David Hume
Introducción
Continuador del empirismo inglés del siglo XVII, cuyo máximo representante fue John Locke, David Hume comparte con su antecesor los siguientes puntos de partida:
Escepticismo de partida. Al igual que los racionalistas, los empiristas y en particular Hume consideran que todo conocimiento debe estar plenamente fundamentado, sin que la tradición, la autoridad o la fe sean fundamentos aceptables.
La teoría del conocimiento es el punto de partida de toda la Filosofía y, en general, de todo posible conocimiento científico. La primera investigación que debe abordarse es una definición de conocimiento, sus tipos y métodos de obtención.
Análisis de la mente, de la conciencia, como fuente de información sobre cuestiones epistemológicas.
Rechazo del innatismo y aceptación de la doctrina de que la mente humana inicia su existencia vacía de toda idea.
Aceptación de la experiencia como fuente última de todo conocimiento y juez de su validez.
Aportaciones de Hume al empirismo
A partir de los principios generales del empirismo, Hume realiza importantes aportaciones que lo convierten en el máximo exponente del empirismo moderno:
Complementar la clasificación de las ideas de Locke con el criterio de la intensidad o fuerza.
Añadir a las operaciones de combinación entre ideas de Locke las leyes de asociación que explican la formación de dichas idas.
División de todo conocimiento posible en relaciones entre ideas o cuestiones de hecho.
Análisis de las limitaciones de reducir todo conocimiento empírico a cuestiones de hecho:
Limitaciones del método inductivo.
Crítica a la noción de causalidad.
Crítica al concepto de sustancia. En particular a la sustancia pensante (el yo cartesiano).
Escepticismo radical y triunfo del sentido común.
Crítica a las teorías éticas anteriores: emotivismo moral.
Análisis de la mente
Como primer paso en su teoría del conocimiento , Hume realiza un análisis de la mente humana en términos de sus contenidos y leyes de funcionamiento.
Percepciones: impresiones e ideas
Descartes propuso una clasificación de los contenidos de la mente (ideas) basada en su origen:
Ideas procedentes del exterior, ideas adventicias
Ideas procedentes de la propia mente:
Resultado de nuestras capacidades creativas: ideas facticias
Presentes en nuestra mente de nacimiento: ideas innatas
Locke añadió al criterio del origen un segundo criterio: la complejidad
Ideas simples, indivisibles.
Ideas complejas, compuestas de ideas más simples, analizables en contenidos mentales más sencillos.
Además, Locke reformuló el criterio cartesiano del origen de nuestras ideas dando lugar a una nueva clasificación:
Ideas de sensación, cuyo origen está en nuestros sentidos y por tanto proceden del exterior.
Ideas de reflexión, emociones y sentimientos, originadas en nuestra propia mente y por tanto tienen un origen interior.
A los dos criterios de Locke, Hume añade un tercer criterio, la intensidad o fuerza:
Las impresiones son los contenidos mentales más intensos:
Aparecen en nuestra mente sin que podamos evitarlo.
No podemos hacerlos desaparecen a voluntad.
Reclaman nuestra atención y desplazan a las percepciones menos intensas.
Las ideas son los contenidos mentales menos intensos:
Son desplazados de nuestra atención ante la presencia de impresiones.
Podemos fijar nuestra atención en ellas o descartarlas a voluntad.
Al menos las ideas simples, son copias de impresiones.
Estos tres criterios pueden aplicarse conjuntamente para clasificar cualquier contenido mental, cualquier percepción, término que emplea Hume para agrupar tanto a impresiones como a ideas. Crucialmente, las ideas son copias, reproducciones atenuadas de las impresiones. Más exactamente, Hume afirma que toda idea simple es una copia, un recuerdo de una impresión igualmente simple. La mente humana no tiene la capacidad de crear ideas simples originales, distintas de todas las impresiones que hemos experimentado previamente.
Clasificación de las percepciones
Impresiones (fuertes, intensas):
Simples
Procedentes del exterior: sensaciones, estimulación de nuestros sentidos.
Procedentes del interior: placer, dolor, emociones básicas: miedo, sorpresa.
Complejas
Procedentes del exterior: percepciones de objetos completos.
Procedentes del interior: sentimientos, deseos.
Ideas (débiles, apagadas, copia de impresiones):
Simples
Procedentes del exterior: recuerdos de sensaciones gracias a la facultad de memoria. Cada idea simple es copia atenuada de una impresión simple.
