La Razón (con erre mayúscula) no se refiere aquí a una de las tres facultades del conocimiento (la más abstracta y ambiciosa), sino a la capacidad general del hombre para alcanzar el conocimiento.
Kant distingue al más alto nivel dos usos de la Razón:
La Razón puede emplearse para alcanzar conocimiento objetivo, conocimiento científico sobre lo que existe. Razonamiento orientado al saber. Esta es la Razón teórica, que tiene tres capacidades o facultades: sensibilidad, entendimiento y razón.
La Razón puede usarse para alcanzar decidir sobre lo que debemos hacer, sobre cuál es la elección acertada en una situación de elección. Razonamiento orientado a la acción. Esta es la Razón práctica.
Hay una única capacidad de razonar, una única Razón, pero con dos usos, con dos modos de empleo según nuestro objetivo sea:
Saber, el conocimiento de lo que es
Actuar, el conocimiento de lo debe ser.
Esta dicotomía entre ambos usos es un eco del argumento humeano sobre la imposibilidad de extraer juicios morales a partir de cuestiones de hecho: la imposibilidad de mezclar el conocimiento de lo que es con el de lo que debe ser. Kant mantiene separados ambos usos de la Razón.
Si en la investigación del funcionamiento y limitaciones de la Razón teórica la clave ha estado en hacer un "giro copernicano" en la relación sujeto-objeto, en la investigación sobre la Razón práctica también es necesario hacer un giro radical en la relación entre el sujeto que delibera y decide y aquellos objetos que son buenos y que el sujeto trata de lograr:
¿Dónde se encuentra la bondad, en el mundo o en nosotros? ¿Son algunos seres buenos por sí mismos? ¿O somos nosotros la fuente de toda bondad?
¿Cómo reconocer la bondad? ¿Observando el mundo u observándonos a nosotros mismos?
Los filósofos han fijado su atención en el mundo, en los objetos, buscando en ellos la bondad. Y el resultado ha sido que distintos filósofos discrepan sobre qué es lo bueno: el placer, la virtud, la salvación, etc. Quizá sea necesario poner la atención no en los objetos sino en los sujetos. Quizá lo bueno esté en nosotros, en cómo nosotros actuamos en el mundo.
Si en la investigación teórica ha sido necesario poner la atención en la expresión del conocimiento (en los juicios), en la investigación práctica es también necesario poner la atención en la expresión del conocimiento práctico: en los imperativos. Otro paralelismo entre ambas investigaciones es comprender el proceso de la razón como una síntesis. Si el conocimiento teórico es una síntesis de materia y forma, el conocimiento práctico es también una síntesis de materia (aquello que el imperativo manda) y forma (cómo el imperativo lo manda).
¿Qué es un imperativo? La expresión de un mandato, de una orden, de una instrucción que nos señala un curso de acción, un deber, una obligación.
En todo imperativo hay dos componentes:
Materia: lo mandado, aquello que el imperativo nos pide hacer.
Forma: cómo, quién, a quién y sobre todo el porqué, ¿por qué motivo se nos manda hacer algo?
Criterios formales de clasificación de los mandatos:
Según la relación de lo mandado con otros hechos o condiciones: imperativos hipotéticos y categóricos. Son hipotéticos los imperativos que mandan algo si se dan ciertas condiciones. Por el contrario, son categóricos aquellos mandatos que no están condicionados a nada.
Según el origen del mandato: mandatos autónomos y heterónomos. ¿Quién lo manda? ¿De dónde parte la orden? Son autónomos aquellos mandatos que parten del propio sujeto al que van dirigidos: yo mismo me mando, y por tanto me mando porque lo quiero yo. No parten de otras personas (humanas o divinas) ni tampoco de deseos o impulsos que yo no controlo ni he decidido tener.
Según el alcance del mandato: máximas y leyes. ¿Se trata de imperativos que quien sigue quiere que sigan también otros, acaso todos los seres racionales? ¿O se trata de más bien de formas de actuar particulares, que quien sigue no quiere ni tiene interés en que otros sigan?
No todos los mandatos (imperativos) son morales: mi profesor me manda salir a la pizarra, la policía me manda parar, el gobierno me manda pagar mis impuestos. Ninguno de estos mandatos son mandatos morales.
