Hume plantea la cuestión de cuáles son los conocimientos que pueden con certeza ser adquiridos. La propuesta de Hume (conocida como el tenedor de Hume) es clasificar todo posible conocimiento en una de estas tres clases:

El tridente de Hume

Toda proposición o juicio (lo significado por un enunciado) cae dentro de una de estas tres clases:

Existen por tanto dos tipos de conocimiento:

El conocimiento que consiste en relaciones entre ideas se ejemplifica con las matemáticas y la lógica, ciencias formales. Ambas ciencias consisten en el análisis de ideas. Ni matemáticos ni lógicos emplean la experiencia para determinar la verdad de sus afirmaciones, les basta con el análisis puramente racional de las ideas. Una afirmación es verdadera cuando el simple análisis de las ideas contenidas en dicha afirmación nos permite determinar que es cierta. Como luego afirmará Kant, las relaciones entre ideas son relaciones analíticas, pues el análisis es el proceso clave para decidir la verdad o falsedad de lo afirmado.

En cuanto al conocimiento que consiste en cuestiones de hecho, se ejemplifica con las ciencias experimentales, en la Fisica de Newton en particular. Las afirmaciones de estas ciencias no pueden zanjarse con meras argumentaciones formales o matemáticas, son necesarias experiencias en las que apoyar las afirmaciones.

Relación entre ideas

Cuestiones de hecho

A la vista de las limitaciones mostradas al analizar la inducción. podemos ahora clasificar las cuestiones de hecho en tres grupos:

Crítica a la idea de causalidad

Desde Aristóteles hasta Descartes, filósofos y científicos han considerado que uno de los objetivos principales de la investigación científica es la búsqueda de las causas que operan en la naturaleza. Hume se da cuenta de que el argumento que le permite rechazar que las afirmaciones generales sobre cuestiones de hecho puedan probarse conclusivamente mediante observaciones particulares, le permite también rechazar que pueda demostrarse empíricamente que exista un vínculo causal entre sucesos naturales. Como veremos, Hume critica que la relación de causalidad sea una relación real, objetiva y demostrable empíricamente. Por el contrario, se trata de una relación puramente subjetiva, una mera asociación entre ideas fraguada en nuestra mente cuando se dan ciertas condiciones.

Definición de causalidad

¿Qué es la causalidad? ¿Qué afirmamos cuando decimos que A es causa de B? Podemos obtener una respuesta si comparamos la relación causal con la correlación:

Correlación entre A y B:

Relación causal entre A y B:

¿Aporta algún conocimiento la idea de causa?

De acuerdo con Hume, todo conocimiento proviene de una de estas dos fuentes:

¿Es posible que la afirmación "A causa B" provenga de analizar las ideas de "A", de "B" y de "causa"? No. No basta con analizar qué contienen nuestras ideas de "virus", "gripe" y "causa" para poder afirmar que "Un virus causa la gripe" es un conocimiento verdadero. Para que fuese así, la idea de "gripe" debiera incluir a la de "virus" y la de "resultado necesario". Tampoco "El fuego causa calor" es una relación entre ideas: la idea de "fuego" no incluye a las de "calor" y "productor necesario".

Además, "Un virus no es causa de la gripe" o "El fuego no causa calor" no son contradicciones, como sí lo son "El triángulo no tiene tres lados" o "Siete es un número par". Es perfectamente posible que la gripe no fuese causada por un virus o que el fuego no produjese calor. La conexión entre gripe y virus o entre fuego y calor no puede ser una mera relación entre ideas en nuestra mente, pues podemos pensar tanto que hay conexión causal como que no la hay.

Por tanto (y aplicando "el tridente"), "A causa B" ha de ser una cuestión de hecho, resuelta por medio de la experiencia. Pero, ¿puede la experiencia aportar información suficiente para afirmar que A produce necesariamente B? ¿puede la experiencia demostrarnos que es imposible que alguna vez pase A y no pase B? No. La experiencia puede habernos demostrado que hasta ahora, en todas las ocasiones en que ha sucedido A, ha sucedido también B. Pero la experiencia no nos ha demostrado que sea imposible que alguna vez pase A y no pase B.

La experiencia nos muestra que A es siempre anterior a B. También que A sucede en el mismo lugar o está físicamente conectada con B. Pero los otros dos ingredientes de la causalidad, producción y necesidad, no provienen de la experiencia.