Procedentes del interior: con la memoria y la imaginación recreamos y proyectamos hacia el futuro miedos, alegrías u otras emociones básicas.
Complejas
Procedentes del exterior: con la memoria y la imaginación podemos crear ideas de seres imaginarios que no proceden directamente de la experiencia.
Procedentes del interior: recreación y proyección al futuro de sentimientos y deseos.
Leyes de asociación de ideas
A diferencia de las impresiones, las ideas están bajo el control de la mente. Las ideas complejas pueden ser analizadas por la mente, descompuestas en sus ideas componentes. Nuevas ideas resultan de unir, de asociar ideas. La asociación de ideas está sometida a leyes psicológicas análogas a las leyes que unen las partículas materiales (la ley de gravitación):
Ley de semejanza. Asociamos ideas que nos resultan similares. Así por ejemplo, la idea general de "árbol" es el resultado de asociar ideas de árboles concretos. No hay impresión de árbol en general, sino impresiones de árboles concretos. Pero nuestra mente crea la idea de árbol asociando ideas semejantes que sí proceden de impresiones.
Ley de contigüidad en el espacio o en el tiempo. Tenemos el recuerdo del día pasado como resultado de unir todas las experiencias contiguas en el tiempo. Formamos la idea de una ciudad uniendo recuerdos que comparten una misma localización. Aunque nunca hayamos experimentado directamente un día entero o una ciudad al completo, podemos tener esas ideas al unir otras ideas (más simples y resultado de impresiones) que coinciden en suceder en momentos próximos o en lugares cercanos.
Ley de causa y efecto. Nuestra mente se ve impulsada a pensar en el fuego ante la vista del humo, a imaginar el desastre aéreo al oir fallar los motores. La idea del humo o de avería hacen a nuestra mente pensar en la idea de fuego o desastre.
Modos de conocimiento
Descartes admitió como únicas formas de conocimiento la deducción y la intuición. La primera es una forma de conocimiento mediada pues el nuevo conocimiento se adquiere gracias a otros conocimientos que son medios para lograrlo. En el caso de las matemáticas, estos medios son los axiomas que se aceptan sin demostración pero sirven de puntos de partida para demostrar todos los teoremas.
Por el contrario, la intuición es una forma de conocimiento inmediata pues el nuevo conocimiento no se apoya en ningún otro conocimiento previo. Al rechazar los datos brutos de los sentidos, Descartes rechazó la intuición sensible, el conocimiento que procede inmediatamente de los sentidos. Sin embargo, aceptó la intuición intelectual, el conocimiento que la razón adquiere de forma inmediata por ella misma, sin requerir de los sentidos. "Pienso luego soy" es el mejor ejemplo de intuición intelectual.
Tras demostrar la existencia de Dios, un ser infinitamente bueno y sabio, Descartes recupera la deducción como método de conocimiento pues la verdad de los axiomas (antes puesta en duda con la hipótesis del "genio maligno") está ahora garantizada.
Desde Aristóteles a Francis Bacon, los filósofos anteriores a Descartes habían admitido una tercera forma de adquirir conocimiento, la inducción: la obtención de afirmaciones generales ("Los volcanes expulsan lava violentamente") a partir de la observación de casos particulares ("El Etna, el Stromboli y el Vesubio expulsan lava violentamente") . Si en la deducción la conclusión se logra por medio de las premisas, en la inducción la conclusión se alcanza por medio de las observaciones particulares. Ambas son formas de conocimiento mediado. La diferencia clave entre ambas es la certeza de sus resultados: mientras que en una deducción la conclusión es necesariamente cierta si lo son sus premisas, en una inducción la conclusión es sólo probablemente cierta si lo son sus observaciones de partida. Esta diferencia es crucial para entender el rechazo de Descartes a la inducción como forma de conocimiento.
Adquisición inmediata de conocimiento:
Intuición intelectual: la razón alcanza por sí sola nuevo conocimiento sin depender de conocimientos previos.
Intuición sensible: la razón alcanza gracias a los sentidos nuevo conocimiento sin depender de conocimientos previos.
Adquisición mediada de conocimiento:
Deducción: la razón alcanza nuevo conocimiento que es necesariamente verdadero si parte de conocimientos verdaderos (premisas).
Inducción: la razón alcanza nuevo conocimiento que es probablemente verdadero si parte de conocimientos verdaderos (observaciones).