¿Qué características tienen los imperativos morales? ¿Cómo ha de ser un mandato para ser clasificado como un mandato moral?
¿Es relevante la materia o la forma para determinar si un mandato concreto cae dentro del grupo de los mandatos morales? Pero, ¿hay algo, algún objeto, que pueda ser querido como bueno siempre? ¿O más bien cualquier cosa material que pensemos podría ser mala en manos de un monstruo? Son por tanto características formales y no materiales las que deben caracterizar a los imperativos morales.
¿Son los imperativos morales obedecidos según ciertas condiciones pero no según otras? ¿Son válidos para algugos individuos en ciertos casos pero no para otros en situaciones diferentes? Los imperativos morales no son hipotéticos sino siempre categóricos.
¿Actuamos moralmente cuando actuamos mandados por otros o cuando actuamos por nosotros mismos? Los imperativos morales no son heterónomos sino que son siempre autónomos.
Si decimos actuar por un imperativo moral, ¿no decimos también que quisiéramos que todos los demás actuaran del mismo modo que actuamos nosotros? ¿Es posible proponer un mandato moral y al tiempo decir que es un mandato para sólo una parte de la Humanidad? Los mandatos morales no son máximas particulares sino leyes universales.
¿Es posible siquiera imaginar posible un mandato moral que no tuviese estas características? No. Son por tanto características necesarias. ¿Es posible que otros seres humanos discrepen de nosotros en la elección de estas características? No. Son por tanto características universales. Siendo universales y necesarios, los imperativos morales son a priori.
En definitiva, los imperativos morales son condiciones impuestas por el sujeto moral. Cuáles sean nuestras obligaciones morales no depende del mundo (incluyendo en él a las otras personas) sino que depende de nosotros mismos. Igual que las leyes científicas las pone (las propone como hipótesis) el científico, las leyes morales (las obligaciones morales) se las pone cada persona a sí misma.
¿Cuáles son concretamente nuestras obligaciones morales? Kant no concreta el contenido de estas obligaciones, sino que da un criterio formal. Ello está en consonancia con el espíritu de la Ilustración, un espíritu que Kant analizó en su obra ¿Qué es la Ilustración? y que él resume en la máxima latina:
sapere aude (atrévete a saber).
Cada sujeto moral, aplicando sus capacidades racionales, tiene a su cargo la responsabilidad de determinar cuáles son sus propias obligaciones morales y de decidir sobre su cumplimiento.
Son parte de la ley moral todos aquellos imperativos categóricos, autónomos y universales que nuestra razón pueda querer sin contradicción. De cualquier imperativo puede plantearse la pregunta: ¿lo que manda el imperativo lo manda de forma categórica (es decir sin condiciones previas), autónoma (originado en la propia voluntad) y universal? ¿Lo que manda podría ser querido racionalmente por cualquier persona sin entrar en una contradicción?
Si la respuesta es sí, y el mandato contrario no pudiese ser querido sin contradicción, lo que manda es una obligación moral. Por ejemplo, "Debo ser honesto con los demás" es una obligación moral: puede ser querido para todos sin que haya contradicción. Mientras que su contrario "Puedo no ser honesto con los demás" provoca una contradicción: si todos mintiésemos cuando nos conviniese nadie creería a nadie y mentir sería imposible o inútil.
Si la respuesta es no, y el mandato contrario sí pudiese ser querido sin contradicción, lo que manda es contrario a la moral, es inmoral y está moralmente prohibido. Por ejemplo, "Puedo tener esclavos" no puede ser querido como una ley universal, pues los esclavos también podrían tener esclavos y así ad infinitum. Hay por tanto una contradicción en hacer universal la esclavitud. Por el contrario, "No debo tener esclavos" sí puede universalizarse: es posible una sociedad donde nadie tiene esclavos.
Si la repuesta es sí, y el mandato contrario también pudiera ser querido sin contradicción, lo que manda es algo ajeno a la moral, es amoral. Por ejemplo, "Debo dejar mis posesiones a mis hijos" es universalizable, es posible una sociedad donde los hijos siempre heredan los bienes de sus padres. Pero también puede quererse sin contradicción "Puedo desheredar a mis hijos", es posible una sociedad donde la herencia es opcional y la norma fuese que los hijos no heredasen de sus padres.