Pero si la relación causal no es una relación entre ideas ni proviene completamente de la experiencia, ¿de dónde proviene?

Origen de la idea de causa

Esta idea es producto de nuestra imaginación. Más exactamente, es el resultado de una combinación de hechos provenientes de la experiencia y de la actividad de nuestra mente:

Por tanto, la relación de causalidad es en parte una relación basada en asociaciones por contigüidad y semejanza entre hechos, pero en parte producto de nuestra imaginación que aporta el ingrediente de la conexión necesaria como consecuencia de la repetición, del hábito, de la costumbre.  Ninguno de estos ingredientes equivale a la idea de producción necesaria. La relación de causa-efecto es por tanto una relación imaginada por nuestra mente, no una relación basada en hechos ciertos, derivados de impresiones.

Aplicando el "tridente", al no ser ni una relación entre ideas (analizable mediante la lógica y las matemáticas), ni una cuestión de hecho (derivada de la experiencia), la idea de causa no es auténtico conocimiento.

Consecuencias de la crítica a la causalidad

Cualquier razonamiento que incluya entre sus premisas una relación de causalidad deja de ser un razonamiento concluyente, pues incluye un elemento fabricado por nuestra imaginación, no basado en una fuente fiable de conocimiento.

En particular, los siguientes razonamientos quedan socavados por la crítica de Hume:

Entonces ¿qué podemos afirmar con certeza que existe? Sólo nuestras propias percepciones, y en particular aquellas cuya fuerza e intensidad se nos imponen indudablemente. El fenomenismo es el nombre de la doctrina que afirma que sólo podemos afirmar la existencia de las impresiones en nuestras mentes. Frente al mecanicismo cartesiano, que afirma la existencia de un mundo de seres espaciales independientes de nuestras mentes, el fenomenismo pone en duda la existencia de ese mundo independiente.

¿Qué podemos conocer? Sólo relaciones entre ideas (matemáticas, lógica) y cuestiones de hecho (basadas en impresiones). Más allá queda el conocimiento de la naturaleza: de qué seres existen permanentemente y cuáles son las leyes causales que los gobiernen. Hume es escéptico respecto a la posibilidad de alcanzar este conocimiento. En lugar de conocimiento cierto, lo que podemos tener son firmes creencias, podemos confiar en nuestros hábitos y costumbres. Son éstos y no el conocimiento cierto lo que guía nuestros quehaceres cotidianos.

Razón y acción humanas

Desde los comienzos de la Filosofía, se ha mantenido la tesis muy general de que la razón humana tiene, o debería tener, algún papel director de la acción: actuamos como seres humanos cuando elegimos lo que hacemos aplicando nuestra razón y no dejándonos llevar por nuestras pasiones, emociones o instintos.

Especialmente cuando consideramos la acción moral, la acción libre y dirigida hacia la felicidad individual o colectiva, cuando consideramos cuál es la alternativa moralmente correcta o cuáles son nuestras obligaciones morales para con los demás, los filósofos han considerado que la razón es un elemento decisivo. Sin llegar a la posición extrema del intelectualismo moral socrático, que afirma que el conocimiento de lo bueno y lo correcto es el único factor relevante para nuestra decisión, y aunque se añadan otros factores a nuestra decisión como el hábito (Aristóteles) o la fe (Tomás), la razón ha sido considerada como directora o al menos como co-directora de la decisión humana.

Hume plantea dos argumentos en contra de que sea siquiera posible que la razón dirija la acción humana:

La razón es la esclava de las pasiones

En definitiva, Hume concede a la razón un papel secundario en la toma de decisiones. Ello no quiere decir que no le conceda ningún papel, pero no es un papel principal que permita elegir racionalmente sobre los fines que debemos perseguir ni sobre las obligaciones que debamos cumplir. Su papel se reduce a orquestrar los mejores medios para lograr un fin que otras facultades humanas han elegido, o a lograr el mejor cumplimiento de las obligaciones que otras facultades han establecido. ¿Cuáles son esas otras facultades? Nuestras pasiones y deseos, nuestras emociones y sentimientos.