Admitir la inducción como forma de conocimiento válido nunca fue un problema ni para Aristóteles ni para Francis Bacon, pues ninguno de ellos hizo de la búsqueda de la certeza absoluta el objetivo central de su filosofía. Sin embargo, la inducción es un problema para el empirismo moderno porque:
Comparte con el racionalismo la tesis de que el único conocimiento válido es el conocimiento absolutamente cierto.
Rechaza la intuición intelectual por considerar que la mente nace vacía de ideas y que todo contenido mental proviene en última instancia de la experiencia.
Admitiendo estas dos premisas, ¿es posible admitir la inducción como una forma de conocimiento válido? La respuesta de Hume es negativa: la experiencia nunca nos permitirá conocer más allá de toda duda una afirmación universal referida a un conjunto potencialmente infinito de individuos o situaciones si todo nuestro apoyo es un conjunto finito de observaciones. Las afirmaciones universales, generales, sobre cuestiones de hecho, nunca podrán ser verificadas conclusivamente, no importa cuántas observaciones acumulemos en su favor.
La aportación de nuevas observaciones aumentará nuestra confianza en la verdad de una afirmación general, aumentará nuestra creencia en su verdad. Pero la confianza o la creencia son cualidades subjetivas. La aportación de observaciones, por muchas que sean, nunca nos permitirá afirmar objetivamente más allá de toda duda, una ley universal . Sí pueden ser conocidas con certeza las cuestiones de hecho que afirmen algo concreto, particular. Para ellas, la información aportada por los sentidos (intuición sensible) es prueba suficiente de su verdad.
La inducción como forma de conocimiento del mundo natural es problemática para el empirismo moderno pues:
Por una parte, el empirismo afirma que la experiencia es la única forma de conocimiento del mundo natural, y por tanto la acumulación de observaciones experimentales parece la única forma de apoyar afirmaciones (leyes) que pretenden tener validez universal.
Por otra, la inducción no proporciona certeza sino mera confianza, de forma que las leyes naturales no pueden ser nunca verificadas y llegar a ser conocimiento seguro.
Conocimiento: relaciones entre ideas y cuestiones de hecho
Tras analizar los contenidos de nuestra mente (percepciones), las leyes de asociación de sus ideas y las limitaciones a nuestra capacidad de adquirir conocimiento basado en la experiencia, Hume plantea la cuestión de cuáles son los conocimientos que pueden con certeza ser adquiridos. La propuesta de Hume (conocida como el tenedor de Hume) es clasificar todo posible conocimiento en una de estas tres clases:
El tridente de Hume
Toda proposición o juicio (lo significado por un enunciado) cae dentro de una de estas tres clases:
O bien es un conocimiento acerca de hechos, de situaciones que sólo podemos validar, juzgar, por medio de la experiencia.
O bien es un conocimiento que podemos validar analizando las ideas involucradas, por medio de las leyes de asociación entre ideas.
O bien no es conocimiento en absoluto y debe ser descartado como tal.
Existen por tanto dos tipos de conocimiento:
Relación entre ideas. Este conocimiento no depende de la experiencia, y puede juzgarse su validez mediante los métodos ya propuestos por Locke: comparación y separación. Son procedimientos deductivos los que permiten afirmar la verdad o falsedad de una relación entre ideas. La Lógica y las Matemáticas son las ciencias que hacen uso de la deducción y llegan a resultados ciertos, seguros.
Cuestión de hecho. Resultan a partir de datos obtenidos de la experiencia y su verdad solo puede ser conocida mediante comprobación experimental. Es la intuición sensible la que permite afirmar la verdad o falsedad de una cuestión de hecho.
El conocimiento que consiste en relaciones entre ideas se ejemplifica con las matemáticas y la lógica, ciencias formales. Ambas ciencias consisten en el análisis de ideas. Ni matemáticos ni lógicos emplean la experiencia para determinar la verdad de sus afirmaciones, les basta con el análisis puramente racional de las ideas. Una afirmación es verdadera cuando el simple análisis de las ideas contenidas en dicha afirmación nos permite determinar que es cierta. Como luego afirmará Kant, las relaciones entre ideas son relaciones analíticas, pues el análisis es el proceso clave para decidir la verdad o falsedad de lo afirmado.
En cuanto al conocimiento que consiste en cuestiones de hecho, se ejemplifica con las ciencias experimentales, en la Fisica de Newton en particular. Las afirmaciones de estas ciencias no pueden zanjarse con meras argumentaciones formales o matemáticas, son necesarias experiencias en las que apoyar las afirmaciones.