Un razonamiento alternativo pero igualmente eficaz para determinar racionalmente cuáles son nuestras obligaciones morales es hacernos las siguientes preguntas: ¿estoy aprovechándome de otros seres humanos para conseguir mis objetivos?¿Estoy usando a otras personas como medios para mis propios fines?
Si la respuesta es sí, la acción es contraria a la obligación moral. La acción estaría moralmente prohibida. Nos aprovechamos de los demás cuando les mentimos o los esclavizamos. No respetamos su dignidad a conocer la verdad o su libertad.
Si la respuesta es no, la acción es acorde con la obligación moral. La acción estaría moralmente permitida. No nos aprovechamos de nuestros hijos cuando decidimos donar nuestros bienes a causas que nos parecen más importantes, ni tampoco cuando decimos la verdad.
¿Qué características debe cumplir una acción para que sea llamada moral?
La acción debe ser una acción conforme con el deber moral, debe ser conforme a la ley moral.
El sujeto la realiza por un motivo moral: por respeto a la ley moral.
Si no se cumple (1), la acción no es moral, será amoral o inmoral. Si no se cumple (2), el sujeto no actúa por una motivación moral (es decir, por respeto a la ley moral) sino por una inclinación particular (deseo, emoción, sentimiento) y entonces su acción no tiene mérito moral.
El concepto de inclinación, opuesto al de respeto por nuestras obligaciones morales, engloba todos los motivos que, para Kant, restan valor moral al sujeto que, aún realizando una acción conforme al deber, una acción acorde a la ley moral, sin embargo su motivo no es el puro respeto a la ley, sino:
motivos sentimentales y emocionales, como puede ser el temor al castigo, al dolor o el placer que logramos.
motivos interesados (egoístas), conseguir algo que deseamos, en particular lograr nuestra propia felicidad.
Para toda la filosofía moral anterior a Kant, el logro de la felicidad ha sido uno de los objetivos centrales, cuando no el único, de la reflexión práctica: investigamos los principios de la moral (hacemos Ética) para ser felices; cumplimos los preceptos morales porque creemos que así lograremos la felicidad. Sin embargo, para Kant el objetivo de la Ética no es determinar los preceptos morales que puedan acercarnos a la felicidad. Si lo que mueve a una persona a cumplir un precepto moral es creer que así será feliz, entonces estamos ante alguien movido por la inclinación personal en lugar de por respecto a la obligación moral.
Más aún, Kant reconoce que el cumplimiento de las obligaciones morales no sólo es independiente del logro de la felicidad, sino que a menudo es opuesto a ella: quienes anteponen el cumplimiento de sus obligaciones morales al logro de su propia felicidad con frecuencia son infelices mientras que quienes ponen por delante sus intereses a menudo son más felices.
Los sujetos racionales se hallan por tanto ante un dilema:
Cumplir con lo que les dicta su conciencia, poniendo sus obligaciones morales por delante de su felicidad. Ser morales aún a costa de ser infelices.
Tratar de lograr su felicidad, aún a costa de incumplir sus obligaciones morales. Ser felices aún a costa de ser inmorales.
Podemos entender mejor la ética kantiana (deontologismo moral) si la contrastamos con la ética humeana (el emotivismo moral).
Kant coincide con Hume en que la experiencia no puede señalar qué es bueno (o valioso, o deseable) y qué malo, moralmente hablando. La experiencia sólo nos puede aportar hechos (cuestiones de hecho), no valores. Pretender lo contrario es caer en la falacia naturalista: tratar de derivar valores a partir de hechos.
Pero si la experiencia no pude ser la base de la moral, ¿de dónde surgen nuestras normas morales?
Hume: las pasiones y los sentimientos son la base de la moral. Nuestras acciones están motivadas por ellas, en particular por el mecanismo de la empatía que hace surgir en nosotros la compasión y la benevolencia.
Kant: la razón de cada ser humano es el origen de sus normas morales. Es un giro copernicano: la moral no tiene como centro el mundo exterior sino que es el propio sujeto quien decide cuáles son sus obligaciones morales.