Son nuestros sentimientos de placer y dolor los que están en la base de nuestras preferencias por unos u otros fines. Nuestros miedos, nuestro deseo de aprobación y nuestro miedo al rechazo son la base de nuestras obligaciones. Estas pasiones y emociones, junto con nuestros instintos más básicos, son los motivos que inclinan nuestra voluntad hacia unos u otros fines y los que dirigen nuestra voluntad hacia el cumplimiento de unas u otras obligaciones.

El auténtico fundamento de la moral

Hume no es el primer filósofo en afirmar que la moral surge de los sentimientos de placer y dolor. En el siglo anterior, Spinoza había sostenido una tesis similar: las distinciones morales (lo bueno y lo malo) se basan y surgen de los sentimientos de placer y dolor que experimentamos al tratar de lograr nuestros deseos. Sin embargo, mientras que Spinoza considera que la razón humana es (o debe ser) capaz de dominar o redirigir nuestros sentimientos y pasiones más negativos como el miedo y el odio, Hume considera que la debilidad de nuestras ideas no puede ejercer ninguna influencia efectiva sobre la fuerza de las impresiones de reflexión (nombre que también da Hume a pasiones, emociones y sentimientos). Son las pasiones y, en último término, nuestras sensaciones de placer y dolor, las que deciden nuestras metas, las que nos mueven a cumplir con ciertas obligaciones.

Pero si son el placer y el dolor que cada hombre siente individualmente lo que en último término determina sus acciones, entonces la teoría moral que mejor describiría nuestra conducta moral es el hedonismo egoísta. Esta teoría afirma que lo bueno es el placer y que toda persona busca su propio placer, pudiendo emplear para ello la razón como medio o herramienta que le facilite la obtención de ese placer. Sin embargo, los hombres se comportan en ocasiones de manera altruista. El altruismo existe y es, para Hume, el rasgo distintivo de la conducta moral: somos morales cuando anteponemos el bien general, la felicidad de otros o de todos, a la nuestra propia (egoísmo).

¿Cómo es posible que suceda la conducta altruista? ¿Qué explica que en ocasiones las personas prefieran el bien ajeno al propio, incluso cuando ello les provoca a ellos un perjuicio? ¿No debería siempre triunfar la fuerza de los deseos egoístas sobre cualquier otro motivo?

Consecuente con sus argumentos contrarios a que la razón pueda ser el fundamento de la acción en general y de la acción moral en particular, Hume propone fundamentar el altruismo en las pasiones, en las impresiones de reflexión (impresiones de origen interno). Son muchas las pasiones humanas y Hume encuentra una que explica por qué en ocasiones triunfa el altruismo. El sentimiento de la compasión lo caracteriza Hume como:

En resumen, la compasión provoca en quien la tiene sentimientos vicarios de placer y dolor ante las manifestaciones externas de placer y dolor en otros.

Hume argumenta que es propio de la naturaleza humana un mecanismo que, basado en la semejanza de nuestras reacciones y manifestaciones corporales ante las emociones y en la contigüidad, en la cercanía física a otras personas, se generan en nuestra mente sentimentos similares, aunque de menor intensidad, a los que observamos en las personas a nuestro alrededor. Este mecanismo es la empatía y se extiende más allá de la compasión: sentimos alegría cuando vemos personas alegres, miedo cuando oimos gritos de pánico, desagrado cuando vemos a alguien poner cara de asco.

Movidos por el sentimiento de compasión las personas realizan acciones morales. Nos preocupamos por el bien ajeno, porque ante la felicidad ajena, los que la observan son también felices. Los hombres ayudan a superar el dolor y la infelicidad ajenos porque ante ellos, los que la observan son también infelices. Siendo un sentimiento más débil que otras pasiones e instintos, la compasión se ve muchas veces superada por ellos. Esto explica que la conducta moral sea infrecuente y se considere meritoria.

Esta tendencia hacia la búsqueda del bien común se extiende a la esfera política y es la base de la sociedad humana: los hombres tienden hacia la vida en sociedad impulsados por la benevolencia. Los gobiernos son justos en la medida en que promueven ese bien por encima de intereses particulares. En línea con el contractualismo de Locke, Hume entiende que los gobiernos son fruto del acuerdo y de la razón que busca los mejores medios para lograr el bien común, es decir la felicidad de la mayoría. Esta noción de felicidad de la mayoría hace de Hume un precursor del utilitarismo de John Stuart-Mill.