Relación entre ideas
Son propias de las ciencias formales: Lógica y Matemáticas.
El análisis es la operación fundamental para decidir la verdad.
La sola razón puede decidir la verdad o falsedad de la relación entre ideas.
La experiencia no juega ningún papel en la verdad o falsedad de una relación entre ideas.
La relación entre ideas es verdadera o falsa necesariamente.
Si una relación entre ideas es verdadera (necesariamente), su negación es necesariamente falsa: es una contradicción.
Por ser necesariamente verdadera o falsa, una relación entre ideas no proporciona información acerca de situaciones concretas.
Toda relación entre ideas puede, en principio, probarse conclusivamente verdadera o falsa mediante razonamiento.
Cuestiones de hecho
Propias de las ciencias experimentales.
Se unen en una síntesis varias ideas.
La experiencia es necesaria para decidir sobre cuestiones de hecho.
Aunque la razón pueda jugar algún papel en la decisión de algunas cuestiones de hecho, la experiencia interviene siempre.
Una cuestión de hecho es verdadera o falsa contingentemente.
Si una cuestión de hecho es verdadera (contingentemente), su negación es contingentemente falsa.
Por ser verdades contingentes, las cuestiones de hecho sí proporcionan información acerca la situación que describe.
Algunas cuestiones de hecho pueden probarse conclusivamente mediante la experiencia y otras no.
A la vista de las limitaciones mostradas al analizar la inducción. podemos ahora clasificar las cuestiones de hecho en tres grupos:
Las que pueden verificarse o falsarse conclusivamente mediante intuiciones sensibles. Hechos particulares: Hoy llueve en Madrid.
Las que no pueden verificarse conclusivamente por muchas observaciones confirmatorias. Leyes universales: Las masas se atraen.
Las que no pueden falsarse conclusivamente por muchas observaciones contrarias. Hechos particulares: Hay vida inteligente en alguna otra galaxia.
Crítica a la idea de causalidad
Desde Aristóteles hasta Descartes, filósofos y científicos han considerado que uno de los objetivos principales de la investigación científica es la búsqueda de las causas que operan en la naturaleza. Hume se da cuenta de que el argumento que le permite rechazar que las afirmaciones generales sobre cuestiones de hecho puedan probarse conclusivamente mediante observaciones particulares, le permite también rechazar que pueda demostrarse empíricamente que exista un vínculo causal entre sucesos naturales. Como veremos, Hume critica que la relación de causalidad sea una relación real, objetiva y demostrable empíricamente. Por el contrario, se trata de una relación puramente subjetiva, una mera asociación entre ideas fraguada en nuestra mente cuando se dan ciertas condiciones.
Definición de causalidad
¿Qué es la causalidad? ¿Qué afirmamos cuando decimos que A es causa de B? Podemos obtener una respuesta si comparamos la relación causal con la correlación:
Correlación entre A y B:
La ocurrencia de A aumenta la probabilidad de que B también ocurra: p(B|A) > p(B)
Dado que la ocurrencia de A sólo aumenta la probabilidad de B, pero no la hace necesaria, es posible que (a veces) suceda A y no suceda B.
A puede ser anterior, simultánea o posterior a B.
A puede ocurrir cerca o lejos de B, no es necesario el contacto físico entre ambos factores.
A no produce, genera o es responsable de B
Relación causal entre A y B:
La ocurrencia de A hace que B también suceda con total probabilidad: p(B|A) = 1. Pero no es sólo que aumente su probabilidad: la ocurrencia de A hace que B ocurra necesariamente.
Dado que la ocurrencia de A hace necesaria la aparición de B, es imposible que pase A y no pase B.
A es siempre anterior a B
A sucede en el mismo lugar que B o está conectada con B mediante una cadena de elementos físicamente en contacto.
A produce, genera o es responsable de que B suceda.
¿Aporta algún conocimiento la idea de causa?
De acuerdo con Hume, todo conocimiento proviene de una de estas dos fuentes:
Del análisis de las ideas: son relaciones entre ideas.
De los hechos de la experiencia: conocimiento de hechos.