¿Qué función tiene la razón a la hora de decidir nuestras acciones?
Hume: La razón sólo puede ayudar a trazar el mejor camino para llegar a un objetivo previamente marcado por ellas. La razón sólo puede ser la esclava de las pasiones.
Kant: La razón (práctica) tiene un papel clave pues decide qué es moral y qué no lo es.
¿Qué motiva a una persona (a un agente moral) a actuar moralmente bien?
Hume: la compasión y la benevolencia, sentimientos débiles (comparados con las pasiones más intensas) frutos de la empatía con la que nacemos.
Kant: no elegimos lo que sentimos como tampoco elegimos nuestros gustos. Estas son inclinaciones de las que no somos responsables ni tenemos mérito moral por seguirlas. Lo que distingue a un agente moral es su autonomía, su libertad frente a pasiones y deseos. Y esta autonomía sólo la puede dar la razón.
¿Qué debemos buscar? ¿Qué es bueno? ¿Qué es malo?
Hume: el placer es bueno y estamos naturalmente inclinados a él. Por el contrario, el dolor es malo y nuestra naturaleza nos hace huir de él. La compasión nos mueve a actuar moralmente (altruísticamente) por el dolor que sentimos al ver el dolor ajeno y la alegría que nos produce ver la felicidad en otros.
Kant: cada persona, según sus circunstancias, debe razonar sobre qué es moralmente obligatorio y qué moralmente prohibido. Aplicando la regla general "Obra de tal modo que trates a la humanidad siempre como un fin y nunca solamente como un medio" cada agente moral se pone sus propias metas.
¿Somos libres para tomar nuestras propias decisiones?
Hume: nuestras decisiones vienen impulsadas por la fuerza de nuestras pasiones y, cuando éstas no nos dominan, por nuestros sentimientos más débiles, como la compasión y la empatía. ¿Hemos decidido libremente nuestras pasiones y sentimientos?
Kant: sólo actuamos moralmente cuando actuamos libremente, controlando nuestras inclinaciones (pasiones y sentimientos) y tomando decisiones empleando la razón.
Que los hombres conocen sus obligaciones morales y que en ocasiones actúan moralmente y no por inclinación son hechos que Kant da por sentados. Su investigación no ha consistido en mostrar que la moral exista y que la reflexión racional sobre la moral (es decir, la Ética) sea posible, sino simplemente en mostrar por qué es posible. El único mérito que Kant atribuye a su filosofía práctica es aclaratorio: haber mostrado las características formales de las leyes morales.
Siendo un hecho que los sujetos racionales pueden ser morales, entonces las condiciones para que la moral sea posible se han tenido que cumplir. ¿Cuáles son esas condiciones?
Aunque el universo es pensado por nosotros como un cosmos que sigue leyes necesarias, los hombres nos pensamos a nosotros mismos como libres, como sujetos que podemos elegir libremente sin estar sujetos a las leyes del universo. La libertad humana es un postulado necesario para la moralidad. El universo es un cosmos regido por leyes necesarias, pero el hombre posee un alma libre que le permite elegir.
Si los hombres anteponen el cumplimiento de su obligación al logro de su felicidad personal, es porque postulan la existencia de un ser supremo y justo que hará felices a quienes hayan sido morales e infelices a quienes no lo hayan sido. La frecuente oposición entre obligación y felicidad nos llevaría a la desesperación y con ella a abandonar la moral, si no fuese porque esperamos que en algún momento futuro alguien haga coincidir a ambas: quienes hayan cumplido sus obligaciones morales serán felices y quienes las hayan incumplido serán infelices. Esta armonía entre cumplimento de la obligación y logro de la felicidad sólo es posible si creemos que Dios existe y que nuestra alma es inmortal. La existencia real de ambas entidades es postulada (no demostrada ni conocida) por la razón humana porque es la única solución posible para la moralidad.