¿Es posible que la afirmación "A causa B" provenga de analizar las ideas de "A", de "B" y de "causa"? No. No basta con analizar qué contienen nuestras ideas de "virus", "gripe" y "causa" para poder afirmar que "Un virus causa la gripe" es un conocimiento verdadero. Para que fuese así, la idea de "gripe" debiera incluir a la de "virus" y la de "resultado necesario". Tampoco "El fuego causa calor" es una relación entre ideas: la idea de "fuego" no incluye a las de "calor" y "productor necesario".
Además, "Un virus no es causa de la gripe" o "El fuego no causa calor" no son contradicciones, como sí lo son "El triángulo no tiene tres lados" o "Siete es un número par". Es perfectamente posible que la gripe no fuese causada por un virus o que el fuego no produjese calor. La conexión entre gripe y virus o entre fuego y calor no puede ser una mera relación entre ideas en nuestra mente, pues podemos pensar tanto que hay conexión causal como que no la hay.
Por tanto (y aplicando "el tridente"), "A causa B" ha de ser una cuestión de hecho, resuelta por medio de la experiencia. Pero, ¿puede la experiencia aportar información suficiente para afirmar que A produce necesariamente B? ¿puede la experiencia demostrarnos que es imposible que alguna vez pase A y no pase B? No. La experiencia puede habernos demostrado que hasta ahora, en todas las ocasiones en que ha sucedido A, ha sucedido también B. Pero la experiencia no nos ha demostrado que sea imposible que alguna vez pase A y no pase B.
La experiencia nos muestra que A es siempre anterior a B. También que A sucede en el mismo lugar o está físicamente conectada con B. Pero los otros dos ingredientes de la causalidad, producción y necesidad, no provienen de la experiencia.
Pero si la relación causal no es una relación entre ideas ni proviene completamente de la experiencia, ¿de dónde proviene?
Origen de la idea de causa
Esta idea es producto de nuestra imaginación. Más exactamente, es el resultado de una combinación de hechos provenientes de la experiencia y de la actividad de nuestra mente:
Observación de que A sucede inmediatamente antes o simultáneamente a B: contigüidad en el tiempo.
Observación de que A y B suceden en el mismo lugar o están conectados por otros factores que les conectan: contigüidad en el espacio.
Repetida observación de casos semejantes: semejanza
Formación en nuestra mente de una costumbre (hábito) que nos hace afirmar la conexión necesaria entre A y B y que A produce B .
Por tanto, la relación de causalidad es en parte una relación basada en asociaciones por contigüidad y semejanza entre hechos, pero en parte producto de nuestra imaginación que aporta el ingrediente de la conexión necesaria como consecuencia de la repetición, del hábito, de la costumbre. Ninguno de estos ingredientes equivale a la idea de producción necesaria. La relación de causa-efecto es por tanto una relación imaginada por nuestra mente, no una relación basada en hechos ciertos, derivados de impresiones.
Aplicando el "tridente", al no ser ni una relación entre ideas (analizable mediante la lógica y las matemáticas), ni una cuestión de hecho (derivada de la experiencia), la idea de causa no es auténtico conocimiento.
Consecuencias de la crítica a la causalidad
Cualquier razonamiento que incluya entre sus premisas una relación de causalidad deja de ser un razonamiento concluyente, pues incluye un elemento fabricado por nuestra imaginación, no basado en una fuente fiable de conocimiento.
En particular, los siguientes razonamientos quedan socavados por la crítica de Hume:
La existencia del mundo exterior, de sustancias materiales en el espacio. Descartes había afirmado la existencia de sustancias extensas. Según Locke, podemos afirmar que existen sustancias en el mundo exterior a nuestras mentes pues ellas causan nuestras sensaciones, o al menos nuestras sensaciones de cualidades primarias (forma geométrica, velocidad, posición en el espacio). Berkeley había puesto en duda la existencia del mundo exterior cuando no tenemos impresiones sensoriales de él. Hume lo pone en duda incluso mientras tenemos impresiones sensoriales: ¿qué conocimiento nos garantiza que mis impresiones tienen alguna correspondecia con objetos fuera de mi mente? Aplicando su teoría de la asociación de ideas, nuestra creencia en objetos externos independientes de nuestras percepciones es el resultado de asociar un conjunto de impresiones sensoriales que hasta ahora han aparecido en siempre en el mismo lugar (contigüidad espacial).
La existencia de Dios. La idea de Dios es de partida problemática para un empirista pues Dios no se manifiesta ante nuestros sentidos. No tenemos ninguna experiencia de Dios y por tanto es díficil que podamos conocer su existencia. Quienes creen que sí existe conceden que no es un ser material que nuestros sentidos puedan detectar. Sin embargo, las demostraciones de la existencia de Dios emplean la relación de causa y efecto: a través de la existencia de efectos podemos demostrar la existencia de su causa. Puesto que la causa es necesaria para que suceda el efecto, si éste sucede y la única posible causa es Dios, entonces Dios tiene que existir. Por ejemplo, según Descartes, podemos afirmar la existencia de Dios pues Él es quien ha puesto algunas ideas en nuestras mentes. Dios es la única causa posible de ideas como la de infinito. Sin embargo, para Hume la existencia de Dios es muy dudosa: no es una cuestión de hecho, tampoco del análisis de su idea podemos extraer su existencia (Hume también rechaza el argumento ontológico de Anselmo) y por último, la idea de conexión necesaria es también dudosa como base para una demostración.
La existencia del yo pensante. Para Descartes, la afirmación "pienso luego existo" es una verdad indudable (es una intuición intelectual). Es imposible pensar sin que exista el yo que piensa. El yo es la causa de sus propios pensamientos, sin el yo no podrían existir sus pensamientos. Pero Hume se pregunta por el origen de la idea de "yo". Y no encontrando una impresión sensorial de la que se derive, ha de ser una idea resultado de la asociación en nuestra mente. La memoria de anteriores pensamientos, la asociación en el tiempo de pensamientos presentes con pensamientos pasados, es el origen de la idea de un "yo" que persiste más allá de las percepciones y acaso sea su causa.
La idea de sustancia también es criticada por Hume. ¿Tiene esta idea un origen en la experiencia? No. ¿Es una idea empleada en las ciencias formales? No. Ambas negativas hacen a ojos de Hume a la idea de sustancia una idea prescindible. No estando anclada a la intuición sensible ni siendo parte de ninguna deducción matemática, es una idea producto de nuestra imaginación: en nuestra mente se crea la idea de sustancia como resultado de la asociación frecuente de impresiones contiguas en el espacio y en el tiempo. Imaginamos que además de tener impresiones sensoriales de color, forma, sabor, etc. hay algo más que permanece y es el sustrato de esas impresiones. Pero si lo pensamos, todo lo que conocemos con certeza son impresiones independientes unas de las otras; el sustrato o sustancia permanente es fruto de nuestra imaginación ayudada por la asociación.
Entonces ¿qué podemos afirmar con certeza que existe? Sólo nuestras propias percepciones, y en particular aquellas cuya fuerza e intensidad se nos imponen indudablemente. El fenomenismo es el nombre de la doctrina que afirma que sólo podemos afirmar la existencia de las impresiones en nuestras mentes. Frente al mecanicismo cartesiano, que afirma la existencia de un mundo de seres espaciales independientes de nuestras mentes, el fenomenismo pone en duda la existencia de ese mundo independiente.
¿Qué podemos conocer? Sólo relaciones entre ideas (matemáticas, lógica) y cuestiones de hecho (basadas en impresiones). Más allá queda el conocimiento de la naturaleza: de qué seres existen permanentemente y cuáles son las leyes causales que los gobiernen. Hume es escéptico respecto a la posibilidad de alcanzar este conocimiento. En lugar de conocimiento cierto, lo que podemos tener son firmes creencias, podemos confiar en nuestros hábitos y costumbres. Son éstos y no el conocimiento cierto lo que guía nuestros quehaceres cotidianos.
Razón y acción humanas
Desde los comienzos de la Filosofía, se ha mantenido la tesis muy general de que la razón humana tiene, o debería tener, algún papel director de la acción: actuamos como seres humanos cuando elegimos lo que hacemos aplicando nuestra razón y no dejándonos llevar por nuestras pasiones, emociones o instintos.
Especialmente cuando consideramos la acción moral, la acción libre y dirigida hacia la felicidad individual o colectiva, cuando consideramos cuál es la alternativa moralmente correcta o cuáles son nuestras obligaciones morales para con los demás, los filósofos han considerado que la razón es un elemento decisivo. Sin llegar a la posición extrema del intelectualismo moral socrático, que afirma que el conocimiento de lo bueno y lo correcto es el único factor relevante para nuestra decisión, y aunque se añadan otros factores a nuestra decisión como el hábito (Aristóteles) o la fe (Tomás), la razón ha sido considerada como directora o al menos como co-directora de la decisión humana.