Es importante comprender que las afirmaciones de Kant de la existencia real de Dios, el alma inmortal y la libertad humana no constituyen conocimiento. Son tres afirmaciones que se postulan, que se proponen como ciertas sin tener prueba de su verdad. Y se postulan porque sin ellas la moralidad humana no existiría. Pero dado que la moralidad existe, estas tres condiciones han de ser ciertas a pesar de no poder demostrarlas e incorporarlas como conocimiento. Por esto, las filosofías teórica y práctica no están en contradicción. Lo que la Razón teórica no puede conocer (pues sería hacer un uso constitutivo de las Ideas trascendentales de la razón) la Razón práctica sólo lo puede afirmar, pero sin prueba alguna.
Los pensamientos políticos de Kant no tienen la misma entidad que su epistemología o su ética. Quedaron expresados principalmente en dos pequeñas obras:
¿Qué es la Ilustración?
La paz perpetua
En ¿Qué es la Ilustración? Kant señala las que a su juicio son las ideas clave del movimiento ilustrado, del que él es máximo representante en Alemania:
Un nuevo espíritu de liberación, de romper con las ataduras de los gobiernos despóticos (monarquías absolutas) de siglos anteriores.
Confianza en las facultades racionales de todos los hombres para lograr esa liberación: cada hombre debe aceptar el reto de atreverse a saber, de cultivar su inteligencia para liberarse de la ignorancia, de los prejuicios y de quienes tratan de guiar su libertad de manera interesada.
El requisito indispensable para que cada hombre se ilustre es darle libertad: libertad para informarse, para expresarse y para debatir en público y en privado.
En esta obra también señala Kant a las fuerzas enemigas de la Ilustración:
la pereza y la falta de valor de las personas que deben tomar en sus manos su propia educación.
la intolerancia de la iglesia que difunde mensajes contrarios al progreso de la razón.
el despotismo de los gobiernos que reducen las libertades de sus súbditos.
Mientras ¿Qué es la Ilustración? es una obra dirigida al ciudadano individual, señalando los pasos que cada persona debe dar para ilustrarse, La paz perpetua es una obra dirigida a la organización política de las naciones. Su objetivo es explorar las condiciones que deben darse para lograr la paz, la ausencia de guerra, entre las naciones. Pues la guerra es, a juicio de Kant, una de las fuerzas más poderosas en contra de la difusión y del triunfo de los ideales ilustrados.
En el estado de naturaleza la guerra es la situación habitual en la que se encuentran los pueblos y los individuos. La guerra es el único procedimiento para resolver las disputas. Con la aplicación de la razón a la organización social se inaugura el estado civil o social y el uso de la fuerza puede ir siendo reemplazada por la discusión racional. La paz, la paz perpetua, es el ideal al que deben tender los gobiernos según vayan profundizando en una organización política que vaya haciendo más y más lejana la guerra.
Kant resume en tres las condiciones para lograr la paz definitiva entre estados:
La forma de gobierno más favorable para lograr la paz es la república. Kant descarta las otras dos formas de gobierno posibles:
La monarquía, el gobierno de uno solo, por ser un gobierno despótico en el que no hay ocasión al debate racional pues todo el poder se concentra en una sola persona. Además, el rey raramente sufre las penurias de la guerra, lo que lo hace más proclive a declararla. Frente a ello, Kant apoya la división del poder en dos: legislativo y ejecutivo.
La democracia, el gobierno de todos, por ser un forma de gobierno en el que todos son a la vez legisladores (hacen las leyes) y ejecutores de las mismas. Además, el tamaño de los estados europeos hace imposible la democracia directa y en su lugar Kant propone un sistema representativo en el que unos pocos representan a todos.
Todo ciudadano tiene derechos naturales, con independencia del estado al que pertenezca. Para asegurar que estos derechos se respetan, Kant propone la construcción de una Sociedad de Naciones, constituida por todos aquellos estados que libremente quieran asociarse. Esta asociación es el mejor instrumento para sustituir la guerra entre estados por una situación de paz perpetua:
Todo ciudadano tiene derecho a viajar y visitar otros estados sin ser rechazado ni encarcelado por ello. Con ello el ciudadano de un estado se convierte en un ciudadano del mundo, sometido a leyes internacionales y poseedor de derechos reconocidos por todos los estados de la propuesta Sociedad de Naciones.
Estas tres condiciones deben entenderse con principios reguladores que deben guiar a los gobiernos para lograr el ideal de la paz perpetua, la eliminación definitiva de la guerra entre estados.