Hume plantea dos argumentos en contra de que sea siquiera posible que la razón dirija la acción humana:
Si la acción humana libre es resultado de los pensamientos (percepciones) que alberga la mente, ¿qué percepciones son las que pueden dirigir la acción? ¿Qué percepciones pueden inclinar nuestra voluntad hacia una u otra alternativa? Siendo las impresiones más fuertes que las ideas, es claro que en caso de conflicto entre impresiones e ideas, serán las impresiones las que inclinen nuestra voluntad. Pero nuestra razón no tiene control sobre las impresiones, sólo sobre las ideas. Por tanto, es muy dudoso que la razón (con sus débiles ideas) sea capaz de dirigir nuestra voluntad si nuestro razonamiento se enfrenta a pasiones y emociones (impresiones internas). La tesis de Hume es que la acción humana está dirigida por las pasiones y emociones y no por la razón. Ello se deriva de reconocer que las impresiones son más intensas que las ideas.
Pero incluso cuando no haya impresiones contrarias al razonamiento (y entonces su fuerza no influya en nuestra decisión), es dudoso que la razón pueda dirigir la acción humana. ¿Qué razones podemos dar para elegir entre dos (o más) alternativas?
No pueden ser razones basadas en relaciones entre ideas, pues si así fuera una de las alternativas sería la única posible y no estaríamos ante una auténtica elección. Si estamos ante una auténtica elección, y elegimos una opción, podríamos haber pensado y elegido cualquiera de las otras. Una auténtica elección por tanto no puede decidise por un puro razonamiento, pues el razonamiento (la demostración lógica o matemática) nos señala la opción que necesariamente hemos de tomar. Por tanto, si no es mediante un razonamiento, una eleccion ha de decidirse por cuestiones de hecho.
Pero si la decisión no puede basarse en relaciones entre ideas, ¿pueden los hechos ser la base para una elección? Ello depende del tipo de elección.
Si se trata de una elección sobre los mejores medios, sobre el mejor camino o plan para lograr un objetivo ya establecido, entonces los hechos (y también los razonamientos y cálculos sobre ellos) pueden muy bien ser la base para la elección. La razón y la experiencia tienen un papel que jugar en las elecciones sobre cómo lograr un objetivo previamente establecido. La razón y la experiencia pueden dirigir la acción humana en decisiones sobre medios (o fines intermedios, como también son denominados). Así hay que entender la famosa frase de Hume:
La razón es la esclava de las pasiones
Si se trata de una elección sobre cuál es el fin último a lograr, entonces ningún hecho puede ayudarnos a tomar nuestra decisión. Porque se trata de valorar cuál de los distintos fines es el mejor, el más deseable, y los hechos no proporcionan información sobre qué es lo mejor o lo más deseable. Eso sólo lo podemos decidir en base a nuestros deseos, gustos, emociones y sentimientos, es decir en base a nuestras pasiones y no nuestras razones.
Si se trata de una elección sobre lo que debemos hacer en conciencia, sobre nuestras obligaciones morales, tampoco los hechos nos van a aportar ningún dato que nos diga lo que debemos hacer. Los hechos nos informan sobre cómo son las cosas, no como deben ser. Cualquier razonamiento que, basado en hechos, concluya en obligaciones, en deberes, es un razonamiento falaz. Hume denomina a este tipo de falacia, falacia naturalista: la falacia naturalista consiste en tratar de extraer conclusiones valorativas (sobre lo que es mejor o peor, lo que debemos o no debemos hacer) a partir de premisas sobre el mundo natural (sobre cómo es el mundo).
En definitiva, Hume concede a la razón un papel secundario en la toma de decisiones. Ello no quiere decir que no le conceda ningún papel, pero no es un papel principal que permita elegir racionalmente sobre los fines que debemos perseguir ni sobre las obligaciones que debamos cumplir. Su papel se reduce a orquestrar los mejores medios para lograr un fin que otras facultades humanas han elegido, o a lograr el mejor cumplimiento de las obligaciones que otras facultades han establecido. ¿Cuáles son esas otras facultades? Nuestras pasiones y deseos, nuestras emociones y sentimientos.
Son nuestros sentimientos de placer y dolor los que están en la base de nuestras preferencias por unos u otros fines. Nuestros miedos, nuestro deseo de aprobación y nuestro miedo al rechazo son la base de nuestras obligaciones. Estas pasiones y emociones, junto con nuestros instintos más básicos, son los motivos que inclinan nuestra voluntad hacia unos u otros fines y los que dirigen nuestra voluntad hacia el cumplimiento de unas u otras obligaciones.
El auténtico fundamento de la moral
Hume no es el primer filósofo en afirmar que la moral surge de los sentimientos de placer y dolor. En el siglo anterior, Spinoza había sostenido una tesis similar: las distinciones morales (lo bueno y lo malo) se basan y surgen de los sentimientos de placer y dolor que experimentamos al tratar de lograr nuestros deseos. Sin embargo, mientras que Spinoza considera que la razón humana es (o debe ser) capaz de dominar o redirigir nuestros sentimientos y pasiones más negativos como el miedo y el odio, Hume considera que la debilidad de nuestras ideas no puede ejercer ninguna influencia efectiva sobre la fuerza de las impresiones de reflexión (nombre que también da Hume a pasiones, emociones y sentimientos). Son las pasiones y, en último término, nuestras sensaciones de placer y dolor, las que deciden nuestras metas, las que nos mueven a cumplir con ciertas obligaciones.
Pero si son el placer y el dolor que cada hombre siente individualmente lo que en último término determina sus acciones, entonces la teoría moral que mejor describiría nuestra conducta moral es el hedonismo egoísta. Esta teoría afirma que lo bueno es el placer y que toda persona busca su propio placer, pudiendo emplear para ello la razón como medio o herramienta que le facilite la obtención de ese placer. Sin embargo, los hombres se comportan en ocasiones de manera altruista. El altruismo existe y es, para Hume, el rasgo distintivo de la conducta moral: somos morales cuando anteponemos el bien general, la felicidad de otros o de todos, a la nuestra propia (egoísmo).
¿Cómo es posible que suceda la conducta altruista? ¿Qué explica que en ocasiones las personas prefieran el bien ajeno al propio, incluso cuando ello les provoca a ellos un perjuicio? ¿No debería siempre triunfar la fuerza de los deseos egoístas sobre cualquier otro motivo?
Consecuente con sus argumentos contrarios a que la razón pueda ser el fundamento de la acción en general y de la acción moral en particular, Hume propone fundamentar el altruismo en las pasiones, en las impresiones de reflexión (impresiones de origen interno). Son muchas las pasiones humanas y Hume encuentra una que explica por qué en ocasiones triunfa el altruismo. El sentimiento de la compasión lo caracteriza Hume como:
la alegría, felicidad, placer en definitiva, que sentimos al ver las manifestaciones externas de alegría o felicidad de otras personas a las que ayudamos mitigar el sufrimiento.
la tristeza, infelicidad, dolor en definitiva, que sentimos al ver las manifestaciones externas de estos sentimientos en los demás.
En resumen, la compasión provoca en quien la tiene sentimientos vicarios de placer y dolor ante las manifestaciones externas de placer y dolor en otros.
Hume argumenta que es propio de la naturaleza humana un mecanismo que, basado en la semejanza de nuestras reacciones y manifestaciones corporales ante las emociones y en la contigüidad, en la cercanía física a otras personas, se generan en nuestra mente sentimentos similares, aunque de menor intensidad, a los que observamos en las personas a nuestro alrededor. Este mecanismo es la empatía y se extiende más allá de la compasión: sentimos alegría cuando vemos personas alegres, miedo cuando oimos gritos de pánico, desagrado cuando vemos a alguien poner cara de asco.
Movidos por el sentimiento de compasión las personas realizan acciones morales. Nos preocupamos por el bien ajeno, porque ante la felicidad ajena, los que la observan son también felices. Los hombres ayudan a superar el dolor y la infelicidad ajenos porque ante ellos, los que la observan son también infelices. Siendo un sentimiento más débil que otras pasiones e instintos, la compasión se ve muchas veces superada por ellos. Esto explica que la conducta moral sea infrecuente y se considere meritoria.
Esta tendencia hacia la búsqueda del bien común se extiende a la esfera política y es la base de la sociedad humana: los hombres tienden hacia la vida en sociedad impulsados por la benevolencia. Los gobiernos son justos en la medida en que promueven ese bien por encima de intereses particulares. En línea con el contractualismo de Locke, Hume entiende que los gobiernos son fruto del acuerdo y de la razón que busca los mejores medios para lograr el bien común, es decir la felicidad de la mayoría. Esta noción de felicidad de la mayoría hace de Hume un precursor del utilitarismo de John Stuart-Mill.